Lo
tenía todo: reconocimiento, premios, dinero. Y buscó en Valparaíso el
refugio de Santiago. Cansado, confesaba entre los íntimos, puso
condiciones: que no esté ni arriba ni abajo, ni en el cerro ni el
"plan"; solitaria, pero sin excesos; vecinos, invisibles, que no
escuchen ni vean; lejos de todo pero cerca de la movilización.
El encargo a la pareja amiga se hizo inauguración dos años después, en
1961 y un 18 de septiembre, día de la independencia chilena. Armó una
fiesta a la que el propio Neruda invitó y convocó "por méritos
inolvidables" -así le gustaba pronunciarlo- según la ayuda que cada uno
de los agasajados había prestado para reciclar esa casa abandonada, que
abraza ambas manos de la bahía porteña, y transformarla en "La
Sebastiana".
Tenía una tradición que, al parecer, Neruda cumplía cada doce meses: cada año nuevo esperaba a sus íntimos en el amplio
balcón que tiene como calle el mar y los barcos, vestido de barman, con
una fina camisa roja y bigote de corcho quemado. Y así servía cada uno
de los tragos y los platos con nombres inventados para la ocasión, con
los inevitables fuegos artificiales como cortina del puerto.
De
guiños art-decó, ubicada sobre el Pasaje Collado (homenaje al apellido
del constructor español que la diseñó) del Cerro Florida, con la muerte
de Neruda la casa quedó abandonada y fue saqueada en varios de los
allanamientos que hicieron los milicos con el Golpe del '73. Recuperada
en 1991, desde 1997 funciona como Casa Museo de la fundación que lleva
su nombre (Monumento Nacional desde 2012) para mantener en presente el
recuerdo del poeta.
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