jueves, 27 de diciembre de 2007

El viaje


Parados en la mitad de calle 2, mirando la Jefatura desde 55, el contorno que dibujaban las copas de los árboles nos trasladaban a Montevideo.
Aunque era feriado, un viejito de pijama y musculosa blanca volvía de algún lado; sería del kiosco. Nos miramos, cagándonos de risa, pensando con gestos que no podía ser, que era imposible: había amanecido y era Navidad.
Nos quedamos parados como quince minutos sin que perturbe ningún auto. El primero que se dio cuenta de la secuencia volvió a sentir al mismo viejito, ahora algo más transpirado, a diez o quince metros. Teníamos el cuerpo saturado, como surfeados por un shock uniforme de los dedos a los pies.
Fuimos y vinimos varias veces. Volvimos al Bosque y después otra vez a la puerta de lo que era la cancha de Estudiantes. "Era" porque la están
remodelando hace unos meses y ahora no hay nada: ni tribunas, ni techada, ni color. Nada. Parece un campo fértil a punto de insumirse.
Distraídos, mirando la hora, se acercó un flaco algo cansado, de vaquero por las rodillas. Nos pidió que secáramos la nostalgia y apenas lo entendí. Seguíamos ahí, inmóviles, sobre las rejas de calle 1, imaginando un Industrial nítido, apenas cubierto por los despoblados árboles de la 57; y del otro lado, los tablones apilados, uno sobre otro, en el medio de la visitante: ahí hizo goles Simionato; el Turco Asad; Insúa; Saturno, el de Huracán de la moda de las calsas, esas que usaba él, Mohamed y otro mediocampista que no me acuerdo el nombre...
Derivó la charla, estacionados otra vez en el mismo banco de un rato atrás pero ya sin imágenes. Alguien pidió fuego varias veces. Lo ignoramos; lo evitamos; lo perdimos. No sé. Lo vimos irse, zigzagueante, por detrás nuestro. Esquivó cuatro tipos que corrían en cortos y se metió al zoológico. Estaba cerrado y entró igual. Lo escuchamos, sollozando, decir que era de "seguridad". Se perdió enseguida y se transformó en dos policías, frescos, con la cara de quien se levantó hace un rato, que no sabemos si nos evitaron o nunca nos vieron.

Volvimos por 54 como a las dos horas. Descubrimos la torre escondida del Club Español que de noche apenas se asoma; la de la Continental de 6 y 49 con ese reloj que ya no marca la hora; y los neón del Rocha y el San Martín, ese lugar que parece no salir nunca de la rígida custodia del masetero de la esquina. El sedante fue un Arsenal - Manchester de alguna Copa. De las galletitas quedaba nada más que la mermelada de arriba; estaba ácida.

lunes, 3 de septiembre de 2007

De Redondos a Virus: rock, poesía y poder


Las trayectorias artísticas de Los Redondos y Virus confluyen en un punto fundacional para las coordenadas de la Cultura Rock en el país y su posterior evolución: el comportamiento del rock argentino, “nacional”, desde su legitimación institucional con la guerra de Malvinas.
Es que, tiempo de conmemoraciones del desembarco en las Islas al margen, para el rock, la pregunta por el comportamiento de los artistas que componen el movimiento sigue siendo el interrogante por su distanciamiento y su postura respecto de las estructuras de poder.
En ese marco, tanto Los Redondos como Virus se desvincularon del circuito que protagonizó la “nueva ola del rock argentino” desde comienzos de los ’80: formados en La Plata, y pese a que el grupo del Indio trasladaría su “comando de operaciones” a la Capital a partir de 1983, “los dos mitos en apariencia estéticamente opuestos”1 (nunca más aparentes) compartieron un origen común; una misma banda: Dulcemembriyo, aquel lugar de confluencia rockera platense de comienzos de la década del ’70.
Aunque con un inicio artístico disímil (Virus grabó su primer disco en el ‘81; Los Redondos, en 1984), preguntarse por el distanciamiento de las estructuras de poder de dos de las experiencias musicales de la ciudad, es responder sobre los caminos que configuraron su inclaudicable postura artística cuando el Estado visualiza y busca incorporar al actor social “que mayor crecimiento había demostrado durante el Proceso, al menos hasta 1980”.2
Malvinas “nacionaliza”, institucionaliza y masifica el rock argentino desde los medios de comunicación, en parte por la prohibición militar de seguir difundiendo música anglosajona en plena guerra.
De esta forma, como señala Rodríguez, todavía en dictadura “el rock nacional tuvo la posibilidad de circular masivamente por las emisoras locales”3; y fundamentalmente, por la televisión, en vivo y en directo, cuando el gobierno permitió transmitir y difundir el “mensaje de paz” del Festival de la Solidaridad Latinoamericana al que concurrieron las principales figuras del rock y la canción popular argentina (desde Miguel Cantilo y León Gieco, hasta Charly García y Spinetta) para recaudar fondos, ropa y alimentos para los soldados que luchaban en el Archipiélago Sur.
Aunque discutible la mención, buena parte del público, como afirma Daniel Amiano4, “fue a vivir una especie de Woodstock y a ver a sus artistas quemar los DNI como protesta por la guerra; pero todo estuvo lo bastante limpio como para que se entendiera (externamente) que todos los argentinos estaban de acuerdo con la guerra”.


En ese contexto, para Pujol, “las pequeñas alianzas”5 que productores y músicos sellaron con el Estado y el gobierno militar comprometieron al rock en una situación contradictoria. Porque el rock argentino (como movimiento, como Cultura) ingresó en un camino sinuoso al aceptar la autentificación externa propuesta por las instituciones que puso al “otro”, al enemigo, en el seno mismo de su cultura; cuando con Malvinas, “el rock vende el stock y sale al balcón”6, como denunciaba Virus en la voz de Moura.
Es a partir de ese episodio cuando empiezan a comulgar las carreras artísticas de Los Redondos y de Virus en los albores de su trayectoria. “Tributarios de una moralidad libertaria y autonomista (…) reinventando la sociabilidad más allá de la política (…) cuando el rock se convierte en un espacio de encuentro para miles de jóvenes y el estado intenta formar parte de aquella fiesta”7, la alternativa contracultural para ambos fue el distanciamiento del poder, de su estructura y sus reglas.
Acusados de “frívolos” y “livianos”, Virus fue el único grupo que rechazó la invitación oficial al festival. Mientras el Indio, a su vez, despegándose de una experiencia que a su entender no podía involucrar a la Cultura Rock en su totalidad, decía no entender cómo gente que se había nutrido de información totalmente contestataria y enfrentada con el sistema fuera a pedir la bendición del mismo.
Según Solari, esa actitud, "
la de ir a pedir la aceptación y buscar la recompensa", solía percibirse entre la mayoría de los músicos. "Pero hay circuitos", afirmaba, "que son inconmovibles y no hay que recurrir a ellos (…) Por eso hay que diferenciar bien aquello del rock contestatario (por donde se desplazaba una serie de informaciones que el sistema tenía encubiertas o negadas) del ‘rock business’, que tiene más que ver con las decisiones o jubilaciones personales de algunos músicos pero que no pueden involucrar al rock en su totalidad”.8

El poder de la ambigüedad
La negación de Los Redondos y de Virus; su imposibilidad de ser parte de la estructura al descreer de la epopeya consagratoria del rock nacional que había abandonado su espacio reservado en el under, se sustenta en la oposición al discurso de la canción de protesta que emerge y se masifica de la mano de la aceptación institucional del rock en castellano con Malvinas.
En plena efervescencia rockera de posguerra, Federico Moura valoraba la actitud de Virus de no decirle a la gente qué tenía que pensar, priorizando el uso de la poesía a través de la canción para el ejercicio de la mente. “Como el psicoanálisis”, decía, “que no dice qué hacer, las letras deben servir para que la gente piense; que tome lo que quiera, pero que ejercite la cabeza, sabiendo que las cabezas fuertes pueden llegar a superar los hipnotismos que promueve el sistema”.9
Lejos de la linealidad que acompañaba la retórica y las certezas que emergieron con las canciones de protesta hacia el fin del Proceso, a contramano, Virus y Redondos simbolizaron la experiencia artística como requisito de la seducción y la ambigüedad, porque las letras, lejos de aclarar, “dejaban sus emociones al alcance de la mano de quien quiera arriesgarse”10 para transformarse en la condición de placer del individuo que las recepciona y sobre el cual resuenan.
Para Solari, la retórica de la seducción “tiene que ver con la ambigüedad, no con que vos le bajes línea a la gente". El planteo, dice, "es el asunto, no la resolución. Los artistas o la gente que se dedica a hacer canciones no estamos para develar el misterio, sino para generarlo. Si yo te pongo un revólver acá arriba, ¿vos estás a favor o en contra?… Un cuchillo no es verdadero o falso; el asunto es si uno lo agarra del mango o si lo agarra de la hoja. Aquel que genera algo para que haya una resonancia está diciendo: esto es la calle, esto nos pasa. No estoy diciendo si esto está bien o está mal…”


Así, según Eduardo Berti11, durante el ciclo III de la historia del rock nacional, que se extiende desde 1976 hasta la caída de Galtieri en 1982, lo psicobolche se definía como la izquierda del rock y la música popular, simbolizada en la canción de protesta de función socializante y opositora a la dictadura; con buena parte de la retórica sonora y visual del denominado “rock progresivo” comulgando, ya hacia el final del Proceso, con un lenguaje que predicaba y apostaba por un cambio social que previamente determinaba y definía el comportamiento del público.
Afirmar esto, sin embargo, no implica asegurar que Los Redondos y Virus se manifestaban contra el cambio, sino todo lo contrario. Es reafirmar la comulgación con otro tipo de cambio, ese que, por sobre la tarea pública de modificar las instituciones o la política, buscaba la liberación psíquica y espiritual del individuo; de sus facultades perceptivas y sensitivas.
Entonces, en contraste con los rockeros y los músicos que pontificaban certezas que se presentaban como respuestas o sentencias que ponían las cosas en orden, Solari y Moura, citando conceptos de Paul Valéry12, pusieron en práctica el arte de profundizar la discontinuidad entre la poesía y la prosa o el lenguaje cotidiano, sabiendo de antemano que el objetivo de la prosa es perecer y ser comprendida, porque su universo práctico se reduce a un conjunto de fines, a partir de los cuales, lograda su meta, la palabra siempre expira.
La poesía, en cambio, aporta interrogantes, no es clara ni sencilla y abraza la ambigüedad y el detalle, abriendo el camino para una interpretación infinita. Así, como sostiene el Indio, conjugando la retórica de la seducción, “la lírica o la poesía se trata de un cosa simbólica que explica algo en términos estéticos”. Por eso dice no creer en las letras que son explícitas: “No me interesan los panfletos, (…) porque la letra es lo que hace envejecer una canción y cuanto más poder enigmático tienen, menos rápido envejecen; y la lectura personal de cada individuo es siempre la que vale y la que conmueve”.13
De la misma forma, al considerar la obra o la canción no ya como una estructura de significados, sino como un espacio infinito de significantes, no resulta complicado tampoco para Moura desarrollar un concepto artístico con una estética que no extinga jamás, desconociendo “el verdadero sentido de un texto o autoridad alguna, y haciendo de la obra un aparato que cada cual usa a su antojo”14; pues habrá tantos sentidos como intérpretes y todo es interpretación.
Abrazando la ambigüedad, Moura destacaba, en una entrevista para la Rock & Pop en 1987, la magia de la resonancia y la poesía, “que puede ser tan amplia al punto de tener lecturas diferentes”, mientras criticaba ante el periodista la posibilidad de sacar conclusiones: “Eso lo hace la gente, sino sería una limitación absoluta”; y arengaba sobre la tapa de Superficies de placer: “Nuestra idea no pasa por ese encasillamiento, ni por otro tampoco (…) Vos lo decís por el culo de la tapa, pero eso puede expresar muchas cosas. Además, no se sabe si es un culo masculino o femenino; y a mi me parece precioso que la gente polemice y discuta sobre un concepto”.
En cierta forma, negándose como una autoridad capaz de ejercer el poder por medio del discurso poético sobre el público que recepciona la obra como una herramienta para ampliar el campo de su imaginación, y pese al riesgo de aún hoy ser encasillados como pesimistas apolíticos al estilo foucaultiano, Redondos y Virus, unos y otros, se despojaron del sueño de resolver el enigma de la historia, pero reconociendo que rechazar el evolucionismo garantista sólo es rechazar la teología; no la posibilidad de democratizar el cambio.

Notas
1 Riera, Daniel; Sánchez, Fernando:
Virus. Una generación. Buenos Aires, Sudamericana, 1995, p.152.
2 Pujol, Sergio: "Rock y dictadura. Crónica de una generación (1976-1983)". Buenos Aires, Emecé, 2005, p.188. Citado por Esteban Rodríguez en Rock y Estado. Encuentros con el diablo, www.rodriguezesteban.blogspot.com.
3 Rodríguez, Esteban. Idem.
4 Amiano, Daniel: "Luces y sombras del rock nacional". Suplemento Enfoques del diario La Nación, Especial Malvinas 25 años, abril de 2007, p.11.
5 Pujol, Sergio. Ob. cit.
6 Ver la letra de "Ay qué mambo", del disco Recrudece, Virus, 1982.
7 Rodríguez, Esteban. Ob. cit.
8 Solari, Carlos:
El rock no es ideología, 1982. En: www.mundoredondo1.com.ar.

9 Riera, Daniel; Sánchez, Fernando. Ob. cit., p.95.
10 Chitarroni, Luis: "A Ultranza". En: "Los Redondos". Compilación de varios autores. Buenos Aires, Editora AC, 1992, p.48. Citado por Patricio Cermele en Yo no me caí del cielo. Redondos, medios y contracultura. Genealogía de una postura. Tesis de Grado realizada en la FPyCS, UNLP, junio de 2006, p.65.
11 Berti, Eduardo: Rockología. Documentos de los ’80. Buenos Aires, AC, 1990, p.17. Berti afirma que, ya en democracia, durante lo que el simboliza como el ciclo IV de la historia del rock nacional (1982-85), el pop moderno (caprichosamente, entran en la categoría como referentes Los Redondos y Virus) se esforzaba por desmarcarse de la función socializante y opositora que había cumplido el rock durante la dictadura. Y muchos se animaron a calificar esa actitud de “liviana”.
12 Valéry, Paul: “Prólogo al cementerio marino”. Madrid, Alianza, 1987. Citado por María José Melero en Esbozos para una estética de la recepción. Revista Cuadernos de la Patagonia, n°11, marzo de 2002. En: www.paginadigital.com.ar/articulos.
13 Declaraciones del Indio Solari al programa ¿Cuál es?. FM Rock&Pop, abril de 2000. Citado por Patricio Cermele. Ob. cit.
14 Melero, María José. Ob. cit.

* Publicado en la revista Tram(p)as de la comunicación y la cultura: "Rock, Cultura y Comunicación". La Plata, FPyCS, UNLP, año 6, nº52, mayo de 2007.

jueves, 2 de agosto de 2007

Extraños privilegios


Con ojos de lechuza
contemplo la belleza
Siguen abiertos
resisten el refugio

Qué envidia, ojos
que podés tener
ese extraño privilegio
de imaginar su mirada,
los gestos
acariciarla con la vista

Qué envidia, ojos
que pintan su cuerpo
los pies
hasta ocultar su boca
cómplice de la mirada

Como lechuzas
caminás el deseo
con ojos de horizonte
subiendo para siempre
esa imagen de dolor
con tus ojos

Qué envidia, ojos
que sabes
que con mis manos
puedo seducir
lo más hermoso
a ella
la vida

martes, 24 de julio de 2007

Sequía de verano


Cómo nadar en aguas secas
acostumbrado a la profundidad
cuando navegamos en barcas frágiles
que no reman nuestro dolor

Cómo haré para bucear
si no hay almas que encontrar
las que escapan de la sequía
y sólo mojan de dolor


Imaginado en noviembre de 2003

miércoles, 4 de julio de 2007

Lejos de la percusión

En la sala Ocre, Verbitsky presentaba con Pigna y un limado de voz gruesa algo como "Cristo vence". Me enteré porque se lo promocionó en su diario (calificativo que usó durante la conferencia para hablar de, justamente, "su" diario). Lo escuché ser crítico del Gobierno, pero construye hacia el movimiento y le marca errores a la gestión como forma de superarlos.
Pensaba si Walsh hubiera sido como él; casi la misma pregunta sobre Perón: ¿qué hubiera hecho en los '90? También me sorprendió no ver tanta
freakseada; debían estar haciendo cola en el Bafici.
Enfrente, en la entrada a la sala Amarilla, se amontonaba un montón de gente. Dos minitas cortaban el aire con algo de feminidad. Eran dos contra casi veinte hombres: padres; solteros; caras de "qué carajo hago acá un domingo a las 7 de la tarde": estaban mirando CASLA-Chicago en el stand de Multicanal.
Es que todo en la Feria se mide por stand: stand de esto, de lo otro, de aquello; el que no tiene stand no está; no tiene entidad; casi que no existe. Por eso lo tiene Clarín, la Ñ, La Nación, Lanata, Savater: todos, todas; la llamada "cultura".
Después de muchos años esta vez fui con un
mango: metí uno de Polimeni: "Bailando entre los escombros", una crítica de la historia del rock latinoamericano: de Mutantes y Matogroso, a Cazuza, Tacuba y Prisioneros; "Cuando el arte ataque", de Omar Emir; "Tartabul", de Viñas; y tantos otros.
Cuando me iba, en el pabellón Verde, otra dos minitas, igual que las dos de antes, las del partido, regalaban Fernet; y una vieja con pinta de
gorila comentaba en voz baja "qué buena la charla de Horacio".
Libros caros, muy caros; otros baratos, muy baratos... algo de basura... Eso, la Feria del Libro.

domingo, 1 de julio de 2007

Odio los quiebres


Eclipse
En el arcón de los recuerdos
busqué tu nombre
hallé unas letras borroneadas
descoloridas y tristes
¡Cómo pudo el tiempo
cometer esa insensatez!

Si éramos un solo abrazo
en otro abrazo,
una sola sombra larga
en aquellos atardeceres
que juntos caminábamos
queriendo descubrir
el misterio de los astros
que por siglos de los siglos
están ahí, siguiendo siempre
las mismas órbitas.

Creíamos ser lo mismo,
pero una noche nos eclipsamos,
y somos sólo una marca en
un papel.


Anónimo
Mirar el mundo y encontrarme en él,
distendido, sereno, transparente...
Así quisiera dormirme por última vez
dejar algunas canciones de mis últimas
lágrimas, compartidas con vos...
Acariciar la dulce rugosidad de las pieles que
fuimos soñando en nuestros momentos sin dolor.

Yo sé que a veces me encierro en el desencuentro,
que entretejo con alambres de púas algunas de
las palabras antiguas que me han sembrado
Pero al desactivar mi temor, en el medio de
este silencio, sólo puedo recordar las caricias
de las arboledas perdidas en la música de
tus labios...

Mirar el mundo y comprender que este infierno
ha sido sólo un triste recreo en este único
vuelo que algún día tendremos que lograr.
Recuperemos las alas olvidadas, sacudiremos
los últimos temores y llevaremos nuestras
húmedas alegrías hacia la libertad...


PD: Dos momentos del último número de La Doblada, unos manuscritos del sur que se reparten en varios lugares de la ciudad.

jueves, 28 de junio de 2007

La escena del rock platense: entre la diversidad y la vigencia

Una identificación caprichosa del rock platense podría sugerir que en la diversidad artística de sus músicos y sus poetas se encuentra esa matriz estética que rompe la rigidez arquitectónica de la ciudad y sus habitantes, acostumbrados al ritmo semanal de la demanda laboral de oficinas públicas y comercios.
Es que si La Plata es, a su vez, una urbe moderna por adopción capitalina, también es una ciudad bucólica de espíritu que hace de ella y su Universidad el lugar donde se condensan las experiencias artísticas que convierten al rock platense en una escena de estilos diversos, pero homogénea a la vez.
Ocurre que lejos de anular las estéticas, la particularidad del rock local es que históricamente unificó y complementó a unas con otras, situación que permite percibir una variedad de propuestas musicales que forman parte del legado que le imprimieron las costumbres culturales del medio local al rock en particular. En principio, porque la esencia del rock platense integró desde siempre a la música, al cine y al teatro, fogoneado por el pulso de la vida universitaria en las calles y los rincones de la ciudad.
Un "estilo", como práctica y costumbre cultural, enmarcado en esa identidad juvenil y generacional propia, y casi única de La Plata, que rompe la monotonía y el letargo "pueblerino" de una ciudad encajonada por la ambigua postura de ser, a su vez, una capital provincial eclipsada por los sonidos del cosmos porteño.
Sin embargo, es ese rasgo, justamente, como apuntamos a partir de Sergio Pujol1, el que delimita y modela una forma de vida específica de los jóvenes platenses, no nativos en un gran número, que piensan y viven como comunidades, "propiciando la circulación de ideas" en forma de canción y poesía.
Siguiendo a Pujol, la característica del rock platense es que "no tuvo, como la Capital, una negación generacional que la rechazara"; porque no hubo, dice, una troupe de tangueros o jazzeros que mediaran, en los ‘60 y principios del ‘70, cuando se precipita la escena de la mano de La Cofradía y luego con Los Redondos (por citar los casos que trascendieron la frontera de la 32), para impedir la irrupción de la estética joven del rock local.
De esta forma, si se piensa que "La Plata es una escala y no un destino" porque el platense del interior siempre está en una situación de tránsito, la identidad poética y artística del rock local no se ve condicionada por el lugar; "no le canta a la nostalgia y el desarraigo", como el tango y el folklore, sino a "problemas universales y transnacionales que tienen que ver con una amplitud de miradas”.2
En otras palabras, se podría definir como un hilo conductor de la cultura joven de la ciudad que sigue la huella de las ganas de decir, cantar y experimentar, sintiéndose parte de un momento de la vida que para muchos es único: la juventud. Y con una particularidad que la distingue: una urbanidad que desde su misma arquitectura, estéticamente simétrica, hace imposible la incomunicación de las partes: a diferencia de la Capital, las distancias en La Plata no existen y el diálogo entre los sujetos está garantizado, integrando, noche a noche, a una gran cantidad de músicos, poetas, artistas, cineastas, periodistas y estudiantes.
La escena platense, de esta manera, se proyecta con una diversidad de estilos que se homologan sólo como marca identitaria, y le dan forma a un rasgo distintivo donde cada grupo busca imprimirle a su arte la ambigüedad y la ironía propias de las corrientes que salen de la declamación de la prosa de carácter explícito.
Se podría aventurar que si hay una tradición ineludible en el rock platense, desde La Cofradía,
Los Redondos y Virus, pasando en los '90 por los Gorriones, Estelares, Mister América o Pángaro; hasta hoy, con grupos como Norma, El Mató, Mostruo!, Nerd Kids, La Secta, Sr. Tomate o incluso Don Lunfardo, ya con una masividad distintiva dentro del rock nuestro, es la sensación de ir a contramano de la literalidad y la arenga estilística de eso que muchos llaman "rock chabón": ningún rincón de la ciudad donde resuenen los tonos de una guitarra tendrá "líderes" que inviten a escuchar la frase políticamente correcta, sino todo lo contrario: volverán a empezar siempre, para no dar nada por entendido porque sólo en la ambigüedad y la ironía parece percibirse el juego del rock.
Como apunta el periodista Oscar Jalil3, "el rock facturado en la ciudad no siempre acompañó el compromiso ideológico que exigía el momento político”; porque, mucho más atentos a un cambio personal y espiritual, “esa línea de pensamiento, a simple vista descomprometida, proyectó su arte a través de alegorías y metáforas".
A ojos “apolítico” para aquellos espacios que le reclaman al artista el lugar del comprometido social, el rock platense parece redundar siempre en el sarcasmo moderno y la ambigüedad poética, antes de orientarse hacia la arenga explícita. Una marca, a decir de Jalil, que atraviesa a la mayoría de los letristas del rock local, con una influencia cofrádica e independiente que fue retomada por Los Redondos y Virus; por la generación de recambio de finales de los ’80 y los ‘90, con
Las Canoplas, Los Gorriones o músicos como Moretti (Estelares), Astarita (Mister América) y Pángaro; hasta nuestros días, inspirándose en "el legado artístico de saberse independiente en lo creativo y poco sumiso a los dictados del negocio musical".
Sólo de esta forma, y pese a las categorizaciones de ese encasillamiento a veces cómodo denominado "subgénero" (el reggae de Encías Sangrantes o
La Ombú; el tecno-industrial de los mencionados La Secta; el "minimalismo" sonoro de Norma o El Mató; hasta el rock de guitarras más clásico de los Lunfardos o, con las distancias estéticas del caso, Mostruo!), parece comprenderse la vigencia actual de esa marca distintiva del rock platense, que es lo que cuenta en cada rincón de la ciudad, cada fin de semana.

Notas
1 Profesor, historiador e investigador de la UNLP. En: Revista
La Pulseada, noviembre de 2002.
2 Rosso, Alfredo. Idem.
3 Jalil, Oscar:
Rock Versión Tinta. Antología del rock platense de los '90. La Plata, Ediciones La Comuna, 2000.

miércoles, 4 de abril de 2007

La más maravillosa de las músicas y una yerba


Noche larga y de míradas cansadas. Cansadas de irse por la ventana; que miraban el fondo de fondo: el Bosque, algunos taxis sobre la 44, el bodegón peruano de la esquina aún abierto, la Petroquímica, las luces del galpón del Nacional; y más allá, el infinito, la deriva de perderse para conocer esa ciudad que de noche provoca desconocimiento: sin olores matutinos, ni autismos, ni multitudes; sólo la mirada en el azar de la noche y el placer urbano de contemplar lo imposible.
Reaccionamos. La música fluye. Sobre la mesa, un par de
vasos vacíos descansan para siempre de las bocas secas y casi sin quererlo interrumpen el choque de sensaciones: una reflexión sobre algo de Favio y la máxima aspiración de la estética peronista; el lugar donde tocó Cerati en Capital; el Planetario; circular o derivar.
Y ahí pensamos al unísono lo que hubiera sido ese espacio obligado de circulación por una ciudad prediseñada, sin espontaneidad posible, donde la errancia y el devenir se visten para el poderoso con guiños de sospecha.
Para eso, las instituciones. Había una vez un
megadescamisado: 137 metros del alto, como la Estatua de la Libertad y el Redentor de Río pero más; 14 ascensores; 43 mil toneladas; salón grecoromano con paredes de mármol; y hasta un sarcófago de 400 kilos de plata para ubicar los restos de Eva.
Al proyecto se lo tragaron los milicos en el '55; cerca de ATC, donde todavía descansa lo que queda de la octava maravilla; en el Planetario, debajo del mismo lugar donde la otra noche tocó Cerati.

lunes, 5 de marzo de 2007

¿Ficción?

Ideas. Muchos eligieron dar la vida por El

Todo transcurre el día que muere Perón. Cuatro o cinco tipos, no sabemos si "por izquierda" o por orden de la Conducción, piensan que "hay un plan militar del sector más ortodoxo y gorila del Ejército" para secuestrar el cadáver del ex Presidente.
Hay plan, ideas, diálogos, tácticas, mesianismos, delirios, pero falta algo: el cuerpo. La materia hay que conseguirla; y, sobre todo, ponerla dentro del cajón para hacer el canje.
Variantes no quedan muchas y surge sola, naturalmente, al pulso de las lágrimas por la muerte del Presidente: sacrificar al viejo de un compañero.
A los visionarios les alcanza con dos o tres llamados. El "perejil" de turno -así se comunicaban entre ellos: "perejiles" les decían- mientras lamentaba con
su madre el viaje final del líder, sentía que la mujer también lloraba por la muerte del otro... el de su casa.
La escenografía no presentaba novedades. Sobre un rincón del salón, convertido en improvisada funeraria, dos amigos del sindicato discutían la muerte de su amigo, mientras un tercero intentaba escapar de lo que veía descorchando la tercera botella de Toro Viejo.
Del otro lado, junto a la ventana abierta por donde asomaba el aroma de la tierra mojada, la única chica del grupo sentía que el plan revolucionario cobraba trascendencia.
"Compañero, dada la circunstancia, por el bien de la patria y el movimiento, usted tiene el reto del destino de ser el nuevo hijo del General", infirió la mujer, de mirada pálida, con gestos de agotamiento.
El joven, viendo cómo venía la mano y pese a negarse inicialmente, no tardó en aceptar el pedido.
"Dale, Juancito. La vida de la patria puso
su destino en el cuerpo de tu familia. Nos llevamos a tu viejo, lo cambiamos antes que los gorilas, y vos vas a ser el hijo de Perón; Juancito, date cuenta", deliraban en coro.
Sin mucha alternativa, y por el sí de la vieja, convencida por los compañeros del pibe, Juancito cambió las acusaciones de "reaccionario y apátrida" por el reto final de ser para siempre el hijo de El.
Todos, entonces: los amigos, el barrio, los compañeros, coordinaron la idea para salvar el destino de la patria ante la invasión gorila. Salvo Juancito, que unas horas antes de convertirse para siempre en pariente de Perón, comprobó que su viejo había dado la vida por el extinto líder, pero ante la irrenunciable amenaza arma en mano de sus compañeros de movimiento.

miércoles, 28 de febrero de 2007

Pronta Entrega (o La Otra Vaca II)

La otra no, ésta

Recordando tu expresión
vuelvo a desear
esas noches de calor
llenas de ansiedad.

Sofocado por el sueño y la presión
busco un cuerpo para amar,
la distancia va perdiendo su espesor,
pronta entrega por favor.

Me puedo estimular
con música y alcohol,
pero me excito más...
cuando es con vos
siento todo irreal...
cuando es con vos
siento todo irreal.

* Del disco Locura, Virus, 1985.

lunes, 26 de febrero de 2007

La Otra Vaca

Esta no, la otra

La demora debe haber sido porque no retengo nada de esa noche, salvo algún instante de dos o tres resfríos consecutivos caminando como hacia la Legislatura.
En el trayecto, DJ y Duluz buscaban excusas para mentirle al cuerpo y llevarlo donde no quería y un par de "barras" discontinuaban la mirada sentados al lado nuestro, acariciándose la panza como nosotros.
Recién cuando me dí cuenta que la luz que enchufó los recuerdos
era la misma que los había apagado un rato antes, lo vi al Roedor entrando seis veces por la misma puerta; otra vez a DJ y Duluz comiendo lo que quedaba de la compota; las estériles discusiones de lo que alguna vez fue fútbol con Manuco y Antonioni; a Emebé y Lupa, desparramados sobre el sillón, restándole importancia a las bardeadas de las pulgas que luego notarían; y a Senodram, el único que sabía del plan del otro, el dueño de casa que nadie conocía, ese al que tuvimos que atar en el otro cuarto (ver infografía) para que no soltara el gas del norte y vaciara en su cuerpo las dos únicas bañaderas que había en la casa, la de material y la de acero.
Por suerte no pudo. Lo noté por mi resfrío.