Marsella
es origen del Raval. Y, de seguro, para esa mayoría nocturna que
practica la reincidencia, el barrio debería llevar el nombre del bar que
sirve absenta hace casi dos siglos; el del letrero pintado en décadas
que sugiere bailar en mute: "Prohibido cantar".
Dos leyendas,
entre tantas, encubren el revés de la zona inmigrante -mitad Balvanera,
mitad San Telmo, en patente porteña- en el límite justo entre el delito
de sobrevivencia, la trampa y el producto de ciudad turística: el mito
de "barrio chino" va de su condición de senda comercial de importados
como baratija oriental, al arte punga de "chinar", con leves cortes de
gilletes, las carteras de los estimulados turistas que buscaban extender
la noche con la oferta y el susurro que asomaba de los cordones.
Pakistaníes, indios y marroquíes pueblan sus piezas y son la imagen de
la (necesaria) contradicción de un sistema irreversible también en Barcelona: pueblan lo que la Comuna
exhibe como gesto turístico; la excusa de una latente patriada de
desalojo.
No muy tarde, once y pico, la rambla simula temporada
de caza. Mientras los estudiantes y extranjeros se infieren por el
asfalto, intentando ubicar el hostel que
abonarán indefectiblemente con plástico en un español principiante, pibitas incómodas en antifaces
de adultos, ojean, miran e insinúan una veloz compañía al idioma inglés.
Más cerca, padres o hermanos ofrecen cervezas en lata a precio
vespertino. Las pastillas y polvos estimulantes aventuran poseerlos
haciendo una indisimulable mueca, extendiendo la nariz hacia arriba a la
vista del peatón sin distracción.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario