En la esquina del Correo, 51 casi
4, se huele a carne en una vereda que nunca pasa desapercibida. Cita eterna de oficinistas, estudiantes, bodegueros y curiosos que la pueblan de lunes a sábado a local lleno
El minúsculo espacio existente entre la pared lateral y la
barra devuelve un pasillito que se alarga hasta la cocina y su televisor, que elevado
resiste diariamente en una batalla desigual contra el calor del negocio,
siempre vibrando con algún partido de fútbol de fondo.
La barra conforma una larga mesada perpendicular que mira de frente a la parrilla y deja al cliente en la posición de quien descubre un gran ventanal que refleja el paisaje más esperado, con achuras y grandes vacíos y bondiolas en cocción exacta.
Entre las butacas y las mesas, en no más de dos metros de ancho, se sumergen decenas de parroquianos y parroquianas a la espera del corte a punto; un abanico de manos levantadas, sobre la cabeza de aquellos sentados, buscando un chori con criolla para comer a la pasada o los que esperan la porción de asado para llevar al laburo o a la casa.
La barra conforma una larga mesada perpendicular que mira de frente a la parrilla y deja al cliente en la posición de quien descubre un gran ventanal que refleja el paisaje más esperado, con achuras y grandes vacíos y bondiolas en cocción exacta.
Entre las butacas y las mesas, en no más de dos metros de ancho, se sumergen decenas de parroquianos y parroquianas a la espera del corte a punto; un abanico de manos levantadas, sobre la cabeza de aquellos sentados, buscando un chori con criolla para comer a la pasada o los que esperan la porción de asado para llevar al laburo o a la casa.
Nada impide que el enjambre se repita todos los días,
mediodía y noche. La ubicación y los precios lo hacen un lugar distintivo del
centro platense: abundancia, buena carne al paso, sin espera y con precios populares.
¿Qué otra combinación podría ser mejor?
Pero El Rodeo tiene algo mucho más perturbador, diría hasta
vicioso, que actúa como anzuelo; una costumbre de época de antiguos y ya inexistentes
bodegones: clientes fijos, de la casa, de esos que vuelven día por medio y van
construyendo una amistad que no encuentran en ningún otro lado más que en esas
mesas, tanto con otros clientes como con los mozos y los parrilleros. Ellos:
Alejandro, Darío y Eduardo, históricos de un lugar que los mantiene como si su
permanencia fuera el otro gran secreto del éxito irrepetible de El Rodeo en
pleno centro de la ciudad.
La parrilla tuvo distintas etapas y ninguna se alejó de esa
emblemática manzana de 51 entre 4 y 5 que supo ser epicentro de luces y grandes
consumos del platense de clase media alta. “Empezamos en el ’80 y fuimos
modificando según las circunstancias. Pero nunca salimos de acá”, resume
Mariano, hijo del histórico hacedor de El Rodeo. El local tuvo sus ampliaciones
sobre el espacio lindero que hoy ocupa un gran maxi-kiosco y, en los 2000, una
sucursal con “salón familiar” en la esquina de 5 y 51 para los que buscaban la
comodidad que no otorgaba el emblemático reducto al paso.
El mote de "al paso" hace el resto y es marca de identidad. Se puede
saborear un vacío al pan o una bondiola al limón con provenzal (XL, por 100 mangos);
o un choripán también por 60. Todo regado en una jarra de vino tinto o blanco de
la casa que no superará los 75 pesos el medio litro.
Las porciones (para dos y de buen comer) de bife chorizo y
vacío; o combinadas como dos medias porciones, sumando un chorizo con morcilla
y una ensalada mixta (puntea la de radicheta, cebolla y ajo) que, con un vino a
medias o una cerveza, promediará 400 pesos entre dos. Una propuesta ineludible.
Así se abre camino entre la multitud de ofertas gastronómicas de la zona, al paso y sin espera, "El Rodeo", marca a fuego del sanguchito de carne en el centro de La Plata.
Así se abre camino entre la multitud de ofertas gastronómicas de la zona, al paso y sin espera, "El Rodeo", marca a fuego del sanguchito de carne en el centro de La Plata.