domingo, 27 de diciembre de 2015

De Segunda


La mitad exacta y un puñado de meses más de la década del '40 del otro siglo, sintetizó la bisagra política más trascendente; del siglo XX, sin dudas; hoy, diciembre de 2015, más vigente que nunca.
En fútbol, todo era "más de lo mismo" y el monopolio de los "cinco más grandes" se había convertido en un anodino trámite de reparto de ganancias de los "dos más grandes" de aquellos cinco: Boca y River se habían repartido, hasta el quiebre del San Lorenzo del '46, todos los títulos oficiales de Primera División de esa década.
Nada nuevo. Para los "otros", los llamados "no grandes", la cosecha en forma de estrella se reducía a alguna copa nacional discontinuada, no regular, que la AFA organizaba cada vez que a algún "iluminado" se le ocurría ampliar el calendario para no dejar sin competencia a los equipos. Así, hubo premio consuelo para Huracán, Estudiantes o Newell's, ganando alguna edición de la Copa Escobar; o el Campeonato de la República, el antecedente federal de la actual Copa Argentina, que también coronó al Pincha y al impensado San Martín de Tucumán, uno de los pocos campeones argentos de "tierra adentro".
La última fecha del torneo del '45 tuvo un desenlace inédito que jamás se repetiría para el clásico de La Plata: Estudiantes y Gimnasia frente a frente en cancha de Lanús -obligados los pinchas a salir de su estadio por tenerlo suspendido- con la posibilidad, más real que concreta, de que el Lobo descendiera justo frente al rival de siempre en ese domingo final de principios de diciembre. Necesita al menos empatar y esperar los resultados de Chacarita y Ferro para llegar a un desempate. Los triperos empezaron arriba y nadie dudó, ahí, de lo que se especulaba con tanto clamor en la prensa y en el día a día de las calles platenses la semana previa: que el Pincha tendría una actitud "contemplativa", por afinidad institucional, por amistad entre varios de los jugadores de los planteles, para darle una mano al vecino de barrio y evitar su peregrinación a la "B".
La ilusión duró menos que los minutos reglamentarios del primer tiempo. Gagliardo, Pelegrina y compañía se portaron impiadosos, metieron tres, pudieron ser más, y ratificaron la diferencia entre unos y otros que mandaba la tabla.
La derrota contra Estudiantes sentenció el descenso de Gimnasia; por única vez, mano a mano y en un clásico. Quizás, hoy, con la trascendencia que la historia y el tiempo se encargan de tamizar.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Carrefour

La excusa moderna de los milicos fue el comienzo de un "reordenamiento urbano" general para abrir dos calles que atravesaban los terrenos del Viejo Gasómetro; y, más falaz aún, la necesidad de que varios clubes porteños (Vélez, Huracán, el mismo San Lorenzo) se acomodaran a los "nuevos tiempos" y comenzaran a compartir sus canchas para luego utilizar los terrenos (ya vacíos de fútbol) con fines sociales o comerciales.
No hacía falta mucho más: un decreto de expropiación para sacar a San Lorenzo del barrio de Boedo y armar una sociedad fantasma para beneficiar a los amigos civiles de los genocidas de turno, que años después le venderían esas manzanas pensadas para "uso social y comercial" a la empresa francesa, Carrefour, para enhebrar un negociado millonario para unos poquitos.
Ocultas, las verdadaras explicaciones: la vinculación de sectores de la hinchada azulgrana (como los "quemeros" vecinos de Parque Patricios) con Montoneros; y que aquel "Wembley porteño" de Avenida La Plata (escenario de históricos partidos del Seleccionado en la primera mitad del siglo XX, como un Monumental actual) fuera el espacio privilegiado que, en plena dictadura, las Madres de Plaza de Mayo apropiaron para hacer una de sus primeras apariciones públicas.
Boedo, la "restitución histórica", los cuervos vuelven a su cueva...
Justicia. Chapeau.

martes, 15 de diciembre de 2015

Minutero de Viaje


Marielitos
“Mira, Yico… si después al tiempo empezó a aparecer por la costa lo que quedaba, nomás, de los que no habían podido llegar del otro lado…”.
Llevamos (¿cuánto?: ¿diez, quince minutos?) de amistad con Alejandro. Así es acá: cordialidad y sociabilidad por sobre de todo. Los cinco del grupo que nos quedamos estamos sobre la dársena de salida al aeropuerto que desemboca en la estrecha avenida que bifurcacon el distribuidor de acceso a La Habana. Sobre la izquierda se estacionan los taxis “oficiales”, mayormente amarillos y negros. Se mezclan con los “boteros”, los Mercury y Chevrolet de la primera yema de los tiempos revolucionariosque, hoy reciclados con motores de automotrices orientales,sirven servicios alternativos de transporte. Uno de esos gestiona la familia de Alejandro.
El silencio de la madrugada, en esa zona alejada del centro histórico, permite notar los cuchicheosde las charlas de alrededor: los dos empleados del “rentacar” ya sin clientes; la joven de una de las dos casas de cambio que los turistas abordan, sin excepción, apenas pisan Cuba; y los “boteros”, los choferes particulares que “parquean” sobre el ingreso al aeropuerto y se autohabilitan las dársenas, debajo de la arboleda de palmeras, para subir pasajeros sin interferir con el servicio de los taxis oficiales.
Andar “boteando”, manejar un bote americano de los ’50, es uno de los tantos “rebusques” de los cubanos para llegar al peso convertible que se dinamiza con el ingreso del turismo en la Isla: el “cuc”, el equivalente del euro y el dólar norteamericano. Es uno de los laburos de Alejandro y el padre. Mientras su hijo ficha turistas pasajeros que serán momentáneamente “amigos invitados” en territorio cubano para lidiar con el control oficial del aeropuerto, su viejo, ese hombre de espíritu adolescente envidiable, maneja el auto hasta el Hotel Tritón de La Habana, donde nos hospedaremos hasta el sábado.
Alejandro se sentará durante toda la charla en cuclillas, casi delatando el estado de ansiedad de los cubanos que trabajan del y para los extranjeros. La charla se cortaráantes de que subamos al taxi del padre, después de hora y pico, cuando vuelve al principio de todo y hace un intento por imaginar aquel día de “Mariel”; ese “permiso” efímero de la Revolución para salir de la Isla a todo aquel que lo quisiera.
“No son 90 millas, mira: hoy, al primer cabo para quedarse hay menos de 50 y ya ahí puedes ser visto con las balizas y te pueden llevar hasta la costa del otro lado”, dice Alejandro. La costa, ese “otro lado”, Norteamérica. Dice que ya ni piensa en eso y, uno cree, en realidad, que jamás lo pensó como posibilidad cierta y que es apenas un argumento para seguir la charla con los ocasionales amigos argentinos: exhibe con orgullo su título intermedio de ingeniero, mantiene una familia y espera al padre para terminar el viaje que le dejará los 50 convertibles en dólares por apenas dos horas de trabajo.
Eso que le dicen: “el rebusque”.


Mundo paralelo
Las mañanas son al “desayuno caribeño”. Así lo venden los dos o tres carteles, escasos y casi invisibles, que cuelgan en el ingreso del salón donde también se puede cenar desde las siete de la tarde. El almuerzo en la Isla, parece, es nada más que una costumbre de latinos latitud argentina. Y un adhesivo plotea los vidrios en la puerta de entrada: “Aquí se sirve…”.
Los exhibidores de comida forman un semicírculo que uno camina al entrar, de izquierda a derecha, por delante de las mesas que están en un contiguo salón imaginario sin que ninguna pared los separe; sólo unos largos muebles con base de madera y sus manteles decorativos.
Melón, ananá, banana, jugo, panes salados, huevos revueltos o fritos, panqueques para rellenar con ensaladas o salchichas ahumadas, se combinan con las clásicas facturas dulces o el café fuerte, como se lo toma en todo el Caribe. El café se ofrece en una vieja maquinita expendedora, que mezcla el chocolate, el café con leche y el agua caliente, para un eventual té o, en nuestro caso, el mate.
Pasó el lunes, pasó el martes, también el miércoles. Nos acostumbramos al aroma oscuro del agua para mate con esa inevitable y ya bienvenida pérdida del café de la máquina, que hace que, a la distancia, la Rosamonte que trajimos de Argentina tenga algo más de sabor.
“Mejor, si ahora allá los chinos la venden cada vez más seca”, promulgó alguien en una de esas tantas mañanas.
Tenía razón. Le pusimos “matefé”.



Res

Una de las tantas cosas es esa propensión del cubano a iniciar un camino casi detectivesco sobre los modos y usos de "la carne de res", cada vez que uno le confirma que, sí, que es argentino, y la pregunta al inicio del diálogo se hace inevitable por apariencia, gestos y lenguaje.
Lo mismo en ese último viaje de vuelta hacia La Habana, iniciático para descubrir las interminables formas que muta el ser humano para autoregularse lo que, en apariencia, no está permitido o, directamente, puede estar prohibido sin ejercicio a la queja.
Carlos me subió en el cruce de Santa Clara. Manejaba una camioneta negra de los '80, cargada de cajas y botellas. No me llevó a dedo ni tampoco lo buscaba. Pero era la manera más rápida para llegar evitando los colectivos del Viazul con turistas. Esos que se consolidan, para los poco inquietos, como la única forma de trasladarse de oeste a este: en Cuba, una ley obliga a todo particular que circula por rutas nacionales a llevar personas que esperan transporte. Un agente los frena y el conductor accede. Es obligatorio. Y sin costo; o cómo maximizar los recursos del Estado, que son los de todos; la nafta, también.
Las botellas, me cuenta, las venderá en un par de mercados durante la semana de estadía en La Habana. Un rebusque más de los tantos cuentapropistas autorizados por el Estado que se las ingenian para sumar dinero al poco peso del sueldo, en valores convertibles, por su puesto de ingeniero civil en lo que sería un equivalente a Vialidad Nacional local.
Por la mitad del camino, me señala unas matas.
"¿Ves los pastos altos?".
Respondo que sí, casi obligado por cordialidad a seguir una conversación que desde la misma pregunta parecía no tener rumbo.
"Siempre muuuy a título personal...", sonríe sin perder el humor del día a día. Sostiene el volante con la derecha, gira la cabeza y me mira: "... los administradores de los campos las usan para esconder a la vaca grande cuando está por tener cría. Cuando el ternero nace, matan a la madre y lo crían escondido ahí mismo entre los pastos. Cuando está un poco crecida y los controles del ministerio hacen el recuento de cabezas, finca por finca, no van a poder notar la diferencia. Pero ya se comieron la vaca".
Y ríe de nuevo: "Ustedes comen la res casi todos los días. Acá te pueden dar casi tantos años como al matar a un tipo. Siempre muuuy a título personal esto que digo".

lunes, 14 de diciembre de 2015

Wikipedia

Se había ganado la copa, esa lata por maltrato externo que se subía a la sede de los campeones de calle 53 por cuarta vez en la historia. Nos convocaban a un asado del mítico "Antifierr*" en City Bell. Habían hablado, se decía, de una sorpresa para todos. Uno imaginaba: "Naaa, nada que ver... viene el Chapu, el Chavo, alguno, a firmar autógrafos; algo así..."
Iniciada la tarde, con los bebestibles aún sin consumar y la comida en trance, se acerca una camioneta a la quinta de la misa. Tocan timbren. Bajan dos personas. Llevaban un decorado en la mano; en ambas, por lo pesada que era. Tenía la forma y el volumen de la que días antes habían levantado Verón y compañía en el Mineirao. Era esa: no había dudas.
Sin embargo, mirá, y todavía lo pienso, no me conmovió tanto levantar la copa, fotografiarla o tenerla al alcance de la mano en un simple asado de hinchas del "Antifierr*". Un privilegio de pocos, para ese acotado ámbito de fugaces cofradías. Todavía me mueve ese diálogo ingenuo para ambos, antes de las fotos y de acomodarse para dejar el retrato eterno, cuando la expectativa iba en aumento y el muñeco decorativo de la Copa no precisaba de La Gotita entre la base y la pelotita de arriba.
- ¿Vos no serás el Patricio Lorente de Wikipedia, no?: el que me da una mano con la edición del artículo de Estudiantes...
Le dije.
- ¿Y vos no serás el que lo edita y actualiza: CazadorOculto?
Me dijo.
Nos separaban dos "nicks" de editores anónimos que se hicieron visibles aquel día del asado y la Copa. Estábamos en el mismo lugar, sin saberlo, conociéndonos.
Aún, hoy, seis años después.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Tres deseos


- ¿Dónde vivís?, le preguntó él.
- Bueno, en varias partes. Comparto un departamento con una amiga. Y otra me presta su casa cuando no está, porque viaja bastante. Y a veces voy a la casa de mis viejos.
A Carla le gustaba decir las verdades a medias.
- Todo bien, dijo Ricardo. Podés parar si querés. ¿Te puedo hacer otra pregunta?
Estaban sentados más o menos cerca. Carla pensó que iba a venir el previsible avance sexual y respiró hondo, aunque con disimulo.
- Sí, claro.
- ¿Vos me levantaste?

 

viernes, 6 de noviembre de 2015

Grietas


La Nación destaca en el margen superior de su página web el video del desaforado economista de la alianza que reeditó la superioridad porteño/iluminada sobre la barbarie populista del "interior" (sic).
Es un medio, un diario, un grupo económico: tienen intereses y jugaron, juegan y jugarán, para la oposición de cualquier tipo de Gobierno que represente algún cambio para el campo popular; conservadores de sepa, liberales por adopción o conveniencia, lo que es para descatar es que nunca dejan de hacer "periodismo" (con sus matices, pero entendiendo ésto como la posibilidad de mostrar las eventuales dos miradas de un hecho), eso que olvidó Clarín hace lustros, como caso extremo, o cualquier otro diario/medio con sus mismos intereses.
Contextualizan, hacen periodismo, aún el abismo de las grietas ideológicas.

 

domingo, 1 de noviembre de 2015

La biblia del Museo


Un libro con recortes periodísticos de principios del siglo XX hecho a mano por el “otro” Hirschi, Oscar, el hermano del legendario Jorge Luis, y otros hallazgos, componen el mundo vivo del Museo Estudiantes.

“Cuando empezamos fuimos al archivo del segundo piso, donde están almacenadas las matrículas de socios con libros contables, y entre esas cajas encontramos los dos tomos encuadernados. No lo podíamos creer”.
Le pusieron “La biblia de Hirschi”. El que lo cuenta, entre incunables y entradas varias sobre la mesa de Presidencia donde hoy funciona el Museo hasta su traslado definitivo al nuevo estadio de 1, y no sin el mismo asombro que le produjo al toparse con los libros, es “Yeye” Isard, fotógrafo, coleccionista de todo objeto referido a la historia del club y uno de los integrantes de la Subcomisión de Museo.
El grupo nació a fines de 2013 y tuvo su bautismo con la muestra homenaje a los campeones del amateurismo, a cien años de aquel logro. Pero la idea de formalizar en la institución a un conjunto de socios, historiadores e hinchas que comenzaran a curar y preservar el patrimonio sociocultural, llevaba más de un lustro; la “difusión y protección de la herencia cultural. Y la investigación y enriquecimiento de la colección de la institución”, como sintetiza la presentación del Museo en la página oficial.
Zuleik Campañaro y Miguel Ignomirielo se constituyeron enseguida en presidentes honorarios de la Subcomisión, que este año sumó nuevos integrantes y aceptó el desafío de curar, compaginar y redactar, el primer libro oficial de la historia de Estudiantes, el que fue presentado el mes pasado en la Sede cuando se terminó de celebrar el 110° aniversario de la fecha fundacional.
“Fue una propuesta que le hizo llegar el diseñador gráfico y profesor de la UNLP, director de Troupe Comunicación, Flavio Mammini, a la Comisión Directiva. Ésta aceptó el desafío enseguida y el Museo se encargó de compilar los contenidos gráficos y audiovisuales para su posterior publicación”.
Guido Martinaschi es junto a Isard, Carlos Espíndola y Ricardo Vecchiati, uno de los socios fundadores de la Subcomisión y, quizás, quien resguarde actualmente el mayor “tesoro” fotográfico y fílmico del Club, hoy parte integrante del material de archivo del Museo que vistió cada una de las páginas del extenso libro editado sobre la vida institucional y deportiva de Estudiantes.
Oscar Hirschi fue delantero del campeón del ascenso de 1911, dupla de hermanos con Jorge Luis en los primeros años del amateurismo en Primera. Debutó en Segunda contra Boca, jugó hasta 1922 -toda una década con los bastones rojos y blancos que homenajean al Alumni del English School- y combinó el fútbol con la pasión del coleccionista por el club que amaba, Estudiantes, la que hoy tiene un valor incalculable para el trabajo patrimonial del Museo y, por propiedad transitiva, para la historia del Club.
“La biblia de Hirschi” contiene síntesis de partidos oficiales y amistosos y las fotos -escasas para esa época de la prensa, efímeras, pero inversamente valiosas cada una- publicadas en cada uno de los diarios de esos años. Los recortes permitieron dilucidar y pasar al papel en el libro oficial, por caso, la vieja discusión de historiadores y estadígrafos sobre la supuesta victoria de Estudiantes sobre River de Montevideo en la Copa Aldao 1914, un similar a la actual Supercopa Argentina pero entre los campeones de Primera División de las ligas de Uruguay y nuestro país. Oscar Hirschi separó y pegó los resúmenes de cada uno de los amistosos de 1913 que ambos equipos jugaron. Fueron tres en total: uno de ellos, la goleada 4-1 del 6 de abril de ese año, pasó a la historia como la final oficial programada para mayo de 1914 que nunca se jugó y debió ser suspendida por una fuerte sudestada que afectó a la capital uruguaya. La supuesta disputa de aquel partido fue replicada en la década del ‘40, erróneamente, por Miguel Bionda, en el libro “Historia del Fútbol Platense”; y por distintas colecciones periodísticas de diarios locales y nacionales sobre la historia del Club. Pero nunca se jugó. El plantel pincha llegó a viajar en el Vapor de la Carrera para el juego del partido de ida con una amplia delegación, encabezada, entre otros, por Alfredo Lartigue, pero regresó al país sin poder concretar la tan esperada final; la misma que nunca se reprogramó… La copa que no fue.
Otro de los “hallazgos” es la réplica de la Copa Interamericana ganada contra el Toluca mexicano meses después de la final en Manchester. La copa estaba archivada adentro de una más grande, en una de las piezas donde se almacenaban los trofeos de menor importancia. Es la copa que levantan Bilardo, Manera y Malbernat, en primer plano, en la canónica foto del equipo campeón en el Centenario de Montevideo con la camiseta a rayas y pantalones blancos. Y tiene, como marca distintiva, dos perfiles “aztecas” grabados en la parte superior. Hoy se puede disfrutar en las vitrinas de la sala de la vieja Presidencia donde momentáneamente se estableció el Museo.
En sintonía con el trabajo para la edición del libro, los integrantes del Museo comenzaron a recibir donaciones de socios e hinchas (entradas de partidos, revistas, diarios, indumentaria de jugadores u objetos comercializados con la marca de Estudiantes) y de varios ex jugadores, técnicos y dirigentes. Rubén Pagnanini obsequió este año la pelota que se utilizó en el partido definitorio de la Libertadores 1970 que le permitió al Pincha levantar la tercera copa consecutiva, contra Peñarol en el Centenario; el actual presidente, Juan Sebastián Verón, donó la indumentaria completa (camiseta y pantalón blanco, cinta de capitán, medias y botines) que usó la noche del retiro, con Tigre en Victoria, el año pasado; o los sacos con el banderín bordado en el bolsillo izquierdo que usó el plantel de Zubeldía que viajó a Inglaterra y se consagró campeón del mundo en 1968.
El último “tesoro” se concretó después de meses y extensos llamados; uno de los más buscados desde que nació la idea de patentar el Museo para exhibir las joyas de la historia albirroja: la última camiseta de piqué con el “8” en la espalda usada en juego por el Narigón Bilardo, la que usó el día del retiro contra Vélez en cancha de Atlanta, en diciembre de 1970. Se mantuvo guardada 45 años en la casa de Alberto Poletti, arquero y compañero de equipo del multicampeón de Zubeldía, que se quedó con el trofeo entregado en manos de Bilardo aquella tarde final de Villa Crespo. Hoy está en su lugar, para que la disfruten ésta y las futuras generaciones de pinchas.

* Publicado en el número de octubre de Revista Animals!.
 

viernes, 16 de octubre de 2015

20 pulgadas


El "yeite" era, en esos domingos de 1987 y 1988: se cargaba el cassetito de la Commodore 64, se esperaba en la vereda de 11 (que era tan ancha como ahora y dejaba armar un arco con remeras y el árbol como referencia, sin joder al resto) jugando al "25" con la pelota de gajos rojos de Carlitos... Y, mientras, uno por vez "relojeaba" el contador interminable de la cassetera que siempre pedía repechaje, la muy distante, para darle play antes de que la madre de alguna dijera que la tarde ya era historia, que oscurecía y todas esas "huevadas" que sólo servían para mandarte a hacer los deberes para el lunes.
 

jueves, 15 de octubre de 2015

La "idea"


Cambiar, sí; en fútbol, siempre. Pero no "más allá de la idea". Es "la idea" (sic) lo que tiene que modificarse; "la idea" de un método unívoco para un juego que es dinámica y cambio constante, que dependerá siempre de la oposición y estrategia del rival.
Difícil jactar responsabilidades por igual en el funcionamiento de la Selección si es "la idea" lo que no cambia: hay responsables adentro (jugadores) en mucha menor medida que afuera; un técnico responsable de hacer jugar de la mejor manera posible (ser efectivo y aplicar el plan necesario que el partido pide para convertir un gol más que el rival) a un grupo de futbolistas "seleccionados": lo mejor entre los mejores.
Si "la idea" es algo estático, acabado, carente de alguna novedad que sorprenda al oponente de turno en un juego que es dialéctica pura, no hay excusas.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Setenta veces siete


Siete décadas se cumplen de la última vez que Estudiantes quedó en desventaja en el historial del clásico en el profesionalismo. Lo emparejó en 12 plenos por bando en agosto del ’45, con goleada en el Bosque, y nunca más fue superado.

Situación y contexto I: terminaba la primera rueda del campeonato oficial de 1939, de irregular presente para ambos equipos, Gimnasia se quedaba con el clásico en 57 y 1 y alcanzaba la que sería la máxima ventaja de siempre sobre Estudiantes: le sacaba 7 de diferencia, con 11 triunfos y 4 derrotas. Desde el ‘31, con su primer pleno en cancha tras quince años y aquel partido inaugural del gol en contra de Pastor en el ’16, el Lobo había empezado a revertir una paternidad adversa por donde se la mire, estirando en esa década su mejor serie en clásicos, estando al frente durante doce años.
Situación y contexto II: la revancha en aquel torneo de recambios y transición para Estudiantes, entre el recuerdo de Los Profesores y los equipazos de los ’40, marcó el principio del fin: el 3-1 del Pincha en el Bosque (dos de Laferrara, uno de Cirico y un penal atajado de Ogando a Montañez) abrió una racha que sólo se replicaría en la Era Verón (del 7-0 de 2006 al 3-1 del Apertura 2008), con cinco victorias al hilo entre 1939 y 1941. Y hubo más: los de Infante, Pelegrina y compañía salieron derrotados del clásico sólo una vez entre el ’39 y el ’48, años en los que Estudiantes revirtió para siempre el historial, sellando diez triunfos en apenas una década; con un imaginario puente a la actualidad: entre el 1-0 con grito de Calderón en la despedida de 57 y 1 en 2005, hasta el reciente 3-1 como visitante, el Pincha suma 12 triunfos (uno por Sudamericana 2014) y una derrota también en una década. Cualquier similitud no es simple coincidencia: historia, de ayer y hoy.
Situación y contexto III: mientras Estudiantes daba el primer campanazo de la década del ’40 después de aquella era dorada de Los Profesores de podios varios pero sin corona, con un tercer puesto en el torneo del ’44 y la conquista de la Copa Escobar, Gimnasia llegaba de la B con el objetivo, único, de mantenerse en Primera en aquel ’45. Las diferencias mostraron credenciales de sobra en la cancha, en una temporada prodigiosa en historia para Estudiantes. Gagliardo, Negri, Infante, Arbios y Pelegrina, marcaron el pulso de una etapa a la que sólo la faltó la estrella para coronarla, en épocas donde los partidos se definían contra rivales que jugaban con once y siempre alguno más de negro…
Los clásicos del ’45 pusieron primera con los choques eliminatorios de abril y mayo por la Copa Competencia (3-3 en cancha de Racing y 2-1 a favor el desempate en el Bosque), serie que le permitiría a Estudiantes clasificarse a esa Copa República luego ganada a Boca en el primer y legendario desempate contra el Xeneixe. El 12 de agosto se jugó el primer clásico por el campeonato regular, en el epílogo de la primera rueda. Ese 4-2 ganado con suficiencia en el Bosque, emparejó el historial del profesionalismo en 12 triunfos por equipo. Sólo cuatro meses después, en la revancha de la segunda rueda que le ponía la tapa al torneo, Estudiantes sostendría en relieve la realidad de unos y otros: le ganó otra vez, 3-1, en cancha de Lanús, pasó al frente en el historial y coronó un año inolvidable mandando al descenso a Gimnasia… y con el hándicap de localía “neutral” por tener la cancha suspendida. Único.
Situación y contexto IV: la paternidad que en este agosto torea 70 velas, tuvo picos de igualdad en diferentes pasajes. En la década del ’50, Gimnasia empardó el choque en tres temporadas, pero perdió siempre el definitorio y siguiente partido: 1955, 1957 y 1958. Tras la efímera “primavera”, Estudiantes estiraría el historial hasta alcanzar la máxima de 7 partidos de diferencia en el ’85 (38 a 31), con el gol de Ponce en el clásico 100 del profesionalismo. El Lobo volvió a emparejar el duelo entre fines de los ’80 y la olvidable década del ’90, en la peor serie sin victorias del Pincha contra su rival de siempre, y tuvo otras tres chances de pasar al frente… Pero replicó aquel cuento de los ’50. Las tres fueron celebraciones del León para, así, poder mantener el orden histórico: en 2001 (2-1 con goles de Farías y Galetti), 2003 (1-0, con Bilardo en el banco y firulete de Sosita) y 2005, en la despedida de 57 y 1, de la que este mes se cumplen exactamente diez años, cuando empezó la inimaginable racha a favor que mantiene latentes aquellos goles de Oroz y Pelegrina del ’45, esa tarde que aún resuena hoy, en 2015, en el umbral del centenario del clásico, con 55 triunfos, 45 caídas y los diez de distancia actuales entre Pinchas y Triperos.

* Publicado en el número de agosto de Revista Animals!.
 

martes, 25 de agosto de 2015

Barbarie

Musotto era una de las tantas figuritas difíciles que venían a La Plata; una más de las tantas que pasan entre viernes y sábados por acá. Lo que nos inquietaba era que venía a tocar ahí nomás, a la vuelta del CCC, a presentar un disco que encima gastaba todas las listas rotativas del Zara de la radio: "Civilización & Barbarie". Lo teniamos ahí, a 200 metros. Y éramos varios con entrada para esa noche del Teatro.
Una troupe de rebebedores de la barra del centro se dispuso, entonces, apenas pasadas las 12, a seguir las reglas del plan diagramado durante toda la semana, como ese pescador que encuentra la vuelta exacta de la lombriz para que su víctima no pueda resistirse: debían juntarse con los que ya estaban adentro, encarar a Musotto en la puerta y tratar de confirmar lo que al principio era un rumor: que terminaba el recital y el "brasuca" (ese argentino que era el mejor de los parches en la tierra de los Messi de la percusión) se caía al patio del CCC. Sí, ahí mismo, engalanado por las siempre vigentes empanadas todoterreno de Losada. La radio tenía apenas un par de años y la foto con él en la barra de manto negro garpaba el resto.
"Sí, claro", debe haber dicho; algo así (detalles que no hacen al resto). Lo concreto es que fue y no hubo que ni insistir, como si los planes de ambos (la troupe del CCC y el músico) estuvieran pactados de antemano. Le hizo una seña a los productores -una seña que amagaba que esa noche iba a haber algo más que cuelgue- y nunca caminamos tan rápido las tres cuadras que iban del Teatro a 42 entre 6 y 7.
Nunca hubo foto, eso sí; y si hubo, estará en alguna de las poquitas cámaras digitales que asomaban el cuero en ese 2007; o en algún cajón de revelados de los que Nori y Seba manejaban en Kinecolor. Ni idea. Pero mejor sin fotos, creo ahora, ocho años después. Musotto morfó, no renegó de las Palermo, que iban y venían de la cocina del Ratón al patio con velas, y se llevó algo más que un saludo: hay alguien de RES que todavía esconde un beso del tipo como esa foto que nunca revelamos.

viernes, 14 de agosto de 2015

Vos, siempre tuyo


Me hubiese gustado que las cosas fuesen de otro modo.
Pero nunca dudé en esperar el día en que cada mail que usted me mandara, ocupara el inocuo lugar "no deseado" del correo.
Así debían ser las cosas; así fueron. Nada peor que finguir, o seguir esperando, desear algo que no se desea.
Le diré que el dolor mayor no es haberme enterado, tantos años después, para mi, los gestos de aquel mail que la cuenta indicaba que no deseaba recibir, sino haberlo leído en esa breve colección de poemas que su amistad con algunos hombres le "honraron" publicar.
Y no es resentimiento. Nada explica mejor mi impostura hacia usted que el deseo de no seguir leyéndolo en cualquiera de sus formas: en la hibridez de sus impresiones o en las voces del día a día.
Quizás opté por sincerarme y el proceso decantó en hacerse público en Twitter, ahora que lo privado (lo de usted, lo mío) es más público que ficción al fin; lo que le sacó misterio a lo que sospechaba: nunca hubo esas "otras"; tan sólo en su cobardía, para intentar explicar ese viaje del que nunca iba a tener noticias antes de suceder; el que lo alejaría de mi y me acercaría a mis "otros" verdaderos, a los que nunca dejé de recurrir para apagar tanto fuego.
No te cuides. Nunca hizo falta.
Vos, siempre tuyo.

Sophie.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Romper los dientes del engranaje



El primer muerto en una cancha durante el último Golpe Militar ocurrió en 57 y 1. Se llamaba Gregorio Noya y era hincha de Huracán. Fue herido en la espalda tras una represión en la calle y en las tribunas.

“Vayamos a la platea, mejor, cerca de los locales”.
Algo intuía Noya; jamás ese final. Se lo sugirió al hijo entre el típico almuerzo apurado de un domingo de otoño con fútbol y el viaje a La Plata.
El razonamiento conservaba algo de lógica paterna ineludible: había escuchado que ese 16 de mayo de 1976, los pinchas buscarían emboscar a los quemeros para quedarse con algún “trofeo”. Lo repitió, incluso, ya sentado en el tren que los dejaría en La Plata: que la barra del Globo estaba al tanto de todo y que era preferible evitar “quilombos”.
Pero los cruces no serían entre las hinchadas, ni siquiera como insinuación.
“Mejor, así. Entramos por otra puerta, sin la barra, y después salimos enseguida”, se convenció.
……………………………………
Los pocos relatos que existen son coincidentes: la Juventud Peronista tenía más que buena simpatía con un sector de la hinchada de Huracán. Por eso planearon el viaje juntos y llegaron a La Plata en varios camiones. Se estaban por cumplir dos meses del Golpe de Estado y Montoneros, ya declarada “ilegal”, mantenía su clandestinidad desde septiembre de 1974.
En la previa del Ducó, la barra había acordado cómo sería el ingreso a la cancha y quiénes lo harían, esa vez, cuidando cada detalle de los bolsos con las banderas largas.
“Las blancas van acá, ¿ven?”, prepoteó uno. “Todas confundidas entre las rojas más finas”. Los tirantes de color se desplegarían antes de empezado el partido, sobre los paravalanchas.
Los que lo sabían conocían el dato desde mucho antes: los de la JP custodiarían y estarían a cargo esa tarde de todos los bolsos pesados. El eventual enfrentamiento entre las barras de ambos equipos sonó a coartada. 
……………………………………
Con la breve excepción de la edición del lunes 17 de La Prensa, los medios gráficos publicaron, sin filtros, el parte que el gobierno militar difundió sobre “los episodios sucedidos en La Plata”; un comunicado escueto, con responsabilidades ajenas y previsibles para cerrar el caso: Gregorio Noya, argentino, de 38 años, domiciliado en avenida Riestra al 5900 de la Capital, había sido alcanzado por una bala disparada por “delincuentes subversivos mediante la utilización de armas de fuego de forma indiscriminada”, que habían respondido al accionar del ejército y la policía cuando éstos intervinieron para impedir “que un grupo de sujetos que se hallaba en el exterior del campo de juego elevara, mediante la utilización de globos, una inscripción similar a la secuestrada.
“Montoneros”, en letras negras sobre fondo blanco, se leía en la primera bandera, la que se alcanzó a ver antes del entretiempo del partido, minutos después de las cuatro y cuarto de la tarde de ese 16 de mayo, desplegada desde la parte superior de la torre de iluminación hacia el alambrado, sobre el sector lateral que une la popular con la platea. 
La crónica de La Prensa puso dudas sobre el origen de los incidentes –aunque refería “presuntamente a la acción de un grupo de personas subversivas” (sic)- y narró los episodios a partir del relato de testigos; y bajo el previsible amparo del potencial: “Los incidentes comenzaron cuando efectivos policiales se dirigieron a una de las torres de iluminación ubicada sobre la tribuna que da espaldas a la calle 1, de la que pendía una improvisada gran bandera del tamaño de una sábana en la que en gruesos caracteres se podía leer el nombre de una organización terrorista. Dicha bandera, que se hallaba en el lugar desde las 14.30, fue descolgada mientras se jugaba el partido por un policía de civil al que secundaban otros uniformados (…) A las 16.20, cuando los futbolistas se hallaban en el descanso, se escucharon una serie de detonaciones de armas de fuego que provenían de la calle 1 (…) En ese momento, se observó el ascenso de un atado de globos inflados con gas, con los colores celeste y blanco, que tenía como misión elevar por sobre el estadio una bandera de un grupo subversivo, la que habría quedado enganchada en los árboles de la calle. Allí intervinieron efectivos policiales que se enfrentaron con un grupo de personas que pretendía desengancharla”.
La tapa de El Día muestra el que, quizás, sea el único documento fotográfico que existe sobre los hechos. Se lo observa a Noya recostado sobre una camilla que fue alcanzada desde el sector de los bancos de suplentes. Ante los gritos y las señas de los plateístas que lo acompañaban en el parte superior, minutos después de haber recibido el tiro, los auxiliares subieron por el alambrado la única camilla disponible del estadio, la que usaban los médicos para los futbolistas lesionados.
“Incidentes” o “confuso episodio”, el uso tácito para deslindar eventuales responsabilidades oficiales, los medios en general (Clarín sólo publicó un recuadro sobre un “herido de bala” y nunca confirmó el crimen) cerraron el caso, el martes 18, con el cable emitido por la Policía Bonaerense al mando de Camps. A Noya lo habían asesinado “delincuentes subversivos” que comenzaron a tirotear a la policía en el exterior de la cancha mientras intentaban infiltrar una bandera con “el nombre de una agrupación terrorista” (sic).
 ………………………………………
No sería la primera vez en que se aprovecharía un evento deportivo para denunciar a la dictadura; tres años tardó “el gran golpe” de Suiza, en un partido amistoso que la Selección disputó contra Holanda. “La revancha”, lo vendieron, para ser transmitido “en vivo y en directo para todo el país” en ese mismo ’79 de la “Contraofensiva”.
Televisado por ATC, colgados estratégicamente en las tribunas del estadio de Berna, se pudieron leer dos amplios carteles ideados por los exiliados políticos, también con letras negras en imprenta: “Videla Asesino”, armado letra por letra para evitar los controles censores del estadio, y “Los militares son miseria y represión”. Los mensajes se vieron durante buena parte del partido pese a los esfuerzos de los técnicos de control del canal estatal, que apenas pudieron tapar la denuncia con un sobreimpreso oscuro publicitando un show de Les Luthiers. Se lo puede chequear, hoy, a mano en YouTube. El objetivo se había cumplido. 
La bandera blanca con las diez letras en negro que reproducía el nombre de la Orga era similar a aquellas. Pero, en La Plata, debía ser camuflada para esquivar el cacheo previo.
“Se cuelga cerca de la ochava. Va atrás de la de ‘Globo Campeón’”.
El Hugo de la JP dio instrucciones y la ubicaron tapada con la otra más grande que se sostenía entre la torre de iluminación y el alambrado lateral, en el mismo sector de la antigua entrada de 57.
Pasadas las cuatro y cuarto de la tarde de ese 16 de mayo de 1976, desplegada desde la parte superior de la torre, un grupo de personas izó la bandera con la inscripción quemera. Segundos después surgió la insignia escondida: “Montoneros”.
……………………………………
Noya le acercó la mano al hijo apenas recibido el balazo. Los dos estaban de espaldas, en las filas superiores de la platea de 1, junto al resto de los plateístas que ya habían empezado a refugiarse al notar el despliegue de la policía. No había arrancado aún el segundo tiempo.
Sí la cacería: policías de civil y algunos uniformados se movilizaron sobre el pasillo de ingreso de la visitante, arrancaron la bandera y detuvieron a dos personas, presuntamente las encargadas del izamiento, entre corridas e intercambio de disparos.
Todavía faltaba la segunda parte de la operación, sobre 57 y 1: hacer ingresar una bandera similar, desde la calle y por sobre la cancha, amarrada con globos.
Los forcejeos y disparos se trasladaron de los tablones del sector de Huracán a la esquina. La policía hizo un rápido cerrojo y disparó sobre los sospechosos de colaborar con la remontada de la segunda bandera.
Algunos de los militantes se escondieron sobre la copa de los árboles, procurando que la operación se completara desenganchando los globos. Pero fueron vistos. Les dispararon desde la vereda de avenida 1 hacia arriba. La altura de los árboles coincidía con la ubicación de las últimas filas de la platea.
“Me dieron en la espalda”, alcanzó a decir Noya.
……………………………………
“Estudiantes de La Plata-Huracán, balazo calibre 9 policial ingresado por la espalda y disparado por personal que venía a reprimir un acto de suelta de globos organizado por los Montoneros: Impune”.
Gregorio Noya emerge como el fallecido número 98 en el listado de “Salvemos al Fútbol” sobre las más de 300 muertes por la “violencia en el fútbol argentino”, desde la primera reconocida, de 1922. Es uno de los miles de asesinatos impunes que quedaron del accionar represivo de la última dictadura; la primera en un estadio de fútbol. 
La denuncia de la ONG tiene un hilo conductor ineludible en la investigación del periodista Amílcar Romero: a mediados de la década del ’80 publicó el revelador “Muerte en la cancha”, donde describe, entre otros, el reportaje que le realizó, años después del asesinato, al hijo de Noya para la indagación de fuentes y la posterior publicación.
……………………………………
Las crónicas del partido marcaron la figura del juvenil arquero visitante, Eduardo Jurkevicious, mérito directo para que el Pincha de Bilardo no pudiera quitarle el invicto al Huracán puntero en el durísimo cruce de candidatos.  Lo revela la -inédita para la época- cantidad de expulsados que tuvieron los 90 minutos: tres por Estudiantes, dos por el Globo.
Con el 0-0 como chapa definitiva, se anunció por los altoparlantes que la policía cerraría los accesos de las dos tribunas populares para evitar la desconcentración del público: serían palpados de armas y se revisarían sus documentos de identidad; uno por uno.
Los “sospechosos”, a arbitrariedad militar, y aquellos sin DNI, fueron demorados y trasladados a dependencias policiales de la zona. Mientras tanto, las radios que cubrían el partido instaban a los familiares de los hinchas, retenidos en el interior del estadio, a concurrir a la puerta con las identificaciones de sus parientes para que fueran autorizados a retirarse. Así de grotesco e inimaginable.
Ya de noche, pasadas las 20 y abiertas las puertas para que los hinchas desconcentraran en fila de a dos, Noya comenzaba a ser intervenido en un hospital cercano. Agonizaría y moriría después del mediodía del lunes 17 de mayo de aquel 1976.
Con culpables, sin condena.

* Publicado en el número de mayo de Revista Animals!.

viernes, 27 de marzo de 2015

La Vela P

El hilo va de punta a la frase del Indio: "Tarde en la noche, Plaza Constitución, sangre rancia de Tramontina rajeador". El disco tenía tres años y algo y conservaba cierta actualidad.
Con el tarareo insistente sostuvimos el trayecto que quedaba hasta Cemento, después de bajar del Roca. Cruzamos en diagonal, buscando la punta oeste. Morfamos seguro algún cuarto en un Ugi's de la zona.
A la ronda de previa en la plaza de la canción se sumó un flaquito de por ahí que invitamos por inercia de estímulo nocturno (Diego es el que tiene memoria), La jarra pasaba y venía y fue fiel hasta la puerta del sucucho. La llenamos en un kiosco, más de una vez, unas cuantas cuadras antes. En el tanteo de juntas, me falta la ficha del amigo de la casa, el Vinicius siempre atento a los extremos que se me pierde en el goteo de muecas.
Nos estusiasmaba la frase. Así la hora y pico de La Plata hasta Constitución; sería por la osadía de saber que había que cruzar por obligación el acantilado que está frente a la Estación, sólo por las ganas de ver a una banda uruguaya que conocíamos por un amigo y que, meses después, musicalizaría un intento de programa de radio con la mayoría de los que fuimos esa noche.
Lo resumían como "La Vela P.". Con el DNI del CUIT, recuerdo sacaba la cuenta de los años de rodeo que llevaba Chabán. Pero siempre me quedé en las coincidencias de ciertos números: Cemento era EE.UU. 1234; y el precio de la entrada y la fecha (14 de junio) en simultáneo formaban un 6146 que era igual al número del ticket, si caprichosamente sumábamos los dos números del centro y dividíamos el número final por la cantidad de veces que éste aparecía: 6773.
Todavía faltaban, ese día de Cemento, un par de años para Cromagnon; la noche de jueves que hicimos el último programa del ciclo que musicalizábamos con La Vela P.
Puerca de puerco. 30 del 12 de 2004.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Redimir la historia


El hat-trick de Carrillo saldó la cuenta pendiente contra el Barcelona ecuatoriano, aquel de “La hazaña de La Plata” que hizo hito al quitarle el invicto, en 57 y 1, al tricampeón de América de Zubeldía

El récord se defendía sólo, sin necesidad de alegatos que redundaran lo inobjetable de los números: diez triunfos y un solo empate -contra el Millonarios colombiano en la Copa del ’68- chapeaba de local Estudiantes en sus primeras tres participaciones de Libertadores. Una verdadera fortaleza, donde se había hecho del 95% de los puntos, clave a la hora de enumerar razones para el inédito tricampeonato sudamericano: ninguno lo había logrado, de manera consecutiva, en toda la historia. Independiente, River, Universitario, Palmeiras, Peñarol o Nacional, entre tantos, sucumbieron en 57 y 1 sin contemplaciones.
Campeón del ’70 contra el Carbonero en el Centenario, el Pincha se benefició nuevamente con el ingreso directo en el cuadro semifinal de la Libertadores ‘71. De un lado, el Nacional uruguayo, Palmeiras y la U de Perú; del otro, la Unión Española de Chile y Barcelona de Guayaquil, clasificado después de un 3-0 a su clásico rival, Emelec, en el desempate del Grupo 5.
Es cierto que el invicto pertenecía en exclusiva al máximo trofeo de la CSF. Estudiantes tenía tres antecedentes de derrotas en el Hirschi: el partido de vuelta de la Interamericana ’69, contra los mexicanos del Toluca, y los dos choques por la fase de grupos de la Supercopa de Campeones Intercontinentales de aquel mismo ’69, contra Peñarol y Racing Club. Una copa, al tiempo oficializada por la Confederación, a la que Estudiantes no le puso el ojo suficiente por el escaso calendario en el que se jugó.
Basurco, así son “s”, es el nombre, resonante como desconocido por fuera del mundo fútbol, que quedó en la leyenda del fútbol ecuatoriano con el campanazo del Barcelona, el 29 de abril de 1971, contra el tricampeón de América en su tierra y en su casa. Novato en convocatoria y organización (el profesionalismo apenas contaba quince temporadas), la historia le reservó para siempre un lugar en el podio más alto del fútbol de aquel país hasta la clasificación del Seleccionado de Darío Gómez al Mundial de 2002. Hasta Wikipedia lo incluye en un artículo: “La hazaña de La Plata”, tal la magnitud de aquel 1-0 del ’71 contra los invencibles de Zubeldía.
Juan Manuel Basurco Ulacia, español de origen vasco, combinaba el fútbol amateur con los seminarios y el estudio sacerdocio. Recibido y con vocación tercermundista, se hizo misionero en América Latina. De la parroquia y la invocación católica, sin dejar nunca de practicar el deporte que lo llamaba como principal afición, pasó a la incipiente Primera División profesional, contratado por la LDU de Portoviejo. Sí, como se lee: un cura futbolista en una liga sudamericana. Barcelona le vio cualidades y lo fichó para jugar en la temporada ’71. Una corta carrera y un promisorio currículum: ocho partidos y dos goles; uno de ellos, el que coronó sobre el arco de 55 ese 29 de abril después de una jugada por izquierda con el legendario Alberto Spencer -aún hoy máximo goleador de la Copa, de regreso a Ecuador pos paso victorioso por el Peñarol de los ’60- para transformarse en “el padre de los botines benditos”. Ni siquiera su popularidad en Ecuador por la trascendente conquista amainó la equivocada manera de describir su apellido: para todos, Basurco era, y será, con “z”.
Con la serie a favor de diez triunfos y un empate, sumando la victoria de Estudiantes en el partido de ida, el pleno contra Barcelona en 57 y 1 se descontaba obvio, notorio. La revista El Gráfico, en la previa y con la firma de Ardizzone, arriesgaba el resto: “… Por ahí Barcelona es un equipo de tercera categoría, donde el maestro Spencer está jugando la última parada de su gran carrera goleadora (…) En Guayaquil, resolvieron el partido más que con organización para encararlo; con la seguridad y serenidad del equipo que sabe lo que quiere. Que sabe que en este tipo de confrontaciones no se gana sobrando aunque el rival sea de tercera categoría (…) Ya sé que Barcelona es un equipo de tercera categoría, pero el partido era allá, con las tribunas de Guayaquil y con los 35 grados de Guayaquil”.
Nada de eso sucedió. Aunque la clasificación del equipo que ya dirigía Kistenmacher, a las finales con Nacional, hicieron más rápido que pronto borrón y cuenta nueva de este lado del continente. Estudiantes cerró la semifinal venciendo en ida y vuelta a Unión Española. Después, la historia recordada de Lima y la caída en el desempate con los uruguayos.
No sólo se cuenta la plusmarca de tener, hoy, el mejor porcentaje de puntos en la historia de la Copa entre aquellos clubes que disputaron más de una edición (supera, por escaso margen, a los brasileños Cruzeiro y Santos): la serie favorable con Independiente del Valle y la tripleta de Carrillo con Barcelona, aumentó a 42 las victorias como local, en 53 partidos, con 8 empates y sólo tres caídas, aquella con el Torero ecuatoriano en el ’71, otra con Olimpia en la Libertadores 1984 y la más reciente con Cruzeiro en la edición 2011. Una marca tan envidiable como inigualable, todavía hoy.

* Publicado en el número de marzo de Revista Animals!.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Free


Quizás nunca supe realmente quién era. Y puedo seguir sin saberlo; sí que este jazz libre tocó hace cinco (seis, siete) años en una de las salitas del Teatro Argentino. Y nada de "a sala llena". Poquitos éramos.
Como necesitaban que tuviera calor -dígase la gente lo más cerca posible, nos abrieron la puerta de las primeras filas a todos los de la terraza del tercer piso. Y se escuchó. Mucho más que bien. Privilegios o cosas que pasan. Algo así.
 

viernes, 6 de marzo de 2015

Volver al futuro


Cuatro décadas antes del Mundial de Clubes, el Barsa invitó a Estudiantes a la histórica Gamper de previa de temporada. Campeón del Mundo vigente, los de Zubeldía prepararon la final con el Milan con una maratónica gira que incluyó partidos ante Atlético y el Real Madrid.

Pocos son los clubes del pago propio que pueden imprimir el prestigio de haber jugado la Copa Gamper en el Camp Nou. Y se cuentan con los dedos de una mano: Boca, River, San Lorenzo, Chacarita (aquel de la edición ’71 que tocó su techo eliminando al Bayern Múnich de Beckenbauer en semifinales) y Estudiantes, por si faltara alguna huella en la alfombra roja de la historia.
Finalizado el Metropolitano ’69, con las mieles a flor de piel tras el laureado bicampeonato de América contra el Nacional uruguayo, el Club organizó una extensa gira de preparación – 45 días afuera del país- con la proa en el objetivo de máxima de ese segundo semestre: defender el máximo título de clubes conquistado un año antes en Old Trafford.
La chapa de la victoria en Manchester contra el United y la invitación del Barcelona, fue el amuleto gancho para la CD al mando de Mangano, que dispuso de distintos ofrecimientos para presentarse y jugar amistosos alrededor del mundo: Colombia, Venezuela, Norteamérica, Italia y España. Algunos fueron descartados con el viaje ya comenzado, otros se fueron sumando, acomodándose siempre a los encuentros pautados de antemano en Europa, donde el equipo disputaría cuatro de los trofeos estivales más reconocidos de la península ibérica.
A la Joan Gamper (novata competencia de pretemporada, por aquel entonces, que iba por su cuarta edición) se sumaron los trofeos Fenosa y Festa D’Elig; y la Copa Ramón de Carranza, de la que participaron los dos grandes de Madrid y Palmeiras de Brasil, derrotado por Estudiantes en el desempate del Centenario, para completar el cuadrangular eliminatorio.
La gira empezó el 15 de julio, después de una breve excursión pautada por Brasil para el denominado “Torneo de los Cinco Gigantes”, con una primera escala en Colombia, donde se jugarían más encuentros que los fijados inicialmente, al suspenderse, entre otros, el programado contra la Selección de Venezuela en Caracas.
Un empate ante el combinado colombiano, tres días después de la salida de Ezeiza, fue el inicio del camino que llevaría a Estudiantes nuevamente al Viejo Continente como escala final, ocho meses después de conquistada la Intercontinental en Manchester. La faena en Colombia se completó de manera invicta con otras dos victorias (el 20 y 23 de julio, las dos por 1-0 y con pepas de Rudzki, contra Atlético Nacional y Deportivo Cali) y un empate 0-0, el 31, ante el América.
Suspendida la escala en Canadá, el quinto choque fue el Necaxa mexicano, en Los Ángeles. Un 5-1 que puso blanco sobre negro la real diferencia entre un fútbol y otro hacia finales de los ’60, amén el antecedente de la victoria del Toluca en Argentina en la definición de la Interamericana que el Pincha había hecho propia meses atrás.
“Una nueva versión del fútbol sudamericano: Estudiantes con su sentido práctico”. Así anunció El Mundo Deportivo el arribo del Club a la Gamper, con foto insignia de archivo, tapa de El Gráfico, aquella del abrazo de Zubeldía y el Bocha Flores. Y fueron por más: “Partiendo de cero, el club de la capital de la provincia de Buenos Aires ha llegado a ser ‘grande’ del fútbol mundial. El equipo se prepara intensamente para la disputa de la Copa Intercontinental de Campeones frente al Milan. Y la afición mundial futbolística espera con interés esta nueva confrontación de dos escuelas tan diferentes”. ¿La clave de sus triunfos?, preguntaban los catalanes. “Una conducta ejemplar”.
El Conde Fenosa fue el debut en la escala española, el 17 de agosto, con dos pardas: 1-1 (remate cruzado de Verón entrando al área) contra Celta de Vigo y 0-0 frente al Deportivo, apenas 48 horas después, lo que motivó la queja de Zubeldía: “El calendario favoreció a La Coruña, que descansó un día más”.
Con muchos cambios -rotar y probar jugadores se hizo regla por el apretado calendario- llegó el 23 de agosto y el triunfo contra el Elche, 2-1 (Verón y Conigliaro), que llevó el Fest d’Elx para la sede social de 51. El mismo que hoy se exhibe, junto a tantos otros, en el salón de trofeos donde comenzó a andar el renovado Museo Histórico.
Restaba aún el menú de mayor convocatoria: la llave eliminatoria en el Camp Nou y un eventual partido contra el Barcelona que finalmente no fue por el 2-3 con el Zaragoza en semifinales, goles del Bocha Flores y Rudzki; y el esperado partido contra el Madrid por la eliminatoria de la Ramón de Carranza.
La doble jornada de semifinales de la Gamper se disputó íntegramente el 26 de agosto en cancha del Barsa, con una “perla” de época: en plena dictadura franquista, los equipos salieron al campo con las cuatro banderas de los representantes del torneo, encabezada por otra con los colores y el escudo de la España que hoy Catalunya rechaza. Y se escuchó el himno, claro.
A la sorpresiva derrota del Pincha -a juzgar por la prensa catalana, que incluso marcó como figura al arquero aragonés - le siguió el choque de fondo del Slovan Bratislava con el Barsa, que se tomó revancha de la final perdida, meses antes, en la Recopa de Campeones ante los mismos checos. Apenas un día después se jugó la final, ganada por los locales, y el partido por el tercer y cuarto puesto, en el que Estudiantes volvió a caer, 1-2, frente al Bratislava. Fue insuficiente el transitorio empate marcado otra vez por Flores.
De Barcelona a Cádiz, para jugar a las 72 horas la esperada serie ante el Real Madrid por la Ramón de Carranza. Zubeldía probó con Errea por el Bambi Flores en el arco, que en el segundo choque de la Gamper había ingresado por Poletti. Y Aguirre Suárez y Togneri se metieron por Bilardo y Echecopar; de rigor, otro esquema defensivo para poner freno a la potencia ofensiva del rival. El Real dominó desde el comienzo y sólo pasó algún sobresalto tras el descuento transitorio del tucumano Aguirre Suárez, que promediando el segundo tiempo la metió con un fuerte tiro libre de frente al arco. Sobre la hora, los españoles cerraron el partido de contragolpe y sentenciaron el 3-1.
Eliminado por Palmeiras en la definición de penales, el tercer puesto se definió contra el Atlético de Madrid, de nuevo a estadio lleno, tal la expectativa por ver al campeón del mundo vigente. Al igual que en el amistoso de la Euroamericana 2013, ahora con Simeone en el banco español y el regreso de la Brujita en cancha, el triunfo también se fue para La Plata; hoy con pilcha negra, ayer en España todo de blanco, 2-1 con doblete del Bocha Flores, el goleador albirrojo de la gira.
¿Cuál es el secreto del Estudiantes?, lo consultaron a Zubeldía en el final del vestuario. “No tiene ningún secreto: únicamente el trabajo. El que diga que hace milagros en el fútbol miente completamente o no sabe de lo que se trata”.

* Publicado en el número de febrero de Revista Animals!.
 

jueves, 22 de enero de 2015

Viejo Zorro


Zubeldía también es parte de las mejores marcas históricas contra Gimnasia: la mayor serie invicta, recién igualada en el lustro victorioso con la vuelta de Verón; y el impiadoso 6-1 del Metropolitano ’68 en el Bosque, antecedente inmediato del 7-0

Redundan las razones que determinan la importancia de los clásicos para jugadores, técnicos e hinchas; en éstos, sobre todo, que son los únicos sin valor de transferencia ni mercado a la vista: se nace con una pasión, con un color, y no se negocia.
Duelo de barrio, corazón de ciudad, la disputa del espacio para conquistar el territorio, el “pago chico”, se dirime en esos dos partidos oficiales que se juegan año a año. El honor en disputa, siempre. Dos casos contemporáneos: Passarella en River, en los primeros ’90, encadenando estrellas locales mientras se ponía en duda su continuidad por los constantes tropiezos con Boca… o el más reciente: la eyección de Diego Cocca tuvo la mano sobre el botón después de la derrota con Independiente. Hoy en Racing exudan gloria y juntan llaves para emular el monumento de Mostaza Merlo…
Zubeldía, una excepción de tantas, construyó una senda inigualable: armó el plantel más ganador de la historia; títulos locales e internacionales; la gloria toda en el club donde es, de seguro, la principal bandera histórica; y un pleno tras otro frente a Gimnasia. Y con todos los condimentos: goleadas, racha invicta, triunfos en partidos decisivos. A pedir del hincha de cualquier camiseta.
De partido decisivo, se habla, el de la fecha final del Metropolitano ’67. Estudiantes se jugaba la clasificación a semifinales en el interzonal con Gimnasia, en 57 y 1. Peleaba uno de los dos boletos de su grupo. El empate lo podía dejar afuera y, de suceder, dependía del resultado de Vélez-Racing. No hizo falta. Fue 3-0 con baile: Verón, Echecopar y Conigliaro para esperar a Platense en La Bombonera y después a Racing en el Viejo Gasómetro. Semana conmemorativa, goleada en el clásico y primer título de Primera en el profesionalismo.
No clasificado Gimnasia al Nacional de ese mismo año, volvieron a enfrentarse en el Metro ’68: el de la primera rueda, un entretenido y discutido empate en tres, con varios penales cobrados e incidencias varias. La revancha no tuvo equivalencias y, quienes lo vivieron, creen que aún podría tener patente de “máxima goleada de la historia”. Zubeldía y su campeón de América no tuvieron contemplaciones ni se guardaron nada y el 6-1 en el Bosque (dos del Bocha Flores, otros dos de Echecopar, Conigliaro y Segovia en contra) no sólo reflejó el presente de ambos clubes: despejó el camino para clasificar a semifinales y alcanzar la final, que Estudiantes después perdería con los invictos “Matadores” de San Lorenzo en Núñez.
Las dos goleadas forman parte de la mayor serie invicta de Estudiantes en clásicos oficiales, de nueve encuentros, igualada recién en 2009 por el campeón de América de la Brujita y compañía, aunque esta última con el hándicap a favor de 7 victorias y 2 empates: “la década ganada”, el clásico más desigual de los últimos diez años en el fútbol argento.
La primera serie de la racha invicta comenzó con el empate de la segunda rueda del Campeonato de Primera División 1964, con Carlos Aldabe en el banco. A Zubeldía le corresponden los ocho siguientes partidos, con 3 triunfos y 5 igualdades. La serie favorable se extendería hasta abril de 1969, en aquel clásico suspendido al ceder el alambrado de la tribuna tripera, que se completó a los días en cancha de Quilmes. Ese 0-2, una de las únicas dos caídas del Zorro en partidos oficiales.
El debut de Zubeldía contra el Lobo se dio en un amistoso de verano, pero con derrota (1-2), el 25 de febrero del ‘65, por Copa Delovo-Pastor. La revancha se jugó el 20 de marzo y fue parda, aunque ninguno de los dos levantó el trofeo, que quedaba para el que metía cinco encuentros alternados o tres consecutivos. Los amistosos continuaron entre 1965 y 1966 con los dos choques de la Copa Defranco -reconocida firma de la ciudad de esa época- jugados en cancha de Gimnasia. El Pincha del Zorro se redimió del antecedente inmediato, goleó 3-0 en el primero y le sobró con el 1-0 de la revancha para quedarse con la copa, ganada con doblete en terreno tripero.
Si de partidos importantes y goleadas se trata, Estudiantes sumaría una más en la era Zubeldía, en la primera rueda del Nacional ’70. El Pincha llegaba con la medalla a cuestas del “Tri” de América después de doblegar a River y a Peñarol en la final, pero con una irregular campaña en el Metropolitano. Y el Nacional se transformó en el objetivo. Fue 4-1: Flores, Verón, Rudzki y Verde para mantener la punta de la zona B. La paradoja de ese torneo, que marcó la segunda y última caída oficial del DT en clásicos, fue el 1-4 de la rueda revancha que el Lobo replicó a su favor y que luego perdería, en las semifinales con Central, la histórica chance de ser finalista y enfrentar a Boca.
Antes de la llegada de Miguel Ignomiriello, el mano a mano final de Zubeldía con Gimnasia se dio en los duelos nocturnos de la amistosa Genaro Rucci ‘71, en la revancha del 2 de marzo que Estudiantes ganó, 2-1, con los dos de Camilo Aguilar.
Los números se despliegan; permiten esquivar conclusiones parciales: si de totales hablamos, entre oficiales y amistosos, con 21 clásicos dirigidos, el Zorro perdió apenas cuatro, a lo que se anexan 9 triunfos y 8 empates y un 62% de efectividad contra el rival de siempre. Una marca de pocos.

* Publicado en el número de enero de Revista Animals!.