martes, 28 de julio de 2020

La cuarentena del Tranviario Automotor


Como tantos otros bodegones de barriadas platenses, el popular “Manteca” de calle 50 se adapta ofreciendo sus clásicos guisos y asados a domicilio. De los jueves y viernes con salón abarrotado, a la incierta realidad del aislamiento obligatorio.

“Cerré por un par de días, pensando que a lo sumo eran quince… y se hicieron tres meses”, nos narra el Manteca, no sin una palpable resignación que pudo transformar para “sobrevivir” en pandemia, mientras prepara y adoba prolijos filetes de merluza que servirá en un rato como menú de miércoles. Detrás del mostrador ahora vacío, donde sobresale una vieja edición amontonada de un diario cualquiera del mes de marzo, apenas se ven botellas vacías, fotos encuadradas entre algún polvo y decenas de copas que esperan la vuelta de los comensales.
Impresiona el salón, apenas iluminado por el tubo blanco de la barra que parece mutar la mañana en la que estamos hablamos por la noche más profunda. Hay una decena de mesas apiladas sobre los rincones que todavía tienen los manteles de hule rojo; el televisor apagado; el paso a la parrilla y los baños del patio del fondo cortado por las sillas ahora sin uso…
- ¿Cómo te reinventaste?
- Como a todos, como a la mayoría, nos agarró de golpe. No entraba guita, pero tampoco se gastaba. Me llamó un amigo, un cliente de años, como al mes y medio de la cuarentena. Me pidió si podía cocinarle; hacerle el asado de siempre, bah, el que comen todos acá cuando vienen los jueves y viernes. Querían ocho porciones como para once tipos. Y ahí le dije: para esa cantidad, te hago y te vendo…
- Surgió casi sin buscarlo...
- Ese día fue un viernes. Y ahí nomás se empezó a ‘correr la bola’ entre mensajes y el WhatsApp. Terminé cocinando como para cien clientes. No lo podía creer. Esa noche tuve que salir a buscar carne, de acá para allá, para poder completar los pedidos. Todo porque mi hija había empezado –dice y ríe a la vez- a comentar en distintos grupos que me había puesto a hacer asados de nuevo…
Las míticas noches del Tranviario Automotor de 50 entre 21 y 22, a salón lleno, mutaron por ahora a los pedidos a domicilio; con el mismo menú pero otra metodología. Lo cuenta él mismo: “Los martes hago porciones de olla, como le suelo decir, con lentejas, mondongo o locro, tanto al mediodía como a la noche; los miércoles el clásico filet de pescado al limón; los viernes, pata y muslo de pollo; y los sábados, el variado de parrilla con asado, vacío o tapa, cerdo y achuras. La parrilla sale 600 la porción abundante que te contaba, que viene además con una guarnición grande de papas fritas, y el resto siempre a 350 pesos”.
Detrás del apodo del “Manteca” está Norberto Aristú, un bahiense hincha de Olimpo, platense por adopción, que hace al menos dos décadas tomó la concesión de la cocina bodegón de este mítico club. Ahora acomoda las bandejas de plástico –ese extraño objeto importado a fuerza de cuarentena obligada y delivery- una a una sobre la mesa donde sirve los pedidos. Y aunque celebra haber reabierto, sabe que la diferencia “para que quede un mango”, en este tipo de emprendimientos, la termina dando la bebida y el postre: “Es lo que más rinde, siempre, por eso es tan complejo todo esto, porque no sólo que tenés cerrado sino que en el delivery no podés tener la entrada por venta de alcohol que sí tenés cuando abrís al público, que es lo principal en estos bares o clubes con mostrador…”

La historia del Tranviario y Automotor
La casa-club donde funciona “Lo del Manteca” pasa desapercibida en la cuadra de calle 50 casi 22. Tiene cerámicos naranja en el frente y una única identificación, de bronce, a la altura del marco superior de los ventanales, una placa de 1952: “Asociación D. S. y M. Tranviario Automotor”. No necesita más nada para atraer a los comensales que se saben de memoria el itinerario…
El lugar, con una sobresaliente cancha de bochas que marca toda la geografía del club, fue fundado, en pleno auge comercial del transporte, por los viejos choferes de tranvías de la empresa “La Nacional” en los terrenos que a principios del siglo XX -época fundacional de La Plata- pertenecían a la familia Tettamanti. Todo estaba en esa zona: la sede de la empresa funcionaba en la vieja casona del actual Colegio de Agrimensores (51 entre 20 y 21); y los talleres tranviarios, en los galpones de ladrillo a la vista que hoy se usan como depósito de chatarra de Control Urbano, en 49 entre 20 y 21.
Un pedazo de historia de La Plata que se adapta y resiste.

“Lo del Manteca” hace delivery y entrega de domicilio, de martes a sábado (jueves cerrado), al teléfono 221 605 2353.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en El Editor Platense.

miércoles, 22 de julio de 2020

Cuando La Plata fue toda mundialista


Uruguay 1930 marcó un hecho jamás repetido en la historia del Seleccionado: la presencia simultánea de pinchas y triperos en un plantel argentino durante una Copa del Mundo. Un hito del que se están cumpliendo 90 años


Buenos Aires se sacudía un 12 de julio de 1930 con un impactante accidente tranviario cuando la formación intentaba cruzar el Puente Bosch sobre el Riachuelo: hubo casi 60 muertos y una gran conmoción nacional. Yrigoyen todavía ejercía la presidencia mientras se cocinaba la primera asonada cívico-militar y, en Montevideo, el Seleccionado Nacional jugaba el primer partido de su historia en una Copa del Mundo.
Hace nueve décadas, en un invierno tan crudo como este, se jugaba un Mundial que, en esa necesaria retrospectiva de la historia, se volvería legendario para el fútbol de nuestra ciudad.

Ferreira y Varallo
La cita por la conquista de la Jules Rimet había empezado el 13 de julio con la goleada de Francia contra México (4-1) y el gol de Laurent con el primer grito de la cita mundialista. 48 horas más tarde, en el Parque Central de Nacional, Argentina salía a la cancha para su debut y dos jugadores de La Plata configuraban el once ideal del fútbol argentino: Estudiantes y Gimnasia, de la mano de Manuel Ferreira y Francisco Varallo, decían presente en el primer partido de la historia de los mundiales. Allí se los ve en la foto, juntos, con la pelota en manos del capitán albirrojo de Trenque Lauquen: “el Nolo”, a la derecha; “Pancho”, a su izquierda, al lado de Natalio Perinetti, ídolo del mejor Racing de “La Academia”.
Esa tarde en la cancha de Nacional, en el barrio de Blanqueada, Argentina le ganó 1-0 a Francia y alistó a: Ángel Bossio; Ramón Muttis y José Della Torre; Pedro “Arico” Suárez, Luis Monti y Juan Evaristo; Natalio Perinetti, Francisco Varallo, Manuel Ferreira (c), Roberto Cherro y Mario Evaristo. Los dirigían la dupla de entrenadores y técnicos, Olazar y Tramutola.
No fue el único partido, aquel del triunfo contra los franceses, en el que pinchas y triperos jugaron como compañeros desde el arranque: Ferreira y Varallo también coincidieron como titulares en el 3-1 contra Chile que cerró la fase inicial; y en la recordada final con derrota (2-4) frente a Uruguay. Varallo, además, dijo presente e hizo un gol en el 6-3 frente a México, el 19 de julio en el recién inaugurado Estadio Centenario, partido que “El Nolo” se perdió por aquella increíble anécdota de decidir viajar a Buenos Aires ¡en pleno Mundial! para rendir un examen de su otra pasión: la carrera de escribanía.
Además de aquel gol de “Pancho” que inscribió al Lobo en la historia del primer Mundial, Estudiantes revalidaría esas cartas teniendo presencia por duplicado en el 6-1 de Argentina a Estados Unidos de semifinales. Fue la tarde del 26 de julio de 1930, cuando firmaron planilla Manuel Ferreira y Alejandro Scopelli, reemplazante justamente de Varallo. Dos pinchas titulares en un partido de Copa del Mundo. Algo que sólo volvería a suceder 80 años más tarde, en Sudáfrica 2010, cuando Clemente Rodríguez y Juan Sebastián Verón salieron entre los “11” en el 2-0 frente a Grecia de la zona de grupos.
Tres partidos mundialistas, tres encuentros compartidos entre un tripero y un pincha. Un hecho anclado en aquel lejano 1930 de furibunda rivalidad rioplatense; años de duelos bravos, tanto adentro como afuera de la cancha, entre argentinos y uruguayos en Juegos Olímpicos, Mundiales y Copas Américas.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.