domingo, 25 de octubre de 2020

La "Banda de las Frazadas"


Fue en 2008. Los estigmatizaron. Les atribuyeron todos los delitos. Mientras el país se preparaba para el “no positivo” de Cobos, un grupo de pibes y pibas en situación de calle sobrevivía en Plaza San Martín con lo que tenían a mano

En ese momento vivía a cien metros, recuerdo. Recuerdo también aquella noche en la que uno de estos pibitos me interpeló sin remedio, con lo que tenía a mano, para pedirme una radio digital que conservaba “como oro”. Nos hablamos. Lo acompañé. Me la devolvió. Apenas un detalle para introducirme a narrar a estos chicos que en 2008 dormían en plaza San Martín y fueron estigmatizados por los medios de peso del cuadrado platense.
Allí estaban, a metros de esas madrugadas donde algunos pedían alguna que otra moneda “pal sanguche” en la puerta del pool Líbano; “o algo para comer, che”. Así de simple y doloroso. Pibitos apartados de todos los derechos básicos y elementales que empezaron a ser la excusa perfecta para el estigma y la inseguridad.
Tenían 8, 10, algunos 16. Niñas. Pibitos. Eso eran; de la periferia, que venían a “ranchear” al centro de La Plata. Dormían donde podían. Hasta que se instalaron en La Glorieta y quedó puesto el apodo: uno de ellos había querido, se dijo, afanar un celular de alguno que, tarde, cruzaba la plaza y le tiró una frazada encima para distraerlo. Era “La banda de las frazadas”.
Hace poco lo recordó el compañero Julián Axat, en una de sus aguafuertes, y bien vale la cita: “Minoridad y fabricación de estigmas van de la mano. Siempre basadas en rumores, fuentes policiales y cierta fascinación vecinal por lo monstruoso, se dan la mano en el folletín semanal donde se construye el sentido común de lo delictivo y la sociedad se queda tranquila con sus chivos expiatorios.
Aunque el tiempo es el que derriba todo ese castillo mítico de mentiras. Aunque el daño ya esté hecho, y –en cuestiones de infancia vulnerable– se torne algo irreparable. La llamada ‘banda de la frazada’ es la historia de un daño irreparable. De destinos que se pierden. De asesinatos selectivos, y de un crimen de Estado por olvido y deliberación.”
El Estado, en nombre de la policía, apuntó contra ellos el 25 de julio de 2008, cuando un grupo de policías de civil se metió en La Glorieta no sin cadenas ni armas. El estigma había hecho caldo; y las consecuencias, a la vista. Y el tema de “los pibes chorros que aguantan en La Glorieta” se hizo de repercusión nacional, después de la amplia cobertura –en tren de indignación ciudadana- que los diarios locales le daban al tema. Aparecieron en TN, en informes de Telefé, en Crónica.
En esas “historias de muertes anunciadas”, como bien nos recuerda Axat, quizás la paradigmática sea la del pibe Omar Cigarán, a quien año a año se lo recuerda en la plazoleta de 115 y diagonal 80, en el Barrio Hipódromo, con un gran mural donde su rostro de pibe le hace fuerza al “gatillo fácil” del que fue víctima hasta morir. Lo cuenta de forma exacta una colega, Mariana Sidoti Gigli, en su libro “Vivir sin justicia”. Cigarán fue baleado por el policía Diego Walter Flores, en 43 y 115, pero el tribunal de justicia decidió su absolución, sentencia que está apelada.
Mientras el “mito” crecía y todo delito o hurto era atribuido a la supuesta “Banda de Frazada” de los pibitos de la plaza, muchos abogados presentaron un amparo colectivo -la CPM, la Asociación Miguel Bru y otras organizaciones- a favor de los pibes que dormían en la Plaza San Martín y que en julio de 2008 habían sido atacados por los policías de civil.
“El amparo colectivo lo presentamos en 2008 cuando fue la represión que sufrieron los chicos y chicas que estaban en la Glorieta de Plaza San Martín. Los chicos estaban realmente viviendo situaciones de violencia policial y riesgo de muerte. En el camino, falleció un niño en la plaza, muchos de ellos contrajeron enfermedades terribles, otros están presos… Es decir: todo lo que pensábamos en aquel momento y por lo cual comenzamos a luchar desde la Asamblea Permanente por los Derechos de la Niñez (APDN), lamentablemente se cumplió”, le contaba en 2012, a la revista La Pulseada, una de las abogadas que había impulsado aquella medida de contención.
Recién en 2019 la Suprema Corte de la Provincia confirmaría un fallo del juez Arias, que había sido apelado, obligando al Estado a dar respuesta a los jóvenes en situación de calle.
Un año después de aquel 2008 -de ciudades invadidas por el humo campestre y empresarios del Agro en las rutas- poco se sabía de estos pibes y pibas, muchos los cuales hoy tendrán más de 20 años si es que lograron anteponerse, ante la siempre nula acción de contención del Estado, a una infancia que los expulsa y vulnera sus derechos de niñez más elementales.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

jueves, 15 de octubre de 2020

Ateneo Popular: volver de a poco



La centenaria institución de Barrio Hipódromo retomó este mes las actividades autorizadas -vía protocolo- por el municipio local. Patín, taekwondo, gimnasia, a distancia y con pocos alumnos, como nueva normalidad

Un barrio de “los de antes”: anchas veredas, calles angostas todavía con el viejo empedrado y su musgo, caballos a mano de los cuidadores cortando el paso de los autos, el bingo cerrado por la pandemia, el Favero de 117 y suEstación Sur esperando la apertura completa. Postales, ventanas, links de este 2020 inédito que cuece sentido entre los tiempos de la nueva normalidad.


Pasan los cuidadores con sus yeguas ya desatadas, ahora que dieron campana de largada al galope en el hipódromo local. Volver de a poco…
“Tenemos todo cerrado. No hay otra forma. Recién ahora, en octubre, con el protocolo municipal, empezamos de a poco sólo con tres actividades –taekwondo, gimnasia y patín- de las tantas que tenemos; y con algunos chicos, separados y a distancia”, empieza la charla Oscar Abelardo, el secretario del Ateneo, no sin soltar cierta resignación en la respuesta que me da por teléfono.


La sede de Ateneo Popular, en 39 entre 115 y 116, cuenta con un gran salón, allí donde siempre se hicieron las actividades más importantes: fiestas, actos, eventos, talleres de tango y folklore, las clásicas milongas que convoca a muchísimo vecino adulto mayor que responde a esa tradición histórica, recitales de todos los géneros musicales, y deportes de salón; y otros espacios similares, aunque más chicos, que le permiten ahora al club a autorizar actividades en simultáneo.
“El municipio nos dio permiso de seis a ocho personas”, agrega Abelardo.
Pero, aún esto, las dificultades, como a tantos clubes que al menos perciben el subsidio estatal por tener una biblioteca pública, se dieron porque dejó de ingresar dinero por el cobro de la cuota social, por más “simbólica” que esta fuera en su valor. “La dejamos a voluntad. No podíamos hacer otra cosa, una vez que prohibieron abrir y se suspendió todo, siendo que los vecinos y los socios ya no podían hacer las actividades normalmente”, dice.


Los servicios que el club paga mensualmente, u otras facturas bimestrales, debieron empezar a solventarse con aportes originados en ahorros acumulados e, incluso, con colaboraciones directas de allegados y los responsables al mando de toda la gestión. A eso se suman los ingresos extras que dejaron de entrar en concepto de buffet -que funciona en un reducto tan bucólico como amable junto al patio central del inmueble- o por el alquiler de la canchita de fútbol 5 y el salón principal, para eventos, cumpleaños y actividades culturales de toda índole.
En el frente, del lado derecho de la puerta principal, la ventana muestra casi desmantelado el bar de cervezas artesanales que tenía la concesión de ese espacio, detenido en el tiempo desde aquellas últimas noches autorizadas de mediados de marzo. Una mesa grande deja ver varias herramientas sobre ella y envases vacíos de Stella, con el polvo de la época de la antigua normalidad. ¿La heladera? Desenchufada y vacía. Pero, dicen, la esperanza es lo último que se pierde. Y en eso están los clubes platenses azotados por deudas y falta de apoyo en plena crisis económica de pandemia.


Todavía se puede leer, en la página de Facebook del club, la imagen del afiche diseñado, en marzo, por la Peña Salamanca para celebrar lo que iba a ser el Carnaval Jujeño 2020 en el salón del Ateneo Popular, de seguro a lleno total: los nombres de los grupos -Coroico, Luis Bravo, Milena Salamanca- tapados por un improvisado banner cruzado de izquierda a derecha que reza “Evento Suspendido”. Comenzaba la cuarentena obligatoria por la pandemia. Siete meses atrás…

Ateneo, del Dique al Hipódromo
Ateneo Popular nació como institución en un inmueble mucho más modesto, del otro lado de la avenida 122 que hoy separa Ensenada de La Plata, en El Dique. Y recién en la década del ’40 se estableció en la sede actual de calle 39, donde más adelante se sumaría la renombrada Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia, con más de 15 mil ejemplares a disposición de los lectores, orgullo de los atenienses de “sangre de buey y blanco”, como dice la leyenda son los colores que identifican a Ateneo Popular.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en El Editor Platense.