sábado, 2 de julio de 2005

La vida es bella


… o de cómo alejarse del peligro rojo.

Tarde
dos en La Plata, pre-Santa Clos, tardecita de fines de diciembre. Entre turrones y pan dulce, calor, humedad y mosquitos, que son casi moscas del tamaño.
Domingo de resaca. Cruzo la 44 casi en pelotas. Me rasco lento y de pedo esquivo un Oeste que corta en 5ta. la esquina del “Sanca”. El forro grita fuerte pero no me saca de la rutina.
- “¡Cuidado Pelotudo!"
- “Andá a cagar”. Mi insulto no razona.
Toso fuerte y me arde la garganta. Ya no le grito, casi me ahogo… La rutina, al frente. Me rasco: dos, tres, cinco ronchas. Los chinos todavía no abren. Me siento en el escalón. La fiambrera ronca con la cabeza sobre los brazos: hace doble turno hasta el 31, de ocho a una y de cuatro a diez. La vida es bella, pienso. Se mueve la reja. Espío:
Chino for ever, perfumado y recién levantadito. Entro; las sábanas y los colchones, congelados al lado del frezzer. Le muestro el cuatro de trébol y me pone cara de Póker.
- “Sí, Negro, la carta… ¡Canjeame los envases!”, le insisto.
- “Envases, de talde no…”
- Cara de Póker, mía: “¡¿Qué?!”.
- “De talde no… Soo anamañana”.
Me quedan cuatro mangos y la cabeza perdida, como recién despierta; apenas algo de Mao y el 8 económico anual.
- “¡Peldone… señol!”, reclama de fondo. Ya no lo escucho. Afuera, la fiambrera duerme; clavada. La llamo: ¡Entrá que abrieron, Negra!. Ni se mueve… doble turno, cuatro cuarenta por mes. La vida es bella...

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