lunes, 23 de mayo de 2016

Sin cortar


Tres micros salieron de La Vitrola de 6, repletos, después de las 7. Me tocó el último. Seis primeras horas de viaje que no pasaron de La Plata y Parque Pereyra.
El "Indio" era uno de los coordinadores; el que negoció en la seccional de Villalisa alguna forma de seguir adelante. Es que los pibe' tenían "todo pago" y había que llegar a Córdoba para "evitar quilombos". Habían encontrado en ese último bondi de la caravana de tres, algo (mucho) más que escabio.
Negociaron adentro: se bajan un par y siguen. Los que se quedaron, prometieron bardo y venganza, que no pasó de una graffiteada de despecho en la persiana del conocido refugio musical de los '90.
Nos soltaron después del mediodía. Quedaban 600 km y empezaba a las 9. Fue sin paradas y a ventanas abiertas: no más de siete horas, para llegar puntuales a las 8. Siete horas de TDK de 90 minutos sólo con Redondos, puestos una y otra vez cada vez que el lado B se transformaba en A.
Cuando llegamos al parque, ya no quedaba nada; sólo la banda: el quincho sin techo, las vallas tiradas, ningún policía ni boleteros, algunos (muchos) pibes de resaca con balazos de goma a flor de piel y las puertas del Anfiteatro abiertas para todos. El otro "Indio", el Solari, salió como nunca 15 antes de lo que marcaba la entrada, esa que después ya nadie te cortaba. Se soltó en el escenario, sólo él y los ricoteros, con el resto del grupo todavía guardado, creo que vestido de verde, enfocado por una aletargada luz (casi de memoria, titubeó: "Esto que pasó esta tarde no hace más que adelantar el final de este viaje y el fin de Los Redonditos...") a la que le siguió un silencio, de esos largos, uno más del principio del final que se olía a la vuelta de la esquina.