miércoles, 17 de febrero de 2021

Stud Free Pub, más que una buena historia


Los ‘80 y la escena rockera de posdictadura, esa que luego el mainstream consagraría a nivel nacional, revisitada en un imprescindible documental de hora y media sobre el bar porteño que le abrió el escenario a Sumo, Redondos, Soda, Los Abuelos o Los Fabulosos… Mítico

Lo primero es la ¿sorpresa? -de ninguna manera, porque se sostiene en un minucioso laburo periodístico de años de producción y recopilación de archivo- que nos devuelve esa hora y media de audiovisual que queremos nunca termine: entrevistas actuales a Charly García, al Indio Solari, a Ricardo Mollo, a ex Sumos o a Zeta Bosio. Todos dando testimonio con una soltura no habitual. Se los ve cómodos; con la complicidad necesaria de quien se esmera ante la cámara al sentirse parte de todo eso que el Topo Raiman –mentor, director del documental y actual baterista de Los Pericos- les propuso como idea. Protagonistas directos que van revisitando -algunos con mayor participación, como Mollo, Zeta o el lugarteniente del Luca argentoposeuropeo, Timmy MacKern- esa escena cultural porteña de los ’80 que tuvo al rock como faro catalizador insignia. El mainstream y la masividad de mercado llegaría después, a los pocos años. Pero el Stud Bar ya estaba a salvo…

Una buena idea para una mejor historia
Dirigido por el Topo Raiman y producido por Damián Originario, “Stud Free Pub: una buena historia” nos introduce, sin pausas ni ambigüedades, en ese territorio nocturno de mediados de los ’80 donde todo estaba por explorarse, donde cada noche se antojaba como la continuidad de un goce que no debía interrumpirse nunca; en loop, como en un moebius. Lo hacen en una hora y media con una lograda armonía en la trama secuencial que dejan al espectador con ganas de más. La carencia –lógica- de archivo audiovisual, en una época de escasos registros privados, se suple, sin embargo, con inserts sonoros y un impecable y abundante archivo gráfico de revistas y diarios, más recreaciones teatrales de época que nos permiten un viaje directo al corazón de una noche cualquiera del Buenos Aires contracultural de posdictadura.
“Stud…” funciona como una necesaria crónica de ese under liberador de almas que fue la noche de la primera democracia. Es la efímera historia de uno de los tantos galpones del Bajo Belgrano usados antaño como caballeriza para la guarda de caballos y yeguas –ubicado a pocas cuadras del Hipódromo de Palermo- que en 1982 mutó a pequeño bar para que no más de 100 habitués empezaran a sobrevivir, no sin excesos y amistades, las madrugadas de jueves a domingo con la música y el placer con excusa de fondo.
La trama reparte la historia en dos grandes núcleos que, aún sin entreverarse, forman comunión a lo largo del documental, sintetizando ese mismo espíritu de época donde dueños y músicos mutaban en espectadores y artistas; y viceversa. Por un lado, los viejos cráneos detrás del mítico Stud Free Pub -Claudio Izsac, Raúl Romeo y Carlos del Río-, quienes tienen largos pasajes a lo largo de la película brindando testimonio mientras van recreando, por la Buenos Aires actual, ese viaje que repetían cada noche de lujuria por avenida Libertador hacia el boliche de Bajo Belgrano, en el cruce con el final del emblemático túnel a la altura del 5500. La nostalgia por lo que fue y ya no es se deja ver –sin los clichés del sentimentalismo naif- en el diálogo de ellos tres, mientras relatan decenas de anécdotas del reducto rockero que en 1985 no pudo renovar el alquiler y se hizo leyenda de libros y casetes, con grabaciones “piratas” como aquel “Stud ’85” de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota donde truenan versiones canónicas de irreverencia pop de “Mi genio amor” o “De aquellos polvos, futuros lodos”. El local y su terreno mutaron con los años en tierras aptas para el incipiente negocio inmobiliario de la zona y hoy contiene a una torre de más de 20 pisos.

Otro mundo, quizás mejor...
Para los platenses sub-50 de hurgar identificaciones que no hayan vivido aquellas noches del “Stud”, bien se recrea en el doc cómo se ingresaba por un amplio patio lateral, otrora cochera, que servía para la previa, con algunas mesas y sillas, en la antesala de la habitación principal donde funcionaba el primer escenario, de no más de 15 metros cuadrados, la barra y los baños. Quizás, de antojo nomás, lo pueda comparar con estimadas casonas alternativas de La Plata de esta última década, como lo fue la entrañable Sala Tupé, en 7 casi 72, o la Galería Cósmico de 10 y 71.
“Stud Free Pub. Una buena historia” logra lo que busca: empatía e identificación tanto en los protagonistas como en el espectador, que en muchos casos fue ese mismo público de aquellas noches de los ’80 de un bar recinto que contuvo el afecto del under más irracional con un cuidado estético poco característico para esos antros de época.
Entre los invaluables del archivo que revivimos en esa hora y media de recuerdos, se nos invitan escenas memorables, con condimentos surrealistas, como la primera nota en tele a Sumo hecha por Tom Lupo; el debut de la formación originaria de Fricción; o un pintoresco monólogo de deriva de Miguel Abuelo durante el casamiento del reconocido periodista, Pipo Lernoud. También, la llegada de un gerente multinacional al antro de Libertador al 5500 para, ni más ni menos, ver y fichar en su discográfica a la banda de un jovencísimo Gustavo Cerati: Soda Stereo. Y, para los platenses, el recuerdo de viejas grabaciones, con los testimonios actuales, del rockabilly de Los Casanovas, la banda de la que la leyenda, más que el mito, dice, era devoto Luca Prodan…
Todo eso, sí, fue el Stud Free Pub en no más de cuatro legendarias temporadas. Tecno, rock, punk, new wave, fusión, rockabilly, pop… Todos conviviendo a la vez, quizás sin saberse parte del germen contracultural que venían a gestar. Todo en un pequeño reducto que albergó a no más de 400 personas por noche. Suficientes para escribir una de las primeras páginas de la cultura alternativa que se abrazó a los aires -sin pausa, pero aún en cuentagotas- que la recuperación democrática empezaba a dejar filtrar.
Otra Buenos Aires, otro mundo: quizás mejor…

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.