martes, 25 de mayo de 2021

Bohemia


Vivir jugado, un poco en el límite, el café, los amigos, jugar truco, una mesa de casino, tomar copas, gente que vive así, muy expuesta, sin retaguardia, sin paso atrás, expuesta a la soledad, a la enfermedad, a la muerte, la bohemia...

domingo, 16 de mayo de 2021

Pinchas y Diablos en el Ascenso


A horas del partido por la Copa de la LPF, el primer gran choque de Estudiantes e Independiente de la historia, el de la Intermedia 1911. Llegaron con un punto de diferencia a la última fecha y el Pincha se aseguró el ascenso goleándolo en Avellaneda. El puntapié de un duelo que se hizo un “clásico” dentro del fútbol argentino

¿Se imaginan en 2021 un torneo de la B con Estudiantes, Boca e Independiente? Impensado hoy, así fue la temporada 1911 en el fútbol de AFA, con Pinchas y Diablos como protagonistas directos durante las 18 fechas del certamen buscando llegar al círculo superior de la por entonces Argentine Association Football.
El ente oficial había creado, en esa temporada, la Intermedia Extra, división que pasaba a ser el segundo escalón del fútbol asociacionista, entre la Primera de Liga y la Segunda División. Estudiantes e Independiente se sumaron junto a Boca y otros equipos como Banfield y Ferro. Un año histórico para el fútbol de AFA otrora porteño, aquel 1911, que vio el último logro en Primera División del legendario Alumni y una irregular campaña de Boca que cerca estuvo de descender a la tercera categoría. Boca en Segunda y con riesgos de descenso. Otros tiempos…
Afiliado a la AFA, nuevamente, desde 1908, una vez inaugurado el campo de juego de 1 y 55, al Pincha se le había negado el ascenso un año antes, a manos de Racing. Con la construcción de la platea oficial de madera en marcha, llegar a Primera era el gran objetivo de la gestión del presidente Silvestre Oliva.
Lo conseguiría contra Independiente, un 12 de noviembre de 1911, en la vieja cancha del Rojo en el barrio de la Crucesita, en Avellaneda. Miles de hinchas albirrojos se trasladaron, cuentan las crónicas, hasta General Mitre y Lacarra para ver el histórico ascenso, nada menos que contra Independiente y en su propia cancha.

Era cara o cruz. El Pincha llegaba puntero con un poroto de diferencia: 28 contra 27. Le alcanzaba con el empate para ser campeón, pero se despachó con un furibundo 3-0, goles de Ricardo González Bonorino y el restante de Oscar Hirschi. Sí, el hermano del Luis Jorge que desde 1970 es homenajeado con el nombre del estadio de 1.
A 110 años de aquel fundacional Estudiantes-Independiente, Pinchas y Rojos seguirán escribiendo, esta tarde, con el lápiz de la historia, un duelo que ya es un clásico de las grandes definiciones: del ascenso de 1911, la final de la Competencia del ’17, pasando por los cruces en la Libertadores ’68, las semis del Nacional ’77, las finales de 1982 y 1983 hasta la última eliminatoria de la Copa Argentina 2014.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

sábado, 1 de mayo de 2021

Mercedes: entre pulperías y vinilos


Una escapada ineludible a sólo 150 kilómetros de la capital bonaerense. La antigua ciudad cobija con su amabilidad pueblerina y un ambicioso circuito que evoca lejanos tiempos de cabalgatas, tragos pulperos y guitarreadas de fondo; y la mejor tradición de los bares nocturnos

Fundada a mediados del siglo XVIII como destino inevitable del combate de la Buenos Aires hispánica contra los “malones” de resistencia aborigen, Mercedes se constituyó como fortín en la franja natural que imponía el río Luján. Su escudo heráldico no permite dudas: se destacan, en el margen superior, el año de su constitución oficial como Guardia de Luján (1752); y su esencia fundacional, cortando la insignia transversalmente, con trazos que simulan el curso del río en líneas ondeadas. Sobre su margen derecho, se dibuja el antiguo fuerte de la guardia fronteriza destacando el mangrullo de vigilia; en el izquierdo, el soldado de caballeriza a la carrera, lanza en mano y preparado para la defensa.
De aquel fuerte a esta ciudad, nos metemos en el añorado verde mercedino por el acceso secundario, que se abre desde el distribuidor de la autovía 5 siguiendo la ruta provincial 41. Cruzando el puente, el camino nos lleva hasta el ingreso girando a la izquierda por la avenida 40, que conforma el imaginario límite norte del casco histórico de Mercedes.


El acceso de la 40 corona su bienvenida con unas típicas arcadas arboladas, paralelo a la vieja vía del ferrocarril Belgrano hoy en desuso. Tomamos por la estación –convertida en centro cultural municipal- hasta el cruce principal con la 29, en la esquina de La Fonda. Como gran parte del inquieto circuito gastronómico, este restaurant emerge sobre una amplia casa centenaria de ladrillos a la vista, restaurada en su fachada pero conservando su estilo original.
Lo mismo sucede con el antiguo bodegón Vieja Esquina, del siglo XIX, en la intersección de 28 y 25, a sólo metros de la plaza principal. Como aquel jugador 12 que simboliza el aporte al equipo de la hinchada de Boca, los mercedinos le llamaban “juzgado 11” –la ciudad tiene diez- por su cercanía con los tribunales y su inefable punto de reunión de jueces, fiscales y abogados. Aunque el bodegón conserva la arquitectura y los recuerdos históricos, la esencia original del mostrador, las picadas, los gancias y los fernets, le dieron paso a los tiempos modernos, con una amplia carta y platos de cervecería típica.

De la Basílica a la noche del vinilo
Desde el cruce con la calle 40, la 29 se nos abre hacia el centro y su casco histórico. Destacan su arboleda, el pulcro cuidado de sus veredas y las sombras largas que oscurecen la arteria aún en pleno mediodía soleado.
La avenida nos lleva, hacia el sur, hasta la plaza principal, en 29 y 24. Allí se nos sitúa el punto fundacional exacto donde hace más de 250 años se pararon los primeros pobladores y hoy es obvio espacio del monumento a San Martín. La plaza tiene el equilibrio exacto para saborear un mate, con límites precisos de sol y sombra gracias a la continuidad de la espesa vegetación urbana que es un devenir característico del pueblo. Levantamos la vista y la Basílica de Mercedes, sobre el límite sur de la plaza, manifiesta el paisaje con su estilo neogótico. Construida a principios del siglo XX, la catedral mercedina actual fue declarada Monumento Histórico Nacional en 2010.
Entrada la tardecita, podemos caminar sobre la calle 24 hasta la esquina de 23 –como lee, un platense bien podrá ubicarse es esta ciudad con direcciones numéricas que van de dos en dos, con las pares, de oeste a este; y las impares, de norte a sur- para entrar en otro túnel del tiempo musical llamado Bar Vinilo.


En otra esquina restaurada de viejos ramos generales con ladrillos a la vista y largos y angostos ventanales, el bar, que ya festeja su primera década y se adecuó a los tiempos pandemiales con protocolos y mesas a la calle, nos recibe con su mentor, Quique Fauri.
Diez mil o más vinilos atesorados, quién sabe, este melómano obsesivo supo ser un faro del ambiente musical en la pequeña Mercedes. Dueño de un conocido local de discos, aquel emprendimiento atacado por un imprevisto incendio mutaría luego de lugar y de rubro: así nació el mítico Bar Vinilo, un espacio más propio de la cosmopolita Buenos Aires que de la tranquilidad arrabalera de Mercedes. Pero allí está. Y por eso convoca a tantos turistas, porteños o platenses, que viajan hasta Mercedes exclusivamente para disfrutar de un bar temático y de una noche que no consiguen en sus propias huestes urbanas.


Restaurado y ambientado cuidadosamente como un viejo bodegón, respetando la tradición del pueblo, el lugar abunda de recuerdos, nostalgias y piezas invaluables del coleccionismo, desde discos clásicos hasta cuadros, objetos, fotos y viejos juguetes. Un viaje en el tiempo donde encontramos, como si fuera una hemeroteca musical, colecciones completas de la primera época del rock nacional o de los grandes grupos del siglo XX, del rock, al jazz y al progresivo. De Manal, Almendra o el Club del Clan, a los Rolling, Zappa o Zeppelin.
Mientras disfrutamos en la barra de alguna cerveza tirada, vinos o tragos de antaño como el vermut con fernet, cinzano y soda, Fauri labura a la par de sus hijos –como barmans o dj’s-, nos abre el tocadiscos y no duda en hacer sonar el grupo que le acabamos de sugerir. Le decimos que a esa hora de la noche cuaja Connan Mockasin. Lo pone. Y no escatima, con su humildad característica, en sumarlo a la lista de favoritos y nuevos descubrimientos.
Si la sugerencia no tuviese formato vinilo, sonará amplificado en la computadora que resguarda detrás de las largas hileras de discos, prolijamente alineados y con celofán individual. Hay miles y el espacio no le alcanza. Los hay por todos lados. Muchos exhibidos, incluso, en repisas y a la vista siguiendo una exquisita línea de tiempo que nos invita a conocer el origen del rock argento. No hay detalles que quedan de lado para que el cliente sepa que está en un lugar único, distinto al resto.
Vinilo supo ser visitado hasta por Manu Chao, atraído durante una gira por el “boca a boca” que circula como mito de un boliche de los de antes que sería leyenda si se trasladara a cualquier circuito gastronómico del ambiente porteño. Pero Vinilo resiste en Mercedes y bien que hace. Vale la pena manejar 150 kilómetros para disfrutar de una noche rodeado de la mejor música.


La Pulpería de Catarina
De la esquina de 29 y 40, pero cruzando la vía del FFCC Belgrano hacia el norte, llegamos conduciendo por la 29 hasta al límite esperado con el río Luján. Antes del puente que nos presenta el verde espeso del Parque Municipal Independencia, sobre el margen izquierdo, encontramos la llamada “última pulpería”, la casa histórica de Cacho Di Catarina.
El lugar, que se mantiene casi inalterable desde 1830 cuando el camino –la hoy calle 29- era la única huella de tierra de entrada a Mercedes, guarda decenas de conocidas anécdotas: sus interiores sirvieron de escenario en Don Segundo Sombra, película que en 1969 llevó al cine la célebre novela de Ricardo Güiraldes; durante años, además, el abuelo de Catarina conservó por herencia de los dueños originarios la captura oficial que pesaba sobre el “gaucho bandolero” Juan Moreira, habitual cliente del boliche. Data de 1869.


El inmueble, de color blanco, mantiene sus anchos ladrillos originales a la vista en estructuras de adobe. Tiene una galería central de chapa irregular iluminada con tenues farolas amarillas, sobre el lateral que da hacia el camino, apoyada en durmientes de madera y con pisos de tierra, a la derecha de la única entrada, de puertas doble hoja. Todavía se conservan los palenques, que muchos lugareños aún usan para atar sus caballos en cada visita, junto a la arboleda que le da la necesaria sombra de la siesta al lugar.
El viejo almacén fue adquirido en 1910 por el abuelo de Don Cacho Di Catarina, que junto a su madre nacieron y vivieron ahí mismo. La pulpería sería comprada en 1930 por Domingo Antonio Di Catarina –padre de Cacho- y su esposa, la hija del primer dueño, Salvador Pérez Méndez. Al morir Domingo Antonio en 1959, su hijo Cacho tomó posesión del lugar durante 50 años, hasta su muerte en 2009. Hoy, después de recuperarse de la inundación récord de 2015 que casi obliga a su cierre definitivo, el popular bodegón mantiene su raigambre histórica y es administrado por la familia de la sobrina de Don Cacho, quien no tuvo hijos ni había dejado descendientes. Abren de jueves a domingo y despachan lo clásico: picadas, panes caseros, pasteles, empanadas y el inevitable asado a la leña, regado de vinos, vermuts u ocasionales cervezas.
Entrar a esta “última pulpería” de los Di Catarina será viajar a un cuadro típico de Molina Campos: hay una larga barra de aluminio, al bajar el escalón de ingreso, que sirve de pileta de enjuague de vasos; mesas de viejo roble; bancos de madera con patas abiertas. Cuelgan cuadros de antiguas publicidades, recuerdos en fotografías que el propio Cacho Di Catarina fue recolectando a lo largo de sus 50 años, camisetas de fútbol –una es la “5” de Chacarita del propio Cacho, de su época de fútbol senior- y un sinfín de documentos antiguos como patentes y carteles. En la parte superior se destacan un universo de artículos de campo: cinturones, rebenques, cueros, chalecos y largos estantes con viejas botellas de caña y ginebra ya oscurecidas con el paso de los años y las capas de tierra que el espacio superior acumula sin preguntar. Pero nadie se atreve a tocarlas. Es parte de este museo histórico que aún sigue con vida. La leyenda de La Pulpería de Catarina es tal que hasta el Correo Argentino le puso dedicar una estampilla de tirada reducida. Orgullo nacional.

Cómo llegar
Desde La Plata, y para evitar el exceso de los peajes porteños, conviene tomar la salida de calle 44, pasando el Cruce Etcheverry, hasta la intersección entre la ruta 215 y la 6. Por esta, se toma hacia Cañuelas y luego hasta Luján, donde se empalman los últimos 30 kilómetros a Mercedes.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.