domingo, 30 de diciembre de 2018

Canción urgente para concluir


Concluyeron, eso que suelen llamarse los especialistas, que fue exactamente a las 2 de la mañana. Un 5 de mayo. Concluyeron, con certeza, por la identificación de una cámara exterior del negocio asegurador de esa cuadra, que trepó a la terraza después de las 12. La nena ese día cumplía dos años.
Concluyeron, también, que la primera identificación cercana fue una moto de marca nacional que vieron abandonada, la mañana de ese 5 de mayo de 2019, sobre el puesto de diarios de la esquina de 13 y 48; la segunda, aunque al principio no sin cierta duda por la alterada caligrafía manuscrita, un papel blanco escrito con una Uniball Signo 0.7 tinta azul (la obsesión del él) que una mujer mayor encontraría mientras acomodaba la canasta con panes que pacientemente vende en esa esquina de los Tribunales de La Plata con el primer trajín de abogados.
Concluyeron, como la mujer, que nadie lo había visto a él hasta el ladrido de rutina de un perro blanco. En la desesperación del hambre por abandono, el animal había empezado a ladrar mientras buscaba restos de algo en los arbustos encadenados que el centenario edificio tiene sobre calle 48.
Concluyeron, además, aunque varios meses después, que la enfermedad que decía joderlo no era tal. Él nunca lo sabría. Desde que un íntimo le había recomendado en Facebook ver una serie de nombre Breaking Bad, la que, contaba siempre con entusiasmo, se había devorado “las cinco temporadas en menos dos semanas”, lo obsesionaba la idea que funcionaba como motor de esa trama: la vida gris y chata del protagonista que se ve incentivado a rehacer su rutinaria coyuntura de profesor de química en un secundario del sur estadounidense cuando, por error, le diagnostican una enfermedad terminal que no era tal. Tanto para White, el protagonista de esa ficción, como para él pero en el real world, el tiempo arreciaba y cada minuto hacía del mundo un espacio un poco más finito de ser vivido.
Los dolores en la cintura los había empezado a sentir cuando cambió la bicicleta. De una playera, a la inglesa imitación de doble caño. Y se iban acentuando, por espacios intercalados, según las cuadras que caminaba o, sobre todo, cuando jugaba al fútbol los lunes. Eran pinchazos; esporádicos, es cierto, pero, aun así, todo eso lo traumaba. Siempre encontraba la excusa para evadirse y no pedir el turno que tanto le reclamaban. “Es una huevada. Tenés que ir”, le insistían. “Vas. Te ven. Dos placas. Una pelotudés. Y listo”. Pero nada lo convencía.
La ansiedad por ese trastorno que no solucionaba le acentuó otros rasgos típicos que él se encargaba de exorcizar, entre amigos, con algún que otro meme que le llegaba al teléfono ironizando esas disfuncionalidades: poner los billetes siempre del mismo lado y con los valores de mayor a menor, corregir la ortografía de los mensajes de texto que recibía, dejar la pasta de dientes siempre apretada, que el papel higiénico cayera hacia adelante o poner el despertador puntualmente en un horario múltiplo de cinco. Ni más ni menos: un TOC.
Concluyeron, por intuición y urgencia judicial, que él se creía enfermo, agobiado por una simbiosis que transitaba los extremos de padecer el mínimo dolor en cualquier lugar del cuerpo y encadenarlo al diagnóstico que no tenía, que sólo fluctuaba en su imaginación como una barrera de contención hacia todo lo que fuera externo y que lo dañaba, día a día, sin ningún tipo de coraza.
Concluyeron, no hasta tener ese papel que la señora de la esquina encontró y le entregó al fiscal, dos o tres días después del hecho, que lo que lo agobiaba era otro tipo de incertidumbre: la del futuro y un presente que, pese a sus esfuerzos, no podía nunca terminar de resolver; un pequeño manuscrito que jamás creyó ni se propuso dejar como señal o testimonio de nada: no intuyó que esa madrugada, la del 5 de mayo de 2019, lo tenía en uno de sus bolsillos y que el desenlace iba a ser como fue, aunque no lo supiera nunca.
Concluyeron, entonces, que escribió, en ese papel encontrado prolijamente en letra manuscrita con una Uniball Signo de tinta azul, tantas pero tantas palabras, para contarle a la nena cómo iban transcurriendo los días, las horas, las semanas, desde que había conocido el primer juzgado de familia preguntando por ella. Lo agobiaba, además, el temor a que con él se fuera su memoria, y por ende la de los días sin ella, como si todo lo sólido también se fuera a desvanecer en el aire.
Concluyeron que en el cuaderno donde había un sinfín de papeles amontonados como ese se sucedían uno a uno los días de su ausencia mientras crecía, imaginándose que ya ni siquiera podría reconocerla. Llevaba 22 meses sin verla, sin sentirla.
No quiso esperar más.
Y, concluyeron, que así eligió concluir como una canción urgente.

* Este texto integra la antología "Textos 2" de La Comuna Ediciones.