jueves, 2 de junio de 2016

La canción es la misma


Lo que era un partido más del calendario del Nacional ‘75, con poco para gestar en la larga historia del clásico platense, fue moldeado en el tiempo con cisma de rasgos distintivos; y, acaso, irrepetibles. El hartazgo comulgó a pinchas y triperos contra dirigentes y la policía; contra todo un sistema organizativo y especulativo que repetía el desplante al hincha. Y que tuvo la respuesta del tablón bajo la misma camiseta y con el mismo grito de batalla: “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…”

Un domingo de fines de octubre del ‘75. 40 y tantos años. El interzonal del Torneo Nacional que haría bicampeón anual a River, ponía en juego otra fecha del cruce de clásicos: Gimnasia y Estudiantes iban por la revancha en el Bosque: se jugaba “el honor” de la gastada del lunes a la mañana, la “sinrazón” de los colores hasta el próximo partido, la patriada de siempre que dice igualar coyunturas y actualidades deportivas cada vez que los unos y otros platenses se enfrentan.
La Plata había amanecido destemplada, con humedad e indicios de lluvia desde la primera mañana; en la ciudad y en varias zonas del Gran Buenos Aires y la Capital Federal, que pusieron en duda, desde el mediodía, la disputa de otros partidos de esa misma fecha del fútbol oficial de AFA.
“¿Llevamos paraguas o no?” Un posible inicio de diálogo ajeno, apurado, efímero y de último momento, en cada barriada platense desde que, aprontado el domingo, el indicio de tormenta mutaba en lluvia persistente pero tenue. El impermeable y el paraguas bajo el hombro al salir para la cancha todavía se habituaban rasgos socioculturales del fútbol argentino. Nadie lo simulaba en la mente como hipotética punta de lanza casera contra rivales o árbitros de turno.
La expectativa por el partido no trascendía el límite de hinchismo que cualquier clásico de estos impone por presencia de la historia. Sí lo hacía algo más trascendente la posición expectante que Estudiantes mantenía en su grupo clasificatorio (“Que Estudiantes se tenía fe, lo demostró la popular, muy compacta y más poblada que otras tribunas”, sinceró Mercurio en El Día) en la pelea mano a mano por uno de los dos cupos a la fase final, con River (campeón vigente del Metropolitano) y Huracán, otro gran animador de los torneos de época. Es decir: se perfilaba una convocatoria regular que apenas si alcanzaba el promedio general histórico y que, con el transcurso de la tarde y los chaparrones aislados, hizo que muchos eligieran la transmisión de radio Provincia (sin la existencia aún de las FM, la emisora de cabecera del hincha de Estudiantes y Gimnasia domingo a domingo) a la presencia en directo de la cancha. Los dirigentes de Gimnasia, con el presidente Venturino a la cabeza, presagiaban ya entrada la tarde que no sería la convocatoria que, creían, el partido tendría. El clima no ayudaba. Y no era un buen punto de partida.
Entre pocos e influyentes dirigentes de ambos clubes se iba delineando, en uno de los palcos de la platea techada, la “conveniencia” tácita de que el clásico pudiera ser suspendido y reprogramado para el martes o miércoles por la noche. De esta forma, lograrían sumar la recaudación que esperaban obtener en la semana previa: junto con las visitas de Boca y River a las canchas del Bosque de los clubes platenses, el clásico era (lo sigue siendo hoy, del torneo oficial a los partidos de verano, de repercusión extendida este verano por la mediatizada pelea del final entre los jugadores) “el” partido de recaudaciones extraordinarias que permitía una buena entrada de dinero por venta de populares.
Pero sólo en ese selectivo grupo se imponía la decisión. Y más cuando, pese a la llovizna, se autorizó que a las 14 se jugara el partido de Reserva como previa de la Primera. Ahí asomaba el decreto “no escrito” para la tribuna y el hincha de a pie que a último momento, en la sobremesa del almuerzo, había decidido ir al Bosque: al jugar la Reserva y no preservar la cancha para el partido principal programado para las cuatro de la tarde, no había razones para que el choque de fondo corriera riesgos de suspensión.

“De común acuerdo”
¡Cómo será la cañada si el perro la cruza al trote!, comulga el popular refrán. El diario El Día aceptó a modode editorial en la edición del lunes la “equivocación de los dirigentes”. Y fue por más, poniendo en órbita “otras” posibles causas de la suspensión: “¿o acaso es que (los directivos) suponían que los que habían aguantado a pie firme el aguacero iban a aceptar que se les privase de su fiesta (…) porque los directivos necesitaban ponerse a cubierto de los riesgos de una recaudación menos sustanciosa que lo calculada?”
Media hora antes del inicio previsto para el partido principal, pasadas las 15:30, se produjo el pico de lluvia: de intermitente, el agua que caía tomó gran intensidad y en pocos minutos convirtió en un lodazal la zona del mediocampo y las áreas de ambos arcos. Ese atenuante clave, sin embargo, no fue excusa condicionante para los cronistas que cubrieron el clásico: se sostuvo que la cancha no impedía jugar el encuentro y que, aún en peores condiciones que las de aquella tarde, se habían jugado partidos en Gimnasia. Las motivaciones olían distinto: entre populares y plateas no se habían vendido más de diez mil entradas, según había trascendido en la previa, un número más que menor para un partido de tamaña importancia.
Los hinchas llevaban casi dos horas en los tablones soportando la lluvia. La impaciencia sólo se atenuaba con el juego intenso del preliminar. Al promediar el partido de Reserva, el árbitro lo terminó dos minutos antes por el descontento que mutó en incidentes (le apuntaron con un piedrazo desde la tribuna del Lobo) bajo la excusa de que sus fallos arbitrales, interpretaban los triperos, habían beneficiado a Estudiantes; y al confirmarse por los altoparlantes la suspensión del partido principal después del “acta acuerdo” firmado por las comisiones directivas de ambos clubes. La decisión se daba en simultáneo con el cese de la lluvia y un clima, de a poco, mucho más benévolo, que incluso traslucía las primeras apariciones de sol. La prematura suspensión del clásico tras dos horas de hinchas empapados y a la intemperie, y que ésta se decidiera sin que mediara una aparición pública del árbitro Barreiro, que aceptó lo decidido por los dirigentes sin siquiera salir a la cancha a mostrar el pique de la pelota en las zonas anegadas, hicieron el resto.

“Asesinos, asesinos”
El locutor del estadio confirmó que se postergaba el clásico a las cuatro menos cuarto. Se insinuaba algo de sol, la lluvia había amainado, pero ya no habría juego. Octubre del ’75: las tres A operando, lo peor de los rancios al mando de la Bonaerense y los militares probándose el traje que se pondrían en seis meses.
Los primeros en reaccionar fueron los hinchas de Gimnasia. Al intento de agresión contra el árbitro de Reserva, de la tribuna popular le siguió un grupo que en minutos se perfiló por la ochava de acceso a la techada al grito de “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…”. Pinchas y triperos, todos en uno; y la historia oral, que cuenta en su lado B que muchos de la barra de Gimnasia abrieron un portón para que entre el grupo de pinchas que los apoyaban. Hubo insultos (“Que se vaya Venturino”, coreaban) para el presidente e intentos de agresión. En las filas inferiores de la platea, otro grupo descolocó varias hileras completas de asientos y los arrojó a la cancha. Los que ya estaban en los jardines arremetieron contra el cuarto de intendencia, el buffet, las instalaciones de tenis y se colaron al palco oficial y al sector de prensa.
Todo lo que quedaba en pie, se descargaba a fuerza de bronca. En otro sector de la popular del Lobo, prendieron fuego a algunos tablones y la policía ingresó a desalojar con gases y porras de goma. La escena se completaba con los de Estudiantes apoyando a los triperos desde la, todavía, colmada popular: “Y rompa. Y rompa. Y rompa Lobo, rompa…”, tronaba.
Se apostó enseguida otro grupo de policías, ahora para reprimir y disuadir la tribuna visitante que se había “solidarizado” contra la respuesta de la fuerza hacia los triperos. Ingresaron por la parte inferior. Los pinchas respondieron derribando parte del alambrado para guarecerse del humo de los gases; y apedreando la cabina de transmisión de radio Provincia, que aún en esa época estaba por encima del hueco de la salida lateral de la tribuna de avenida 60, sobre la mitad de la cancha. Ahí se unieron los tripas en apoyo a los albirrojos: “Asesinos, asesinos…”, bajaba el grito desde la local.
Una hora después de suspendido el partido, y con la cancha tomada por los gases lacrimógenos que se propagaron con el viento por todos los sectores, los hinchas se habían retirado. Algunos se juntaron en el centro y apedrearon las dos sedes. El partido se jugaría a las 48 horas y en horario nocturno, como si buscaran exorcizar la unión de los colores y esa misma canción de repudio que, espontánea, surgió para la “batalla” en las dos tribunas: “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…”
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La bronca unió a las hinchas *
Tanto devanarnos los sesos para saber bien a ciencia cierta quién es el gran culpable de la cosa y resulta que los hinchas atronaron la cueva de las grutas, los claustros de las facultades de la avenida 60 y el barrio del Mondongo, con el estentóreo estribillo de acuerdo para silbar a dúo: “Aquí están, estos son, los que hunden la nación…”
El fanataje estaba desalmado, mufado y empapado. Habían formado $4.400 y algunos tirado el talón que les servirá para el miércoles (sic). La reacción ante la suspensión fue explosiva. No bien el locutor chapó el micrófono, mientras se abrazaban en el centro los terceristas pinchas que habían ganado un match a garrón duro, y en cuanto las gradas oyeron “¡Atención! ¡Atención! De común acuerdo…” una rechifla de órdago ahogó La Voz del Estadio. Romanos y cartagineses se ponían de acuerdo para silbar a dúo. Desde ese momento, tomó la iniciativa el piberío menssana para reafirmar su disgusto en forma contundente. La ira iba in crescendo, encaminada a recriminar a los dirigentes. Escuché la insólita clarinada: “Gimnasia y Estudiantes, unidos adelante…” y opté por abandonar la cancha cuando el tiempo “abría” y la bronca estaba en su apogeo. Leeré qué pasó pues no soy cronista policial; simplemente, un entristecido comentarista.
*Extracto de la columna publicada por “Mercurio” el 27 de octubre de 1975 en el diario El Día.
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Aquel Nacional ’75 de la atajada de Fillol a Verón
El clásico se jugó a las 48 horas, el martes 29 de octubre. El empate de esa noche lo puso a Estudiantes segundo en el grupo con Huracán, jugadas nueve fechas del torneo. Se clasificaría luego entre los dos primeros de su zona para al octogonal por el título, que se le escurrió en aquel histórico partido jugado en Vélez (el campeonato se definía con partidos en cancha neutral) en el que Fillol le sacó un “gol hecho” al Verón padre después de una elástica palomita desde adentro del área chica. Hasta El Gráfico se animó a compararla con “la atajada del siglo”. Podía haber significado la ventaja inicial para Estudiantes; y asegurarse el título de campeón si ganaba y se quedaba con el partido: la ventaja se hubiera hecho indescontable, con tres puntos de diferencia sobre River y con sólo dos por jugarse. Pero es historia. El Pincha también erraría un penal y el Millonario lo ganaría en el ST con un gol de Reinaldi. El 1-0 llevó al equipo que dirigía Labruna a ser el único puntero a falta de una fecha. Se consagró campeón en la última del torneo, en Rosario, ganándole sobre la hora a Central, cuando la igualdad llevaba la definición del Nacional a un desempate con el Pincha de Bilardo.

* Publicado en el número de mayo de Revista La Pulseada.

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