miércoles, 14 de mayo de 2014

Ese vocablo


Una palabra -mística- que resuena tan intangible como su caprichosa existencia, como un legado "sobrenatural" que no soportaría, ni siquiera, la explicación racional más ordinaria; un modo, más necesario que común, para tratar de entender la lógica de eso que ocurre en un momento determinado, en algún lugar, con infinidad de situaciones. Quizás hasta sea más simplista: creer y alcanzar lo que parece imposible.
Se la puede buscar hoy mismo. Podría estar, lo sabrán ellos, en la afonía de los citizens de Manchester reimprimiendo la historia de una ciudad en eterno colorado; o, acá a la vuelta, en el Prado montevideano, a punto el Wanderers de Francescoli de dejar sin nada a los que siempre ganan todo por allá.
O resumirse en un abrazo; el genuino que nace de los golpes que más se recuerdan por dolorosos. Difíciles, pero nunca definitivos: son los que anuncian la victoria que más se disfruta. De eso se trata el reloj del día a día: la convicción para levantarse y revertir lo escriturado. ¿"Nunca hay que dejar de creer", era, no?
Aquel gesto de 2006, contra los mismos de siempre, aunque se antojen con colores, bandas y franjas, en direcciones opuestas.


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