sábado, 17 de abril de 2021

El otro clásico "sin público"


Fue en 1972. Si bien el domingo la brega local se disputará, por primera vez, sin gente en las tribunas, hace cinco décadas se vivió una situación casi similar: un caluroso miércoles de diciembre, en Quilmes, el derbi platense tuvo apenas un puñado de hinchas en las tribunas. Sí: no fue nadie…

Uno de los tantos sinsentidos organizativos de la AFA a lo largo de su historia se dio en el final de la temporada 1972. San Lorenzo ya era bicampeón y el primer equipo en meter doblete de Metropolitano y Nacional el mismo año. Pero aún faltaba definir los descensos. Y, para eso, la AFA había dispuesto que los últimos seis equipos del Campeonato Metropolitano jugaran todos contra todos, en una rueda, a fin de año, para definir quiénes bajaban. Los últimos dos se irían a la “B”.
Estudiantes y Gimnasia terminaron 13ro. y 15to, respectivamente, y quedaron obligados a jugar el insólito Reclasificatorio. Fue la primera y única vez que debieron enfrentarse oficialmente en un torneo que definía, de manera directa, los descensos a Segunda. ¿El sinsentido? Los puntos de las 34 fechas del Metropolitano se “arrastraban” en la suma total de unidades y se adicionaban a la tabla del Reclasificatorio: a Banfield, el último del torneo, se le habían descontado 34 puntos, y Lanús, anteúltimo, había sacado sólo 12 en los 34 juegos. Antes de empezar, por simple cálculo matemático, los descensos de los dos sureños ya estaban decretados. El Reclasificatorio carecía de sentido…
Es ese contexto, el sábado 23 de diciembre y en cancha neutral, en el viejo estadio de Quilmes, jugaron Pinchas y Triperos. De seguro, la lidia local con menor cantidad de público de toda la historia, a sabiendas de la posición que ocupaban los dos equipos y de que los descensos del Grana y del Taladro ya estaban definidos. El clásico se jugaba lejos de La Plata para completar el fixture y, además, Estudiante presentaba un equipo repleto de juveniles…


Ni siquiera el tiempo le jugó una buena pasada, esa tarde, al olvidable duelo donde poco hubo en juego: el partido debió ser suspendido durante el segundo tiempo porque más que cancha, el césped de Quilmes se había transformado, por la lluvia, en un lodazal potrero, digno de las mejores montas. Continuaría a los cuatro días, el miércoles 27 de diciembre, y el Pincha lo lograría igualar (2-2) con una corajeada del pibe Oscar Suárez. Se festejó, entre la grey albirroja, casi como un triunfo aquel empate, ya que el Pincha presentó un combinado de pibes de Tercera, Cuarta y Quinta División. El plantel titular ya había sido licenciado pensando en las Fiestas…
La imagen de esa calurosa tarde de miércoles, cuando se recuperaron los 28 minutos –dos tiempos de 14’- que faltaban disputarse después de la suspensión del sábado, es digna de mención: tribunas vacías en la vieja cancha de Quilmes de Guido y Sarmiento, los juveniles de Estudiantes intentando empatar el partido contra los profesionales triperos y Gimnasia jugando con una inusual camiseta azul marino, con un ancho bastón blanco en el pecho (ver foto), que desde el modelo alternativo homenajeaba al Ajax holandés campeón de Europa y del mundo.
Los estoicos hinchas que se animaron a viajar dejaron en boleterías, entre plateas y generales, apenas 1.630 pesos de época. Para tener dimensión de la insípida concurrencia, fue sólo el 2% de lo que se recaudaría meses después en el primer partido de la temporada 1973. Y en la reanudación del miércoles, apenas se vendieron 220 pesos. Algo lógico, sabiendo que sólo se completaban los 28 minutos, en Quilmes, y un día laboral por la tarde.
Estudiantes y Gimnasia, en Quilmes, casi sin testigos en las tribunas. Fue en 1972. Ayer como hoy, en 2021…


La historia del pibe Suárez
Surgido de la cantera pincha, fue uno de los juveniles categoría ’52 que debutó durante el Nacional de 1971 por una recordada huelga de profesionales que obligó a los equipos a completar el campeonato con jugadores de inferiores. Jugó en Estudiantes hasta el Metropolitano 1975, cuando, sin lugar en el equipo de Bilardo, fue transferido a Temperley. Allí, fue una de las revelaciones del Celeste en el Nacional, que clasificó entre los ocho mejores y se metió en la Ronda Final por el título. Hizo 8 goles en 16 partidos. El pibe que tanto prometía en Estudiantes, se había destapado en Temperley con destellos inolvidables como el doblete que le metió al River bicampeón de Labruna. Suárez ya era titular indiscutido, había encontrado su lugar en el mundo. Por eso el club le compró el pase a Estudiantes durante el receso de verano. Un presente de ensueño para el juvenil, que sin embargo nunca debutaría en los torneos de 1976. A los meses, durante una gira conjunta que Temperley y Talleres hicieron por Zaire, contrajo malaria. El Celeste jugó sólo cuatro partidos en África y regresó de la gira en febrero del ’76, antes del inicio del Metropolitano. Hubo otros futbolistas contagiados, pero sobrevivieron. Suárez agonizó, internado, en el hospital Gandulfo de Lomas, hasta su repentina muerte, el 19 de febrero. Tenía 23 años.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

jueves, 15 de abril de 2021

Los antecedentes coperos del clásico platense


Pinchas y Triperos juegan el domingo el derbi 181 desde que empezaron a enfrentarse en 1916 por los torneos asociacionistas. Será el 8vo. partido oficial por copas de AFA en 105 años de historia. Los antecedentes coperos: de la Competencia del ’24 al Torneo Centenario ’93

No habrá lugar el domingo –y lo celebramos- para que la prensa hable del “clásico 162” del historial, recorte hegemónico del periodismo, nacido en los ’70, que empezó a contabilizar para los historiales los partidos oficiales de los campeonatos regulares tomando como partida el cisma clave de la Liga Profesional de 1931. De un plumazo, y lejos de la tradición histórica que bien supieron narrar los diarios El Día y El Argentino con crónicas y coberturas que hoy se tornan envidiables, dejaban de lado, así, los quince años previos de la llamada “era amateur”.
No habrá lugar para hablar del clásico 162, decía, porque, además, el del próximo domingo no será un clásico más del antiguo campeonato por puntos a una o dos ruedas, sino que, como no sucede desde aquellos choques del invierno del ’93 por la Copa Centenario, Estudiantes y Gimnasia volverán a jugar casi tres décadas después por una copa de AFA.
Antes de llamarlas por el genérico de “copa”, los conocidos “Concursos por Eliminación” fueron una marca distintiva en la organización de los torneos anuales de la asociación oficial –la hoy AFA-. Su nombre no dejaba espacio a las dudas: mientras se disputaba el torneo habitual por puntos, todos contra todos, con el trofeo “Copa Campeonato” en juego, se organizaban distintos concursos por eliminación directa a lo largo del año calendario y se ponía en juego la “Copa Competencia”. Existía el clásico “concurso de Campeonato” y, paralelamente, los equipos de cada divisional disputaban, por eliminación, el “concurso de Competencia”.
La primera copa que enfrentó a Pinchas y Triperos en la historia del derbi fue la Competencia de 1924. Compartieron la Zona C. Pero sólo disputaron la revancha, jugada el domingo 23 de noviembre de 1924. Fue 2-2 con goles de Zoroza y Morgada, para Gimnasia, y Bellomo (2), para Estudiantes. El partido de ida estuvo programado inicialmente para el 29 de mayo, luego se postergó para el 30 de noviembre y, finalmente, no terminaría disputándose, ya que Estudiantes había licenciado al plantel. Gimnasia ganaría los puntos en el escritorio, sin jugarlo.
De la Copa Competencia 1924 saltamos a 1932, cuando se enfrentaron un inusual día jueves por el Grupo A de la Copa Beccar Varela, en cancha neutral. La prensa la supo llamar “la copa falluta”, por ser un torneo organizado como cierre de temporada, en pleno verano, que no generó el entusiasmo de los hinchas y de la mayoría de los clubes, que optaron, en muchos casos, por poner elementos juveniles o habituales suplentes con sus planteles ya licenciados o de vacaciones. El escenario fue el Viejo Gasómetro y vio triunfo tripero, 2-1, con gritos de Palomino y Naón. Lauri había empatado transitoriamente para el Pincha.


De la Competencia Británica a la Centenario
Los duelos de 1945 por la Copa de Competencia quedarían marcados por una particularidad única: fue el clásico más largo de toda la historia. Duró ¡139 minutos! Y, ni así, pudo desempatarse. El partido se jugó a eliminación directa, por la primera ronda de la Competencia Británica. En los 90’ empataron 2-2. El reglamento preveía un alargue de 30 minutos. Como volvieron a igualar (3-3), debieron disputarse otros 30 minutos de alargue. A falta de once para el final, y como aún persistía la paridad, el árbitro terminaría suspendiendo la brega por falta de pelotas. La serie tendría su desempate, programado para el feriado 1 de mayo en la cancha de Gimnasia, que ganaría Estudiantes, 2-1, con goles de Pelegrina y Chiarini en contra, para clasificarse a cuartos de final.
El último antecedente copero nos lleva al invierno de 1993, cuando la AFA organizó la Copa Centenario para celebrar los cien años de la fundación del fútbol oficial. Fue la última vez que pinchas y triperos se enfrentaron por copas nacionales a eliminación directa. El partido de ida se jugó el 26 de junio de 1993, en el Bosque. Gimnasia ganó 1-0, con gol de Guillermo Barros Schelotto, un partido que sólo duró 60 minutos por un recordado piedrazo arrojado desde la hinchada de Estudiantes al árbitro Juan Carlos Biscay, que determinó la suspensión del derbi. La revancha fue el domingo 4 de julio, en 1 y 55, y el 0-0 final terminaría clasificando al Lobo para la ronda de ganadores.
Sumando los torneos internacionales, la última vez de mata-mata fueron los cruces victoriosos para los albirrojos de la Sudamericana 2014, cuando Estudiantes eliminó al Lobo tras un 0-0 en el Bosque y ganar la revancha, 1-0, en el Ciudad de La Plata, con un recordado gol de Diego Vera.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

jueves, 1 de abril de 2021

"Profesionalismo": ¿90 años de qué?


Nueve décadas atrás, el Boca de una leyenda -Mario Fortunato- ganaba el último campeonato oficial de la ya unificada amateur AAAF, en pelea final mano a mano con Estudiantes de La Plata. Pocas semanas después, llegaría la grieta quizás definitiva del “fútbol nacional”: amateurismo, de un lado; profesionalismo, del otro. Los “grandes” de Buenos Aires comandaban el cisma y, a casi 40 años del inicio de la oficial, creaban una liga paralela a la nacida en 1893 por influencia británica.
Me animo a las comillas para hablar del fútbol “argentino” porque, tanto ayer como hoy aunque con matices innegables, la etiqueta de nacionalidad del fútbol nuestro se sumerge como mandato inexpugnable dentro de las fronteras de la centralidad porteña. Desde esta perspectiva, el territorio de lo “nacional” se circunscribe a Buenos Aires y sus alrededores; a la pampa húmeda y su zona de influencia. Lo fue y es para quien normaliza el negocio del fútbol a nivel mundial: la FIFA, que desde siempre reconoció como institución rectora de “lo argentino” a la liga metropolitana (Buenos Aires, Conurbano y La Plata) que se jugaba con el sello de la hoy AFA.
La geopolítica interna del país, se ve, condicionó al fútbol desde principios del siglo XX; la marca de su puerto principal como salida central al “mundo”, también, tanto fronteras adentro como afuera. Se puede inferir, así, que la arquitectura de una necesaria identidad popular se hermanaba con el reconocimiento del país en el exterior, que acreditaba los rasgos culturales de la urbe arrabalera porteña y su capital: el tango, triunfando en el continente insignia, y el fútbol, con Argentina llegando a la final del Olímpico del ‘28, del Mundial del ’30 y de varios Sudamericanos.
“Buenos Aires pasa a ser la ciudad del tango y del fútbol (…) Los éxitos futbolísticos en los Juegos de Ámsterdam, así como la aceptación y el triunfo del tango en París, demuestran que sólo Buenos Aires (y, por ende, Argentina) es capaz de producir ‘cosas nuestras’ aceptadas y reconocidas por todo el mundo. El tango y el fútbol aparecen entonces como las contribuciones argentinas en la construcción, de esa época, de un espacio global corporal del tiempo libre que trasciende las fronteras nacionales (…) Y los grandes clubes de fútbol de Buenos Aires han de convertirse en ‘nacionales’ a pesar de la tradición futbolística de otras ciudades como Rosario y La Plata”.(1)

La extensión de la “frontera”
Hubo algunos mínimos atisbos de reconocimiento, en los albores del fútbol como identidad colectiva, cuando la AFA, de aún denominación inglesa con “football” en lugar del castellanizado fútbol, amplió las “fronteras” de lo argentino reconociendo a la liga rosarina, a la que incorporó oficialmente para que se enfrentara contra el campeón porteño en la disputa anual del llamado Campeonato Argentino -Copa Ibarguren- desde 1913. Porteños contra rosarinos jugando por el título “argentino”.
Los límites de la nacionalidad futbolística, en la práctica, se abrían dentro de la pampa húmeda, contemplando a los clubes rosarinos y, sólo años después, a los santafesinos. Pero poco más. De hecho, de esas competencias organizadas en el circuito productivo de los puertos Buenos Aires/Rosario salían los representantes argentinos que jugaron las primeras copas internacionales contra los uruguayos. Una estructura similar, aunque en un país disímil por extensión y federalismo, a lo que sucedió hasta mediados del siglo XX en Brasil con los torneos organizados entre clubes de Río y San Pablo. Pero con una diferencia no menor a la nuestra: esas competencias nunca serían reconocidas oficialmente con el rango de “título nacional”, pese a su prevalencia regional, por la Confederación Brasileña de Fútbol.
Un abismo, este, con la historia oficial del fútbol nuestro, que, desde siempre, designó a sus “campeones nacionales” por la Copa Campeonato que exclusivamente jugaban unos pocos –pero trascendentes, claro- clubes ubicados dentro de Buenos Aires y su área metropolitana: que la creciente popularidad del fútbol “nacional” en las dos primeras décadas del siglo XX y su identidad se narraran desde la ciudad capital faro del exterior, hicieron el resto.
Recién entre 1939 y 1948 se dio una primera apertura “efectiva”, sumando a las entidades más representativas de Rosario y Santa Fe como afiliadas a AFA, que empezaron a competir de forma regular en los concursos porteños: primero fue Newell’s y Rosario Central; luego Unión y después Colón. Pero no sería hasta 1967 -pese a la disputa irregular de competencias como la Copa República- y la creación del Nacional, cuando, por primera vez, y después de siete décadas, se organizaría un torneo evidentemente “argentino y federal”, con representación regular e institucional de la mayoría de las provincias. Fue cuando los “grandes” del interior empezaron a tener visibilización a nivel nacional y aparecieron los primeros títulos en Primera de los equipos rosarinos; o los subcampeonatos de Talleres (1977), el Racing cordobés (1980) y el Unión santafesino (1979). El albiazul cordobés tendría otras grandes campañas: 4° en 1974; semifinalista en 1976 y 1978; y 3° del Metropolitano 1980, cuando se ganó en la cancha el derecho a jugar anualmente el torneo de Primera de los porteños gracias a la Resolución 1.309.
No fue sino hasta 1986, a casi un siglo de la fundación de la AFA, al formarse una segunda división más “federal” -Nacional B- que los equipos del interior tuvieron mayor acceso a la liga grande de la Primera asociacionista, cuando la B Metropolitana pasó del segundo al tercer nivel de los equipos directamente afiliados. Aún ello, la disparidad continúa hasta nuestros días. Algo más de 50 equipos del área metropolitana porteña compiten, en el ascenso, por dos plazas anuales a la Primera B Nacional –la puerta de acceso al fútbol grande- a la par de centenares de equipos de 22 provincias que juegan, desde el Federal A hasta el C, por las mismas plazas en sus distintas y extenuantes ligas regionales, con largos viajes y altos costos.
Bienvenido el revisionismo en el fútbol también, que desde 2013 nos empezó a enseñar, como se debe, a partir de nuevos e inquietos historiadores, que la historia era una sola: rentado o no, el “fútbol argentino” oficial, aún el quiebre ineludible de 1931, había comenzado a finales del siglo XIX. Nada había cambiado en ese 1931 pese a la imposición de una liga “profesional” con sólo 18 clubes que dividió bruscamente al fútbol entre 1931 y 1934, cuando, a fuerza de poder y convocatoria, los “grandes” le crearon a la AFA un torneo paralelo, que no era reconocido por la mismísima FIFA, para legalizar lo que estaba más que extendido en la práctica cotidiana, con el capital incorporado al negocio y al mercado de la transferencia de futbolistas.
Quizás el nuevo y verdadero cisma, a 90 años del inicio del blanqueo profesional, sea, de una vez y para siempre, un fútbol federal y equitativo, tanto para los clubes híperprofesionales como para los cientos de equipos del “interior amateur”, con real y proporcional acceso a los torneos grandes de AFA. La Copa Argentina es un paso; que la liga de Primera División realmente “nacional”, sea el siguiente.

Notas
(1) Archetti, Eduardo (1995). Estilo y virtudes masculinas en El Gráfico: la creación del imaginario del fútbol argentino.
- Revistas El Gráfico y Caras y Caretas
- Memorias y Balances de la Asociación del Fútbol Argentino.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.