martes, 28 de noviembre de 2006

Algunos caprichos acerca del goce y el placer

Dice Pablo Schanton, el mismo que reza por un rock + iconoclasta, citando a un crítico británico en la última "Mano": "Hay dos impulsos en el rock de hoy: uno, hacer sistemas; el otro, disolverlos. Uno es reforzar el ego y su dominio sobre el mundo; el otro es disipar el 'yo', borroneando las fronteras entre uno y el mundo".
Según explica, por un lado, el didactismo apretado del agit-pop, con el triunfo de la retórica sobre la forma y el contenido; la tiránica amplificación del "yo"; por el otro, aquellos que sospechan de las palabras, renuentes a pronunciarlas bien, ansiosos por ser hechizados y sucumbir a los sentimientos de dejarse llevar. Dos universos diferentes: el egocéntrico de definiciones rígidas; y el mundo de la ambigüedad, los matices y las contradicciones.
Al hablar del lugar del rock como cultura y como modelo para el crítico especializado, Schanton rescata la atmósfera de la "teoría académica" como influencia a la hora de "razonar" sobre la música, pensando al rock desde las dos veredas planteadas, por poco ambiguo que suene: la racionalidad egocéntrica, de un lado; y la embriaguez que disuelve el "yo" del otro.
En términos de Barthes, el primero, como aquel texto que produce placer, en tanto el artista sólo juega el rol de ratificar la cultura, el lenguaje y el ego; el segundo, como el texto del goce, aquel en el que el individuo busca desestabilizar la linealidad del enunciado y se inscribe en la realidad estéticamente, dando muerte al sentido para amplificarlo en infinidad de posibilidades y para reapropiarse de una vida que se resiste a ser representada, tan sólo por el deseo y la necesidad de actuar e intervenir.
Que no es otra cosa que la voluntad artística de criticar, perfilando la acción más que como un medio para... como un fin en sí mismo. La misma diferencia, en palabras de Esteban Rodríguez, entre el estilo y la estética, como la disyunción imperecedera entre la "repetición" del placer y el goce de la "irrupción"; que es esa incompatibilidad entre la experiencia de la intervención y la obra de arte, que representa y se vuelve descriptiva de lo que decidió afirmar, saber y sentir de memoria.
Bajándolo al llano y siguiendo a Rodríguez, en primer lugar, desde la dinámica del llamado "rock chabón", que se sumerge en el placer de lo "previsible y oportunista", congraciándose con esa hinchada que reclama la literalidad de su líder, sin querer saber que lo importante nunca se cuenta porque la historia está en lo sobreentendido y la ambigüedad, con esa tendencia a los lugares comunes propia de la cultura televisiva; en segundo, desde el goce artístico de la contradicción, de la ambigüedad y la infinidad de sentidos que el "pop elegante" le inscribió al rock argentino, desde Los Redondos, pasando por Virus, hasta afluir en bandas como los Babasónicos.
A lo que se aspira, ni más ni menos, es a lograr inscribirse críticamente en la realidad, alejándose de la banalidad que otorga la "idolatría letrada" que conlleva la amistad con la "opresión idelógica de los músicos", para pensar por uno mismo en tanto escape de una vida que se resiste a ser representada desde afuera, huyendo de la visión hegemónica de lo espectacular.
Como en la historia, como en el rock mismo, las categorías académicas, lejos de invalidarse unas a otras, se complementan: por eso el "hoy" del que nos habla Schanton para citar al crítico británico data... de 1988; porque siempre es hoy, y porque, después de todo, como dice García acerca de Charly, del rock y de sí mismo: "Todos los rockeros dicen que dejaron y no toman más. Bien. Yo más bien digo que recién empiezo".


Ver:
Estética Cruda (2003) y Contra el rock chabón (2005), de Esteban Rodríguez; y revista La Mano de noviembre.