domingo, 5 de diciembre de 2021

La prehistoria del clásico platense


Hitos de la era amateur, con partidos no tan amistosos y una rivalidad que hoy encuentra a pinchas y triperos en el clásico 223 de su historia

La historia oficial empezó el domingo 27 de agosto de 1916 cuando por primera vez Estudiantes y Gimnasia se enfrentaron en un partido por el campeonato de primera división de la por entonces  Asociación Argentina de Football (AAF). Ganó Gimnasia 1 a 0 con un gol en contra del defensor albirrojo Ludovico Pastor. Pero hay que retroceder diez años en el tiempo para conocer la verdadera génesis.
Se sabe, el derby que enfrenta a los principales clubes de fútbol local nace de las ramas de un mismo árbol, de un tronco común a partir de un desprendimiento forzado por la situación. Corría 1905 y Gimnasia se vio obligado a liberar la denominada Plaza de Juegos Atléticos ubicada en 1 y 47, cuyos terrenos habían sido cedidos por el gobierno para la construcción de la Universidad Nacional de La Plata. Esto provocó un cisma entre los asociados, que se dividieron entre los que proponían salir a buscar un nuevo predio para instalar la cancha de fútbol y otros que se inclinaban por resignar las actividades deportivas y limitar la institución a la faceta social. En efecto, el segundo grupo impuso su parecer y llevó al club a abandonar la liga de fútbol. En tanto, el otro sector optó por la escisión y dio vida al Club Atlético Estudiantes, fundado el 4 de agosto de ese año.
Gimnasia sólo volvería a la práctica del deporte en 1915, cuando a raíz de un conflicto interno varios jugadores de Estudiantes abandonaron la institución para pasarse a las filas del Club Independencia. Poco tiempo después, esta institución terminaría fusionada con Gimnasia que, ese mismo año y en una campaña inigualable, consiguió el ascenso a primera división.
Así, entonces, llegamos al debut clásico del 27 de agosto de 1916: en la fecha 14 del campeonato, Gimnasia y Estudiantes se vieron las caras por primera vez. En el encuentro, arbitrado por Hugo Gronda, y disputado en el predio de 1 y 57, se enfrentaron viejos amigos y ex-compañeros con los colores trocados: en la escuadra gimnasista había cuatro ex Estudiantes: Emilio Fernández -el arquero récord que jugó en Argentina representando tanto a Gimnasia como a Estudiantes-, Ángel Bottaro, Diómedes Bernasconi y Américo Girotto. Por su parte, en el equipo albirrojo se alistó Edmundo Ferreiroa, el único jugador que tras un breve paso por el plantel de Gimnasia había decidido pegar la vuelta a Estudiantes.
Promediando el primer tiempo sobrevino el autogol de Ludovico Pastor. Algunos relatos de la época adjudicaron la desgracia a un percance: el zaguero había jugado con un par de botines prestados en el vestuario ya que al llegar a la cancha advirtió que había olvidado los suyos.

Un sport popular
Pero el Pincha se tomaría revancha rápidamente al ganar el primer amistoso programado para la temporada del ´17 -1-0 con un gol de Juan José Lamas, de penal- y el único choque pautado por el campeonato oficial, jugado el 1 de julio de ese año. Fue otra vez victoria albirroja, pero ahora con goleada (3-0) y un gol incluido de Américo Girotto, que la temporada anterior había vestido la casaca albiazul. El primer registro local de lo que con el tiempo se conoció como la "ley del ex". Los tripas no le perdonaban su vuelta a Estudiantes y hasta intentaron cobrarse el vuelto agrediéndolo en pleno partido.
Era tan alta la expectativa por el clásico que el fervor popular se mimetizaba, incluso, en las prácticas empresariales de los medios: el diario El Día puso pizarras fijas, en el frente del inmueble de diagonal 80, para dar “una información lo más precisa posible de las incidencias culminantes que nos transmitirán desde la cancha cada veinte minutos”. Un antecedente informativo que precedió a las transmisiones radiales de los partidos de fútbol.
Habían sido años, además, donde los que no tenían el mango para las entradas se las ingeniaban para ver el partido de trampa, trepando a los techos de los cuarteles de avenida 1, invadiendo las copas de los árboles linderos a la cancha y hasta los carros de los vendedores ambulantes. El pueblo se negaba a que intentaran “aristocratizar un sport evidentemente popular”, como decía la prensa de la época.

La tangana de 1917
En aquellos años fundacionales se gestó la rivalidad que llega hasta hoy, a pesar de que las hinchadas no puedan verse las caras en un mismo estadio. La pica iba en aumento y tuvo una raíz inquebrantable que se afirmaría en tierra el 16 de septiembre de 1917. Programado, en principio, para el 30 de agosto y a beneficio del Sportivo Platense, el segundo amistoso del ’17 -que, en efecto, era el cuarto enfrentamiento de la historia entre ambos -quedó trunco por unas semanas. Pero ambas instituciones se pusieron de acuerdo, finalmente, y celebraron la brega postergada a beneficio del Centro de Cronistas.
La cancha, otra vez, lució atiborrada: ambas graderías, la platea oficial y el rastel que circundaba la cancha de calle 1, colmadas de gente de ambos bandos con sus clásicos sombreros. Fue la tarde en que se pusieron en juego doce medallas de oro donadas por el interventor de la Provincia, José Luis Cantilo, quien debía entregarlas en persona al final del juego.
Sin embargo la condecoración quedó en eso, en apenas una idea. La motivada rivalidad por los enfrentamientos en cancha entre los viejos compañeros de equipo trepó al excelso aquella tarde. Y todo se resumió en una escena de pujilato. Ovidio Duarte Indart, el goalkeeper pincha, descolgó un tiro de Capparelli. Tomó la pelota e hizo un firulete en el aire buscando la reacción de Roberto Felices. Enojado por la gastada, el delantero tripero intentó robársela, con más fuerza y vehemencia que la habitual. Indart, rápido para el llamado, no se quedó atrás: despejó la pelota y resolvió el entrevero con una trompada a la mandíbula que desmayó a Felices.
La batalla seguiría adentro y afuera del predio: mientras los jugadores discutían y amagaban seguir la trifulca con el partido ya suspendido, los hinchas entraron a la cancha, rompieron las barandas de contención -aún no existía el alambrado olímpico-, arrancaron las redes de los arcos y quemaron varios escalones de las pequeñas gradas. Tal fue la magnitud de la tangana entre las hinchadas, que hasta hubo una guardia policial de vigilia durante toda la noche, en 1 y 55, para evitar más incidentes.
La Comisión Directiva de Gimnasia condenó a Estudiantes “con una manifestación de desagrado” por el comportamiento de su público y a su arquero, Duarte Indart, inhibiéndolo para mantener “relación alguna con la institución”. Estudiantes resolvió, al unísono, cortar relaciones con Gimnasia. Sería el último amistoso de confraternidad entre pinchas y triperos hasta 1948.
¿Las medallas? El Centro de Cronistas resolvió exhibir los premios -nunca adjudicados por la suspensión y el 0-0 final- en la tienda Gath & Chaves de la tradicional esquina de 7 y 50.

Un faltazo épico
La fecha inicial del torneo de Primera de 1919 pautaba por calendario un inusual nuevo enfrentamiento platense. Domingo 16 de marzo y, otra vez, en el field de Estudiantes. Hubiera sido el último enfrentamiento entre ambos. Luego los albirrojos se desafiliarían de la AAF, para sumarse, en 1924, a la disidente Asociación Amateurs de Football, en la que ya jugaba Gimnasia.
Hubiera sido porque al clásico le faltó el árbitro, ausente sin aviso. Las hipótesis más aventuradas vieron esa tarde al citado Piovano paseando sobre avenida 7; otros, en la estación de trenes de 1 y 44 con un delegado de Estudiantes que le habría insinuado la conveniencia de volverse para suspender el pleito; o que se había perdido entre las apuestas del hipódromo local. Chismes, dirían. Para muchos otros cronistas, los delegados de ambos clubes sabían de la posible ausencia del referee y, por eso, trataron de suspender el partido antes de la reacción enardecida de la multitud. Hubo hasta una idea de jugar con un juez local y de hacer el partido de forma amistosa. Tampoco lo lograron.
Lo cierto es que, en aquel 1919, no hubo clásico. Y  pasarían cinco años hasta un nuevo enfrentamiento entre pinchas y triperos.
El árbitro, va de suyo, jamás llegó…

El gol olímpico que no fue
La historia no oficial, en tanto, confirma que el delantero de Gimnasia, Luis Rimassa, se adelantó en el tiempo al famoso wing quemero Cesáreo Onzari. Había sido el que quedó en la leyenda como autor del primer gol olímpico de la historia, en octubre de 1924 en el marco de un Argentina-Uruguay.
El 15 de junio de 1924, por la novena fecha del campeonato, Estudiantes y Gimnasia volvían a la tradicional lidia tras el impasse de seis años por el quiebre de la asociación oficial -la hoy AFA- que bifurcó a los equipos platenses por distintos caminos. Se jugaban 40 del primer tiempo cuando Rimassa pateó un córner quirúrgico, combado e inusual con la otrora pelota de tiento, que penetró en el arco sin que Bologna, el arquero de Estudiantes, pudiera desviar la pelota. Tampoco hacía falta: el árbitro, Enrique Diez, anuló el gol de inmediato, como marcaba el reglamento. El intenso partido terminaría igualado 1-1.
Pero la Internacional Board había producido una trascendente modificación reglamentaria antes de ese clásico: los tiros de esquina dejaban de ser indirectos, siendo válido, a partir de ese momento, el gol convertido en forma directa por un remate desde el córner.
En Argentina nadie sospechaba ni tenía notificación del cambio de normativa; tampoco el árbitro y menos aún Rimassa. La noticia de la variante reglamentaria llegó semanas después y Onzari aún tiene los lauros de la historia que le corresponderían al delantero de Gimnasia.

Bajo "Ley Marcial"
Lo más ilustre del fútbol argentino se podía resumir, hacia el final de la década del ’20, en un rectángulo de juego donde se disputó un clásico de La Plata. De un lado, la histórica línea delantera pincha de “Los Profesores” -Lauri, Scopelli, Zozaya, Ferreira y Guaita-, Armando Nery o el destacado centro-half, Francisco Pérez Escalá. Los triperos, con otros internacionales, como el goleador Morgada, Pancho Varallo o José María Minella, el marplatense de trascedente campaña en el Lobo, River y en el Seleccionado.
El último choque de la era amateur, en 1930, tuvo cinco goles y todos en el primer tiempo: cuatro rojiblancos y uno albiazul; también una doble suspensión: la del 31 de agosto, por la exactitud del match con la fiera tormenta de “Santa Rosa”, que obligó a postergar los partidos de la zona metropolitana; y la del 6 de septiembre, por el golpe militar del general nacionalista ultracatólico, José Uriburu, contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen.
Pudo haber existido una tercera, dispuesta por la jefatura policial de la Provincia, por entender el organismo que no contaba con los efectivos necesarios “para asegurar el orden”. Pero hubo acuerdo entre la fuerza y los directivos de ambos clubes, veinticuatro horas antes: el partido se jugaría bajo “Ley Marcial” el 14 de septiembre de 1930.
“El cuerpo encargado de asegurar el orden comunicó más tarde al Club Atlético Estudiantes que las medidas tomadas para asegurar el orden estaban comprendidas dentro de la Ley Marcial, prohibiéndose en forma absoluta la portación de armas y que los concurrentes serían revisados antes de entrar al field. Como pueden advertir los aficionados, es innecesario recordarles la severidad de tales disposiciones y la necesidad de conservarse dentro de una absoluta corrección”, se leería en los diarios de aquella época.
Estudiantes y Gimnasia, mens sanas y pinchas, reescriben la historia, 105 años después del primero de todos. El partido número 223 -entre oficiales y amistosos- en el que se cruzarán los tradicionales rivales, con el mismo fervor de sus tiempos fundacionales. 

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en Begum 0221.