Si la estética es arte; y el arte, revolucionario, concebimos al compromiso como algo erótico.
El erotismo sugiere y seduce; juega con los sentidos por medio de la imaginación. Comprometerse eróticamente hace del ser, eso: un individuo que interpreta y piensa a través de su libertad, desestructuradamente, moldeando su propia imagen del concepto y el mensaje.
Cuando la pornografía dirige el compromiso, en cambio, el individuo juega sin fantasías; se vuelve explícito, haciendo previsible su infinito horizonte, al que considera como portador de la verdad absoluta.
El compromiso pornográfico subestima al individuo como receptor; lo cree falto de imaginación y, por ende, incapaz de ser un sujeto activo. Todo lo que allí se demuestra queda exhibido con tosquedad, con el realismo que denuncia la falta de estética. Así, no hay lugar para el goce y el individuo se estructura en la certidumbre de saber, con suma certeza, que logrará el objetivo de acabar con la seducción de lo imprevisto de comprometerse eróticamente.
* Estas ideas resonaron a partir de Contra el lenguaje basura, de José Pablo Feinmann, Página/12, mayo de 2005.