miércoles, 20 de mayo de 2015

Romper los dientes del engranaje



El primer muerto en una cancha durante el último Golpe Militar ocurrió en 57 y 1. Se llamaba Gregorio Noya y era hincha de Huracán. Fue herido en la espalda tras una represión en la calle y en las tribunas.

“Vayamos a la platea, mejor, cerca de los locales”.
Algo intuía Noya; jamás ese final. Se lo sugirió al hijo entre el típico almuerzo apurado de un domingo de otoño con fútbol y el viaje a La Plata.
El razonamiento conservaba algo de lógica paterna ineludible: había escuchado que ese 16 de mayo de 1976, los pinchas buscarían emboscar a los quemeros para quedarse con algún “trofeo”. Lo repitió, incluso, ya sentado en el tren que los dejaría en La Plata: que la barra del Globo estaba al tanto de todo y que era preferible evitar “quilombos”.
Pero los cruces no serían entre las hinchadas, ni siquiera como insinuación.
“Mejor, así. Entramos por otra puerta, sin la barra, y después salimos enseguida”, se convenció.
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Los pocos relatos que existen son coincidentes: la Juventud Peronista tenía más que buena simpatía con un sector de la hinchada de Huracán. Por eso planearon el viaje juntos y llegaron a La Plata en varios camiones. Se estaban por cumplir dos meses del Golpe de Estado y Montoneros, ya declarada “ilegal”, mantenía su clandestinidad desde septiembre de 1974.
En la previa del Ducó, la barra había acordado cómo sería el ingreso a la cancha y quiénes lo harían, esa vez, cuidando cada detalle de los bolsos con las banderas largas.
“Las blancas van acá, ¿ven?”, prepoteó uno. “Todas confundidas entre las rojas más finas”. Los tirantes de color se desplegarían antes de empezado el partido, sobre los paravalanchas.
Los que lo sabían conocían el dato desde mucho antes: los de la JP custodiarían y estarían a cargo esa tarde de todos los bolsos pesados. El eventual enfrentamiento entre las barras de ambos equipos sonó a coartada. 
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Con la breve excepción de la edición del lunes 17 de La Prensa, los medios gráficos publicaron, sin filtros, el parte que el gobierno militar difundió sobre “los episodios sucedidos en La Plata”; un comunicado escueto, con responsabilidades ajenas y previsibles para cerrar el caso: Gregorio Noya, argentino, de 38 años, domiciliado en avenida Riestra al 5900 de la Capital, había sido alcanzado por una bala disparada por “delincuentes subversivos mediante la utilización de armas de fuego de forma indiscriminada”, que habían respondido al accionar del ejército y la policía cuando éstos intervinieron para impedir “que un grupo de sujetos que se hallaba en el exterior del campo de juego elevara, mediante la utilización de globos, una inscripción similar a la secuestrada.
“Montoneros”, en letras negras sobre fondo blanco, se leía en la primera bandera, la que se alcanzó a ver antes del entretiempo del partido, minutos después de las cuatro y cuarto de la tarde de ese 16 de mayo, desplegada desde la parte superior de la torre de iluminación hacia el alambrado, sobre el sector lateral que une la popular con la platea. 
La crónica de La Prensa puso dudas sobre el origen de los incidentes –aunque refería “presuntamente a la acción de un grupo de personas subversivas” (sic)- y narró los episodios a partir del relato de testigos; y bajo el previsible amparo del potencial: “Los incidentes comenzaron cuando efectivos policiales se dirigieron a una de las torres de iluminación ubicada sobre la tribuna que da espaldas a la calle 1, de la que pendía una improvisada gran bandera del tamaño de una sábana en la que en gruesos caracteres se podía leer el nombre de una organización terrorista. Dicha bandera, que se hallaba en el lugar desde las 14.30, fue descolgada mientras se jugaba el partido por un policía de civil al que secundaban otros uniformados (…) A las 16.20, cuando los futbolistas se hallaban en el descanso, se escucharon una serie de detonaciones de armas de fuego que provenían de la calle 1 (…) En ese momento, se observó el ascenso de un atado de globos inflados con gas, con los colores celeste y blanco, que tenía como misión elevar por sobre el estadio una bandera de un grupo subversivo, la que habría quedado enganchada en los árboles de la calle. Allí intervinieron efectivos policiales que se enfrentaron con un grupo de personas que pretendía desengancharla”.
La tapa de El Día muestra el que, quizás, sea el único documento fotográfico que existe sobre los hechos. Se lo observa a Noya recostado sobre una camilla que fue alcanzada desde el sector de los bancos de suplentes. Ante los gritos y las señas de los plateístas que lo acompañaban en el parte superior, minutos después de haber recibido el tiro, los auxiliares subieron por el alambrado la única camilla disponible del estadio, la que usaban los médicos para los futbolistas lesionados.
“Incidentes” o “confuso episodio”, el uso tácito para deslindar eventuales responsabilidades oficiales, los medios en general (Clarín sólo publicó un recuadro sobre un “herido de bala” y nunca confirmó el crimen) cerraron el caso, el martes 18, con el cable emitido por la Policía Bonaerense al mando de Camps. A Noya lo habían asesinado “delincuentes subversivos” que comenzaron a tirotear a la policía en el exterior de la cancha mientras intentaban infiltrar una bandera con “el nombre de una agrupación terrorista” (sic).
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No sería la primera vez en que se aprovecharía un evento deportivo para denunciar a la dictadura; tres años tardó “el gran golpe” de Suiza, en un partido amistoso que la Selección disputó contra Holanda. “La revancha”, lo vendieron, para ser transmitido “en vivo y en directo para todo el país” en ese mismo ’79 de la “Contraofensiva”.
Televisado por ATC, colgados estratégicamente en las tribunas del estadio de Berna, se pudieron leer dos amplios carteles ideados por los exiliados políticos, también con letras negras en imprenta: “Videla Asesino”, armado letra por letra para evitar los controles censores del estadio, y “Los militares son miseria y represión”. Los mensajes se vieron durante buena parte del partido pese a los esfuerzos de los técnicos de control del canal estatal, que apenas pudieron tapar la denuncia con un sobreimpreso oscuro publicitando un show de Les Luthiers. Se lo puede chequear, hoy, a mano en YouTube. El objetivo se había cumplido. 
La bandera blanca con las diez letras en negro que reproducía el nombre de la Orga era similar a aquellas. Pero, en La Plata, debía ser camuflada para esquivar el cacheo previo.
“Se cuelga cerca de la ochava. Va atrás de la de ‘Globo Campeón’”.
El Hugo de la JP dio instrucciones y la ubicaron tapada con la otra más grande que se sostenía entre la torre de iluminación y el alambrado lateral, en el mismo sector de la antigua entrada de 57.
Pasadas las cuatro y cuarto de la tarde de ese 16 de mayo de 1976, desplegada desde la parte superior de la torre, un grupo de personas izó la bandera con la inscripción quemera. Segundos después surgió la insignia escondida: “Montoneros”.
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Noya le acercó la mano al hijo apenas recibido el balazo. Los dos estaban de espaldas, en las filas superiores de la platea de 1, junto al resto de los plateístas que ya habían empezado a refugiarse al notar el despliegue de la policía. No había arrancado aún el segundo tiempo.
Sí la cacería: policías de civil y algunos uniformados se movilizaron sobre el pasillo de ingreso de la visitante, arrancaron la bandera y detuvieron a dos personas, presuntamente las encargadas del izamiento, entre corridas e intercambio de disparos.
Todavía faltaba la segunda parte de la operación, sobre 57 y 1: hacer ingresar una bandera similar, desde la calle y por sobre la cancha, amarrada con globos.
Los forcejeos y disparos se trasladaron de los tablones del sector de Huracán a la esquina. La policía hizo un rápido cerrojo y disparó sobre los sospechosos de colaborar con la remontada de la segunda bandera.
Algunos de los militantes se escondieron sobre la copa de los árboles, procurando que la operación se completara desenganchando los globos. Pero fueron vistos. Les dispararon desde la vereda de avenida 1 hacia arriba. La altura de los árboles coincidía con la ubicación de las últimas filas de la platea.
“Me dieron en la espalda”, alcanzó a decir Noya.
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“Estudiantes de La Plata-Huracán, balazo calibre 9 policial ingresado por la espalda y disparado por personal que venía a reprimir un acto de suelta de globos organizado por los Montoneros: Impune”.
Gregorio Noya emerge como el fallecido número 98 en el listado de “Salvemos al Fútbol” sobre las más de 300 muertes por la “violencia en el fútbol argentino”, desde la primera reconocida, de 1922. Es uno de los miles de asesinatos impunes que quedaron del accionar represivo de la última dictadura; la primera en un estadio de fútbol. 
La denuncia de la ONG tiene un hilo conductor ineludible en la investigación del periodista Amílcar Romero: a mediados de la década del ’80 publicó el revelador “Muerte en la cancha”, donde describe, entre otros, el reportaje que le realizó, años después del asesinato, al hijo de Noya para la indagación de fuentes y la posterior publicación.
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Las crónicas del partido marcaron la figura del juvenil arquero visitante, Eduardo Jurkevicious, mérito directo para que el Pincha de Bilardo no pudiera quitarle el invicto al Huracán puntero en el durísimo cruce de candidatos.  Lo revela la -inédita para la época- cantidad de expulsados que tuvieron los 90 minutos: tres por Estudiantes, dos por el Globo.
Con el 0-0 como chapa definitiva, se anunció por los altoparlantes que la policía cerraría los accesos de las dos tribunas populares para evitar la desconcentración del público: serían palpados de armas y se revisarían sus documentos de identidad; uno por uno.
Los “sospechosos”, a arbitrariedad militar, y aquellos sin DNI, fueron demorados y trasladados a dependencias policiales de la zona. Mientras tanto, las radios que cubrían el partido instaban a los familiares de los hinchas, retenidos en el interior del estadio, a concurrir a la puerta con las identificaciones de sus parientes para que fueran autorizados a retirarse. Así de grotesco e inimaginable.
Ya de noche, pasadas las 20 y abiertas las puertas para que los hinchas desconcentraran en fila de a dos, Noya comenzaba a ser intervenido en un hospital cercano. Agonizaría y moriría después del mediodía del lunes 17 de mayo de aquel 1976.
Con culpables, sin condena.

* Publicado en el número de mayo de Revista Animals!.