jueves, 22 de enero de 2015

Viejo Zorro


Zubeldía también es parte de las mejores marcas históricas contra Gimnasia: la mayor serie invicta, recién igualada en el lustro victorioso con la vuelta de Verón; y el impiadoso 6-1 del Metropolitano ’68 en el Bosque, antecedente inmediato del 7-0

Redundan las razones que determinan la importancia de los clásicos para jugadores, técnicos e hinchas; en éstos, sobre todo, que son los únicos sin valor de transferencia ni mercado a la vista: se nace con una pasión, con un color, y no se negocia.
Duelo de barrio, corazón de ciudad, la disputa del espacio para conquistar el territorio, el “pago chico”, se dirime en esos dos partidos oficiales que se juegan año a año. El honor en disputa, siempre. Dos casos contemporáneos: Passarella en River, en los primeros ’90, encadenando estrellas locales mientras se ponía en duda su continuidad por los constantes tropiezos con Boca… o el más reciente: la eyección de Diego Cocca tuvo la mano sobre el botón después de la derrota con Independiente. Hoy en Racing exudan gloria y juntan llaves para emular el monumento de Mostaza Merlo…
Zubeldía, una excepción de tantas, construyó una senda inigualable: armó el plantel más ganador de la historia; títulos locales e internacionales; la gloria toda en el club donde es, de seguro, la principal bandera histórica; y un pleno tras otro frente a Gimnasia. Y con todos los condimentos: goleadas, racha invicta, triunfos en partidos decisivos. A pedir del hincha de cualquier camiseta.
De partido decisivo, se habla, el de la fecha final del Metropolitano ’67. Estudiantes se jugaba la clasificación a semifinales en el interzonal con Gimnasia, en 57 y 1. Peleaba uno de los dos boletos de su grupo. El empate lo podía dejar afuera y, de suceder, dependía del resultado de Vélez-Racing. No hizo falta. Fue 3-0 con baile: Verón, Echecopar y Conigliaro para esperar a Platense en La Bombonera y después a Racing en el Viejo Gasómetro. Semana conmemorativa, goleada en el clásico y primer título de Primera en el profesionalismo.
No clasificado Gimnasia al Nacional de ese mismo año, volvieron a enfrentarse en el Metro ’68: el de la primera rueda, un entretenido y discutido empate en tres, con varios penales cobrados e incidencias varias. La revancha no tuvo equivalencias y, quienes lo vivieron, creen que aún podría tener patente de “máxima goleada de la historia”. Zubeldía y su campeón de América no tuvieron contemplaciones ni se guardaron nada y el 6-1 en el Bosque (dos del Bocha Flores, otros dos de Echecopar, Conigliaro y Segovia en contra) no sólo reflejó el presente de ambos clubes: despejó el camino para clasificar a semifinales y alcanzar la final, que Estudiantes después perdería con los invictos “Matadores” de San Lorenzo en Núñez.
Las dos goleadas forman parte de la mayor serie invicta de Estudiantes en clásicos oficiales, de nueve encuentros, igualada recién en 2009 por el campeón de América de la Brujita y compañía, aunque esta última con el hándicap a favor de 7 victorias y 2 empates: “la década ganada”, el clásico más desigual de los últimos diez años en el fútbol argento.
La primera serie de la racha invicta comenzó con el empate de la segunda rueda del Campeonato de Primera División 1964, con Carlos Aldabe en el banco. A Zubeldía le corresponden los ocho siguientes partidos, con 3 triunfos y 5 igualdades. La serie favorable se extendería hasta abril de 1969, en aquel clásico suspendido al ceder el alambrado de la tribuna tripera, que se completó a los días en cancha de Quilmes. Ese 0-2, una de las únicas dos caídas del Zorro en partidos oficiales.
El debut de Zubeldía contra el Lobo se dio en un amistoso de verano, pero con derrota (1-2), el 25 de febrero del ‘65, por Copa Delovo-Pastor. La revancha se jugó el 20 de marzo y fue parda, aunque ninguno de los dos levantó el trofeo, que quedaba para el que metía cinco encuentros alternados o tres consecutivos. Los amistosos continuaron entre 1965 y 1966 con los dos choques de la Copa Defranco -reconocida firma de la ciudad de esa época- jugados en cancha de Gimnasia. El Pincha del Zorro se redimió del antecedente inmediato, goleó 3-0 en el primero y le sobró con el 1-0 de la revancha para quedarse con la copa, ganada con doblete en terreno tripero.
Si de partidos importantes y goleadas se trata, Estudiantes sumaría una más en la era Zubeldía, en la primera rueda del Nacional ’70. El Pincha llegaba con la medalla a cuestas del “Tri” de América después de doblegar a River y a Peñarol en la final, pero con una irregular campaña en el Metropolitano. Y el Nacional se transformó en el objetivo. Fue 4-1: Flores, Verón, Rudzki y Verde para mantener la punta de la zona B. La paradoja de ese torneo, que marcó la segunda y última caída oficial del DT en clásicos, fue el 1-4 de la rueda revancha que el Lobo replicó a su favor y que luego perdería, en las semifinales con Central, la histórica chance de ser finalista y enfrentar a Boca.
Antes de la llegada de Miguel Ignomiriello, el mano a mano final de Zubeldía con Gimnasia se dio en los duelos nocturnos de la amistosa Genaro Rucci ‘71, en la revancha del 2 de marzo que Estudiantes ganó, 2-1, con los dos de Camilo Aguilar.
Los números se despliegan; permiten esquivar conclusiones parciales: si de totales hablamos, entre oficiales y amistosos, con 21 clásicos dirigidos, el Zorro perdió apenas cuatro, a lo que se anexan 9 triunfos y 8 empates y un 62% de efectividad contra el rival de siempre. Una marca de pocos.

* Publicado en el número de enero de Revista Animals!.

La mística antes de la mística


Diez minutos restaban cuando Rulli la guapeó en la cancha de Lanús y evitó un descenso que era cosa juzgada. Fue justo un diciembre, en 1961. Ocho rojas y un empate a pura entrega que condenó al Grana a la B

Caprichos de la historia, destinos, Lanús en las instancias definitorias. Un rápido ejercicio: 1956 y 1961 para zafar del descenso en la última fecha, la “vendetta” granate y el desenlace negro del ’94 con el exiguo 3-3, o el gol de los jujeños a Instituto gritado en esa misma tribuna visitante, seis años más tarde, para esquivar la Promoción con Almagro tras un 0-1 con el anunciado penal blef de Casartelli atajado por Flores. Destinos: la misma cancha donde Estudiantes había mandado a la B a Gimnasia en el inolvidable ‘45. También hay de esas dulces: el 2-1 de Lanús a Boca con Bossio como proa albirroja para forzar la final del 2006.
El empate en la anteúltima fecha con Chacarita en 57 y 1 no le daba margen: Estudiantes se jugaría la categoría en el último partido de diciembre del ’61 y debía sacarle un empate al Grana en su cancha para seguir en Primera. Justo a Lanús, el otro amenazado: la nada o la gloria. Perder condenaba al Pincha a jugar en Segunda en el ‘62, si Atlanta no vencía a Ferro, la única posibilidad para no descender en caso de derrota… Y los de Caballito lograrían el punto que necesitaban.
Lanús preparó el partido tiempo antes. Era ganar como sea: repartieron panfletos, rebajaron las entradas y hasta regalaron otras tantas para que apoyaran los parciales de una entidad tan amiga como sureña… la barra de Banfield y con sus propias banderas. Hoy, ni en sueños.
Estudiantes tenía dos resultados a favor y el guiño de la historia reciente. Allí se había asegurado la permanencia la temporada posterior al ascenso: le ganó a Lanús en la Fortaleza, que llegaba invicto en su estadio en todo el torneo del ’55, y superó a Platense por tres puntos, cuando a falta de tres fechas el regreso a la B en sólo un año se presumía inevitable. Similar final sentenció el campeonato de 1956, cuando zafó de la B venciendo en la última al campeón, River, que llegó a 57 y 1 ya consagrado y sin compromisos.
Los ocho expulsados eximen de sopesar el trámite y la exigencia con que se jugó el partido. El árbitro expulsó a Díaz y Silvero casi en el arranque por agresión mutua; y minutos después, a Albrecht, por un topetazo contra Curia. Estudiantes aguantó el empate con uno menos durante buena parte del partido, hasta las expulsiones del complemento (Graziolo y Martina, en Lanús; Paulinho, en la visita) que equilibraron los equipos con ocho jugadores cada uno.
El local era desorden y presión porque el empate de Atlanta y Ferro no corría riesgos. Y le servía sólo el triunfo. El golpe llegó, inesperado, a 13 minutos del final: centro al área que no presumía peligro, complicidad a destiempo de Oleynicky y cabezazo de Reynoso para mover los cimientos. 1-0 y festejo por anticipado.
Estudiantes contestó rápido. El 0-1 lo mandaba a la B y la algarabía a Lanús le duró tres minutos. Un golpe letal. A los 35, Falcón gambeteó por izquierda y fue derribado entrando al área, sobre la línea de fondo. El uruguayo Fernández mandó un centro bajo, sorprendió a la defensa y Rulli (el mismo del Racing campeón del mundo) se anticipó a Yacopetti. Empate en uno, delirio y a guapearla los últimos diez, ya siete contra siete por las rojas a Reynoso y Castillo, para aguantar el empate que pagó Lanús con el descenso en su propia casa.
Delirio en la colmada visitante, sí; en los expulsados y el CT, que esquivaban los proyectiles de la platea local; y en el presidente, Mariano Mangano, que festejó la salvación como un título. Seis años después sería protagonista directo de otra historia.

* Publicado en el número de diciembre de Revista Animals!.

Monumental Redentor



La Era Verón marcó otra fulgurante corriente anticíclica: transformar en cotidianos los buenos resultados en la hostil Núñez. Doce victorias pinchas se cuentan en el Monumental durante el profesionalismo, con el último 1-0 de Vera; cinco, desde aquel cabezazo de Maggiolo en el 2007. Un historial adverso que empieza a revertirse

No casualmente se concluye que, más por regla que por excepción, son tiempos fuera de lógica en el fútbol argentino y que eso es lo que lo hace un deporte distinto a todos. Dinámica de lo impensado, fue dicho, el resultado menos esperado parece que siempre está al caer. Y huelgan ejemplos históricos; uno propio, en la época más indecorosa del club, la que se llevó puesto al equipo al descenso mientras Estudiantes lograba sellar la que, sin embargo, es todavía la mejor década en cantidad de victorias (4) visitando la cancha de River, en un historial que, junto al que lo enfrenta con Boca, se impone hegemónicamente desfavorable.
Apenas tres porotos apoyaba Estudiantes en el casillero de las maduras, jugando en el Monumental, hasta la victoria del Clausura ’91 con gol del Torpedo Lorenzo Sáez, movedizo delantero (el apodo redunda describir características) incorporado tras ganar el Apertura ’90 con el Newell’s de Bielsa. Esa noche, Humberto Zuccarelli lo hizo entrar en el complemento por Leani y el cordobés marcó el cuarto y último gol de su breve paso por el club. Cuatro goles en dos partidos: los otros tres, en una misma tarde, ante Deportivo Español, el día del debut como árbitro de Javier Castrilli.
Los tres triunfos previos van hasta la década del ’70 y a los inicios del profesionalismo, en el torneo de 1935, cuando marcó el primer pleno en el Monumental con un 2-0 en la 2da. fecha del campeonato. La segunda victoria se demoraría… 38 años. Casi cuatro décadas: 2-1 en la 14° fecha del Metropolitano ’72, en el tobogán descendente del equipo que venía de ganarlo todo y que terminó disputando el Reclasificatorio de ese año para no descender. La tercera, de seguro, la más recordada: furibunda victoria del equipo de Bilardo subcampeón a un punto en el Nacional ’75, con el 2-1 en la segunda rueda de la zona A (uno del uruguayo Cabezas Gonella y Rubén Galletti) para consolidar una serie de nueve partidos invictos y una clasificación sin fisuras al Octogonal Final por el título, ese que quedaría para el River de Labruna después del 0-1 en Vélez con gol de Reinaldi y el penal errado de Carlos López.
Un triunfo en 1935, otro en el Metro ‘72 (aquí vale un asterisco, aunque no se contemplen copas internacionales: la racha rompe en la Libertadores del tricampeonato ’70, con el 1-0 de la ida semifinal), el tercero del Nacional ‘75 y los cuatro ya citados de la década del ’90: el 1-0 del Clausura 1991; las dos victorias de 1993, ambas por 2-0, una por el Clausura (goles de Calderón y Carracedo en la levantada del equipo de Garisto que hasta se daría el goce, poco común de época, de ser efímero puntero) y la otra por el Apertura (el Rulo París y Gabriel González, la tarde de la camiseta roja); y la goleada 4-1, hasta esa noche sin antecedentes, al River tricampeón de Ramón Díaz en el Clausura ’97 con dos de Palermo, Leo Ramos y el Potro Fúriga. Siete triunfos en el Monumental hasta 1997: tres en sesenta años; cuatro en seis…
Lo trascendente estaba al caer. Pasarían diez temporadas hasta la siguiente victoria, la del campeón de Simeone que iba por el bi y se llevó tres puntos valor oro en la última jugada con un cabezazo de Maggiolo después de un finísimo centro de la Brujita Verón. El 1-0 no alcanzaría igualmente para quedarse con el título que sí lograría San Lorenzo. Estudiantes le adicionó al triunfo, sucesivamente, un empate, 4-4, con Newell’s y una derrota con Racing en Avellaneda que lo alejarían definitivamente de la pelea.
Ese pleno es parte de la plusmarca vigente: cicatrizada la herida de la eliminación en Sudamericana, el gol del uruguayo Vera estiró a cinco los triunfos en las últimas ocho visitas de Estudiantes al Monumental por torneos locales, con un empate (el 1-1 del Apertura 2009, en la previa del Mundial de Clubes) y sólo dos caídas: 2-4 en el Apertura 2007 y 0-1 en el Final 2013, todavía con Diego Cagna en el banco. Al 1-0 de 2007, se suman el 2-1 (Calderón y Marcos Rojo) del Clausura 2009 con equipo alternativo en la previa del Mineirazo; el 2-1 del Inicial 2013 de Román Martínez y Auzqui; y la mayor goleada del Pincha en Núñez, cuando el campeón récord de Sabella le puso la tapa al Apertura 2010 con un inapelable 4-0 patentado en los goles de Desábato, Matías Sánchez, Rojo y Mercado. Carnaval en la segunda bandeja, mientras Vélez sumaba victorias pírricas que no le darían alcance al Pincha. Y la continuidad de una racha favorable sin antecedentes en el Vespucio Liberti.


* Publicado en el número de diciembre de Revista Animals!.
 

martes, 20 de enero de 2015

La Sebastiana

Lo tenía todo: reconocimiento, premios, dinero. Y buscó en Valparaíso el refugio de Santiago. Cansado, confesaba entre los íntimos, puso condiciones: que no esté ni arriba ni abajo, ni en el cerro ni el "plan"; solitaria, pero sin excesos; vecinos, invisibles, que no escuchen ni vean; lejos de todo pero cerca de la movilización.
El encargo a la pareja amiga se hizo inauguración dos años después, en 1961 y un 18 de septiembre, día de la independencia chilena. Armó una fiesta a la que el propio Neruda invitó y convocó "por méritos inolvidables" -así le gustaba pronunciarlo- según la ayuda que cada uno de los agasajados había prestado para reciclar esa casa abandonada, que abraza ambas manos de la bahía porteña, y transformarla en "La Sebastiana".
Tenía una tradición que, al parecer, Neruda cumplía cada doce meses: cada año nuevo esperaba a sus íntimos en el amplio balcón que tiene como calle el mar y los barcos, vestido de barman, con una fina camisa roja y bigote de corcho quemado. Y así servía cada uno de los tragos y los platos con nombres inventados para la ocasión, con los inevitables fuegos artificiales como cortina del puerto. 
De guiños art-decó, ubicada sobre el Pasaje Collado (homenaje al apellido del constructor español que la diseñó) del Cerro Florida, con la muerte de Neruda la casa quedó abandonada y fue saqueada en varios de los allanamientos que hicieron los milicos con el Golpe del '73. Recuperada en 1991, desde 1997 funciona como Casa Museo de la fundación que lleva su nombre (Monumento Nacional desde 2012) para mantener en presente el recuerdo del poeta.

martes, 6 de enero de 2015

Valpo, troles y otros mundos

La joda es "carrete", se está "al tiro" cuando se vuelve al toque, "bacán" es lo que está bueno y la afirmación es un "yaa, pooo" extendido, modesto al lado del "exacto" o el "seguro" rioplatense tan inocentemente presuntuoso.
Y Santiago no es Chile; o al menos pone proa en el puerto que es balcón al mundo desde la época colonial. Así le llaman a un programa de lo que sería un canal "A" argentino a la trasandina. Chile más allá de su capital.
Valparaíso es descubierta año a año por europeos -en su gran mayoría- y muchos otros latinos que llegan atraídos por las realidades y otras tantas fantasías que despierta la ciudad puerto. Esa que abre su extendida bahía a kilómetros de fuegos artificiales que son vistos y fotografiados, antes y después de las 12 del 31 de diciembre, desde cada uno de los cerros que atrapan al "plan", el llano y su costa: el Alegre y el Concepción, con trucos comerciales de "pequeña Montmartre" -ese "otro" Valparaíso, el que llenan "cuicos" y extranjeros de cambio a favor buscando el refugio en realidad virtual-, el Santo Domingo, el Yungay o el Cárcel, donde edificaron el penal que hoy es lugar de recreación y centro cultural. En las paredes de El Canario, el bar de la bajada Cumming que licúa jóvenes turistas con taberneros originarios que no mutan de costumbre, una vieja tapa de la "The Clinic" todavía invita, en estado de sepia, a tomar la abandonada cárcel para reventarse un fin de año de los noventa.
Los antiguos troles resistieron, se resignificaron con el paso de los años y son parte de la cultura urbana; más como plan de la propia comuna que por cuestión aleatoria. Si en Buenos Aires, los centenarios vagones de la línea A, únicos en el mundo, ya no son ni una pieza de museo, en esta urbe, aquellos y sus tendidos sobre el asfalto son parte viva del patrimonio histórico y conviven con micros, taxis y buses.
Los años transformaron hasta en patrimonio del paisaje urbano característico, los cableados de todo tipo -de teléfono y televisión, o de luz, y de tantísimas compañías que con los años se acumularon en los nudos- que nacen en el llano y llevan el servicio a las casas más altas de los cerros; y hasta los rincones con basura o las huellas de las orinadas nocturnas en la zona de la "bohemia" y en las escaleras a los cerros, tan habituales como fotografiadas día a día como "souvenir" de Valpo.
Los baños, se lee acá, son "exclusivos para los clientes". Nada que no conozcamos. Lo resuelven cada mañana a balde y cloro.