viernes, 14 de octubre de 2011

El reverso del VHS


Siempre me hicieron ruido las sinopsis. No por innecesarias. Esa especie de resumen que uno evitaba ver de la contratapa de los VHS que alquilaba en Video Graf o Imagina, de un DVD o del sin fin de páginas que se multiplican ahora en el triple doble v; aún cuando un amigo trabajaba en el viejo Videomanía de 10 y me instaba, solidario, a abrirme al juego de la lectura, precavido que nada de lo que allí sucediera cambiaría mi gusto por los 90 minutos promedio que había elegido en suerte para esa noche.
Uno no sabe cuándo vendrá ese párrafo equivocadamente ubicado, que lo despojará para siempre (porque no hay retorno, te lo contaron y está) de la incertibumbre que hará previsible la película aún antes de verla, para, acto seguido, no querer ni oírla. Por eso redacto asomarme a esas cinco líneas con ojos entrecerrados, como cuando chico y no queríamos ojear la escena de miedo o suspenso del largo que ocasionalmente tus viejos miraban en Función Privada un sábado a la noche.
Después de ver dos en continuado de este año, me le animé a algo parecido a una sinopsis caótica. Fue a oscuras, en la sala, sólo con la luz tenue del Nokia silenciado para reenviarme el mensaje, como el fondo negro de las cajitas que imitaba al vacío al sacar los casettes.

Medianeras
"Sólo por el guión y el laburo de fotografía para mostrar cierta identidad del ser en Buenos Aires, merece acercarse. Aún el abuso (pensándolo como homenaje del director a las comedias clásicas de Allen) algo forzado de estereotipos sobre categorías tan disruptivas como 'la soledad del porteño medio de 30', que a su vez le dan la trama y la dinámica a la película: la paseadora de perros bisexual de celular trucho y mp3 genérico, el porro fumado en la puerta de un bar demodé en Palermo, los protagonistas que sin conocerse escuchan en simultáneo Basta de Todo de Matías Martin. La planificación arquitectónica que el director demuestra no existe en la cosmopolita Buenos Aires (una cuadra con: un supermercado, tres casas de cien años, dos edificios de quince pisos y otros tantos de cuatro) no es sino la de la incomunicación (el desencuentro dialógico producido por la medianera y la vorágine diaria que sólo puede serlo virtual) y la falta de previsión en el mañana, el después, de las personas que la habitan. De los protagonistas, de él y ella, la arquitecta y el programador. Se autosupera con el final".

La vida útil
"Suerte de búsqueda alrededor del sentido del paso del tiempo en el cuerpo y la mente de un proyectorista programador que encuentra su ocaso, su justa simbiosis, la del amor por la profesión y por la mujer espectadora que lo desbela, en el mismo cine club que lo cobijó 25 años; o reflexión sobre las formas y de cómo los disímiles usos de una obsesión (el cine) pueden transformarnos para encontrar lo positivo al final de la aventura (el amor). Lo impertinente acá no es la pasión desbocada por la cinefilia en sí, sino la manera de reproducirla del protagonista, que no lo inspiraba a encontrarse con un futuro posible".

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