lunes, 28 de mayo de 2012

La escena del rock platense: entre la diversidad y la vigencia


Una identificación caprichosa del rock platense podría sugerir que en la diversidad artística de sus músicos y sus poetas se encuentra esa matriz estética que rompe la rigidez arquitectónica de la ciudad y sus habitantes, acostumbrados al ritmo semanal de la demanda laboral de oficinas públicas y comercios.
Es que si La Plata es, a su vez, una urbe moderna por adopción capitalina, también es una ciudad bucólica de espíritu que hace de ella y su Universidad el lugar donde se condensan las experiencias artísticas que convierten al rock platense en una escena de estilos diversos, pero homogénea a la vez.
Ocurre que lejos de anular las estéticas, la particularidad del rock local es que históricamente unificó y complementó a unas con otras, situación que permite percibir una variedad de propuestas musicales que forman parte del legado que le imprimieron, al rock en particular, las costumbres culturales del medio local. En principio, porque la esencia del rock platense integró desde siempre a la música, al cine y al teatro, fogoneado por el pulso de la vida universitaria en las calles y los rincones de la ciudad.
Un "estilo" enmarcado en esa identidad juvenil y generacional propia, y casi única de La Plata, que rompe la monotonía y el letargo "pueblerino" de una ciudad encajonada por la ambigua postura de ser, a su vez, una capital provincial eclipsada por los sonidos del cosmos porteño.
Sin embargo, es ese rasgo, justamente, como apunta Sergio Pujol1, el que delimita y modela una forma de vida específica de los jóvenes platenses, no nativos en un gran número, que piensan y viven como comunidades, "propiciando la circulación de ideas" en forma de canción y poesía.
Siguiendo a Pujol, la característica del rock platense es que "no tuvo, como la Capital, una negación generacional que la rechazara"; porque no hubo, dice, una troupe de tangueros o jazzeros que mediaran, en los ‘60 y los ‘70, cuando se precipita la escena de la mano de La Cofradía y luego con Los Redondos (por citar los casos que trascendieron la frontera de la 32), para impedir la irrupción de la estética joven del rock local.
De esta forma, si se piensa que "La Plata es una escala y no un destino" porque el platense del interior siempre está en una situación de tránsito, la identidad poética y artística de la escena no se ve condicionada por el lugar; "no le canta a la nostalgia y el desarraigo", como el tango y el folklore, sino a "problemas universales y transnacionales que tienen que ver con una amplitud de miradas”.2
Podría definirse entonces como un hilo conductor de la cultura joven de la ciudad que sigue la huella de las ganas de decir, cantar y experimentar, sintiéndose parte de un momento de la vida que para muchos es único: la juventud. Y con una particularidad que la distingue: una urbanidad que desde su misma arquitectura, estéticamente simétrica, hace imposible la incomunicación de las partes: a diferencia de la Capital, las distancias en La Plata no existen y el diálogo entre los sujetos está garantizado, integrando, noche a noche, a una gran cantidad de músicos, artistas, cineastas, periodistas y estudiantes.3
Siguiendo esa línea de análisis, el periodista Franco Ruiz la delimita desde dos marcas esenciales: su perfil netamente interdisciplinario y la falta de prejuicios de los actores que la integran y conforman a la vez. Y agregamos una, puerta para otro tipo de trabajo: la fuerte impronta social de clase media que aún sobrevive, reflejo indudable de su carácter receptor de vida universitaria.
En el cruce de alcurnias y trayectorias, ilustra Ruiz, “la escena platense se recrea a sí misma, y aparece el folklore superpuesto a las nuevas tendencias de la música electrónica; la chacarera y el hip-hop; el tango y el llamado "rock barrial"; los punks y los dj's; todos juntos, haciendo posible ir de una fiesta electrónica a una peña sin tantos prejuicios".4
La escena local, de esta manera, surca una diversidad de estilos que se homologan sólo como marca identitaria, y le dan forma a un rasgo distintivo donde cada grupo busca imprimirle a su arte la ambigüedad y la ironía propias de las corrientes que salen de la declamación explícita.
Y si hay una tradición ineludible en el rock platense, desde La Cofradía, Los Redondos y Virus, pasando en los ‘90 por los Gorriones, Estelares, Mister América o Pángaro; hasta hoy, con grupos como Norma, El Mató, Mostruo!, Nerd Kids, Crema del Cielo o Sr. Tomate, esa tradición es la sensación de ir a contramano de la literalidad y la arenga estilística de eso que muchos llaman "rock chabón": ningún rincón de la ciudad donde resuenen los tonos de una guitarra tendrá "líderes" que inviten a escuchar la frase políticamente correcta, sino todo lo contrario: volverán a empezar siempre, para no dar nada por entendido porque sólo en la ambigüedad y la ironía parece percibirse el juego del rock.

"Rock chabón” y después
Sin pretender un análisis que exceda el marco ensayístico, lo primero es desenmascararse de cualquier limitación etnocéntrica, clasista y hasta nostálgica, propia de muchos escritores, periodistas o investigadores, que refieren a este tipo de categorizaciones. Lo que no sugiere, que quede claro, ser imparcial con respecto al comportamiento de sus actores (músicos/público) y las estéticas que los interpelan e identifican.
Si el punto de partida es sociológico, anclando en el público en tanto sujeto que conforma su identidad, el “rock chabón” se inserta como la expresión suburbana de las clases populares juveniles, sumergidas en un contexto de degradación social y cultural profundizado en los ’905, que se sienten representadas con los patrones emancipatorios de su simbología.
El rock chabón se desprende, así, como una nueva forma de interpelación e intención crítica de los sectores populares hacia la sociedad y el orden dado: Semán y Vila exponen la emergencia de un rock “neocontestatario” (como etapa posterior al “rock de protesta” de la tradición rockera del ‘60 y el ‘70), popular, que procesa la festividad y la diversión en clave crítica e inaugura inéditas formas de oposición a “ese mundo de consumo y confort siempre más prometido que accesible”.6
Otras miradas sobre el mismo eje, pero que ponen el acento en el contenido y la poética de las experiencias artísticas musicales, como la de Esteban Rodríguez7, procesan las costumbres del rock argentino en clave estética. Lejos de cualquier foco peyorativo sobre el componente social del llamado “rock chabón”, el autor desanda la actitud artística del cancionero y la poética “chabona”, en oposición a esa otra corriente rockera que caracteriza como “pop elegante”.
La lírica del rock chabón, asegura, cae en un conjunto de lugares comunes y frases hechas que suponen una gran subestimación del público que lo sigue y que se desentiende de las dos tradiciones genéricas del rock argentino: aquella que vertebra de Manal y Moris, hasta Los Redondos y Sumo; y la otra, que nace con Los Gatos, Almendra y Spinetta, y se prolonga con Charly o Cerati.
A esa poética que Rodríguez etiqueta como oportunista, previsible y literal, que se abre a la obviedad y el lenguaje televisivo, se eclipsa la incertidumbre lírica del “pop elegante”, que vuelve sobre el legado de Los Redondos y tiene en Virus a uno de sus referentes más importantes: el rock que insiste en la elegancia, la sensualidad y el deseo que apela al placer de la ironía y el enigma más sutil, sin perder en muchos casos la crudeza que se le reclama al género.
En estos últimos es donde se configura la escena local, como enfoca el periodista Oscar Jalil8: "el rock facturado en la ciudad no siempre acompañó el compromiso ideológico que exigía el momento político”. Mucho más atentos a cambios personales y espirituales, desliza, “esa línea de pensamiento, a simple vista descomprometida, proyectó su arte a través de alegorías y metáforas".
A ojos “apolítico” para aquellos espacios que le reclaman al artista el estrado del compromiso social, el rock platense parece redundar siempre en el sarcasmo moderno y la ambigüedad poética, más que orientarse hacia la arenga explícita y previsible. Una marca, a decir de Jalil, que atraviesa a la mayoría de los letristas del rock local, con una influencia cofrádica e independiente que fue retomada por Los Redondos y Virus; por la generación de recambio de finales de los ’80 y los ‘90, con Las Canoplas, Los Gorriones o músicos como Moretti, Astarita y Pángaro; hasta nuestros días, inspirándose en "el legado artístico de saberse independiente en lo creativo y poco sumiso a los dictados del negocio musical".
Sólo de esta forma, y pese a las categorizaciones de ese encasillamiento a veces cómodo llamado "subgénero" (el reggae de Encías Sangrantes o La Ombú; el tecno-industrial de La Secta; el "minimalismo" sonoro de Norma o El Mató; hasta el rock de guitarras más clásico de los Lunfardos o, con las distancias estéticas del caso, Mostruo!), parece comprenderse la vigencia actual de esa marca distintiva del rock platense, que es lo que cuenta en cada rincón de la ciudad, cada fin de semana.

* Un escrito de 2008 para el número dos de la revista El Agitador.

Notas
1 Profesor, historiador e investigador de la UNLP. En: Revista “La Pulseada”, noviembre de 2002.
2 Rosso, Alfredo. Idem.
3 Ese cruce interdisciplinario y artístico de la escena se potencia con el rol vinculante de emisoras como Universidad (107,5), y de otras comunitarias como Radio Estación Sur (91,7), sumado a la consolidación de sellos que promocionan y alientan la producción de bandas independientes y/o universitarias (Laptra o Cala Discos); y a la aparición, hace poco más de un año, de un diario (De Garage) editado íntegramente por y para la escena del rock local.
4 Ruiz, Franco: “El legado de una música con luz propia. La escena platense de los años ‘90”. Revista Tram(p)as de la Comunicación y la Cultura, mayo de 2007.
5 Semán, Pablo; Vila, Pablo: “Rock chabón e identidad juvenil en la Argentina neoliberal”. En: Entre santos, cumbias y piquetes, 2000.
6 Idem, p.256. Cinco años después, con la bisagra Cromañón a cuestas, Sergio Marchi (”El rock perdido: de los hippies a la cultura chabona”, 2005) dirá que esa “degradación” social y cultural ya no sólo interpela al rock chabón, sino que forma parte de su identidad constitutiva hasta en el mismísimo ritual; y lo simboliza sin eufemismos: banda y bandas, público y músicos, complotando en rebeldía para entrar y prender candelas en un lugar cerrado y con material altamente inflamable sobre el escenario.
7 Rodríguez, Esteban: “Entre la elegancia del pop y el rock chabón”, octubre de 2005. En: www.rodriguezesteban.blogspot.com
8 Jalil, Oscar: “Rock Versión Tinta. Antología del rock platense de los ‘90”. La Plata. Ediciones La Comuna, 2000.

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