domingo, 22 de junio de 2025

El Mundial FIFA y el dato con la historia albirroja

Con el inicio de la 21º edición del máximo torneo de clubes de fútbol a nivel mundial, un barrido por la participación de los equipos nacionales. Estudiantes y un dato singular entre los únicos cuatro equipos argentinos que tuvieron el privilegio de disputarlo

Tres son los clubes sudamericanos que, hasta hoy, consumaron la hazaña de derrotar a los europeos en la final de la Copa Mundial de Clubes de la FIFA; y los tres brasileños: San Pablo e Internacional de Porto Alegre, que dieron cuenta de Liverpool y Barcelona en 2005 y 2006, y el tercero, Corinthians, con el récord para clubes asociados a Conmebol de ostentar un bicampeonato: le ganó la final de la primera edición (esa excepcional del verano 2000 organizada en Brasil, por única vez, como Campeonato Mundial de Clubes) al Vasco da Gama por penales y, en 2012, al Chelsea del español Rafa Benítez con un recordado gol del peruano Paolo Guerrero. Este, de 2012, es el último grito de un equipo no europeo en el Mundial de Clubes. Pasaron 13 años.
Las participaciones de los clubes argentinos se reducen a sólo cuatro a partir del cambio de formato, cuando en 2004 la histórica Copa Intercontinental, que desde 1960 solo jugaban los campeones europeos y sudamericanos, mutó al actual Mundial de Clubes con la extensión de participación a los equipos campeones del resto de las confederaciones mundiales de fútbol: Norte y Centro América, Oceanía, Asia y África.
Boca fue el primero en disputarlo, en 2007. Empezó en semifinales contra Étoile de Túnez (ganó 1-0) y cayó en la final (2-4) ante el Milan de Italia. Luego llegaría la épica del Pincha de Alejandro Sabella en la final contra el Barsa de Guardiola de la edición 2009. Estudiantes sacó en semis al Pohang coreano (victoria 2-1 con goles del Chino Benítez) y perdió la final en tiempo suplementario tras igualar 1-1 los 90 reglamentarios después del gol de Pedro a los 43 del ST. Es el único club argentino que logró empatar y forzar los 30 minutos de alargue en una final de Mundial de Clubes. Perdió 1-2, el 19 de diciembre de 2009, y a nada estuvo de llegar a los penales con un cabezazo final del Chavo Desábato que salió pegado al poste izquierdo de Valdés, portero catalán. Tan épica como dolorosa, aquella final para la grey albirroja.
Después de la experiencia pincharrata, pasarían cinco años sin representantes argentinos. Llegaría el desafío por duplicado para el River de Gallardo y la proeza del San Lorenzo de Edgardo Bauza. Experiencias, ambas, para el olvido. San Lorenzo fue dominado por el Real Madrid, que le hizo precio (0-2) en la final de Marruecos 2014, mientras que River perdió la edición 2015 por goleada (0-3) contra el Barcelona de Luis Enrique, Messi y compañía. Y ni siquiera accedió a la final en el Mundial de Clubes 2018, cuando claudicó en la semifinal, por penales, contra el Al-Ain de Emiratos Árabes Unidos, horas después del 9 de diciembre victorioso contra Boca en Madrid, en la inédita definición de la Libertadores disputada en Europa por primera y única vez.
Flamengo, de Brasil, en 2019, y Palmeiras, en la edición 2021 contra el Chelsea de Inglaterra, fueron los otros dos representantes sudamericanos que lograron empatar y, aún en la derrota, forzar la prórroga de 30 minutos como Estudiantes en 2009.
River perdió la edición 2015 por goleada (0-3) contra el Barcelona de Luis Enrique, Messi y compañía. Y ni siquiera accedió a la final en el Mundial de Clubes 2018, cuando claudicó en la semifinal, por penales, contra el Al-Ain de Emiratos Árabes Unidos.

Supremacía europea
Corinthians, de Brasil, tiene el privilegio de ser el único equipo sudamericano en contar con dos estrellas de la Copa Mundial de Clubes, y de ser el último en haber alzado el trofeo hace ya largos 13 años. Fue en 2012 ante el Chelsea. Desde 2013, cuando el Bayern Münich dio cuenta del Raja Casablanca de Marruecos en la final (2-0), todos los campeones fueron de UEFA. De las 20 ediciones, los clubes de UEFA ganaron 16 y, los de Conmebol, solo 4.
El Campeonato Mundial de Clubes de la FIFA, desde que sumó a los clubes campeones de todas las confederaciones, marcó un quiebre indisimulable en esta estadística, ya que con el antiguo formato de Copa Intercontinental (campeón de Libertadores versus campeón de Liga de Campeones de Europa) los ganadores del máximo trofeo se repartían entre los 22 de Sudamérica y los 21 de Europa, siendo Milan, Real Madrid, Boca, Peñarol y Nacional de Uruguay los máximos ganadores con tres copas cada uno.
Desde la instauración del Mundial de Clubes, la supremacía es europea y española, con las seis conquistas del Real Madrid, que lo ubican, largamente, como el máximo ganador histórico con 9 títulos mundiales, entre los logros de copas intercontinentales y mundiales de clubes.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

sábado, 21 de junio de 2025

Inéditos: Gimnasia de rojo, Estudiantes de azul


Los conjuntos alternativos constituyeron, muchas veces, un problema en los clubes hasta bien entrada la década del ’70. Así pasó en Gimnasia y Estudiantes

Sobran ejemplos. Bacán, si no, citar el caso por antonomasia del fútbol moderno ocurrido durante el Mundial Argentina 1978, cuando el seleccionado francés debió engayolar de urgencia la camiseta verde y blanca a bastones de Kimberley de Mar del Plata para enfrentar a Hungría. Situaciones parecidas vivieron Gimnasia y Estudiantes.
En referencia a lo ocurrido en la mencionada Copa del Mundo, un error en la logística de organización, la FIFA había sugerido que los equipos cambiaran sus atuendos tradicionales -el azul y el rojo de ambos países no se distinguían en transmisiones televisivas que mayormente eran para televisores en blanco y negro, en Argentina y en el resto del mundo- sin reparar que las alternativas de ambos eran blancas.
Las dos selecciones se presentaron con las Adidas claritas (canija picardía la de los galos, al parecer, que no querían jugar con la azul habitual y forzaron la situación) pero terminó siendo Francia, finalmente, quien coronó de historia, ante el mundo, al desconocido Kimberley oriundo de una ciudad balnearia de la costa atlántica argentina al usar su insignia.
De tal forma, según una parte de la biblioteca, la actual divisa de River, originalmente blanca, nacería de la necesidad de agregarle un distintivo rojo a la clásica casaca lisa en blanco que el Millonario lucía durante un partido en que su primer equipo se habría enfrentado con otro de similar color.
Que no es otro que el uniforme del elenco de Núñez con la banda roja cruzando el pecho de izquierda a derecha que conocemos desde los inicios de la era profesional, cuando el presidente Antonio Vespucio Liberti dispuso, en 1932, volver al uniforme original y retomar los colores de la época fundacional.
En los años del amateurismo, cuando River aún se identificaba con el apodo de “Darsenero” en su época bachicha del barrio La Boca, usaba la famosa casaca tricolor (roja, blanca y negra) a bastones que tantas reediciones tuvo a lo largo de su historia y que fue, hasta entrada la década de 1980, el uniforme suplente habitual del club que tiene su estadio en el porteño barrio de Belgrano.

El Lobo del ’62: del Santos de Pelé a Cambaceres
Fue el Gimnasia de 1962, el del nacimiento del apodo Lobo del ilustrador Julio César Trouet, que se vistió de rojo en varios partidos de esa temporada (hay antecedentes similares del mens sana durante el Campeonato de Primera División 1948) como uniforme suplente, aunque la historia canónica ubican una fecha exacta por la importancia de aquel acontecimiento canicular sucedido en avenida Iraola y 60: el 9 de febrero de 1962, por los festejos del 75° aniversario del club, el Santos de Brasil comandado por Pelé, que ese año ganaría la triple corona al campeonar en Brasileirao, la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental, vino a jugar al Estadio del Bosque, apenas empató 2-2 y el Lobo vistió de rojo.
Parece que esa noche, además de que los directivos triperos habrían solucionado el inconveniente por su estrecha relación con los dirigentes de Cambaceres, que les habrían ofrecido las remeras, Carlos Daniel Bayo fue figura en la férrea marca para anular al crack de la “10”, según el semblante pregonado en tinta en el diario El Día.
Sin embargo, aunque los medios gráficos confirmaron el uso del atuendo rojo esa noche, esta hipótesis que hermana al Lobo con el club de Ensenada no figura en los registros oficiales del Museo y Archivo Histórico de Gimnasia: “No tenemos constancia de ese posible préstamo extraordinario efectuado por Cambaceres para el partido con Santos”, confirma Jorge Babaglio, integrante e investigador del museo tripero.
Hubo otras excepciones con Gimnasia luciendo rojo como alternativo, pero en este caso en combinación azulgrana, tanto en una camiseta a bastones, idéntica a la de San Lorenzo de Almagro, como en otra con diseño romboidal con primacía del azul, en los ’40, como enumera la detallada investigación del historiador Ángelo Clerici contenida en gelp.org; además de una roja y negra a mitades verticales al estilo de Newell’s utilizada sólo dos veces, contra River y Huracán, en el torneo superior de 1937; alguna otra íntegramente celeste con bolsillo blanco y hasta una casaca del Everton de Parque San Martín usada en 1946, como si hubiera mutado en Atlanta o Rosario Central, entre otras inéditas y extraordinarias.

Las alternativas de emergencia: Gimnasia de rojo y Estudiantes de azul
Así como Gimnasia cambiaba de atuendo y colores (siempre a criterio del juez) cada vez que Vélez, Huracán, Quilmes o, hasta River, llegaban al Bosque, lo mismo sucedía en el Pincha cuando era visitado por Chacarita, San Lorenzo, Talleres de Escalada y, en el final de la era amateur, Barracas Central; o, más cerca en el tiempo, desde que se sumaron Unión de Santa Fe y el San Martín tucumano al fútbol porteño asociacionista.
Si bien la alternativa de Estudiantes ha sido históricamente blanca (hay documentos del museo oficial albirrojo que confirman su uso durante sus primeras temporadas en la Primera División de la FAF, entre 1913 y 1914); y, desde el inicio del profesionalismo hasta finales de los ‘60, calzando regularmente una roja con cuello blanco, tampoco fue excepción el uso del color emblema de su rival regional: así como Gimnasia se vistió de rojo, Estudiantes lo hizo excepcionalmente de azul con vivos rojos o blancos en varias temporadas oficiales enfrentando a River, Chacarita o San Lorenzo, entre las décadas del ’50 y del ‘60. ¿Una ecuanimidad que se antojaría prohibida, hoy, dado esos hinchas de ansiedad denunciatoria que tildan el minuto a minuto de su equipo en X, Facebook o Instagram?
Incluso, el Pincha supo vestir el celeste y blanco patrio a rayas verticales (aunque tricolor, porque los colores se escindían por rayas finas negras) como divisa alternativa en varios partidos de la temporada 1924 según reveló una minuciosa investigación del Museo Estudiantes; de rojinegro, portando una camiseta a cuadros moldeada como la titular del seleccionado croata, cuando brillaba en cancha la delantera de “Los Profesores”; y, más acá en el tiempo, de naranja ocre o de amarillo dorado, con las firmas Umbro y Topper, a partir de la imposición moderna de las marcas deportivas por el uso obligatorio de un tercer uniforme. Como, de la misma forma, el Lobo se ha vestido de verde en un supuesto homenaje de marketing al arbolado bosque que lo contiene como casa desde 1924.
“Lo primero a considerar, en este tema, es la cuestión estatutaria. Los clubes que se afiliaban debían presentarse ante la asociación oficial y elevar una moción con la propuesta de la indumentaria a utilizar en sus partidos. En el caso de Estudiantes, es conocida la historia que propone un diseño similar al de Alumni (NdR: roja y blanca a rayas verticales finas, como el modelo milrayita que luego adoptarían clubes como Los Andes, con hasta doce bastones de cada color sobre el pecho) que no le permitieron utilizar. Por ese motivo, y sobre todo porque aún no estaba el estadio terminado en 57 y 1, el club se mantuvo firme en su postura y no volvió a competir oficialmente sino hasta 1908. Ahí es el momento en el que se modifica el tamaño original de las bandas verticales, para hacerlas más anchas y diferenciarse de Alumni”, corrobora Guido Martinaschi, quien es presidente del museo oficial pincharrata. Y enumera, con relación a las camisetas alternativas:
“Desde los inicios, la indumentaria de entrenamiento era totalmente blanca, con lo cual se intuye que, en el caso de tener que cambiar los colores, que era algo que no estaba regulado justamente porque cada club debía tener un diseño propio y exclusivo, Estudiantes usaba la camiseta blanca que menciono. Algo que sucedió, claro, en esos primeros años, cuando el equipo principal jugó un amistoso en La Plata contra River Plate de Montevideo. Siendo un partido internacional, se chocaron los colores de los dos equipos y Estudiantes, al ser local, usó la casaca blanca como alternativa. ¿Pudo haber sucedido antes? De seguro, aunque no podamos documentarlo, pudo haber utilizado alguna camiseta suplente en algún otro partido amistoso de esos primeros años fundacionales.”
Se puede ensayar una explicación ligera y que se corresponde con una tendencia que era histórica a nivel mundial: los equipos con equiparaciones rojiblancas, sin tener a disposición el negro como tonalidad oscura primordial para el uniforme suplente por ser exclusivo de los árbitros hasta el Mundial 1994, se perfilaban por el azul (marino o eléctrico) como tono divergente más cercano para enfrentar a clubes que llevaran los mismos colores. ¿Ejemplos? Atlético de Madrid y Atlético de Bilbao, en España, el Ajax en Holanda o, en Argentina, Instituto de Córdoba, Unión de Santa Fe o Talleres de Remedios de Escalada. Roja y blanca a rayas verticales como titular oficial y la azul oscura como alternativa. Otros tiempos, donde las casacas se mantenían sin cambios de diseño hasta por lustros según la marca que patrocinara o lo que, por presupuesto institucional, pudieran conseguir los dirigentes para representar a su división superior en los torneos del ente oficial.

Estudiantes de Gutenberg
Ese inconveniente usual en los años que van desde el puntapié del fútbol amateur hasta las primeras décadas profesionales, para dar con un uniforme alternativo en caso de no tenerlo a mano, lo viviría Estudiantes en el campeonato de 1942 al recibir a San Lorenzo y Chacarita. Esas tardes, a sugerencia del juez, sortearon el desliz vistiendo una inédita camiseta de su combinado de básquet. Era blanca, de mangas cortísimas, aunque no musculosa, con dos finas líneas rojas cruzando el pecho. La titular a bastones rojiblancos y la alternativa más a mano que el club poseía en ese entonces (una roja con vivos blancos) no habían sido autorizadas por el juez al no distinguirse contraste con la azulgrana de los Cuervos y la tricolor histórica del Funebrero. De allí que, para evitar la suspensión del partido, la directiva pincha hubo de recurrir de apuro a las pilchas de otra disciplina.
“Hemos señalado, ya, que los lances no pueden iniciarse con puntualidad por lo tarde que comienzan los preliminares. Si a esto agregamos que, ayer, el referee Cángaro retrasó la brega principal al disponer recién el cambio de camisa a los locales cuando estaba por elegirse valla, tendremos que hacer menester corregir la hora en los lances de Tercera y obligar a los jueces a un mayor celo. El público merece mayor consideración”, se describía el mal de antaño en las páginas del matutino El Día.
Pero, si de extrañezas se trata, perfilan las tardes que Estudiantes recibió en 55 y 1 a Talleres de Escalada y Chacarita por el torneo profesional de la Liga Argentina en 1933. Domingos que, “de emergencia”, el elenco superior albirrojo usó la divisa albiverde a bastones de una institución señera de la liga local: Gutenberg, el club local que alquilaba la cancha de Circunvalación en el predio histórico que Gimnasia usufructuara hasta su arraigo definitivo en el Paseo del Bosque en 1924.
Los once pincharratas saltaron a la cancha con la camiseta original a rayas verticales en rojo punzó y blanco y el árbitro les pidió el cambio en el mismo campo de juego. Buscaba no demorar el inicio del partido mientras esperaban que llegaran los atuendos desde las instalaciones de Club Gutenberg en 12 y 71. Épocas donde el colegiado a cargo conocía la vestimenta que traía el equipo visitante minutos antes del horario oficial de inicio, claro.
Curiosa, también, fue la recomendación anti mufa del cronista luego de que el Pincha perdiera por goleada aquella tarde del 6 de agosto de 1933 contra Talleres de Escalada jugando de albiverde: en “Notas sueltas del partido”, sugería “no felicitar el acierto en la elección de camisetas por parte de Estudiantes: ¡usar la que usa Gutenberg! Eso es sencillamente desear la derrota porque ya es sabida la buena suerte que siempre ha tenido la entidad de la calle 12 y 71. Cuando después de mucho luchar, se gana el ascenso a la Asociación Argentina (NdR: Gutenberg había ascendido a la Primera Amateur tras un repechaje, y la reestructuración de 1933, y aún mantenía el litigio con la hoy AFA esperando la resolución administrativa que confirmara su ascenso) no lo quieren dejar subir” y recomendaba mirar para el Uruguay y optar para la próxima “por las camisetas celestes de los de la vecina orilla”.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 0221.com.ar.

viernes, 20 de junio de 2025

Lobo de Selección y el Pincha como Alumni


“El hincha es el alma de los colores; ese que no se ve, que da todo sin esperar nada”, sentenciaba Discépolo, lo cual no escapa a Gimnasia ni Estudiantes

La canónica liturgia del compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino, Enrique Santos Discépolo con respecto a los colores de los equipos de fútbol y la identificación del hincha, tuvo sus particularidades tanto con Gimnasia como con Estudiantes. Albiazules y albirrojos, han tenido históricas excepciones.
La historia es estricta en documentos institucionales, estatutos, actas de asambleas; lo puede ser en narraciones orales o en el complejísimo trabajo de investigadores, historiadores y revisionistas del fútbol argentino que se sustentan en archivos gráficos y visuales para comprobar cada una de sus hipótesis, los primeros indicios.
El Club de Gimnasia y Esgrima, aún sus albores cuando incorporan al fútbol como disciplina luciendo camiseta a rayas verticales celestes y blancas, al menos entre 1903 y 1904 a decir del trabajo de sus principales historiadores, mutaría enseguida por un diseño idéntico, pero con bastones que se reemplazaron por la prepotencia del azul y el blanco.
El modelo milrayitas que luego usarían equipos como Sportivo Barracas o Talleres, en Córdoba, y que supo brindar varias reediciones a lo largo de la historia tripera como atuendo alternativo de homenaje. Sucedió, por caso, en su primera participación de Copa Libertadores, en 2003, al enfrentar a Olimpia en Paraguay por la primera fase del certamen cuando al Lobo lo vestía Puma; y en la última reedición de la firma dinamarquesa Hummel, en 2022.
Luego llegaría la larga década de la institución abandonando la práctica del fútbol, entre 1905 y 1914, hasta que, al decidirse la fusión con el Club Independencia, volvió a tener representación en la disciplina y se reincorporó en la División Intermedia de AFA con indumentaria íntegramente blanca, respetando la divisa original de Independencia, que era la institución que se encontraba inscripta en la Asociación y a la cual se sumó Gimnasia.
Ya desde el ascenso y la llegada a la división mayor, la fusión debutaría un 26 de marzo de 1916 con la histórica blanca franjeada en azul sobre el pecho a la altura del tórax. La camiseta tripera que el Club de Gimnasia y Esgrima La Plata utiliza hasta nuestros días.

Alumni, la inspiración de Estudiantes
Por su parte, el Club Atlético Estudiantes, bajo ese nombre fundado la noche del 4 de agosto de 1905, fue albirrojo desde sus primeros días. Lo es hasta hoy, a 120 años de aquella gesta en el negocio de avenida 7 entre 57 y 58.
Meses después, una asamblea de principios de 1906 dispondría el uso de su distintivo a rayas verticales en rojo punzó y blanco, imitando, homenajeando, la divisa representativa del portentoso Alumni de principios de siglo que nació de los egresados del English High School de Buenos Aires.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 0221.com.ar.

sábado, 31 de mayo de 2025

El Eternauta: el fantasmagórico guiño a Platense


Una conexión de ilusión repentina, para el Calamar, como la célebre frase que atraviesa la serie: “Nadie se salva solo”. En el mes de su estreno en Netflix, el club de Vicente López, localidad donde se desarrolla el núcleo de la trama, camina sobre el umbral del momento más glorioso en sus 120 años de vida al definir la final del campeonato argentino por primera vez

La primera mención al fútbol en la historieta base de Oesterheld-Solano López, publicada en 1957 en Hora Cero Semanal, la hace el protagonista principal, Juan Salvo, en un monólogo. Está en silencio, con percepción de nostalgia. Piensa sobre el devenir del campeonato de Primera División ahora que todo se cubre de blanco; del deporte; de su River -cuadro del que es simpatizante- mientras ve caer la novedosa nevada en su casa de Vicente López.
¿En qué campeonato, inconcluso si la ficción hubiera sido real, se detiene Juan Salvo mientras traza alternativas de sobrevivencia junto a su íntimo amigo y profesor de física, Alfredo Favalli?
Estamos en 1963, año en el que transcurre la nevada mortal en el guion original de la historieta, torneo que jamás hubiera visto campeón al Independiente de Manuel Giúdice, ni goleador a su “9”: Luis Artime, ni Salvo hubiera visto perder a su River el campeonato de Primera División en la última fecha contra el Rojo.


A diferencia de la primera temporada del producto de Netflix, cuando el Monumental se asoma en el último capítulo en un plano de proyección visual de Ricardo Darín (Juan Salvo), en la historieta, el popular estadio es protagonista desde el segundo combate contra “Los Ellos”, los invasores que se ciernen en voraces y antropofágicos cascarudos. Es cuando los sobrevivientes, soldados camuflados de la nieve, llegan desde Vicente López y protagonizan el “Combate de la General Paz” en el Puente Saavedra, antes de que el pelotón armado ingrese por Avenida Cabildo.
En ese triángulo imaginario formado por Vicente López y los barrios de Núñez y Belgrano, donde se desarrolla El Eternauta, es en un remanso entre batallas que Juan Salvo recuerda, alzando los escalones del Monumental para divisar un posible contraataque cascarudo, su última vez allí: “Por fuerza, me encontré pensando en el pasado otra vez. ¿Cuánto tiempo hacía? Cuando yo subía aquellas gradas buscando un buen lugar. Fue cuando el homenaje a Labruna… era un jueves y el estadio estaba lleno a pesar del día hábil. Volvió a jugar la famosa delantera de Pedernera, Moreno y otros”, reflexiona Salvo, aquella noche de 1963. Sólo habían pasado dos décadas del fastuoso equipo de “La Máquina” de los años ’40 que el protagonista rememora con fidelidad de hincha en la viñeta de la historieta.
Porque, aún la arraigada creencia popular, la cancha del Millonario ancla el predio en Belgrano, en el límite sureste de la Avenida Udaondo, que divide a aquel barrio del de Núñez, frente al complejo del Tiro Federal.


“El asedio de River”
Tal lo vivido el pasado martes 20 de mayo: River y Platense jugaron, quizás, el partido más emotivo del Torneo Apertura de la Liga Profesional. Por el final con tiempo agregado en exceso, por el empate agónico de los locales, por el resultado que devolvieron los penales y la justicia divina que evitó los garfios del árbitro Falcón Pérez para ayudar a River. El guiño de ese triángulo zonal es un puente premonitorio de la historia arraigada en 1963 y adaptada para el formato audiovisual en 2025: Vicente López-Núñez-Belgrano, Platense y River, el mes de estreno de El Eternauta, protagonistas del mejor partido del campeonato y del triunfo más trascedente de la historia del fútbol calamar. Por instancia, por volumen del rival, por ser en el Monumental y de visitante. Luego llegaría el golpe final en la semifinal con San Lorenzo del pasado domingo, justo un 25 de mayo, ¡bingo!, cuando Platense celebró su aniversario 120.
Ruperto Mosca es el obsesivo historiador del dibujo de Solano López que todo lo registra, acompañando a la división de soldados en el avance sigiloso por la nevada de Buenos Aires en busca de los alienígenas. Pregunta, anota, sugiere registros para la posteridad de la humanidad si es que algo de lo conocido queda con vida. En el número 24 de Hora Cero, de febrero de 1958, Mosca imprime el título para la gran batalla por venir: “El asedio de River”, el consagrado asedio de Platense sobre el Millonario, invadiendo y venciendo en el Monumental en el combate deportivo de los cuartos de final del Apertura en el mayo de El Eternauta.



Si los humanos sobreviven y se las ingenian con inquebrantable espíritu de camaradería, es porque, como postula Galvani (1), “el grupo se mantiene unido y solidario. La desesperación y el ‘sálvese quien pueda’ llevan a los soldados a la muerte: en uno de los episodios donde aparece una máquina que produce alucinaciones, todos los soldados salen corriendo, desbandados, y quedan a merced de los cascarudos, que los estaban esperando con un rayo mortal. Todos, excepto los de la división de Juan Salvo (que, además, eran civiles reclutados), quienes se quedaron a auxiliar a Favalli que había quedado atrapado entre unos escombros”.
Como dice Favalli en la voz del actor uruguayo César Troncoso, en la escena de mayor strolls: “Lo viejo, funciona”. Y en el plantel de Platense se hace esencia logrando que el espíritu colectivo, de equipo, buscando el objetivo común (salvar la vida, en la serie; ser campeón, en el fútbol), sea mucho más que la suma o los arrebatos de las grandes individualidades que el mercado ofrece y que sobran en River.
Los guiños premonitorios al Calamar en el estreno de mayo de la serie: en el primer capítulo, cuando los amigos se trasladan a lo de Favalli en Vicente López para el clásico “viernes de truco”, cruzan por Avenida Cabildo, límite exacto de Núñez y Saavedra, el barrio con mayor identidad calamar, donde se erguía su histórico estadio (fue entre 1917 y 1971, en el cruce de Manuela Pedraza y Crámer) hasta la mudanza definitiva a Vicente López, del otro lado de la General Paz; y la camiseta de Platense que usa el joven Pablo (Aron Park) cuando Salvo y Elena (Carla Peterson) lo encuentran encerrado en el aula de la escuela, en la escena en la que el chico ve la muerte nevada de sus amigos por la ventana del patio, esos mismos que, paradójicamente, le salvan la vida haciéndole bullying.
Enseguida, y final, la reflexión de un soldado, en otra viñeta de la historieta: “Alcanzamos una victoria… pero… ¿qué es haber conquistado River Plate?”. Lo habrá hecho así plantel y cuerpo técnico calamar apenas consumada la hazaña del Monumental del 20 de mayo en “El asedio de River”, en un viaje en el tiempo de la ficción de 1963 a la realidad del fútbol argentino en 2025.
Y se vuelve a preguntar, el soldado: “¿Qué podríamos hacer nosotros contra semejante adversario?”
El domingo, contra Huracán, la respuesta al acertijo que mantiene detenido el tiempo de la historia de Platense y sus hinchas.

(1)    Galvani, Iván: “El Eternauta como representación de la masacre”, UNLP, UNSM.
(2)    El Eternauta: Juan Salvo era hincha de Platense y alentaba en Pedraza y Cramer, en la versión de Oesterheld y Alberto Breccia de 1969 para Revista Gente”, Saavedra Online, 2025 (https://www.saavedraonline.com.ar/el-eternauta-juan-salvo-era-hincha-de-platense-y-alentaba-en-pedraza-y-cramer-en-la-version-de-oesterheld-y-alberto-breccia-de-1969-para-revista-gente/ ).

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Cuando El Eternauta fue Calamar
Así como se infiere que Salvo es fanático de River en el guión original por su célebre reflexión sobre Labruna y la delantera de “La Máquina”, mientras su columna combate en el Monumental, la reversión publicada por la revista Gente en 1969, ya con dibujos de Alberto Breccia, tiene a un Juan Salvo hincha de Platense.
“O sea que somos apenas unos pocos cientos de hombres luchando contra lo desconocido. Sin saber siquiera si somos o no la última resistencia que se apaga. Qué poco me dura el optimismo de hace un momento (la victoria en Puente Saavedra en el “Combate de la General Paz”). Avanzamos unas veinte cuadras por Cabildo, el ya tan habitual paisaje de muertos de vehículos en cualquier posición. Hasta que, al llegar a la altura de Manuela Pedraza, allí donde tantas veces bajé del colectivo para ir a la cancha de Platense”, confiesa en un monólogo de la edición 213.
Otra premonición y la ruleta del inimaginable destino: en 1969, Salvo vive en Vicente López y es un conspicuo simpatizante de Platense, la ciudad donde el club estrenará su estadio y tendrá su arraigo bonaerense definitivo diez años después, en 1979, como porteños que invaden la Provincia cruzando la General Paz del otro lado del barrio de Saavedra…

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miércoles, 23 de abril de 2025

Gatti: los “locos” clásicos de una leyenda


La partida del histriónico futbolista dio región a una infinidad revisionista de estadísticas tras su extenso camino por el fútbol argentino. Siendo aún el arquero más longevo en atajar oficialmente en competencias de AFA, Hugo Orlando Gatti es, además, el jugador de Gimnasia que más veces defendió el arco albiazul en los lances locales contra Estudiantes

Un cafre del arco con sus récords en el fútbol argentino, Hugo Gatti: es el futbolista con más partidos en ese puesto en campeonatos de Primera División, el que más penales atajó y el más longevo en disputar un partido oficial por torneos de AFA, con 44 años y 21 días de edad, en las primeras fechas del Campeonato 1988/89 en un juego frente a Deportivo Armenio en La Bombonera. Ese récord puede ser superado por Jorge Carranza, de Aldosivi, durante el actual Torneo Apertura. Pero ese, de darse, será otro mito…
Jugó en Atlanta, River, Unión, Boca y, claro, en el Lobo: seis temporadas en el franjeado, entre 1969 y 1974, que marcaron a fuego una historia única de un arquero distinto a todos. Inventó “La de dios”, una jugada que consistía en tapar el remate del delantero rival, arrodillado, con los brazos extendidos a cada lado simulando un Cristo en el césped como hoy imita el “Dibu” y antes tantos otros; fue líbero cuando la posición era desconocida para casi todos, jugando adelantado a largos metros de su arco; confesó que en la nieve de Kiev tuvo “el mejor partido” de su vida porque jugó “en pedo” con una petaca al lado del poste para paliar el frío soviético en un duelo en el que la Selección Argentina de César Luis Menotti derrotó a los europeos por 1-0; y hasta hizo de delantero -jugó de “9”– en un amistoso de Boca en Norteamérica en el olvidable 1984 del Xeneize.


Completó 226 partidos en la Primera de Gimnasia -uno de los que más presencias tiene en ese puesto en el Lobo- y cimentó partidos inolvidables en sus enfrentamientos contra Estudiantes: es el arquero de la historia tripera que mayor cantidad de veces enfrentó al albirrojo. Fueron 24 duelos, entre los 15 oficiales y los 9 amistosos en los que participó entre 1970 y 1974.
El primero de todos los derbis lo jugó el 6 de abril de 1969, por el Metropolitano, y lo ganó. El partido se suspendió al caerse el alambrado de la tribuna de avenida 60 por una avalancha. Se siguió en la vieja cancha de Quilmes, el miércoles 16 de abril. Fue el primer triunfo tripero en lidias locales tras 5 años -no ganaba desde la primera rueda del Campeonato 1964- y por 2-0, victoria que además marcó la primera caída de Zubeldía dirigiendo al Pincha contra Gimnasia, con ese Estudiantes que llegaba siendo campeón vigente de América y del Mundo. El excéntrico festejo de Gatti colgado del alambrado cuando Pignani marcó la ventaja, releva pruebas para entender la importancia de aquel triunfo mens sana tras un lustro.
De los 15 lances oficiales, el “Loco” ganó y perdió la misma cantidad: 6, con tres empates. Y jugó el clásico 100 de la historia tomando la totalidad de partidos oficiales del tradicional duelo desde el primero de todos en 1916. Ese clásico 100 se jugó el 8 de septiembre de 1974 por la 8º fecha del Nacional. Ganó el Pincha 2-0 como local. Los dos goles se los hizo el “Hueso” Rubén Galletti. Fue derrota.


También fue titular la tarde que el Lobo le metió 4 a Estudiantes jugando en el hoy Estadio UNO. Un partido histórico aún hoy: es la mayor goleada (fue 4-1) de Gimnasia contra el albirrojo en su predio de 55 y 1, aunque el match reglamentariamente se disputó en condición de neutral al ser el único interzonal que preveía el Torneo Nacional de ese año. La mayor victoria como visitante de triperos contra pinchas sigue siendo la tarde del Clausura 2003: 4-2.
Así como tuvo de las maduras, también hubo de las verdes para “el Loco”. Una se dio en uno de esos nueve amistosos en los que dijo presente. Por el partido de ida de la Copa Diario El Día de 1972, la Bruja padre tuvo una noche de antología y le metió 4 en el 5-0 de Estudiantes sobre el Lobo. Juan Ramón hizo uno en el primer tiempo y tres en apenas cuatro minutos del complemento, entre el 35 y el 39.
“El duelo entre la zurda de Verón y la melena al viento del estupendo Gatti fue un espectáculo extra para el público”, cronicó el matutino al día siguiente sin ahorrar elogios para el “11” pincharrata: “Juan Ramón Verón, de actuación excepcional, resultó la gran figura”.


Pero si de amistosos se trata, ninguno como aquella noche en el partido de ida de la primera edición de la Copa Rucci, el 18 de febrero de 1970, cuando Gatti debió salir después de que fuera lesionado en el tabique por un canicular “tucumano” de Bilardo hacia su desprotegida nariz. Dicen, el “Loco” lo gozó por el triunfo tripero, Bilardo no le tuvo paciencia al arquero y la tangana posterior fue tal que el “Narigón” tuvo que salir escoltado en patrullero, rodeado de canas, de la vernácula noche de Iraola y 118.
La lesión de Gatti tuvo como consecuencia que la revancha, a las 48 horas, debiera atajarla el juvenil e inexperto Hutchinson, que quedó en la memoria de todos luego de que el defensor albirrojo, el mundialista Rubén Pagnanini, le metiera un gol de cabeza desde casi 40 metros, apenas pasada la mitad de la cancha, como aquel gol de Palermo a Montoya en un Boca-Vélez de 2009.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

domingo, 13 de abril de 2025

Los abriles de la tradicional brega

Mes propicio para el mens sana, abril. El Lobo facturó en 7 de los 17 derbis que se jugaron durante el otoñal mes. El Pincha ganó solo uno y hubo 9 igualdades. ¿El último en abril? El empate en cero por Copa de Liga 2021, sin público en las tribunas y el ASPO (aislamiento social, preventivo y obligatorio) a causa del Covid como telón de fondo

Gimnasia y Estudiantes animarán, este domingo 13 de abril de 2025, en el tradicional horario de las 15,30, el clásico 230 del historial general desde que la tradicional lidia platense puso proa en la jornada 14 del Campeonato de Primera División de 1916, en épocas de fútbol amateur; 109 años de leyendas y relatos que acumulan 188 enfrentamientos oficiales entre campeonatos, copas domésticas e internacionales, y otros 41 derbis amistosos con el último antecedente de Mar del Plata en 2016.
Pinchas y triperos marcarán calendario de clásico en el otoñal mes de abril como no sucede desde la 10° fecha de la Copa de la Liga 2021. Ese día, en 55 y 1, fue 0-0 en un histórico partido: único en la extensa serie de triperos versus pinchas que se jugó a puertas cerradas, sin hinchas, por la extensión del ASPO a raíz de la pandemia de Covid-19.
Hasta 2025, Gimnasia y Estudiantes suman 17 enfrentamientos durante abril, desde el primero de todos en 1945. Hubo 7 plenos triperos, 9 empates y solo una victoria albirroja, con 16 duelos oficiales entre campeonatos y copas nacionales. Y un único amistoso celebrado en 1963 por la Copa Delovo-Pastor.

El debut: Copa de Competencia 1945
El 8 de abril de 1945 se enfrentaron en Avellaneda por la primera ronda de la Copa de Competencia en su versión “Británica”, por eso de que el trofeo puesto en juego por la AFA había sido donado por el embajador de las islas en Argentina.
Un concurso por eliminación directa que disputaban los clubes que participaban del campeonato regular de AFA, al estilo de la actual interdivisional Copa Argentina. Fue empate: 3-3. Pero aquel duelo quedó en la historia por ser el clásico platense más largo de todos los disputados. Se jugaron ¡139 minutos! El partido terminó 2-2 en los 90 reglamentarios. Luego hubo 30 de prórroga. Pero persistió la igualdad: ahora 3-3 por los goles finales de Roberto Rodríguez, para el Lobo, y de Julio Gagliardo, para Estudiantes. Entonces, como marcaba el reglamento de época, debió jugarse un nuevo alargue. Se disputaron sólo 19 de esos 30 minutos adicionales, hasta los 4 del complemento del segundo suplementario, cuando el árbitro Valentín Rey decidió suspenderlo porque no quedaban pelotas disponibles en el Cilindro de Racing Club.
Sí, el partido se quedó sin balones, en una tarde que además ya despuntaba noche y dificultaba la visión de los futbolistas al no haber luz artificial en el viejo estadio de madera del Racing Club. El desempate se jugaría recién en mayo, en la cancha de Gimnasia, con triunfo y clasificación albirroja.

Pasarían 8 años para el segundo enfrentamiento en abril, por la 2º fecha del torneo superior de 1953. Lo ganó Gimnasia, como visitante, 2-1 con goles de Rosales y Barci. También por una segunda fecha, pero por el campeonato de 1956, jugaron el 22 de abril de ese año, ahora con Gimnasia como anfitrión en un 2-2 que veía victorioso al Pincha por 2-0 (Arizaga y Monteserín) hasta que el Lobo lo igualó en el complemento con goles de Alfredo Martínez y Eduardo Víctor Domínguez.

El amistoso de abril: la Delovo-Pastor 1963
La cuarta vez que los tuvo cara a cara en el otoñal abril fue la revancha de la Copa Delovo-Pastor, competencia amistosa y de pretemporada que se organizaba desde 1962 homenajeando, con su nombre, a los dos legendarios zagueros de la brega local. Se jugó el domingo 14 de abril de ese año y lo ganó nuevamente Gimnasia, 1-0, con un gol del “Tanque” Alfredo Rojas. Aquel Gimnasia que llegaba de protagonizar el campeonato del año anterior que se recitaba de memoria en su línea delantera: Ciaccia, Prado, Rojas, Diego Bayo y Gómez Sánchez.
Llegaría luego el empate por el torneo superior de 1966 (0-0, en el Bosque, un 17 del 4); las victorias triperas del Metropolitano 1969 (2-0 con doblete de “Chirola” Pignani, en un partido que se suspendió cuando cedió el alambrado de la tribuna albirroja en Iraola y 118 y se completó en la cancha de Quilmes el miércoles 16 de abril), y del Metro 1974 (fecha 12, un 14 de abril, también en el Bosque, 1-0 con grito de Carlos Bulla, de penal). El último de la década del ’70 fue por la 6º fecha del Metropolitano 1977, en un recordado 3-3 fechado el 3 de abril de ese año en terreno tripero. Esa tarde hubo tres penales, dos expulsiones y la ráfaga de Hugo René Echauri para empatar definitivamente en tres un clásico que venía 1-3 y muy esquivo para Gimnasia.

Los ’90 y el único pleno pincha hasta hoy
El 25 de abril de 1990 hubo duelo tradicional por la 32º fecha del Campeonato 1989/90, en la cancha de Gimnasia, en un pringoso 1-1 con goles -entre el extendido fango del Bosque- del “Cabezón” Néstor Oscar Craviotto y de Jorge “el Negro” Merlo, los dos durante la primera parte. Un olvidable clásico que se recuerda mucho más por la cantidad de barro acumulado en las camisetas manga larga de los dos equipos que por lo visto en la cancha.
Claro que la grey tripera corea sin pruritos la lidia del 5 de abril de 1992, por la 7º fecha del Torneo Clausura. Tarde victoriosa para el franjeado, aquella del mito del “terremoto” por el grito de la parcialidad visitante en la popular del Industrial y el zapatazo del uruguayo Perdomo para batir a un inmóvil Marcelo Yorno, de tiro libre, en el arco de 55. 1-0 para el Lobo de Gregorio Pérez de retro camiseta Adidas y la publicidad de Pegamax sobre el pecho.
Otra victoria se anotó Gimnasia, en la cancha de Estudiantes, el 2 de abril de 2000. Gritos de Facundo Sava y del uruguayo Alonso para dar vuelta el derbi e imponerse 2-1 en rodeo ajeno, como también sucedería en el 4-2 del Clausura 2003, un 20 de abril, en el domingo consagratorio de Guillermo Sanguinetti, defensor y goleador de aquel último campanazo tripero sobre Estudiantes en condición de visitante. Pasaron ya 22 años de aquel último grito albiazul en el predio albirrojo de 55 y 1.
La temporada posterior tuvo como protagonistas a los entrenadores, dos “pesos pesados” en la historia de ambas instituciones que volvían a cruzarse pero dirigiendo en el clásico platense. Carlos Salvador Bilardo, en el banco de Estudiantes, y Carlos Timoteo Griguol en el de Gimnasia, la tarde del 4 de abril de 2004 en el Bosque, por la 8º del Clausura. Lo ganaba Estudiantes, 2-0, con bombas de Cardozo y Carrusca en el arco de avenida 60. Pero el Lobo tuvo su ráfaga de cuatro minutos en el segundo tiempo y logró el 2-2 final con gritos de Goux y Scotti.
¿El único del León en abril? Vigente campeón argentino, el Estudiantes del “Cholo” Simeone lo dio vuelta en el Clausura 2007 (lo perdía 1-0 con gol de Landa) jugando con uno menos (expulsión de Calderón a los 4 minutos del PT) y facturación por duplicado de un intratable Mariano Pavone. Lluviosa y oscura tarde de otoño aquella del 22 de abril de 2007 en el Estadio Único, donde pinchas y triperos habían trasladado la pasión de la lidia, del Paseo del Bosque al nuevo estadio de 25 y 532 que los cobijaría, aunque no regularmente, entre 2006 y 2019.
Los últimos tres en abril fueron igualdades. Por el Clausura 2009, cuando Sánchez Prette salvó el inicio del ciclo Sabella y, de zurda, clavó un gol “imposible” en el minuto 51 del segundo tiempo para un festejado y extendido empate pincha, en el Único, contra el Lobo de Madelón; un anodino 0-0 de abril por el Campeonato de Transición 2016, que después de décadas se volvió a disputar en horario nocturno, y el reseñado empate en cero por la Copa de la Liga 2021.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

miércoles, 15 de enero de 2025

AFA 2025: un inédito formato de torneos


Tiempos de dictadura plena en las vidas argentinas, con Grondona recién asumido al mando en Viamonte 1366, la temporada 1979 fue la última en la que la Asociación del Fútbol Argentino dispuso la organización de sus campeonatos principales sin el histórico formato de liga jugando todos contra todos y por puntos. Del Metro y Nacional, al resurgimiento de los Apertura y Clausura en pleno siglo XXI. 45 años después, nada nuevo bajo el sol de este enero primaveral…

Fronteras afuera, los Clash británicos sacudían el futuro de la música y la cultura rock publicando su disco canónico: “London Calling”; Unión Soviética invadía Afganistán y el Rambo de Stallone maceraba la excusa para que EE.UU y el mundo islámico se hermanaran en su ficción distópica de años después; la firma Sony presentaba la revolución personal de las décadas por venir en la escucha de música: el walkman…
En la Argentina de 1979, albor en tierra del último recurso de la Contraofensiva Montonera, aquel Independiente de lujoso rojo Adidas en tres tiras vintage y pantalones blancos al mando de Ricardo Bochini (https://www.youtube.com/watch?v=3DQ2RrlGFlU&ab_channel=HistorialCAI2) le ganaba a River la final del postergado Nacional 1978 que se definió en apenas dos meses, entre noviembre de aquel año y enero del ‘79.
Semanas después, ya en marzo, se lanzaba el fútbol oficial con un formato que no volvería a repetirse sino hasta este 2025: la AFA dio una nueva vuelta de tuerca y calcando el formato de la ahora extinta Copa de la Liga, organizará dos certámenes a definirse (Metropolitano y Nacional, como en aquel 1979), ambos, en una primera fase, con los equipos divididos en dos zonas y clasificación posterior de los mejores ubicados a los playoffs, desde octavos hasta la final por el título.
Aquella vez, Independiente, River, Vélez y Rosario Central fueron los cuatro semifinalistas que clasificaron en el Metro de la primera parte del año ‘79, con el Millonario campeón tras golear a Vélez en las finales (2-0 en la ida jugada en el Amalfitani y 5-1 la revancha en el Monumental) en un duelo sin equivalencias.
Tan inusual como definir el campeonato principal de Primera División en una final a partido y revancha, fue la reglamentación asociacionista para abrochar en la parca del descenso a los tres equipos que jugarían durante 1980 en la Primera B: se tomaron en cuenta solamente los puntos obtenidos en la fase regular del Campeonato Metropolitano 1979. Sí, en apenas 18 fechas quedaba constituida la grilla de los cuatro clubes (lo jugaron los dos peores ubicados de las zonas A y B) que participarían del ya mítico “Cuadrangular de la Muerte” que vio, finalmente, a Gimnasia, Chacarita y Atlanta descender a Segunda (https://www.xenen.com.ar/2019/08/24/cuarenta-anos-del-mitico-cuadrangular-de-la-muerte/) en un “petit torneo” de seis fechas que aún se antoja tan legendario, para los neutrales que lo vieron como espectadores, como brumoso y olvidable para la historia tripera, que se fue al descenso tras 26 años en el círculo de privilegio. Platense fue el cuarto en discordia y el único salvado…
Sin los clubes descendidos, el Nacional de 1979 se desarrolló con el mismo formato, pero con la incorporación de los equipos clasificados desde los regionales provinciales haciendo que la primera fase tuviera cuatro zonas en lugar de las dos del Metropolitano ganado por River. La inédita final tuvo al Unión santafesino compitiendo mano a mano otra vez con ese River plagado de figuras mundialistas consagradas e imposibles de imaginar hoy por fuera del fútbol europeo (Fillol, Passarella, Alonso, Luque, el uruguayo Carrasco, un juvenil Ramón Díaz…). Pero que apenas pudo arrebatarle el título al Tate por haber convertido un gol más de visitante, ya que ambos partidos terminaron igualados: 1-1 en Santa Fe y 0-0 en el Monumental. Nunca estuvo tan cerca el Tatengue de gritar campeón con ese agónico zurdazo, cuando el partido expiraba, de Eduardo Stelhick (https://www.youtube.com/shorts/WbetlJAXTaM), que todos vieron adentro salvo las manos en guantes de Ubaldo Fillol…
No abundan los registros, buceando en la historia desde 1893, cuando ancla la asociación oficial “nacional” pero porteña en la praxis hasta 1967, en las que el fútbol de AFA haya organizado todos sus torneos con fases eliminatorias y final, como es habitual en las copas internacionales, los Mundiales y los Juegos Olímpicos. Sucedió, es cierto, en los tres primeros campeonatos Metropolitanos implantados tras la reestructuración bisagra de 1967 en el principal torneo de Primera División (en ese ’67, Estudiantes venciendo en la final en el Viejo Gasómetro a Racing: 3-0), en 1968 (San Lorenzo derrotando al Pincha en el Monumental: 2-1) y en 1969 (Chacarita goleando a River en la final jugada en Racing: 4-1). Aunque, en esas tres temporadas, el Torneo Nacional que cerraba la temporada se continuó organizando en una única rueda de todos contra todos, por puntos y sin revanchas.
Siempre, hasta 1979, uno de los dos campeonatos anuales se desarrollaba en fases por puntos o jugando todos contra todos. Por eso hay que hurgar a los lejanos tiempos del llamado “amateurismo” para antecedentes similares: en 1929, la Copa de Estímulo -único concurso oficial del año- ganada por Gimnasia en la final a Boca, cuando la AFA organizó ese torneo especial dividiendo a los participantes, como ahora, en dos zonas debido a que el inusual campeonato de 1928 se había extendido hasta mediados del ’29 y no había fechas para un certamen regular de todos contra todos con 35 equipos en la máxima categoría; en 1913, cuando el primer Racing (clasificado como líder de la zona A) del heptacampeonato le ganó la final a San Isidro (primero del grupo B); y en 1906, cuando Alumni goleó al Lomas Atlético en el Hipódromo de Palermo por 4-0.
De 1979 a 2025, pero ahora con el formato de campeonatos por eliminación directa, la AFA volverá a consagrar en esta temporada a dos campeones de liga como no ocurre desde 2014. Ese año, River ganó el último Torneo Final de la mano de Ramón Díaz y el Racing Club se consagró en el Transición del segundo semestre con el campanazo de Diego Cocca como DT, primer título tras la estrella del Apertura 2001 de Mostaza Merlo.
La vuelta de los Apertura y Clausura como no sucede desde la temporada 2012/13; un Trofeo de Campeones entre ambos consagrados a jugarse a fin de año como la copa que Estudiantes recientemente le ganó a Vélez; y un premio más para el ganador de ese jeroglífico de concursos, con el campeón de campeones participando, además, de la Supercopa Argentina 2025 contra quien gane la Copa Argentina de este año: habrá, otra vez, cinco campeones nacionales en una sola temporada, aunque ya sin la Copa de la Liga pese a que se copie su formato pero ahora organizada como campeonato regular.
De campeonatos a copas, nacionales e internacionales (Libertadores, Sudamericana y Recopa), un 2025 con partidos y estrellas para todos los gustos y el fin del campeonato por puntos después de casi cinco décadas. Quedará por ver o imaginar si este formato será la regla o una excepción más de las tantas que brindó la historia, ahora por la participación de Boca y River en el Mundial de Clubes a jugarse en el receso del invierno nuestro.

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jueves, 12 de diciembre de 2024

Un nuevo grito federal y los 43 campeones AFA


El campeonato de Central Córdoba en la Copa Argentina de la temporada 2024, sumado al hito entrerriano de Patronato de Paraná en la edición 2022 de ese trofeo, hilvana un nuevo eslabón contra el dominio absoluto del eje fundacional del fútbol asociacionista, dominado por clubes porteños, del Gran Buenos Aires y de Rosario

Hasta el título de Patronato en la final victoriosa contra el Talleres cordobés en 2022, había que retroceder hasta 1944 para encontrar al último campeón de una competencia nacional, organizada por el ente oficial, cuyo origen no estuviera dentro del eje fundacional histórico de la AFA, comprendido por el área Metropolitana de Buenos Aires y la provincia de Santa Fe: fue San Martín, el “Santo” de la provincia de Tucumán, consagrado como el mejor en el llamado Campeonato de la República de 1944.
Ese hito quebraría, 78 años después, el Club Atlético Patronato de la Juventud Católica de la ciudad de Paraná: que una institución ajena al circuito productivo de los puertos Buenos Aires/Rosario/Santa Fe consiguiera un título oficial de AFA. Sólo dos años después, y ocho décadas más tarde que aquel hito tucumano, se sumó Central Córdoba de Santiago del Estero con su histórica consagración ante un Vélez que se “desangra”.
Cierto, también, imposible obviar el único galardón oficial de división superior que consiguió un club de Córdoba, con el Talleres de Ricardo Gareca en la Copa Conmebol 1999. Pero, huelga aclarar, es un título internacional organizado por la Conmebol a la cual está asociada, claro, la Asociación del Fútbol Argentino, que no lo organiza de forma directa. El Matador cordobés y Defensa y Justicia -copas Sudamericana 2020 y Recopa 2021- son los dos únicos clubes afiliados directa o indirectamente a la AFA que ostentan títulos oficiales a nivel internacional sin haber podido consagrarse a nivel local. Talleres, además, a la espera de dar el campanazo definitivo el domingo 15 de diciembre de 2024, pudiendo convertirse en el primer campeón del interior, en torneos de liga, por fuera de aquel eje fundacional “Buenos Aires-Rosario”.
Pero hay más: esa nómina de dos, de Talleres y Defensa, para algunos investigadores se amplía a tres al incluir al Central Córdoba de Rosario campeón de la Copa de Honor “Beccar Varela” de 1933, que, si bien fue organizada por la AFA para cerrar la temporada (similar al formato de hoy con la novata Copa de la Liga), la consideran internacional por haber contado con la participación de cuatro clubes de Uruguay: Defensor Sporting, Nacional, Peñarol y el modesto Sudamérica.
Además de Talleres, Defensa y Central Córdoba, hay otros 40 equipos argentinos que, desde fines del siglo XIX, han ganado al menos una competencia oficial organizada a nivel “nacional” por la actual AFA, llamada así desde la fusión definitiva de la Liga Profesional disidente y la Asociación Amateur oficial, en 1935.

La geopolítica, condición necesaria y suficiente
Pese a que el país tiene 24 jurisdicciones administrativas, con el título de los santiagueños y a lo largo de la historia, los clubes campeones de las competiciones nacionales e internacionales oficiales se reparten sólo entre siete de ellas: Ciudad Autónoma de Buenos Aires y las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán, Entre Ríos, Córdoba y, ahora, Santiago del Estero.
La geopolítica interna del país condicionó al fútbol criollo desde principios del siglo XX; la marca de su principal puerto comercial y comunicacional como eje de salida hacia el “mundo”, también. Hubo algunos mínimos atisbos de reconocimiento en los albores del fútbol como identidad colectiva, cuando la AFA, de aún denominación inglesa con “football” en lugar del castellanizado fútbol, amplió las “fronteras” de lo argentino reconociendo a la liga regional de Rosario, a la que incorporó oficialmente de manera regular para que se enfrentara contra el campeón porteño en la disputa anual del llamado Campeonato Argentino –la Copa Ibarguren– desde 1913. Porteños contra rosarinos jugando por el título “argentino”.
Los límites de la nacionalidad futbolística oficial, en la práctica, se abrieron desde siempre dentro de la pampa húmeda, contemplando a los clubes rosarinos y, sólo años después, a los santafesinos. Pero poco más. De hecho, de esos concursos organizados en el circuito productivo de los puertos Buenos Aires/Rosario salieron los representantes argentinos que jugaron las primeras copas internacionales contra los uruguayos. De allí que, a más de cien años de consolidarse esta estructura, aparezcan consagraciones de clubes como Tiro Federal o Atlético del Rosario, hoy un participante habitual del rugby nacional que, sin embargo, fue parte constitutiva del nacimiento del football criollo, siendo el primer club rosarino de la historia en disputar el campeonato de Primera División, en 1894.
Desde sus orígenes, la historia oficial del fútbol nuestro designó a sus “campeones nacionales” por la Copa Campeonato que exclusivamente jugaban unas pocas -pero trascendentes, claro- instituciones ubicadas dentro de Buenos Aires y su Área Metropolitana, hoy conocida como Gran Buenos Aires.
Recién entre 1939 y 1948 se dio una primera apertura “efectiva”, sumando a las entidades más representativas de Rosario y Santa Fe como afiliadas directas de AFA. Así empezaron a competir de forma regular en los concursos porteños; primero fueron Newell’s Old Boys y Rosario Central, luego Unión y después Colón.
Pero no sería sino hasta 1967 -pese a la discontinua disputa de competencias como la Copa de la República – y la creación del Torneo Nacional, cuando, después de siete décadas, se organizaría un torneo evidentemente “argentino y federal”, con representación regular e institucional de la mayoría de las provincias. Fue cuando los “grandes” del interior empezaron a tener visibilización a nivel nacional y aparecieron los primeros títulos en Primera División de los dos grandes de Rosario; o los subcampeonatos de Talleres (1977), el Racing cordobés (1980) y el Unión santafesino (1979).
El albiazul cordobés tendría otras grandes campañas en el siglo XX: fue 4º en 1974, semifinalista en los campeonatos Nacionales de 1976 y 1978 y 3º del Torneo de Primera de 1980, cuando se ganó en la cancha el derecho a jugar anualmente el Metropolitano de los porteños gracias a la Resolución 1.309. Con el nuevo siglo, llegaron los dos subcampeonatos de Talleres en las Copas Argentina de 2020 y 2022 y el reciente segundo puesto en la Liga Profesional 2023 contra el River campeón de Martín Demichelis. Ahora, con Talleres, el fútbol cordobés va por todo…

Los 43 campeones de torneos superiores de AFA, Conmebol y FIFA
Al Atlético del Rosario (Rosario Athletic) lo abraza el honor de haber sido el primer campeón “del interior” de un torneo de fútbol organizado por las entidades oficiales antecesoras de la hoy AFA: el primero “no porteño” en lograrlo. Ganó tres ediciones de la Copa de Competencia “Chevallier Boutell” (1902-1903-1905). Considerada la primera competición internacional del continente, era organizada entre clubes del torneo de Buenos Aires (Argentine Football Association), la Liga Rosarina y la Liga Uruguaya.
De Rosario, también se anotan, como campeones, Tiro Federal (Copa Ibarguren 1920), Central Córdoba (Beccar Varela 1933) y, claro, Rosario Central y Newell’s Old Boys, los consagrados “modernos” rosarinos que también se apuntan con varios títulos del profesionalismo en el principal campeonato de Primera División, la hoy Liga Profesional de Fútbol.
Por fuera del eje del puerto de Rosario, recién en 2021 la provincia de Santa Fe pudo anotar a un campeón de otra ciudad: Colón, de Santa Fe de la Vera Cruz, al levantar la Copa de la Liga de esa temporada con Eduardo Domínguez en el banco. El Sabalero pudo revalidar para la capital el título que se le había negado en 1979 a su archirrival Unión, cuando el “Tatengue” perdió la final del Torneo Nacional de Primera División por diferencia de gol. Se dijo: Tucumán, con San Martín; Córdoba, con Talleres; Entre Ríos, con Patronato, y Santiago del Estero, desde ayer nomás, con Central Córdoba, completan el círculo de privilegio del mal llamado “interior”.
Campeonatos, copas, torneos por puntos a una y dos ruedas, títulos de un partido, campeonatos rioplatenses, trofeos definidos por diferencia de gol, por córners a favor o por penales, como se estila en la era moderna desde la década de 1970: 412 títulos oficiales, organizados entre 1891 y 2024, repartidos entre 43 instituciones de seis provincias y la Capital Federal.
De todo, como en botica.

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martes, 11 de junio de 2024

Fundamentalistas de la resistencia


Los gestos se antojan elocuentes. Podrían hurgarse en el estribillo coreado a gritos hacia la mitad del recital ("La patria no se vende… no se vende") o en la remera que el streaming no oculta desde el primer plano que hace de la figura de Pablo Sbaraglia, una de las voces comodín en el universo transversal de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado post Indio Solari: el tecladista tiene una camiseta blanca en cuyo centro se destaca el logo de ARSAT, la empresa estatal de telecomunicaciones. Toda una declaración de principios que es parte de un combo espiritual mucho más estructural, como el señuelo de Benegas para la multitud cuando le pide "cuidar esta unidad" como punto de fuga para mancomunar en tiempos donde los de arriba "ponen el esfuerzo en dividirnos".
Gestos: simbólicos, de guarida afectiva. Y no tanto. Porque este Solari abandonó hace décadas la intransigencia en opiniones de coyuntura política que patentó su liderazgo en Los Redondos cuando solo hablaba a través de su obra, su lírica, su poesía. Y no dudó hace un mes herir de rabia al hoy presidente, al que calificó de "loco" en una entrevista con los periodistas Horacio Verbitsky y Marcelo Figueras: "Nunca pensé que un tipo con una motosierra pueda llegar a Presidente y pasara todos los filtros".
De vuelta al sábado 10 PM: si hay una búsqueda de ese variopinto público (¿ricotero, fundamentalista: los dos a la vez aún las insalvables distancias generacionales?) que volvió a llenar la única fecha 2024 de la banda en la ciudad faro del primer Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, está en ese "Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta votó a Milei". Ese que los ricoteros, ya padres y/o abuelos, de la híper de Alfonsín y Menem sintetizaban, durante los ’90, en el "Yo sabía, yo sabía, a Bulacio lo mató la policía".
Pero también en ese buceo imperecedero, artístico, musical, que el grupo hace en su caminar poético. Como si Solari vía YouTube (el streaming gratuito que se ofrece del recital como festejada novedad empieza y termina con el directo de LFDAA desde la previa hasta los acordes finales, pasada ya la medianoche, en otro surco simbólico y antisistema made in ricotero para que no quede marca ninguna en la Nube ni indicios de posible comercialización) digitara los mantras de su monstruito moderno, cuando en el arranque del segundo set truena "Todos a los botes", tema de 2010 editado en El perfume de la tempestad que, en la voz de Gaspar Benegas (dúo de guitarras histórico en Los Fundamentalistas, junto a Baltasar Comotto), desafía con poesía a todo panfleto que quiera jubilar la lírica solariana: "¿Quién mueve, así, los hilos en los gobiernos? Locos de gran intensidad, por las verdades que ocultan…"
No hacen falta ni nombres ni hombres. Ni disfraces que exageren el volumen del pelo en rubio. Es la potencia lírica de una noche de resistencia, de un pasado que cree y desea volver, aunque quizás no se conozca, del todo, qué es aquello que se desea enterrar por fuera de estos buenos -y, digamos, entonces, o sea- leones herbívoros que volvieron y están rodando cine de terror.
Qué otra mueca cómplice se necesita, sino, para capitalizar toda aquella verba de combate antisistema que brindarle a las 50 mil o más personas que fueron al Único, este sábado, que rescatar del olvido un canon de Último bondi a Finisterre (anteúltimo disco de estudio de Los Redondos) como "Alien Duce", que un cuarto de siglo después parece escrito para la Argentina 23/24: "Va escribiendo su evangelio en los tickets de Carrefour. Es el pequeño gran matón de la Internet: el Alien Duce".
Todo un pasado que, aún así, carga, y no tan metafóricamente, con un capricho canicular en este bien entrado siglo XXI: aquel líder sin panfletos rigurosamente explicados pero con esas poesías que habilitan la riqueza de las múltiples interpretaciones de hoy, que se negaba a ser televisado cuando la tecnología apenas desarrollaba teléfonos monocromáticos para unos pocos o las Minolta de rollos 24/36 que la producción de la Negra Poly cancelaba en sus recitales porque la foto era eso que podía robarle "el alma a los indios"; o sea, al propio líder, a la magia del mito Redondos. Ese Solari parece, hoy, controlar todo eso desde su perpetua Luzbola (no por nada, Sbaraglia pedirá, promediando el recital, un saludo al Indio que "nos debe estar escuchando y mirando") como aquel líder omnipresente del distópico mundo Gran Hermano que todo lo vigila en 24 por 7 y durante los 365 días.
Y bien ganado que lo tendría como gurú artístico y guía espiritual de esta pyme comercial y emocional que absorbe toda esta resistencia condensada en las doce horas de previa y de show, tanto afuera como adentro. Ese mismo Solari que se convierte, vaya paradoja, en tributo de sí mismo mostrándose, con imágenes de archivo de sus performances en vivo, en la pantalla del escenario y "cantando" los temas enclave que la grey ricotera huele como punta de lanza de esa resistencia (de "Nuestro amo juega al esclavo" a "Queso ruso"), metiendo playback desde el video y sobre su propia banda. Modelo de equilibrio para que el cantante pueda estar aunque nunca lo veamos, acuñado tras la vuelta de la banda al vivo tras casi tres años, después del oscuro recital de Olavarría ’17 y por la conocida afección física que padece el propio Solari en sus vigentes 75 años.
Pero, claro: ¿a quién le importa toda esa guinda, si te sofoca y es puro veneno? Y, además, las máquinas vigías pasan, ¡ay!, volando el mundo; y también por el Único en  La Plata…
¡Ya es hora de levantarse querido!, parece inferir la multitud que le resiste a un sistema, que la apremia vociferando que la única ley, de ahora en más, es "mi ley", esa de las puertas del nuevo cielo que cuidan los mandarines de ayer, los de hoy y también los de mañana. Y fijate de qué lado de la mecha te encontrás, que cuanto más alto trepa el monito (¡así es la vida!) el culo más se le ve…

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

lunes, 7 de agosto de 2023

Casa Bacci: historia de una pizzería


El bodegón gastronómico que en diagonal 79 entre 1 y 2 reúne, hace ocho décadas, a cuatro generaciones de clientes amantes de la tradición pizzera. La historia de La Plata bien podría narrarse desde los relatos que atestiguan sus mesas

La historia que recae sobre Casa Bacci, por acumulación de años y experiencia, subleva a amantes y detractores por igual. Como todo lo que se convierte en emblema de cultura ciudadana. Un enroque, quizás, imposible de evitar, si de gustos y tipos de comidas se interpela. Existe quienes creen que una de muzzarella jamás puede asemejarse a un “bizcochuelo salado”, en elocuente e irónica alusión a la altura de esta icónica pizza platense; y los que no pueden resistir al gusto único de comer una porción al corte de Bacci -de espinaca, anchoas con salsa, o la recargada de muzza con morrones y aceitunas- servida en un saturado negocio con hombres y mujeres al paso que almuerzan y cenan acompañados de moscatos y cervezas. Una tradición que comparten, a la vez, numerosas familias, junto a taxistas, changarines, estudiantes universitarios y jóvenes deliverys de todas las marcas.
Esos mitos sobre Bacci, su historia y su presente, surcan más vivos que nunca casi 80 años después de su creación. Porque si al local de diagonal 79 número 641 lo sobrevuela la necesaria nostalgia del paso de los años, apuntalada en una estética inamovible de luces blancas de tubo, botellas de vino ilegibles, cuadros oscurecidos en grasa y cartelería en desuso, no es menos cierto que su presente pos cuarentena a local abarrotado la hacen uno de los espacios gastronómicos excelsos en popularidad del cuadrado local.

El principio es la mitad de todo
La pizzería que es una insignia de la cultura local tiene fecha fundacional en los años ‘40. Lo atestiguan, hoy, en una abigarrada cartelería de altura, sus dueños actuales y socios de Casa Bacci desde la década de 1980: la familia Laberne, donde resaltan la emblemática fecha. Y 1944 es el año clave.
El enclave pizzero de diagonal 79 comenzó de la mano de Felipe Bacci, el Tano. Era un pequeño local que privilegiaba la atención a la calle y la venta por despacho. No había mesas. Y quienes optaban por la aventura de transformarse en clientes debían mediar entre la pizza para llevar –cocida; y cruda para hornear en el hogar- o las porciones para masticar de parado, servilleta en mano, en alguna de las dos barras que Bacci tenía hacia cada uno de los lados de ese bucólico espacio.
“Se comía en una larga tabla, recuerdo, tan finita que el vaso y el plato entraban con lo justo; contra la pared que daba hacia 1 o hacia 59, porque después habían agregado otra barra para ampliar. Felipe (Bacci) te servía las porciones en una servilleta de papel, de mano en mano”, rememora Alfredo Beltramini, viejo cliente de la pizzería.
“Detrás del horno, que está en el mismo lugar que ahora, hacia el fondo, estaba la casa de los Bacci, que empezaba donde hoy se ve la arcada de cerámicos y los pizzeros rellenan las masas. Ese espacio ofició siempre como una especie de ‘mesa VIP’. Y de este lado –sentado contra las ventanas del frente, Beltramini señala la otra mitad del local, la que da hacia calle 59- estaba la rotisería de los Palumbo, que vendían comida para llevar, fiambres, aceites, vino”. Y suma: “Cuando la familia Bacci se mudó, donde empezaba la casa, dentro mismo del local, armaron esa famosa mesa comunitaria, que fue el primer sector que el comercio tuvo, digamos, para poder sentarse. Bacci no tenía mozos”, confiesa, seguro de lo que afirma pese a las décadas en memoria.
“Ellos siempre vivieron en el fondo de la pizzería, que era medio local, del lado derecho hacia calle 1 si uno lo mira de frente. Felipe Bacci, cuando había partidos, acá, en Gimnasia o Estudiantes, armaba la mesa larga que estaba detrás del horno, en el cuartito donde hoy rellenan las masas. Y del horno hacia adelante era el lugar para despachar y llevar. Pero esa mesa siempre fue ‘un VIP’, para amigos y gente cercana”, suma Tino, empleado de Bacci entre la década de 1990 y la primera del nuevo siglo.
Porque si hubo algo que caracterizó a la vieja Casa Bacci fue la modalidad porteña de la pizza al paso, la “pizza de cancha” que se comía antes de entrar a los estadios. Todo se hacía de parado, con pizzas al despacho y para llevar. Épocas en las que, por la diagonal 79 hoy céntrica de La Plata, todavía circulaba el tranvía –la línea 16 con destino a La Loma; y el 25, que bajaba desde el Regimiento de Infantería de la hoy plaza Malvinas y en 60 rumbeaba hasta Berisso- y había rambla de las anchas, como las de pasto con cordón de adoquín que aún existen, por ejemplo, desde 19 y 60 hacia Los Hornos. Épocas en las que el moscato hegemónico del local era marca Las Armas; la cerveza de todos, ineludiblemente, la Quilmes en envase de ¾; y los gustos de pizza de Bacci aún se contaban con los dedos de una mano: de queso recargada, tradicional de anchoas con salsa, espinaca, fugazzeta o especial de morrones. Hoy, la carta es excesiva y los gustos son más de treinta: van desde la alemana con salchichas, kétchup y papas, hasta la de muzzarella con atún.

Sorrento, Las Espigas, Bacci…

Aldo Trifiletti es otro habitué de años. Peina más de 80. Amigo del barrio del Mondongo y ayudante de Felipe Bacci, sugiere que la famosa pizzería de tradición italiana nunca tuvo competencia. “Se hizo tan famosa, tuvo tanto éxito, que siempre dije lo mismo: las fundió a todas: al Sorrento, a Las Espigas”, ensaya un pleno y narra su pasado entre esas paredes de diagonal 79: “Uno empezó a venir por el barrio. Porque éramos todos vecinos del Mondongo: todos de acá. Mi viejo tenía una sastrería en 60, Bacci luego se mudaría a 60 entre 1 y 2. Y el Chango Laberne, amigo íntimo de él y luego socio, vivía en la esquina. Puedo decir que de muy chico ya lo ayudaba a Felipe, que fui uno de los primeros en poner tomate sobre las masas. Me acuerdo que el Tano me decía: ‘Pibe: la salsa se hace con perita. Tomate pe-ri-ta. No hay otra cosa’, me cargaba. Y, por supuesto, con queso mantecoso. Siempre repetía: ‘No hay otra fórmula.’”
- ¿Qué diferencias existen con el local de hoy?
- Muchas. Pasaron 60 años…. No había mozos, obvio. ¡Pero porque no había mesas! Y para entrar y llevarse alguna pizza, en días de demanda muy grande, tenías que hacer fila. Había días que la gente llegaba casi hasta la esquina –Trifiletti comenta y señala la punta de 1 y 60 donde funcionaba una estación de servicio hoy abandonada- y tardabas más de media hora en irte. El local era muy chiquito: la mitad exacta de lo que es ahora, con tarimas de un lado y del otro. La gente hacía fila en la puerta y los días que había partido se juntaban hasta los hinchas visitantes que venían de Buenos Aires para llevarse las pizzas para allá. Increíble. Ya era muy famosa Bacci: incluso en Capital. Y Felipe ya había incorporado la venta de helados. Algo modesto, digamos, pero vendía de chocolate, frutilla, vainilla: los gustos tradicionales. Y se vendía muchísimo también.
Sobre los helados y la ampliación del negocio existen verdades que comulgan en un mismo vértice: quienes aseguran, sobre todo por mandato de historia oral, que la famosa Bacci fue heladería antes que negocio de pizzas; otros, los más contemporáneos, que Felipe Bacci mutaba el local, de pizzería a heladería, en los meses de verano, de diciembre a marzo, despachando las cremas heladas sobre la misma barra donde durante el año cortaba y vendía las masas de harina abarrotadas de queso mantecoso.
De lo que no hay discusión alguna, y es unánime la epístola, es sobre los bollitos de masa, tradición que actualmente persiste como marca identitaria. En Bacci no hay ni habrá “cosito de pizza” o trípode de plástico para que el queso derretido no se desparrame: la muzzarella crujiente evita pegarse al cartón de la caja gracias a los pancitos en bollo que se tiran sobre el queso, que ofician de separadores antes de que el cliente monte la caja para llevársela en su mano.

Ceremonia en la tormenta
Más que un mito era la recurrente presencia de Ricardo Barreda como cliente de Bacci. La historia de más de tres décadas cuenta que el múltiple femicida se juntó con su amante, horas después de los asesinatos en su casa de calle 48 casi 11, a comer la pizza que era una de sus debilidades. Aunque sin mencionar el nombre del local, el periodista y escritor Rodolfo Palacios narra en “Conchita: Ricardo Barreda, el nombre que no amaba a las mujeres” aquella secuencia ocurrida el domingo 15 de noviembre de 1992: “Cuando salió del zoológico de La Plata, dejó flores en las tumbas de sus padres y se encontró con su amante en una pizzería”.
“Lo de Barreda fue real. Pirucha, su amante, era vecina nuestra. Vivía a dos cuadras de mi casa. Nosotros, lógicamente, no conocíamos nada de su historia. Barreda vino a comer con Pirucha como si nada hubiera pasado, como un día más; como venía habitualmente. Eran clientes de años de Bacci, como tantos platenses”, encara Lucila Laberne, entrando en los años modernos de Bacci.
Lucila Laberne, actual dueña y encargada del lugar, trabaja en la diaria y oficia de cajera los fines de semana a local repleto. Es la hija de Héctor Laberne, íntimo amigo de Hugo Bacci, uno de los hijos de Felipe, aquel de los Bacci que también supo poner cuerpo político con Néstor Kirchner en sus años militantes de La Plata antes del Golpe.
“Hugo militaba con Néstor. Pero en otra época. Ya cuando mi viejo le compra la parte del negocio, Hugo no tenía mucha injerencia en el local. Él lo hereda. Nunca lo explotó comercialmente como hizo Felipe, el padre. Y entre los empleados que había cuando lo toma mi viejo, recuerdo, sí, que ya estaba Julito: Julio Villavicencio. Por eso, con los años, terminé como socia de los hijos de Hugo y nietos de Felipe. Físicamente, digamos, hace más de 30 años, 35, siempre lo manejó mi viejo. Y, desde que él murió, me hice cargo yo”.
- Y respetaron las costumbres, las tradiciones…
- Sí. Si yo festejaba hasta los cumpleaños acá –gesticula Lucila señalando hacia el salón principal. Siempre se trató de respetar al máximo la tradición del lugar. La pizza con la esencia original, de masa alta. Incluso hasta la forma de preparar la espinaca. Recién hacia los 2000, ya cuando mi viejo estaba a cargo de todo, se cambió el queso mantecoso original, que se usaba desde la época de Felipe, por la muzzarella. Pero por una cuestión de costos. Tratamos de mantener la esencia hasta en la estética del lugar: cuando hay que cambiar una silla, buscamos similares. Y así. Lo mismo los cuadros –agrega y señala la pared blanca que da hacia 59- que perduran y que decoran la pizzería hace décadas. Ni siquiera se le cambió el color a las paredes. Me lo dicen muchos, ojo. Pero no: jamás le cambiaría nada. Mi viejo siempre me dijo. Me taladraba, bah: ‘Nunca cambies nada’. ¿Ves esas botellas que están ahí? –enfatiza y enfoca la vista en el estante alto que corona el techo de la pizzería. Un día las habían lavado. Y vino un cliente histórico, de años, y le dijo a mi viejo: ‘¿Chango: qué hiciste?’ Te juro que nunca más las limpiamos. Y así están desde ese momento.
Asociado a la familia Bacci, con Laberne la pizzería supo también de las breves experiencias de las franquicias, algo inusual para un negocio tan permeable al arraigo de un local y un barrio como El Mondongo. Hubo dos y en los 2000: una en Berisso, en la zona del hospital zonal, y la restante en diagonal 74 entre las calles 4 y 5, a metros de la terminal de ómnibus.

Hugo Bacci: vida de militante
“Una vuelta había un acto político en La Plata, acá en el Teatro Argentino de 51. Fue un miércoles o un jueves: un día de semana. Venía Kirchner a La Plata. Ya como presidente. Entonces suena el teléfono, el fijo, el 421… el de la pizzería que está, como ahora, entre el mostrador y la caja. Y escucho: ‘Hola, mirá, te hablo de presidencia de Nación’. ‘Ah. Mirá vos’, le digo, incrédulo, como tomándole el pelo creyendo que era una joda. ‘Te hablo de parte de Néstor Kirchner: ¿está Hugo Bacci? Porque tenemos una invitación para hacerle de parte del presidente’. ‘Bueno, mandala’, le digo. Yo no entendía nada. Y le fuimos a avisar a la casa, que era a la vuelta de la pizzería, ahí en 60 entre 1 y 2”.
La precisión de orfebre del relato es de Tino, viejo hornero y cortador en mostrador durante 15 años, ahora empleado de otra reconocida pizzería pero de diagonal 74. Tino es Roberto Olivera. El hombre que se ganó fama entre los pizzeros como el cortador más rápido de masas, con cuatro hachazos de cuchilla que dividen la pizza en ocho partes iguales en cuestión de segundos.
Amigos y compañeros militantes recuerdan a Hugo Bacci como un médico veterinario universitario de portentoso compromiso con la resistencia peronista de La Plata. Fue funcionario como director de Ganadería del Ministerio de Asuntos Agrarios de la Provincia, durante el breve gobierno de Oscar Bidegain en la década del ‘70, y uno de los fundadores de la Federación Universitaria para la Revolución Nacional (FURN), entre otros con Carlos Kunkel. Después, se sumaría a la organización un joven Néstor Kirchner, llegado para estudiar desde Río Gallegos. Integrante de la JP La Plata, Bacci se exilió en el exterior durante los años de la dictadura de 1976 y fue presidente de una asociación: “Memoria Fértil”.
Una pintura de sus años de funcionario, que el propio Hugo Bacci confesara en una entrevista para el “Tercer Congreso de Estudios sobre el peronismo (1943-2012)”, sobre la práctica de socialización de los sueldos: “Un subsecretario, en ese tiempo, cobraba 1.200 pesos y el que servía café, por ejemplo, 120. Una diferencia tremenda. Entonces resolvimos: ¿cuánto necesita un matrimonio con dos hijos para vivir? Hicimos la cuenta: 160 pesos. Entonces cuando cobrábamos se ponía toda la plata junta y un chofer cobraba igual que un subsecretario: 160. Así socializábamos el sueldo”.
Bacci, “el Hugo”, falleció en 2015, cuando fue declarado “Ciudadano Ilustre Post Mortem de la Ciudad de La Plata” por el Concejo Deliberante de la ciudad, el 10 de junio de ese año.

Tiempos modernos
Debates entre comensales, convivencia pacífica entre pinchas y triperos, la Casa Bacci también encierra ese lado B en tintas de afinidades políticas. Muchos militantes, universitarios, de base o cuadros formados, solían tener cierto privilegio en ese ‘VIP’ de la mesa del fondo, bien ocultos del resto, cuando el anonimato era la mejor manera de seguir en carrera por las diagonales de la ciudad en los años que antecedieron al tsunami de la dictadura cívico-militar. Uno de sus clientes era aquel joven Néstor Kirchner llegado de Río Gallegos, que el propio Hugo Bacci recordaba comiendo las tradicionales porciones de espinaca tapadas de queso mantecoso hasta el borde.
Los mediodías, en tanto, suelen mostrar la cara más personal y solitaria de Bacci, aunque también a local desbordado como en los almuerzos pizzeros clásicos de la calle Corrientes de Buenos Aires, con esperada ausencia familiar y mucho trabajador al paso que hace la pausa del almuerzo entre una obligación y otra.
“A la masa siempre se le pone azúcar para que fermente la levadura. Pero, la levadura, va a lo último, para que no se ‘queme’ con la sal. Cada vez que amasé, se le tiraba azúcar, sal, aceite y harina 0000. Y recién a lo último la levadura. Así aprendí. Así sigo”, negocia el secreto Roberto Olivera, aquel de insuperable récord de velocidad al fraccionar porciones. “No me gana nadie, je”, exagera.
Tino fue hornero y cortador en mostrador entre 1995 y 2010. “Estuve 15 años. Me fui de Bacci justo la tarde del Censo, el día que fallece Néstor Kirchner (NdR: 27 de octubre de 2010). Esa fue mi última noche. Era feriado: no me olvido más”.
- ¿Cómo te incorporaste a Bacci?
- Entré por Jorge (Puyó), con el que ahora estoy en la sucursal de Pasillo de diagonal 74. Jorge, en esa época, era uno de los amasadores de Bacci junto al Negro (Raúl) Padilla. Teníamos entre dos horas y media, tres como mucho, para amasar alrededor de 200 pizzas. Siempre dependiendo del día y de la demanda. Laburé un mes con Jorge y aprendí el oficio enseguida. Y después fueron 15 años: toda una vida en Bacci.
Sobrevuela la figura de Julio: “Julito”, para los íntimos. El reconocido mozo de rulos, de nombre Julio Villavicencio, que estuvo al frente de las comandas de las mesas durante cuatro décadas hasta que se jubiló en los recientes tiempos de covid, aislamiento social y cuarentena obligada.
“Julio entra a Bacci como ayudante de bachero. Me acuerdo que fue una de las primeras cosas que me contó. Yo entré y él ya estaba laburando hacía, mínimo, diez años. Era cierto eso que Bacci no tenía mozos. No se acostumbraba. Pero un día, ya con el local ampliado, con las mesas la gente se acostumbró a sentarse y él propuso ir a atender. Empezó a servirle a los clientes y quedó como mozo”, rememora Tino.
Otro que no olvida a Julio, como compañero de trinchera en cocina, es Picu: Gustavo Javier Villordo. Mozo, hornero, cortador, trabajador multifacético dentro del universo Bacci modelo 2023, Picu es junto a Norma, moza del mediodía y de la tarde, y Daniel Cabrera, el maestro amasador de la mañana, uno de los empleados más antiguos del comercio. ¿Cabrera? Se funde en confianza y en la ronda de mates del fin de turno, mientras limpia lo que queda de harina sobre la mesada, devela parte del secreto: “600 gramos pesan los bollos de cada pizza. Es harina, agua, un vasito de aceite y sal. Se mezcla y listo”.
“Fueron muchos años con Julito. Entré en marzo de 2008. Ya estaba como dueño el Chango Laberne, obvio. Me acuerdo de Tino, claro, que horneaba y cortaba en mostrador para llevar y comer ‘al corte’ en la barra. Julio me enseñó a trabajar. Me enseñó el oficio; a ‘mocear’ acá en el local, como decimos nosotros lunfardeando un poco. Moscato, espinaca y fainá: una marca”, reafirma Gustavo.
Si el secreto es que la Casa Bacci tiene la exclusividad de ser una pizza platense única por volumen y tipo de masa –alta, de casi dos centímetros, sobre todo de noche cuando la fermentación descansa desde el mediodía-, lo es mucho más por su precio y su carácter invariablemente masivo. Bacci todavía es el refugio donde una familia de varios integrantes –padre, madre, hijos, hijas- puede salir y darse el gusto, en tiempos inflacionarios sin techo, de “comer afuera”. Eso también la hace distinta: popular y tradicional, con una esencia de exclusividad en el racional universo platense.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en Begum 0221.