miércoles, 5 de enero de 2011

Escanlar, el de la Montevideo enchufada


Oí de él hace cinco años por uno de sus últimos cuentos, publicado en La Mano. Pero mejor que el cuento, lo que me quedó de aquella nota fue su escupida titulada "Montevideo Bizarro", una especie de manifiesto antibucólico de todo lo que el argentino espera encontrar del otro lado del río, esa Montevideo cándida, inocente, provinciana y con humores del hippismo más demodé de Polonio. Ese que, decía, o interpreto que decía porque nunca se lo oí gritar, iban a buscar las almas desenchufadas bienpensantes y comprometidas de Palermo y el correctismo argie de clase media en general.
Ahora, en estos tiempos de más que uno se fabrica en verano, leo contar la muerte de ese "pibe cabeza". Así lo homenajeó Martín Pérez en la nota de noviembre que encontré perdida entre la pila de Radares que se acumulan al costado del Aiwa. 48 años, nada más, los de este uruguayo que supo bajar del sacro cuanto toro mitificado quisiera poner los límites absolutos de lo bueno y lo malo, de lo "progre" y la barbarie, de la cultura de izquierda adquirida por herencia y lo políticamente incorrecto.
Su víctima predilecta pareció ser el intocable Mario Benedetti; recién amanecido y terminando una de sus habituales giras de noches demolidas, gordo, peludo, sin camisa, encaró el pupitre que le habían preparado al viejo oficinista en aquel Congreso de Casa de las Américas: “Cómo se atreve a aconsejar a los jóvenes si usted nunca lo fue. Usted cree que la vida se divide en blanco y negro, usted escribe puras mentiras”.

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"Gané un concurso de periodismo en Brecha y mirá que mezquindad: el primer premio lo declararon desierto. Me dieron la primera mención (...) No nos entendíamos. Querían que escribiera y pensara igual que ellos. Y yo leía la Cerdos & Peces.

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“Justo cuando dejé la facultad, el semanario Aquí publicó una entrevista a Benedetti donde decía no sé qué de los jóvenes, medio que los puteaba, decía que estaban en otra. Y yo, que había leído al viejo en libros forrados para que los milicos no supieran que lo leía, que me había emocionado con La tregua y con Montevideanos, esperaba que hubiera vuelto un poco más generoso con nosotros, con los pendejos que lo llegamos a adorar y no tuvimos más remedio que comérnosla acá y que tratábamos de conseguir todo lo que hacía en Buenos Aires, o con algún amigo que viajara a Europa. Me calentó esa soberbia de don Mario y escribí una carta diciendo todas las cosas que estaban haciendo los jóvenes y que los viejos ninguneaban desde revistas como Brecha, sobre todo.”

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“Estoy podrido. Cada vez que un diario o una revista argentina habla de Uruguay, lo hace con una mezcla de paternalismo y ternura, de piedad y buena onda (...) Primos del otro lado del río, están equivocados. Ese Uruguay de foto sepia y calma chicha que les vendemos y que ustedes, satisfechos y sonrientes, compran, ese Uruguay no existe (...) Pero si querés venir, vení. Montevideo Bizarro te espera con las luces apagadas. No vas a encontrar nada que no hayas visto allá, corregido y aumentado. Vas a encontrar, eso sí, un Uruguay más parecido a ustedes de lo que te gustaría. Más embarrado, más berreta. Y, también, más auténtico.”