martes, 15 de marzo de 2011

¡David, andate ya!


Cito a Emebé sin permiso

Para los que vieron Malajunta de Alivertimeaburrís, recordarán el tramo de entrevista en que David Viñas hablaba del exilio (o el no-exilio en este caso). No recuerdo textual, pero decía que no se podía ir. "Yo no soy argentino, soy porteño. Y si me apurás, te digo que ni siquiera soy porteño, soy de la esquina de San Juan y Boedo". Y recordaba "las recomendaciones de mis amigos, que me decían '¡andate ya! ¡David, andate ya!'"
Y se fue...

PD: Debe haber sido, ésta, la última entrevista que le publicaron; en la Ñ de Clarín, bajo la sugestiva recomendación del Grupo: "Un intelectual no puede ser oficialista". Y, acá, la mordaz -pero no por corrosiva, ingeniosa, cruda como el que homenajea- despedida de Asís.

lunes, 7 de marzo de 2011

Historia de un imeil para un amigo


De ese lado, ellos. Que son ellos un sábado, un domingo, un día de semana de esos que pueda jugarse algún postergado. Porque, mirá, la ciudad hace que lo compartamos todo. Y de eso no escapan ni los colores ni los amigos.
Ellos, los que como tantos a principios de siglo tuvieron milicos y curas entre los fundadores; dogmáticos, tipos de pistola y armas levantar, el ejemplo para “la alta”. Por eso lo de la esgrima, el cuerpo sano y los floretes, y nada de conversos pibes populares con ideas foráneas. Después los cuadernos en el tiempo quisieron interpretar otra página: la de los frigoríficos, la inmigración y una supuesta mutación de valores e ideales de una vereda a la otra. Humos.
De este lado, al frente, los que resistieron; los que por mandato de la historia se opusieron, vehementes, lacónicos: la generación que rompió con esos padres de olores conservadores que ya no los representaban para hacer una ciudad de fútbol, con un club de fútbol; para eso, ni más ni menos, y rumbear a los gustos deportivos y populares de antaño.
De ahí será –caprichoso: virtuoso para unos, fatídico para otros y cuentan los años- que eso que mencionan con la certeza de lo que nada explica (el destino) puso las trascendencias futboleras en el rincón de los bastones que homenajean a los primeros campeones del fútbol nuestro.
¡Si hasta vos sabés que llegaste a mi tierra para espiar qué era eso de la gloria! ¿O no fue recién en el ’24 cuando asomaste por ese lugar que colonizamos en 1907 y coronamos meses después? Ese año en el que vos apenas si aprendías a inflar pelotas y nosotros ensayábamos las vueltas que nos espiaste siempre, como esos nenes que miran con admiración al hermano mayor; esa y todas las que vendrían. Y mirá que fueron muchas…
Y como te vuelvo a cruzar, te cuento. Te cuento que una vez hice de local en tu casa, mucho antes del Estadio, cuando me diste tu cabecera un día de semana; o la tarde que hicimos tres y te llamaba, te decía, “vení, hermano, quedate, si compartimos hasta la cuadra”, y vos hiciste de la deserción la postal de la sombra. Y no me lo contaron. Si estaba ahí, viendo correr el aire de verano entre los tablones vacíos, mientras adentro gritaba un tipo de rulos, y un Pelado que después contó hasta siete se abrazaba con amigos al lado mío, sí, al lado mío, con el sol de frente, en el lateral de calle 60.
Hubo… no me acuerdo de todos aunque duerma con canas. Pero los asumo con revistas, videos, el cuento de sobremesa de algún amigo o familiar.
Porqué, mirá, los siete son un mojón. Enorme, único, irrepetible: lo sabés. Tanto que hasta hubo un tipo de negro que pensó en vos -lo repito porque ese día me dabas la espalda en silencio y a los padres no se los desprecia- y lo terminó un rato antes. Mirá: hasta un flaco alto, rubio, con raya al medio cruzada, iba y venía, aburrido el hombre, queriendo adelantar relojes.
Te decía de la goleada. Esa, mirá, es… qué se yo: la gente, las cámaras... nunca te noté tan dolorido como ese octubre. Pero, ¿y las del ’32 y el ’48?. O cuando metieron casi siete pero en tu casa, tiempito después de la olímpica en el Gasómetro. Ni los campeones de todo quisieron ser menos y también te mostraron cinco al hilo una tarde, en el ’71.
Porque hay cosas que me ponen tímido, que contártelas parecen de tipo fanfarrón… pero… trato que me entiendas… te aprecio y nos necesitamos, que entiendas la distancia... los siete partidos... uno en cinco años. Otros me dieron un cuaderno con fotos del día que quisimos apiadarnos, te jugamos en Lanús (ese del ’45) y ni así pudiste evitar que viéramos como volvías al lugar de segunda que más cómodo te queda. O cuando pensaste, ingenuo, que 57 y 1 te tenía reservada una vuelta…
Porque, mirá, yo quise explicarte que la razón es otra cosa y que los fundamentos tienen que comprobarse, viste -un amigo en común le dice base empírica-, no sea cosa que tengas que seguir creyendo que un grito aislado puede mover una ciudad como dijo un edificio de diagonal 80. No sea cosa que tengas que convencerte que la gloria no es tu fuerte. Por eso, acá estoy de nuevo y te doy la mano. Te la di hace 65 años, cuando tropezaste y quedaste debajo mío; para siempre; desde que nos vemos la jeta pelotazos de por medio y te dije "juguemos".
¿Qué más podés pedir?