domingo, 9 de febrero de 2014

Olympique


Marsella es origen del Raval. Y, de seguro, para esa mayoría nocturna que practica la reincidencia, el barrio debería llevar el nombre del bar que sirve absenta hace casi dos siglos; el del letrero pintado en décadas que sugiere bailar en mute: "Prohibido cantar".
Dos leyendas, entre tantas, encubren el revés de la zona inmigrante -mitad Balvanera, mitad San Telmo, en patente porteña- en el límite justo entre el delito de sobrevivencia, la trampa y el producto de ciudad turística: el mito de "barrio chino" va de su condición de senda comercial de importados como baratija oriental, al arte punga de "chinar", con leves cortes de gilletes, las carteras de los estimulados turistas que buscaban extender la noche con la oferta y el susurro que asomaba de los cordones.
Pakistaníes, indios y marroquíes pueblan sus piezas y son la imagen de la (necesaria) contradicción de un sistema irreversible también en Barcelona: pueblan lo que la Comuna exhibe como gesto turístico; la excusa de una latente patriada de desalojo.
No muy tarde, once y pico, la rambla simula temporada de caza. Mientras los estudiantes y extranjeros se infieren por el asfalto, intentando ubicar el hostel que abonarán indefectiblemente con plástico en un español principiante, pibitas incómodas en antifaces de adultos, ojean, miran e insinúan una veloz compañía al idioma inglés.
Más cerca, padres o hermanos ofrecen cervezas en lata a precio vespertino. Las pastillas y polvos estimulantes aventuran poseerlos haciendo una indisimulable mueca, extendiendo la nariz hacia arriba a la vista del peatón sin distracción.