domingo, 24 de octubre de 2021

Arana: la mayor tragedia de la aviación local

Fue la noche del 13 de junio de 1988. Hubo ocho muertos y un solo sobreviviente. Misterios y conjeturas detrás de caída del bimotor “Dove De Havilland” que se precipitó en las afueras de La Plata tras despegar del aeropuerto local. Conmoción en la calma pueblerina de la capital bonaerense, en aquellos agitados meses de hiperinflación y levantamientos carapintadas

Los relatos de época de los vecinos de Arana son coincidentes; vecinos de la por entonces vieja “Estación Arana”, la misma que hasta hacía pocos años, asomados en presente de aquel invierno de 1988, aún veía pasar, por el terraplén ferroviario de calle 30, los trenes que unían la capital provincial con Pipinas y pueblos como Correas, Bavio, Arditi o Payró.
“Vimos venir la avioneta de modo rasante sobre un gran galpón de la zona. Hasta que la vi caer a tierra”, narraba un tal Fuentes, testigo directo del mayor accidente de la aviación platense, ante el apuro privilegiado del cronista de ocasión. O un tal Taborda, otro quintero de esa zona hoy expandida del Gran La Plata: “Vi al avión como ladeándose de un costado al otro, a baja altura, hasta que hubo una violenta explosión, que fue el ruido de la avioneta al tocar y chocar con tierra. No me lo olvido más. Fue terrible”.
El lunes 13 de junio de 1988, pasadas las 18.30 y ya anocheciendo en un benévolo invierno de La Plata, un avión particular pedía pista para decolar y despegar del Aeródromo Provincial, sobre avenida 7 y 610. Lo comendaba su dueño, el comisario Néstor Benito Ibáñez. Era un antiguo y legendario bimotor Dove De Havilland. Británico, fechado en 1949, matrícula LVY-AJ.
Viajaban el piloto y ocho pasajeros. Hubo un solo sobreviviente. Los otros ocho tripulantes, incluyendo Ibáñez, fallecerían en el acto con el destructivo impacto del bimotor al golpear una hélice contra la tierra de la rural calle 132, mientras el piloto buscaba evitar lo que íntimamente sabía inevitable.
El avión despegó desde la pista de avenida 7 con dirección sur hacia el poblado de Parque Sicardi. Una maniobra habitual para cualquier máquina de corto alcance que vuela desde el aeropuerto local. Pero fueron apenas unos minutos: el piloto advirtió, enseguida, con el avión apenas despegado del asfalto, la falla inexorable de uno los motores. Recién entraba a sobrevolar las casas bajas de Arana. Pidió emergencia y pista inmediata a la torre de control del Aeródromo. Fue en vano: al intentar volver y con la aeronave piloteando a baja altura, sabiendo la inminencia de la tragedia, Ibáñez quiso un último recurso: aterrizar sobre la huella de tierra de calle 132 a la altura de 645. La maniobra hizo golpear la hélice del Havilland contra el piso. Y el fuselaje se quebró, literalmente, en dos partes. Hubo cuerpos calcinados, otros explotados por la fuerza del impacto. Acá nomás, en Arana. Y un solo sobreviviente: Walter Córdoba, de 42 años.

La crónica del después
El acontecimiento conmocionó a la ciudad y fue crónica diaria de medios gráficos y radiales en las sucesivas semanas, mientras se ordenaban las primeras medidas de investigación a cargo del reconocido juez federal, con competencia penal y electoral, Manuel Humberto Blanco: “El Negro Blanco”.
Conjeturas y misterios que envolvieron a la trágica trama: ¿Hacia dónde iba el vuelo? ¿Fue autorizado como despegue de prueba? ¿Qué relación tenían, entre sí, algunos de los tripulantes? Preguntas olvidadas que con el tiempo perdieron fuerza de respuesta.
Las pericias judiciales preliminares, en base a testimonios de testigos y personal de mantenimiento que conocía la experiencia del comisario piloto, indicaban una presunta falla del avión antes del despegue. Decían que el De Havilland había sido reparado por el propio Ibáñez en las adyacencias del Aeródromo, donde permanecía estacionado rutinariamente; que, incluso, en el momento del acarreo de la nave por la pista, indicadores del tablero habían comenzado a marcar anomalías en modo precautorio; y hasta que al avión “le había costado despegar”. Otros atestiguaron que esos trabajos mecánicos eran “chequeos de rutina” para aeronaves de ese calibre antes de cualquier despegue, porque “los cilindros invertidos de estas naves obligan a limpiar los escapes de la persistente salida de aceite”.

Un motor fallido y una carga mal distribuida
No hubo dudas de que el avión se estrelló, minutos después de despegar del aeródromo, con el funcionamiento de uno solo de sus dos motores. Falla que, de ninguna forma, confirma la hipótesis del accidente ya que es habitual que estos bimotores puedan desplazarse y llegar a aterrizar con el funcionamiento pleno de solo uno de estos. Ante esto, coincidían expertos aeronáuticos, es clave que el piloto mantenga el equilibrio de carga y de pasajeros dentro de la aeronave para no cambiar “el centro de gravedad” y que el avión se voltee hacia alguno de los costados y pierda el equilibrio.
En los días subsiguientes, abonando esta hipótesis, el propio diario El Día brindó un informe donde narraba la experiencia de dos de sus periodistas y un fotógrafo. Volvían desde Rosario hacia el aeropuerto de La Plata, en 1978, tras cubrir el título de Quilmes en el Campeonato Metropolitano, en un modelo similar al Dove De Havilland. Habían llegado con el funcionamiento de uno solo de sus motores -en “vuelo de emergencia”, con el “motor plantado”, como suele decirse en la jerga aeronáutica- aunque respetando el equilibrio de carga previsto para estos casos, para llegar a destino y no morir en el intento…

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Los ocho fallecidos y el único sobreviviente tras precipitarse el bimotor británico la noche del 13 de junio en Arana. Accidentes aéreos que antecedieron a la catástrofe del “Dove De Havilland” que despegó del aeródromo local. La pareja de jóvenes que abordó el avión a último momento cambiando para siempre el destino de sus vidas…

“La primera persona con la que tomo contacto al llegar es un hombre de unos 50 años (sic) –NdR: tenía 42 al momento del accidente- de nombre Walter Córdoba, quien se encontraba afuera del avión con restos de una butaca en su espalda”, relataba el doctor Jorge Nakane, del servicio de emergencias número 10 del San Juan de Dios. Fue el primero en llegar al lugar. Y uno de los primeros en ser abordado por los pocos cronistas que había. Otros tiempos: no existía internet ni las redes; ni el cable. Y las FM’s se dedicaban exclusivamente al mercado de la música: todavía en la década del ’80, la información se propagaba a ínfima velocidad…
La descripción nos ahorra subjetividades. Nakane se trasladó, junto a su equipo médico, desde el hospital de 25 y 70 apenas dieron aviso de la catástrofe. Ya era de noche. Llegaron en minutos a Arana, a la zona donde se había precipitado el avión, sobre la huella de tierra de calle 132 a la altura de 645. Allí estaba lo poco reconocible que quedaba del Dove De Havilland, con su fuselaje quebrado, detrás del Destacamento Policial que fuera ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio (CCDTyE) durante los años de la última dictadura. El del infausto “Circuito Camps”.


Walter Córdoba fue llevado de urgencia al Policlínico San Martín de avenida 1. Tenía politraumatismos graves, con fracturas en una de sus manos, en la cadera y en el cráneo. Sin embargo, los médicos de guardia eran optimistas. “A pesar de que su estado es reservado, y está compensado hemodinámicamente, el hombre ingresó aquí en estado de lucidez”, confesaban.
Mientras Córdoba era atendido de urgencia en el Policlínico y comenzaban a salvarle la vida, los cuerpos de los ocho fallecidos -algunos calcinados, otros literalmente explotados por la fuerza del impacto del avión a tocar tierra en el supuesto aterrizaje de emergencia- eran llevados a la morgue judicial del cementerio local. Eran: Néstor Benito Ibáñez, de 43 años, comisario de la Policía Bonaerense, piloto y dueño de la aeronave matrícula LVY-AJ; su esposa, Nelly Rosa Chamaún; Juan Daniel Simón, de 25 años, y su novia Claudia Pachiarotta, de 23, ambos de City Bell; Rolando Jesús Ruiz, de 44, y sus dos hijos, de 8 y 5 años, respectivamente, Milagros e Ignacio; y Alejandro Fondarez, el último pasajero.

El “misterio” de la pareja de City Bell
Los primeros indicios judiciales indicaron que Juan Daniel Simón y Claudia Pachiarotta no conocían ni al dueño de la aeronave ni a ninguno de sus ocupantes. Y que ambos no tenían planeado viajar el lunes 13 de junio de 1988 en el De Havilland que se estrelló  al salir del aeródromo de 7 y 610. ¿Cómo llegaron y qué hacían adentro de la máquina?
Al joven de 25 años, que trabajaba como empleado judicial, sólo lo unía al futuro acontecimiento su “pasión” por volar y ser piloto. El padre lo había ayudado con dinero fresco para terminar un curso privado y completar las horas de vuelo que precisaba para obtener el carnet oficial de piloto, en el Aero Club local. Esa tarde, la del 13 de junio, se contó en las páginas del diario El Día, la pareja se trasladó hasta el Aero Club del camino a Punta Lara para “pagarle por adelantado” al dueño del avión instructor. Pero no lo encontraron. Enseguida pensaron en ir a buscarlo al aeropuerto local, en la otra punta de la ciudad. Se trasladaron hasta allí pero tampoco lo encontraron. ¿Por qué abordaron, entonces, el Dove de Havilland comandado por Ibáñez?
Ibáñez trabajaba en la misma dependencia que Claudia Pachiarotta, pero se aseguraba, en aquellos días de 1988, que no se conocían. Esos primeros indicios hicieron dudar a los investigadores de que la pareja pensara abordar el avión, ya que, además, habían dejado en el auto estacionado de ambos una cartera con una gran cantidad de australes; e, incluso, Simón no había sacado el pasacasete desmontable del frente del tablero, algo usual para la época.

Las características de los Havilland
Un instructor, dueño de una aeronave similar a la de Ibáñez en el Aeródromo Provincial, conocía al piloto. No dudaba de su experiencia como comandante de aviación y su pericia para intentar volver al aeropuerto y aterrizar a la aeronave con la emergencia ya declarada. “Por eso creo que es difícil pensar que quiso aterrizar en esa calle de tierra o sobre el campo arado, siendo que los testigos contaron que el avión se iba tambaleando de un lado hacia el otro. Pienso que perdió sustentación y se clavó en el lugar que cayó”, narraba Héctor Bohringer, dueño y piloto experimentado del De Havilland, días después del hecho.
La velocidad máxima de estos aviones era de 338 km/h a 2440 metros; y la de crucero, 288 km/h. Eran aviones de gran consumo, con casi 150 litros de autonomía total (75 litros de nafta por motor) en una hora de vuelo. Allí se entiende la gran cantidad de combustible derramado que se encontró alrededor del campo en las cercanías del fuselaje quebrado, lo que dificultó las tareas de emergencia por el peligro que implicaba, debido al alto grado inflamable, para los rescatistas, bomberos y médicos que llegaron de urgencia.
El Dove De Havilland fue diseñado terminando la Segunda Guerra Mundial. Fue el primer avión bimotor liviano de transporte con características de mantenimiento y equipo comparables, económica y técnicamente, con otras aeronaves de primera línea.  Estaba fabricado, íntegramente, con aleación de aluminio y voló por primera vez en 1945. Desde el fuselaje –oval- nacían las alas bajas cantilever y rodaba sobre un tren de aterrizaje triciclo retráctil. Lo propulsaban dos motores DH Gipsy Queen 70 Mk II de 355 HP. Las facilidades de época, para los pasajeros, incluían baños, calefacción y ventilación de cabina. Eran naves de gran confort.
En Argentina, el Estado compró cerca de 50 aviones de estas características. Más de una veintena, a pesar de que se les asignó matrícula civil, fueron directamente transferidos a la Fuerza Aérea Argentina y a diversos organismos públicos.
Durante muchos años, hasta 1968 inclusive, fue el avión de transporte y enlace de las unidades del interior del país, particularmente de destacamentos aeronáuticos militares. Pero un año después fueron declarados “bienes en desuso”, desprogramados y reemplazados por unidades más modernas.
Néstor Ibáñez había comprado el Dove De Havilland DH.104 matrícula LVY-AJ a mediados de 1978. El resto es historia conocida y contada en estas páginas…

1975: el helicóptero que se vino a pique en 32 y 8
El Partido de La Plata y sus alrededores fueron escenario de varios accidentes aéreos, tanto de aviones como de helicópteros. Uno de los más recordados se produjo en diciembre de 1975, cuando muy temprano en la mañana un helicóptero que empezaba a decolar –en ese entonces, la ciudad tenía allí un helipuerto- perdió altura y chocó con una torre de alta tensión. De inmediato, cayó sobre el patio de una casa, en boulevard 32 entre 8 y 9. Murieron los tripulantes, el comisario inspector Carlos Vagge y el oficial de la policía bonaerense Mario Wallace. El helicóptero se incendió y sólo un milagro y la rápida emergencia evitó que las casas aledañas también se incendiaran…

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

domingo, 3 de octubre de 2021

Los viejos “nuevos” inéditos ricoteros


El Indio Solari presentó en su cuenta oficial dos históricos temas nunca editados que habían sido grabados y mezclados para incluir en Luzbelito, el disco de estudio de 1996: “Quema el celo” y “Rock de las abejas”, festejados durante esta semana por los fans que ya peinan canas

A 25 años de la salida de Luzbelito, disco de quiebre en la carrera del grupo más convocante de la historia del rock argento, el Indio Solari puso en órbita dos viejas gemas del universo “pirata” ricotero: “Quema el celo” y “Rock de las abejas”.
Festejados durante décadas por los fans que compraban y grababan los recitales para poder escuchar los temas no editados oficialmente, Solari ahora “liberó” las grabaciones de los dos temas que fueran registrados durante las sesiones en Brasil, en 1995, y que habían quedado afuera de la selección final.
El Indio anunció la publicación, este jueves, en su Instagram. Y subió las dos canciones inéditas a su canal oficial de YouTube. Tuvo más de cinco mil visitas en una hora.

La historia de los temas
Los Redondos habían viajado a San Pablo para trabajar en la salida del sucesor de Lobo Suelto/Cordero Atado (1993). El disco que publicarían en 1996, originalmente, había sido pensado por el dúo compositor para ser registrado con todos aquellos temas inéditos que tanto se tocaban en vivo, pero que jamás habían sido llevados a la edición final.
Imposible no acordarse de las viejas versiones de estos temas, que eran seguidos y pasados de mano en mano por los ricoteros en un sinfín de casettes. Desde la versión de “Rock de las abejas”, en Paladium 1986, o la de “Quema el celo”, que se conseguía en una canónica grabación de consola del recital de Garage, “pirateada” durante los recitales de diciembre de 1988 en esa disco de La Plata de calle 10 entre 58 y 59; y también en algunos shows de 1994, como anticipo de esa idea inicial del grupo (en realidad, más ponencia de Skay que del Indio) de hacer un disco grabando esas viejas gemas de los primeros años de existencia de la banda. Idea que finalmente no se concretaría y llevaría a la edición de Luzbelito, un disco mucho más oscuro, conceptualmente, que lo que aportaban los festejados inéditos.
Los dos temas tienen el aporte de vientos del grupo Metaleira Mantequeira. Fueron mezclados y editados junto a ellos en esa experiencia en San Pablo. La orquesta de vientos había sido sugerida al trío histórico de Los Redondos por el músico y productor Néstor Madrid, quien estaba radicado en Brasil. En Luzbelito, el grupo de vientos aporta, además, en las versiones de Blues de la libertad y Mariposa Pontiac / Rock del país.


A mediados de abril –y ahora sabemos que de manera para nada aleatoria- el grupo que acompaña al Indio en su versión solista (Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado) había hecho las versiones de “Rock de las abejas” y “Quema el celo” durante el concierto que se transmitió vía streaming desde las huellas patrimoniales de la laguna Epecuén.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.