domingo, 27 de diciembre de 2015

De Segunda


La mitad exacta y un puñado de meses más de la década del '40 del otro siglo, sintetizó la bisagra política más trascendente; del siglo XX, sin dudas; hoy, diciembre de 2015, más vigente que nunca.
En fútbol, todo era "más de lo mismo" y el monopolio de los "cinco más grandes" se había convertido en un anodino trámite de reparto de ganancias de los "dos más grandes" de aquellos cinco: Boca y River se habían repartido, hasta el quiebre del San Lorenzo del '46, todos los títulos oficiales de Primera División de esa década.
Nada nuevo. Para los "otros", los llamados "no grandes", la cosecha en forma de estrella se reducía a alguna copa nacional discontinuada, no regular, que la AFA organizaba cada vez que a algún "iluminado" se le ocurría ampliar el calendario para no dejar sin competencia a los equipos. Así, hubo premio consuelo para Huracán, Estudiantes o Newell's, ganando alguna edición de la Copa Escobar; o el Campeonato de la República, el antecedente federal de la actual Copa Argentina, que también coronó al Pincha y al impensado San Martín de Tucumán, uno de los pocos campeones argentos de "tierra adentro".
La última fecha del torneo del '45 tuvo un desenlace inédito que jamás se repetiría para el clásico de La Plata: Estudiantes y Gimnasia frente a frente en cancha de Lanús -obligados los pinchas a salir de su estadio por tenerlo suspendido- con la posibilidad, más real que concreta, de que el Lobo descendiera justo frente al rival de siempre en ese domingo final de principios de diciembre. Necesita al menos empatar y esperar los resultados de Chacarita y Ferro para llegar a un desempate. Los triperos empezaron arriba y nadie dudó, ahí, de lo que se especulaba con tanto clamor en la prensa y en el día a día de las calles platenses la semana previa: que el Pincha tendría una actitud "contemplativa", por afinidad institucional, por amistad entre varios de los jugadores de los planteles, para darle una mano al vecino de barrio y evitar su peregrinación a la "B".
La ilusión duró menos que los minutos reglamentarios del primer tiempo. Gagliardo, Pelegrina y compañía se portaron impiadosos, metieron tres, pudieron ser más, y ratificaron la diferencia entre unos y otros que mandaba la tabla.
La derrota contra Estudiantes sentenció el descenso de Gimnasia; por única vez, mano a mano y en un clásico. Quizás, hoy, con la trascendencia que la historia y el tiempo se encargan de tamizar.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Carrefour

La excusa moderna de los milicos fue el comienzo de un "reordenamiento urbano" general para abrir dos calles que atravesaban los terrenos del Viejo Gasómetro; y, más falaz aún, la necesidad de que varios clubes porteños (Vélez, Huracán, el mismo San Lorenzo) se acomodaran a los "nuevos tiempos" y comenzaran a compartir sus canchas para luego utilizar los terrenos (ya vacíos de fútbol) con fines sociales o comerciales.
No hacía falta mucho más: un decreto de expropiación para sacar a San Lorenzo del barrio de Boedo y armar una sociedad fantasma para beneficiar a los amigos civiles de los genocidas de turno, que años después le venderían esas manzanas pensadas para "uso social y comercial" a la empresa francesa, Carrefour, para enhebrar un negociado millonario para unos poquitos.
Ocultas, las verdadaras explicaciones: la vinculación de sectores de la hinchada azulgrana (como los "quemeros" vecinos de Parque Patricios) con Montoneros; y que aquel "Wembley porteño" de Avenida La Plata (escenario de históricos partidos del Seleccionado en la primera mitad del siglo XX, como un Monumental actual) fuera el espacio privilegiado que, en plena dictadura, las Madres de Plaza de Mayo apropiaron para hacer una de sus primeras apariciones públicas.
Boedo, la "restitución histórica", los cuervos vuelven a su cueva...
Justicia. Chapeau.

martes, 15 de diciembre de 2015

Minutero de Viaje


Marielitos
“Mira, Yico… si después al tiempo empezó a aparecer por la costa lo que quedaba, nomás, de los que no habían podido llegar del otro lado…”.
Llevamos (¿cuánto?: ¿diez, quince minutos?) de amistad con Alejandro. Así es acá: cordialidad y sociabilidad por sobre de todo. Los cinco del grupo que nos quedamos estamos sobre la dársena de salida al aeropuerto que desemboca en la estrecha avenida que bifurcacon el distribuidor de acceso a La Habana. Sobre la izquierda se estacionan los taxis “oficiales”, mayormente amarillos y negros. Se mezclan con los “boteros”, los Mercury y Chevrolet de la primera yema de los tiempos revolucionariosque, hoy reciclados con motores de automotrices orientales,sirven servicios alternativos de transporte. Uno de esos gestiona la familia de Alejandro.
El silencio de la madrugada, en esa zona alejada del centro histórico, permite notar los cuchicheosde las charlas de alrededor: los dos empleados del “rentacar” ya sin clientes; la joven de una de las dos casas de cambio que los turistas abordan, sin excepción, apenas pisan Cuba; y los “boteros”, los choferes particulares que “parquean” sobre el ingreso al aeropuerto y se autohabilitan las dársenas, debajo de la arboleda de palmeras, para subir pasajeros sin interferir con el servicio de los taxis oficiales.
Andar “boteando”, manejar un bote americano de los ’50, es uno de los tantos “rebusques” de los cubanos para llegar al peso convertible que se dinamiza con el ingreso del turismo en la Isla: el “cuc”, el equivalente del euro y el dólar norteamericano. Es uno de los laburos de Alejandro y el padre. Mientras su hijo ficha turistas pasajeros que serán momentáneamente “amigos invitados” en territorio cubano para lidiar con el control oficial del aeropuerto, su viejo, ese hombre de espíritu adolescente envidiable, maneja el auto hasta el Hotel Tritón de La Habana, donde nos hospedaremos hasta el sábado.
Alejandro se sentará durante toda la charla en cuclillas, casi delatando el estado de ansiedad de los cubanos que trabajan del y para los extranjeros. La charla se cortaráantes de que subamos al taxi del padre, después de hora y pico, cuando vuelve al principio de todo y hace un intento por imaginar aquel día de “Mariel”; ese “permiso” efímero de la Revolución para salir de la Isla a todo aquel que lo quisiera.
“No son 90 millas, mira: hoy, al primer cabo para quedarse hay menos de 50 y ya ahí puedes ser visto con las balizas y te pueden llevar hasta la costa del otro lado”, dice Alejandro. La costa, ese “otro lado”, Norteamérica. Dice que ya ni piensa en eso y, uno cree, en realidad, que jamás lo pensó como posibilidad cierta y que es apenas un argumento para seguir la charla con los ocasionales amigos argentinos: exhibe con orgullo su título intermedio de ingeniero, mantiene una familia y espera al padre para terminar el viaje que le dejará los 50 convertibles en dólares por apenas dos horas de trabajo.
Eso que le dicen: “el rebusque”.


Mundo paralelo
Las mañanas son al “desayuno caribeño”. Así lo venden los dos o tres carteles, escasos y casi invisibles, que cuelgan en el ingreso del salón donde también se puede cenar desde las siete de la tarde. El almuerzo en la Isla, parece, es nada más que una costumbre de latinos latitud argentina. Y un adhesivo plotea los vidrios en la puerta de entrada: “Aquí se sirve…”.
Los exhibidores de comida forman un semicírculo que uno camina al entrar, de izquierda a derecha, por delante de las mesas que están en un contiguo salón imaginario sin que ninguna pared los separe; sólo unos largos muebles con base de madera y sus manteles decorativos.
Melón, ananá, banana, jugo, panes salados, huevos revueltos o fritos, panqueques para rellenar con ensaladas o salchichas ahumadas, se combinan con las clásicas facturas dulces o el café fuerte, como se lo toma en todo el Caribe. El café se ofrece en una vieja maquinita expendedora, que mezcla el chocolate, el café con leche y el agua caliente, para un eventual té o, en nuestro caso, el mate.
Pasó el lunes, pasó el martes, también el miércoles. Nos acostumbramos al aroma oscuro del agua para mate con esa inevitable y ya bienvenida pérdida del café de la máquina, que hace que, a la distancia, la Rosamonte que trajimos de Argentina tenga algo más de sabor.
“Mejor, si ahora allá los chinos la venden cada vez más seca”, promulgó alguien en una de esas tantas mañanas.
Tenía razón. Le pusimos “matefé”.



Res

Una de las tantas cosas es esa propensión del cubano a iniciar un camino casi detectivesco sobre los modos y usos de "la carne de res", cada vez que uno le confirma que, sí, que es argentino, y la pregunta al inicio del diálogo se hace inevitable por apariencia, gestos y lenguaje.
Lo mismo en ese último viaje de vuelta hacia La Habana, iniciático para descubrir las interminables formas que muta el ser humano para autoregularse lo que, en apariencia, no está permitido o, directamente, puede estar prohibido sin ejercicio a la queja.
Carlos me subió en el cruce de Santa Clara. Manejaba una camioneta negra de los '80, cargada de cajas y botellas. No me llevó a dedo ni tampoco lo buscaba. Pero era la manera más rápida para llegar evitando los colectivos del Viazul con turistas. Esos que se consolidan, para los poco inquietos, como la única forma de trasladarse de oeste a este: en Cuba, una ley obliga a todo particular que circula por rutas nacionales a llevar personas que esperan transporte. Un agente los frena y el conductor accede. Es obligatorio. Y sin costo; o cómo maximizar los recursos del Estado, que son los de todos; la nafta, también.
Las botellas, me cuenta, las venderá en un par de mercados durante la semana de estadía en La Habana. Un rebusque más de los tantos cuentapropistas autorizados por el Estado que se las ingenian para sumar dinero al poco peso del sueldo, en valores convertibles, por su puesto de ingeniero civil en lo que sería un equivalente a Vialidad Nacional local.
Por la mitad del camino, me señala unas matas.
"¿Ves los pastos altos?".
Respondo que sí, casi obligado por cordialidad a seguir una conversación que desde la misma pregunta parecía no tener rumbo.
"Siempre muuuy a título personal...", sonríe sin perder el humor del día a día. Sostiene el volante con la derecha, gira la cabeza y me mira: "... los administradores de los campos las usan para esconder a la vaca grande cuando está por tener cría. Cuando el ternero nace, matan a la madre y lo crían escondido ahí mismo entre los pastos. Cuando está un poco crecida y los controles del ministerio hacen el recuento de cabezas, finca por finca, no van a poder notar la diferencia. Pero ya se comieron la vaca".
Y ríe de nuevo: "Ustedes comen la res casi todos los días. Acá te pueden dar casi tantos años como al matar a un tipo. Siempre muuuy a título personal esto que digo".

lunes, 14 de diciembre de 2015

Wikipedia

Se había ganado la copa, esa lata por maltrato externo que se subía a la sede de los campeones de calle 53 por cuarta vez en la historia. Nos convocaban a un asado del mítico "Antifierr*" en City Bell. Habían hablado, se decía, de una sorpresa para todos. Uno imaginaba: "Naaa, nada que ver... viene el Chapu, el Chavo, alguno, a firmar autógrafos; algo así..."
Iniciada la tarde, con los bebestibles aún sin consumar y la comida en trance, se acerca una camioneta a la quinta de la misa. Tocan timbren. Bajan dos personas. Llevaban un decorado en la mano; en ambas, por lo pesada que era. Tenía la forma y el volumen de la que días antes habían levantado Verón y compañía en el Mineirao. Era esa: no había dudas.
Sin embargo, mirá, y todavía lo pienso, no me conmovió tanto levantar la copa, fotografiarla o tenerla al alcance de la mano en un simple asado de hinchas del "Antifierr*". Un privilegio de pocos, para ese acotado ámbito de fugaces cofradías. Todavía me mueve ese diálogo ingenuo para ambos, antes de las fotos y de acomodarse para dejar el retrato eterno, cuando la expectativa iba en aumento y el muñeco decorativo de la Copa no precisaba de La Gotita entre la base y la pelotita de arriba.
- ¿Vos no serás el Patricio Lorente de Wikipedia, no?: el que me da una mano con la edición del artículo de Estudiantes...
Le dije.
- ¿Y vos no serás el que lo edita y actualiza: CazadorOculto?
Me dijo.
Nos separaban dos "nicks" de editores anónimos que se hicieron visibles aquel día del asado y la Copa. Estábamos en el mismo lugar, sin saberlo, conociéndonos.
Aún, hoy, seis años después.