martes, 17 de julio de 2018

Nolo supo

Quizás fue en su imaginación o en los libros enciclopédicos que alguno de sus descendientes le leyeron. Esos tomos que se imprimían en alardes bibliotecas y hoy se fuerzan por entrar en algún "hilo" de Twitter.
Hay algo que la historia contó, igualmente, matriz de verdad durante tantas décadas y que hoy podemos saber que jamás sucedió; que fue solo imaginación o un suceso que se esgrimió como sentencia de fuerza del relato oral del que ya no quedan testigos.
Pero Nolo no lo supo nunca.
Decía él, Nolo, que no lo supieron entender, que pocos podían usufrurtuar el orgullo deportivo de ser jefe de grupo y llegar a las instancias finales de dos torneos mundiales con los bravos uruguayos. "Los de antes, eh", vociferaba. Los que contaban a favor cada choque contra algún combinado europeo. "Estos de ahora pierden uno cada dos", se mufaba.
No lo supo nunca, Nolo, que aquel barco que debía devolverlo a Montevideo para jugar las rondas finales del primer Mundial, jamás anclaría en destino. En su destino. Fue una creencia que él alimentó como mito; o una pesadilla de la que nunca quiso saber el irremediable final.
Y los uruguayos lo sabían.
Sabían, aquel invierno de 1930, que las clases no podían ser suspendidas en Argentina aún la exigencia fuera a pedido del mayor símbolo del Seleccionado de aquel país. Y conocían, también, el ímpetu del Nolo, que por ninguna circunstancia iba a dejar de rendir esa prueba de la carrera de
Escribanía por la que tanto esfuerzo llevaba traducido en tiempo, a la par de su Selección y los partidos en Estudiantes de La Plata.
Ni tener la cinta de capitán del equipo de fútbol de su país en la primera Copa del Mundo, iba a torcer la decisión: debía viajar a rendir aquel examen, desde Montevideo a Buenos Aires, en plena competencia. Y, por consiguiente, perderse el partido de primera ronda contra México.
La confianza que había en el plantel de los criollos argentinos de que, hasta la segura final con Uruguay, el camino estaba allanado por la inferioridad de los rivales, hizo el resto.
Y los uruguayos lo sabían.
El vapor de la Carrera era la única vía de comunicación de ambos países a través del Río de La Plata. Los viajes se hacían de noche y duraban algo de diez horas, entre una capital y otra de cada lado de la orilla, entre orquestas y tragos que amenizaban el traslado.
El Nolo embarcó a Buenos Aires con pasaje de regreso previo a la semifinal, que Argentina sortearía por seis goles ante los norteamericanos.
Pero Ferreira jamás llegó. La historia contó cómo un crack del fútbol mundial aprobó un examen de Escribanía mientras disputaba un Mundial. Y nunca legisló sobre el suceso ineludible de aquella Copa del Mundo: el plan perfecto de los delegados uruguayos para suspender, por un sorpresivo paro por tiempo indeterminado de los maquinistas portuarios, el servicio del Vapor de la Carrera.
Ferreira, el famoso Nolo, no lo supo nunca. Jamás jugó aquella histórica final de argentinos y uruguayos en el recién estrenado Estadio Centenario, en la que Argentina no tuvo a su as de espada y capitán. Y Uruguay levantó la copa.
El plan uruguayo había funcionado a la perfección, como si un Messi de hoy volara de Moscú a Buenos Aires para aprobar un examen, la inteligencia rusa hiciera lo suyo y el crack del Barsa se ausentara de una moderna final del Mundo entre argentinos y rusos.
Eso que la historia, cómplice y determinante, jamás dijo que sucedió hace 88 años en un lejano país, lejano del centro del mundo, entre rivales y hermanos.