lunes, 26 de agosto de 2019

Ahumados

Losada se propone algo tan intenso como previsible. Y ahí lo perturbador: nos interroga -a nosotros, espectadores- sobre lo que siempre estuvo pero nadie vio; sobre aquello que nadie quiere mirar. Pero que está. Y perturba.
Una pensión. Tres inquilinos. Un dueño que no es tal pero ejerce la función de poder sin ninguna autoridad (ese otro giro foucaultiano de la obra, si la pensamos, por antojo nomás, desde ese refugio filosófico): un pelado avejentado que usa chupete para olvidar el pucho, que modera ese estado opresivo de los convivientes que sobreviven en una vieja pensión del cuadrado platense sin mas lujo que la mera existencia. Hay un televisor con algunos canales a antena que esperan alguna "palabra del Gobierno"; una radio a pilas de la que sólo funciona la FM; un ajedrez miserable con fichas gastadas; crujientes muebles de pino barato; y un detrás de escena que sólo escuchamos pero no vemos, recurso teatral más que cautivador.
Qué es sino esa obscena frase donde uno de ellos, enfrascado en los oscuros giros que propone la trama, en silencio, se (nos) pregunta: ¿cómo no vamos a volvernos locos si estamos viviendo bajo estas cuatro paredes con personas a las que odiamos?
Todos lo miran. Los protagonistas comulgan, sin poder evitarlo, con ese encierro autogenerado que tendrá el irreparable destino de la locura. No hay dinero, no lo buscan. Prefieren la excusa como comodidad, a lo imprevisible del afuera.
Pero hay algo de la calle que los perturba, que los inmoviliza respirando lo poco que los mantiene vivos a lo largo de los 75 minutos de obra. Hay algo allá afuera: un poder omnipresente que, como una casa a punto de ser tomada en un cuento de Cortázar, los aleja de la realidad de las mayorías; de la de su pares; un humo negro que se presenta letal y fiero, sólo combatible con la valentía de la que carecen -salvo el Polaco, que reniega del destino al que la ficción lo lleva y huye para irremediablemente volver- los otros mortales de la pensión.
Todos, eso sí -Polaco, Gareca, Suárez Lastra, El Tanga- tendrán una naturalizada paciencia de clase, aguardando se terminen estos años de oprobio. Esperando ser encandilados por una luz que no ven desde 2015, agobiados por la ahumada realidad del afuera.
Cuando al final todos duerman y sueñen con los días por venir, se evaporarán al ritmo del opresivo humo negro que ni con máscaras pudieron combatir. Quizás, sí, con los votos de la mayoría que alejarán dentro de poco al olvidable gato...

Ahumados
(Creación Colectiva)
Dramaturgia y dirección: "Ratón" Losada.
Actúan: Giardineri (Gareca) / Aun (Rubén Suárez Lastra) / Losada (El Tanga) / Galvani (El Polaco)

sábado, 17 de agosto de 2019

Gaggiotti


Orquesta, legendaria milonga, bodegón popular, salón de encuentro tanguero que reúne a cuatro generaciones... Todo esto y más es “Lo de Raúl”. Un martes diferente en La Plata

“Vamos a Gaggiotti” es una contraseña cómplice, hace décadas, de una numerosa grey platense. La comparten cientos de jóvenes universitarios –los recién llegados de sus pagos, de seguro por primera vez- y una variopinta tribu de hombres y mujeres de 20 a casi 80 años. Ir “a Gaggiotti” es mucho más que un código del boca a boca en las noches de los martes. Es ir a milonguear, a cortar la semana, a cenar a un bodegón popular sin igual en La Plata, siempre con un 2x4, detrás, amenizando la velada.
Gaggiotti es Raúl. Argentino, de raíces italianas. Multiinstrumentista: órgano, guitarra, bajo, hoy abrazado a la marca hereditaria de su padre: el bandoneón. Fue uno de los fundadores de la orquesta de Los Cuatro Soles. Populares y exitosos, llegaron a grabar para la EMI. Hicieron innumerables giras, llegaron a disco de oro. Gaggiotti es, además, el inventor de esta pyme familiar tanguera que hace más de 30 años abre sus puertas en el salón de 23 entre 43 y 44. Hijos, nietos y demás familiares, son los encargados de mantener el legado y la vigencia del lugar, como se encarga de aclarar el propio Raúl.


La milonga
Son las 23.30, puntual, de un martes cualquiera de estos de invierno platense aún benévolo. El abarrotado salón queda en silencio unos segundos, después de una interminable seguidilla de valses que acompañaron la pasión de decenas de parejas milongueando en el centro del recinto. El silencio coincide con el momento en el que Raúl deja una de las mesas más próximas a la barra y se dispone a subir a su escenario, armado en una especie de altillo que envuelve a la legendaria cocina familiar.
“La Corchea Melódica” del barrio La Loma se dispone, entonces, con Raúl a la cabeza y los instrumentistas familiares invitados para la ocasión, a coronar la noche de tango con una hora de la mejor tradición orquestal de los Gaggiotti…


Las minutas
La cocina es el otro gran llamador de “Lo de Raúl”. Muchos llegan por sus precios, independientemente de su pasión por el tango, la milonga y la leyenda del lugar. Hay decenas de esos curiosos que llegan por primera vez. “Para ver qué es eso que dicen de las noches de Gaggiotti…”, dirán después.
Napolitanas con papas o porciones de carne al horno que no superan los 150 pesos, canelones y pastas varias a 120, empanadas grandes por 25, vinos de ¾ a sólo 100 pesos, medidas de bebidas fuertes por 80…
Una opción tradicional y con valores populares por fuera del mercado, hace de las noches milongueras de “La Corchea” un lugar ineludible de visitar.

 * Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en Tuco.