martes, 20 de enero de 2015

La Sebastiana

Lo tenía todo: reconocimiento, premios, dinero. Y buscó en Valparaíso el refugio de Santiago. Cansado, confesaba entre los íntimos, puso condiciones: que no esté ni arriba ni abajo, ni en el cerro ni el "plan"; solitaria, pero sin excesos; vecinos, invisibles, que no escuchen ni vean; lejos de todo pero cerca de la movilización.
El encargo a la pareja amiga se hizo inauguración dos años después, en 1961 y un 18 de septiembre, día de la independencia chilena. Armó una fiesta a la que el propio Neruda invitó y convocó "por méritos inolvidables" -así le gustaba pronunciarlo- según la ayuda que cada uno de los agasajados había prestado para reciclar esa casa abandonada, que abraza ambas manos de la bahía porteña, y transformarla en "La Sebastiana".
Tenía una tradición que, al parecer, Neruda cumplía cada doce meses: cada año nuevo esperaba a sus íntimos en el amplio balcón que tiene como calle el mar y los barcos, vestido de barman, con una fina camisa roja y bigote de corcho quemado. Y así servía cada uno de los tragos y los platos con nombres inventados para la ocasión, con los inevitables fuegos artificiales como cortina del puerto. 
De guiños art-decó, ubicada sobre el Pasaje Collado (homenaje al apellido del constructor español que la diseñó) del Cerro Florida, con la muerte de Neruda la casa quedó abandonada y fue saqueada en varios de los allanamientos que hicieron los milicos con el Golpe del '73. Recuperada en 1991, desde 1997 funciona como Casa Museo de la fundación que lleva su nombre (Monumento Nacional desde 2012) para mantener en presente el recuerdo del poeta.

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