sábado, 19 de febrero de 2022

Jineteada y tradición gauchesca en Altamirano


A sólo 60 kilómetros de La Plata, el pequeño pueblo del partido de Brandsen vivió el domingo su “gran fiesta gaucha”. La primera tras el aislamiento obligatorio impuesto por la pandemia. Más de dos mil lugareños y bonaerenses vibraron entre ritmos tradicionalistas, folklore, jinetes y potros de la vida gauchesca

Hay una jerga, que escucharé sentir durante toda la tarde, que uno desconoce. Modos, costumbres, cotidianeidades que configuran una estética visual, corporal, hasta en las maneras del decir, de pronunciarse. Pero no hay apariencias: son tradiciones, entiendo, que se replican de generación en generación en las familias que le ponen el cuerpo a este evento en la primaveral tarde de febrero, en Altamirano, a poco más de 60 kilómetros de la capital bonaerense.
Entonces, entro, y me encuentro con tropilleros (cuidadores de caballos que también ayudan cuando vence el tiempo de la monta), jinetes (los que montan los caballos), decenas de potros (baguales o “salvajes”, al estilo de aquellos caballos patagónicos de la película de los ’90 de Alterio y Sbaraglia, y pingos), palenques (las postas numeradas desde donde parten los jinetes) y aperos (el conjunto de accesorios que viste al caballo en su montura o recado: estribo, cincha o faja, sudadera, encimera, alfombra, bastos o almohadillas, cabezal, guatana, entre tantos más). Y las distintas categorías de concurso, claro: crina limpia, grupa, bastos…


Un domingo entre jinetes
Llegué a Altamirano casi de casualidad; como todo “bicho de ciudad”, bah, que no tiene, en el radar de la agenda diaria, “eventos gauchescos” en el señalador. Una visita ocasional de miércoles, a Brandsen, dio con un pequeño afiche y su cronograma de fin de semana: “1ra. Fiesta de las Emociones. Domingo 13 de febrero 2022”. Que en efecto, sabría después, era la segunda gran fiesta de jineteadas de Altamirano tras la organizada, también a beneficio de la Escuela Primaria N°4 del pueblo, en las semanas previas al ASPO. Coordinada, como esta vez, por Marcos Chiclana, su familia y amigos.
Así, hay toda una liturgia que me va contagiando a medida que me acerco al predio: un amplio sector, delimitado como triángulo entre el acceso asfaltado a Altamirano (que corre paralelo a las vías del FFCC Roca que se despliega entre Mar del Plata, Chascomús y Constitución) y un camino rural de tierra con rumbo norte hacia el río Samborombón.
La entrada al predio está sobre una tranquera perpendicular a la calle lateral de la escuela primaria. Hay, a la izquierda, un pequeño tráiler guarecido del sol del mediodía con sombrillas. Las cuatro personas, con sobrada amabilidad, toman mate y explican los alcances de la jornada. Ahí se canjean los bonos a beneficio de la EP4 que permiten el acceso. Algunas familias numerosas, incluso, “piden precio” para guardarse algún mango y gastarlo en la barra de la improvisada cantina.
El acceso a pie hasta el escenario tiene más de cien metros de largo, con autos y -sobre todo- camionetas con carros-jaula para trasladar a los animales, estacionadas prolijamente a los costados dejando el espacio necesario para que el lugar no quede taponado si alguna ambulancia sale de emergencia por contingencias con los jinetes al montar los potros.
Detrás del escenario, que corona, en el centro, el predio alambrado donde se realiza la jineteada, se genera un ancho espacio bendecido con las sombras de árboles varios de la llanura bonaerense. El sol, a esta hora de la tarde, ya quema como en el verano, pese a la necesaria brisa que matiza y ayuda a los concurrentes. Allí están, clavadas sobre estacas, y a 45 grados para que se cocinen con el calor parejo de los leños, las vaquillonas, los lechones y los corderos, justo detrás del tablón extendido que oficia de cantina. Se venden vinos, cervezas, gaseosas, aguas, fernets de litro con Coca. Y todos esos cortes de carne por kilo o al pan.


La dolce vita
Nada de escenarios fellinescos que puedan representar, entre estas hectáreas del partido de Brandsen, el espíritu hedonista que incita el italiano en su película. Pero hay un “vigor republicano”, de solidaridad común, que trasunta la ausencia de conflictos de clase: unos y otros, propietarios y “gauchos”, se complementan a beneficio de la escuela. Y son partes necesarias del evento. De principio a fin. El “sueño” del fin de la grieta…
Los concursos tienen jurados (o “comisarios” de prueba) y empiezan antes del mediodía. El primero es la rueda de grupa, categoría en la que los jinetes montan sobre un cuero de oveja, relleno en el centro y cocido para darle forma de triángulo, atado al cuerpo del animal. Con una mano sostienen el rebenque; y, con la otra, las riendas, obligados a no charquear, a no tocar al caballo con las manos. Los movimientos nerviosos del animal “salvaje”, sumado a la fuerza que necesariamente hacen los propios jinetes, generan una gran polvareda, muchas veces, que es celebrada con gritos y aplausos por los espectadores que se amontonan alrededor del alambrado del predio.



La tarde, después del almuerzo pese a que éste se prolonga hasta que se pone el sol aun habiendo mate y bizcochuelo, será el tiempo de la jineteada con bastos, donde, a diferencia de la primera, el jinete usa estribos y está obligado, durante la jineteada, a no perderlos nunca ni sacar los pies de ellos. En estas competencias, que suelen durar entre 8 y 12 segundos, los jinetes no usan espuelas, tan criticadas por las asociaciones protectoras de animales ya que, con sus espigas de metal, se pincha y golpea al caballo para dirigirlo cuando se intenta domarlo.
Hay un sinfín de gauchos con la liturgia de pies a cabeza: visten prolijas bombachas de campo con alpargatas o botas de potro, cinturón, faja, camisa, chaleco y, por supuesto, el facón con escuche cruzado a la altura de la cintura. Muchos beben y comen carne sobre el pan o sobre tablas de maderas, mientras esperan el turno de la monta y comentan las vicisitudes del resto de sus compañeros ocasionales. No hay ensaladas porque nadie vende. Pero muchos la traen armada en su propia conservadora, donde también suelen colar hielo y bebidas varias. Otro punto muy favorable del éxito del evento, éste: cada familia puede traer su propia vianda sin que nadie lo prohíba.
El escenario tiene la animación constante de un locutor que explica y relata cada una de las salidas de los jinetes, con sus nombres, su origen, su especialidad. Allí me entero que la convocatoria colmó todas las expectativas, con jinetes llegados de todos los rincones de la Provincia de Buenos Aires. Algo que podría originar, a esperanza de los organizadores, que la convocatoria de la jineteada anual de Altamirano tenga trascendencia provincial y, ¿por qué, no?, nacional.
El locutor está asistido por un coplista campero que, con su guitarra, ameniza el evento y los tiempos que se generan entre una monta y otra mientras los tropilleros y ayudantes de campo acomodan a los potros en los palenques. Imposible que no exista algún bagual corcoveando, que se niegue a que lo aten al palenque antes de la monta.
“Estamos muy contentos con la respuesta de la gente. Nos emociona. Nos sobrepasó. Fue extraordinario. La primera fiesta (NdR: febrero de 2020, antes del inicio de la cuarentena obligatoria) tuvimos un marco buenísimo, de mil y pico de personas, pero hoy debe haber habido más de dos mil. El doble”, me cuenta Marcos Chiclana, organizador y coordinador del evento, ya cuando el sol se oculta y suenan las primeras cumbias de la banda del Muñeco Valdez.
“El broche del final de los potros salió muy bueno. Lo mismo las montas especiales: todo muy lindo y en familia”, agrega, ya cerrando, y acomoda su sombrero en un rostro que no puede disimular la alegría y el cansancio a sol de la jornada.
Pero es domingo. 21.30. Y fin de fiesta: el lunes a la vuelta de la esquina.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.