viernes, 29 de agosto de 2014

Conurbano


Aún recurriendo al facilismo de "googlear" el nombre del libro, su autora y algún que otro dato, pocas son las críticas escritas sobre la historia en cuestión. Y todas se vuelcan insistiendo sobre el lugar común: los prejuicios sobre una autora ganadora del "Emecé" y el precio de saldo de la novela, instancia repetida en el mercado masivo de la literatura.
Después, se sabe, todo lo que venga será lectura: uno y el libro, nosotros y la historia, la implicancia con el devenir de la trama y las vivencias de personajes que, en este caso, fuerzan unidad en esteteotipos, a veces necesarios, dentro de una barriada del Gran Buenos Aires.
Entonces hay un momento en el que se aproxima el cierre del círculo, cien veinte páginas más adelante: "A veces pasan cosas así. Es sólo un instante en que todo cambia sin explicación. No son cambios que duren pero ilusionan en que todo va a empezar a andar mejor", incita la autora.
Un reencuentro, una noche de Reyes entre copas que parecía olvidada en la cotidianeidad de Turdera para Laura y Germán, el breve goce, la escapada a la Costa que se presume iniciática para la pareja, poco más; el enojo de Germán, su caminata en madrugada buscando la soledad de los bares, la ceguera inocente de Laura que prefiere oler insomnio en los gestos de una relación terminada...
Como se sospecha, la trama vuelve a los otros personajes. La autora invita a inferir el futuro de lo que omite con la facilidad de desentenderse en el nudo de la trama, cuando más actitud demandaba; y Laura y Germán, a mitad de camino. Poco y nada.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Despedida, dolor dulce


Lo que queda es el rito ese del final, que apenas asomaba como una mueca más del “principio del fin” que amagaba el Indio (bardo mediante) desde los Villa María de la curva final de los '90. Pero fue Córdoba el último: el ahora “viejo Chateau”, 40 mil tipos que hoy se antojan la nada con los encuentros del espectáculo y el Indio de la posmasividad solista, y “Un ángel para tu soledad” como último acorde, anticipando lo que estaba al caer; la soledad que los ricoteros tradujeron en el grito de guerra que ancló con Skay en Mar del Plata al otro año: “Sólo les pido que se vuelvan a juntar”.
Pero no se juntaron. Y está bien. Y lo compartimos entre muchos: colegas, amigos y hasta conspicuos redondos. La historia del grupo se refleja perfecta y el eventual retorno no sería más que otro callejón sin salida.
Más de uno guarda aún el recorte del “Sí” que anunciaba a Los Redondos tocando en Santa Fe en el diciembre que después se grabaría en el 19 y 20. El anticipo que quedó en eso. Días antes, el Indio, Skay y la Negra Poli firmaban una carta que ofrecían en exclusiva, y en tapa, a la revista La García (el mejor “refugio” en medios gráficos que la banda encontró en su último traspaso generacional) para contar que “la situación del país” obligaba a cancelar el show previsto para aquel diciembre. Aunque los excedía el país, claro. No es difícil oler, tanto nervio después bajo el melodrama, que la cocina del “año sabático” anunciado y la definitiva separación ya se sentía a punto hervor.
El recorte/afiche no es el único tesoro que aún queda de aquella parábola Córdoba/Santa Fe de cuatro meses; los “piratas” lo fueron y lo siguen siendo para cualquier redondo con años encima (Paladium, Stud, el Cemento con Prodan, Barco María, los Obras, los inéditos de las noches de escape en el Go! marplatense: infinitos) y batallas de días descolgados. El de ese Córdoba 2001 guarda uno casi único. “Cómo la están pasando”, pregunta Solari entre tema y tema. Para la respuesta, mejor auriculares y el “pirata” al mango hoy a la mano en YouTube. Lo sinceran de abajo: “Una cagada, Indio: no venden vino en la villa”.

Todo muy celoso, de antemano se sabía que prohibirían vender cerveza, fernet y lo que venga cerca del Estadio. Venta, no. Alcohol, sí. Y mucho. El bondi que fletó Leo en 48 casi 13 se cargó el viernes temprano. Salimos con demora de ahí mismo, sobre la vereda del Consulado italiano en La Plata. En el pasillo, después de la primera doble fila donde más de uno ya roncaba de la caravana del mediodía, se estacionaban cuatro heladeras repletas que debíamos ir saltando simulando una rayuela para llegar al fondo. La cafetera, sobre la puerta del baño, no tenía café ni agua; olía uvas. Los del fondo habían hecho el imaginable trasplante.
Varios todavía pedimos la captura de Leo. Despojado de interés en Los Redondos, organizó un almuerzo “a la canasta” en un descanso entre Rosario y Córdoba para sumar en la caja final. El cuelgue y la siesta casi nos deja sin nada: llegamos a la puerta del Chateau una hora antes, con la avanzada de la policía en pleno auge.
Para los que la evitaron, hubo un recital: el festejado arranque a puro saxo con “Golpe de suerte” (Unos pocos peligros sensatos); mucho Momo Sampler por ser el último CD editado; y los históricos al final: “Juguetes perdidos”, “Preso en mi ciudad”, “Noticias de ayer” y “Jijiji”, que no coronó la noche. Se sabía. No eran ni venían tiempos de sonrisas duras.

* Publicado en la edición de agosto de Revista Mascaró.
 

sábado, 2 de agosto de 2014

Oler a tigre


Alguna mente afriebrada en ricota sabrá bien la fecha, que para mi no sale de 1999 y 2000. Ya había internet, existía una página bien de culto (patriciorey.com) que permitía no extrañar las recorridas desde el 1000 de Corrientes a la caza de Pelo's y Generaciones X, los correos se mandaban por cuentas como Uol o Topmail, pero ni por asomo las dinámicas audiovisuales que todavía se hegemonizaban en la tele de cualquier comedor o living. Y, entonces, en ese '99 o 2000, una agrupación de Bellas Artes presentaba no sé qué carajo para las elecciones con un gancho en la convocatoria: podíamos ver "ese recital que había hecho el Mono" cuando Los Redó' todavía tocaban en La Plata. Y fuimos, y nos preparamos, y llegamos tempranísimo para que nada, ni nadie, pudiera afectar e intervenir los nervios durante los 30 y pico de minutos que estaban al caer. Esos minutos, que serían horas para nosotros, que encima colgaban yapa: el detrás de escena de Grafikar para el montaje de la navajita de "Ultimo bondi" y los amuletos de "Momo". Ya no hace falta hacer la cola en La Vitrola.