sábado, 3 de noviembre de 2018

Bacci, el mito viviente


Setenta años del bodegón pizzero que en diagonal 79 casi 1 une a cuatro generaciones de platenses. La historia de la ciudad bien podría narrarse desde cualquiera de las anécdotas que atestiguan sus mesas

La leyenda que recae sobre la famosa Casa Bacci es tal que tiene tantos amantes como detractores. Y no está mal que ocurra, si de gustos y tipos de masa hablamos. Están los que dirán (arriesgo, una minoría) que la pizza jamás puede ser un bizcochuelo salado, en elocuente alusión a la conocida altura de esta icónica pizza platense; y los que no pueden resistir (apuesto, una mayoría) al gusto único de comerse una al corte de espinaca o muzza recargada, servida en una saturada barra de hombres al paso (taxistas, changarines, universitarios, glovers) con moscato e hielo.
Los mitos sobre Bacci, su historia y su presente, van y vienen más vivos que nunca. Porque si al local de diagonal 79 lo sobrevuela la necesaria nostalgia del paso de los años, apuntalada en una estética inamovible de luces blancas, botellas de vino ilegibles, cuadros oscurecidos de grasa y cartelería en desuso, no es menos cierto que su presente a local abarrotado de martes a domingo la hacen hoy, quizás, el espacio gastronómico con más comensales en el cuadrado platense.


Anécdotas, mitos: un simple googleo de un foráneo sobre Bacci, el que intenta siempre alguna data más para comer barato, lo llevará a dar con Barreda. Dice el cuento que, en esas mesas, una noche de noviembre de 1992, el múltiple femicida confesaba su cuádruple crimen ante la vista de un incrédulo abogado al que había convocado no sin moscato y muzzarellas.
Fundada a fines de los ’40, Bacci tuvo su primera versión y más conocida cuando maceraban la rentabilidad del verano platense transformando la pizzería en un exclusivo negocio de helados. Cuando sobrevolaban los primeros calores de diciembre, la barra principal perdía voluntariamente su tabla de madera, donde cruje cada porción, dejando ver los baldes de helado. Así, durante años, en tiempos donde el local aún ocupaba la mitad del espacio de hoy y era vecino de la célebre rotisería de los Palumbo, en el portal de entrada al barrio Mondongo.
Discusiones entre comensales, convivencia pacífica entre albirrojos y basureros -aunque por simbiosis histórica de sus viejos dueños siempre fue una pizzería más tripera que pincha- Bacci también encierra su lado B en tintas de afinidades políticas. Muchos militantes, universitarios, de base o cuadros formados, solían tener cierto privilegio del vip de la mesa del fondo, bien ocultos del resto, cuando el anonimato era la mejor manera de seguir en carrera por las diagonales de la ciudad en los años que antecedieron al tsunami de la dictadura. Mitos, leyendas, verdades…
Los mediodías suelen mostrar la cara más solitaria de Bacci, con esperada ausencia familiar y mucho tipo solo que deja correr el tiempo y los gestos melancólicos con la única compañía de una rústica frapera de aluminio y su vecino preferido, la botella de tinto o moscato que siempre indaga en el gesto cómplice del ocasional cliente sentado al lado.


Pero si el secreto es que, de izquierda a derecha o de amantes a detractores, Bacci tiene la exclusividad de ser una pizza única por volumen y tipo de masa (alta y de dos centímetros, sobre todo de noche cuando la fermentación descansa desde el mediodía), lo es mucho más por su precio y su carácter inexorablemente popular. Y no solo porque Julio, el de rulos, cuente tantos años como mozo del lugar como porciones ofrecidas sin cargo a los que pasan y piden sin temer un mango. Bacci es el refugio donde una familia no tipo, las de varios integrantes (las que abundan, tanto adentro como afuera en las noches del lugar), todavía pueden salir a comer afuera.
Padre y madre con cuatro hijos que pidan una muzzarella grande, otra especial de jamón, alguna gaseosa y unas cervezas o un moscato, no consumirán más de 700 pesos para el esforzado bolsillo del laburante de media baja.
Eso también la hace única: popular y cada vez más legendaria.

Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en Tuco.