domingo, 5 de diciembre de 2021

La prehistoria del clásico platense


Hitos de la era amateur, con partidos no tan amistosos y una rivalidad que hoy encuentra a pinchas y triperos en el clásico 223 de su historia

La historia oficial empezó el domingo 27 de agosto de 1916 cuando por primera vez Estudiantes y Gimnasia se enfrentaron en un partido por el campeonato de primera división de la por entonces  Asociación Argentina de Football (AAF). Ganó Gimnasia 1 a 0 con un gol en contra del defensor albirrojo Ludovico Pastor. Pero hay que retroceder diez años en el tiempo para conocer la verdadera génesis.
Se sabe, el derby que enfrenta a los principales clubes de fútbol local nace de las ramas de un mismo árbol, de un tronco común a partir de un desprendimiento forzado por la situación. Corría 1905 y Gimnasia se vio obligado a liberar la denominada Plaza de Juegos Atléticos ubicada en 1 y 47, cuyos terrenos habían sido cedidos por el gobierno para la construcción de la Universidad Nacional de La Plata. Esto provocó un cisma entre los asociados, que se dividieron entre los que proponían salir a buscar un nuevo predio para instalar la cancha de fútbol y otros que se inclinaban por resignar las actividades deportivas y limitar la institución a la faceta social. En efecto, el segundo grupo impuso su parecer y llevó al club a abandonar la liga de fútbol. En tanto, el otro sector optó por la escisión y dio vida al Club Atlético Estudiantes, fundado el 4 de agosto de ese año.
Gimnasia sólo volvería a la práctica del deporte en 1915, cuando a raíz de un conflicto interno varios jugadores de Estudiantes abandonaron la institución para pasarse a las filas del Club Independencia. Poco tiempo después, esta institución terminaría fusionada con Gimnasia que, ese mismo año y en una campaña inigualable, consiguió el ascenso a primera división.
Así, entonces, llegamos al debut clásico del 27 de agosto de 1916: en la fecha 14 del campeonato, Gimnasia y Estudiantes se vieron las caras por primera vez. En el encuentro, arbitrado por Hugo Gronda, y disputado en el predio de 1 y 57, se enfrentaron viejos amigos y ex-compañeros con los colores trocados: en la escuadra gimnasista había cuatro ex Estudiantes: Emilio Fernández -el arquero récord que jugó en Argentina representando tanto a Gimnasia como a Estudiantes-, Ángel Bottaro, Diómedes Bernasconi y Américo Girotto. Por su parte, en el equipo albirrojo se alistó Edmundo Ferreiroa, el único jugador que tras un breve paso por el plantel de Gimnasia había decidido pegar la vuelta a Estudiantes.
Promediando el primer tiempo sobrevino el autogol de Ludovico Pastor. Algunos relatos de la época adjudicaron la desgracia a un percance: el zaguero había jugado con un par de botines prestados en el vestuario ya que al llegar a la cancha advirtió que había olvidado los suyos.

Un sport popular
Pero el Pincha se tomaría revancha rápidamente al ganar el primer amistoso programado para la temporada del ´17 -1-0 con un gol de Juan José Lamas, de penal- y el único choque pautado por el campeonato oficial, jugado el 1 de julio de ese año. Fue otra vez victoria albirroja, pero ahora con goleada (3-0) y un gol incluido de Américo Girotto, que la temporada anterior había vestido la casaca albiazul. El primer registro local de lo que con el tiempo se conoció como la "ley del ex". Los tripas no le perdonaban su vuelta a Estudiantes y hasta intentaron cobrarse el vuelto agrediéndolo en pleno partido.
Era tan alta la expectativa por el clásico que el fervor popular se mimetizaba, incluso, en las prácticas empresariales de los medios: el diario El Día puso pizarras fijas, en el frente del inmueble de diagonal 80, para dar “una información lo más precisa posible de las incidencias culminantes que nos transmitirán desde la cancha cada veinte minutos”. Un antecedente informativo que precedió a las transmisiones radiales de los partidos de fútbol.
Habían sido años, además, donde los que no tenían el mango para las entradas se las ingeniaban para ver el partido de trampa, trepando a los techos de los cuarteles de avenida 1, invadiendo las copas de los árboles linderos a la cancha y hasta los carros de los vendedores ambulantes. El pueblo se negaba a que intentaran “aristocratizar un sport evidentemente popular”, como decía la prensa de la época.

La tangana de 1917
En aquellos años fundacionales se gestó la rivalidad que llega hasta hoy, a pesar de que las hinchadas no puedan verse las caras en un mismo estadio. La pica iba en aumento y tuvo una raíz inquebrantable que se afirmaría en tierra el 16 de septiembre de 1917. Programado, en principio, para el 30 de agosto y a beneficio del Sportivo Platense, el segundo amistoso del ’17 -que, en efecto, era el cuarto enfrentamiento de la historia entre ambos -quedó trunco por unas semanas. Pero ambas instituciones se pusieron de acuerdo, finalmente, y celebraron la brega postergada a beneficio del Centro de Cronistas.
La cancha, otra vez, lució atiborrada: ambas graderías, la platea oficial y el rastel que circundaba la cancha de calle 1, colmadas de gente de ambos bandos con sus clásicos sombreros. Fue la tarde en que se pusieron en juego doce medallas de oro donadas por el interventor de la Provincia, José Luis Cantilo, quien debía entregarlas en persona al final del juego.
Sin embargo la condecoración quedó en eso, en apenas una idea. La motivada rivalidad por los enfrentamientos en cancha entre los viejos compañeros de equipo trepó al excelso aquella tarde. Y todo se resumió en una escena de pujilato. Ovidio Duarte Indart, el goalkeeper pincha, descolgó un tiro de Capparelli. Tomó la pelota e hizo un firulete en el aire buscando la reacción de Roberto Felices. Enojado por la gastada, el delantero tripero intentó robársela, con más fuerza y vehemencia que la habitual. Indart, rápido para el llamado, no se quedó atrás: despejó la pelota y resolvió el entrevero con una trompada a la mandíbula que desmayó a Felices.
La batalla seguiría adentro y afuera del predio: mientras los jugadores discutían y amagaban seguir la trifulca con el partido ya suspendido, los hinchas entraron a la cancha, rompieron las barandas de contención -aún no existía el alambrado olímpico-, arrancaron las redes de los arcos y quemaron varios escalones de las pequeñas gradas. Tal fue la magnitud de la tangana entre las hinchadas, que hasta hubo una guardia policial de vigilia durante toda la noche, en 1 y 55, para evitar más incidentes.
La Comisión Directiva de Gimnasia condenó a Estudiantes “con una manifestación de desagrado” por el comportamiento de su público y a su arquero, Duarte Indart, inhibiéndolo para mantener “relación alguna con la institución”. Estudiantes resolvió, al unísono, cortar relaciones con Gimnasia. Sería el último amistoso de confraternidad entre pinchas y triperos hasta 1948.
¿Las medallas? El Centro de Cronistas resolvió exhibir los premios -nunca adjudicados por la suspensión y el 0-0 final- en la tienda Gath & Chaves de la tradicional esquina de 7 y 50.

Un faltazo épico
La fecha inicial del torneo de Primera de 1919 pautaba por calendario un inusual nuevo enfrentamiento platense. Domingo 16 de marzo y, otra vez, en el field de Estudiantes. Hubiera sido el último enfrentamiento entre ambos. Luego los albirrojos se desafiliarían de la AAF, para sumarse, en 1924, a la disidente Asociación Amateurs de Football, en la que ya jugaba Gimnasia.
Hubiera sido porque al clásico le faltó el árbitro, ausente sin aviso. Las hipótesis más aventuradas vieron esa tarde al citado Piovano paseando sobre avenida 7; otros, en la estación de trenes de 1 y 44 con un delegado de Estudiantes que le habría insinuado la conveniencia de volverse para suspender el pleito; o que se había perdido entre las apuestas del hipódromo local. Chismes, dirían. Para muchos otros cronistas, los delegados de ambos clubes sabían de la posible ausencia del referee y, por eso, trataron de suspender el partido antes de la reacción enardecida de la multitud. Hubo hasta una idea de jugar con un juez local y de hacer el partido de forma amistosa. Tampoco lo lograron.
Lo cierto es que, en aquel 1919, no hubo clásico. Y  pasarían cinco años hasta un nuevo enfrentamiento entre pinchas y triperos.
El árbitro, va de suyo, jamás llegó…

El gol olímpico que no fue
La historia no oficial, en tanto, confirma que el delantero de Gimnasia, Luis Rimassa, se adelantó en el tiempo al famoso wing quemero Cesáreo Onzari. Había sido el que quedó en la leyenda como autor del primer gol olímpico de la historia, en octubre de 1924 en el marco de un Argentina-Uruguay.
El 15 de junio de 1924, por la novena fecha del campeonato, Estudiantes y Gimnasia volvían a la tradicional lidia tras el impasse de seis años por el quiebre de la asociación oficial -la hoy AFA- que bifurcó a los equipos platenses por distintos caminos. Se jugaban 40 del primer tiempo cuando Rimassa pateó un córner quirúrgico, combado e inusual con la otrora pelota de tiento, que penetró en el arco sin que Bologna, el arquero de Estudiantes, pudiera desviar la pelota. Tampoco hacía falta: el árbitro, Enrique Diez, anuló el gol de inmediato, como marcaba el reglamento. El intenso partido terminaría igualado 1-1.
Pero la Internacional Board había producido una trascendente modificación reglamentaria antes de ese clásico: los tiros de esquina dejaban de ser indirectos, siendo válido, a partir de ese momento, el gol convertido en forma directa por un remate desde el córner.
En Argentina nadie sospechaba ni tenía notificación del cambio de normativa; tampoco el árbitro y menos aún Rimassa. La noticia de la variante reglamentaria llegó semanas después y Onzari aún tiene los lauros de la historia que le corresponderían al delantero de Gimnasia.

Bajo "Ley Marcial"
Lo más ilustre del fútbol argentino se podía resumir, hacia el final de la década del ’20, en un rectángulo de juego donde se disputó un clásico de La Plata. De un lado, la histórica línea delantera pincha de “Los Profesores” -Lauri, Scopelli, Zozaya, Ferreira y Guaita-, Armando Nery o el destacado centro-half, Francisco Pérez Escalá. Los triperos, con otros internacionales, como el goleador Morgada, Pancho Varallo o José María Minella, el marplatense de trascedente campaña en el Lobo, River y en el Seleccionado.
El último choque de la era amateur, en 1930, tuvo cinco goles y todos en el primer tiempo: cuatro rojiblancos y uno albiazul; también una doble suspensión: la del 31 de agosto, por la exactitud del match con la fiera tormenta de “Santa Rosa”, que obligó a postergar los partidos de la zona metropolitana; y la del 6 de septiembre, por el golpe militar del general nacionalista ultracatólico, José Uriburu, contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen.
Pudo haber existido una tercera, dispuesta por la jefatura policial de la Provincia, por entender el organismo que no contaba con los efectivos necesarios “para asegurar el orden”. Pero hubo acuerdo entre la fuerza y los directivos de ambos clubes, veinticuatro horas antes: el partido se jugaría bajo “Ley Marcial” el 14 de septiembre de 1930.
“El cuerpo encargado de asegurar el orden comunicó más tarde al Club Atlético Estudiantes que las medidas tomadas para asegurar el orden estaban comprendidas dentro de la Ley Marcial, prohibiéndose en forma absoluta la portación de armas y que los concurrentes serían revisados antes de entrar al field. Como pueden advertir los aficionados, es innecesario recordarles la severidad de tales disposiciones y la necesidad de conservarse dentro de una absoluta corrección”, se leería en los diarios de aquella época.
Estudiantes y Gimnasia, mens sanas y pinchas, reescriben la historia, 105 años después del primero de todos. El partido número 223 -entre oficiales y amistosos- en el que se cruzarán los tradicionales rivales, con el mismo fervor de sus tiempos fundacionales. 

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en Begum 0221.

domingo, 7 de noviembre de 2021

La vuelta del Candombe a las calles de Tolosa


Llama un resplandor
Ya están en la esquina
Templando el tambor
Y corre la lija
Y crece el barullo
Y arranca la clave
Parece que largó...
“El Tambor”, Jaime Ross

El regreso del desfile de llamadas terminó con la espera tras año y medio de pandemia y aislamiento obligatorio. El barrio de Villa Rivera, desde la esquina de 3 y 522, fue testigo del 16to. llamado anual para que las cuerdas de tambores de La Plata, Berisso y Ensenada copen la fundacional tolosana

No es casual la fecha elegida desde 2004 por un variopinto grupo de jóvenes platenses con iniciativas y amantes de la cultura candombera. Fue el año del primer llamado del popular Candombe del 25, una de las expresiones culturales más reconocidas de la región: fue un 25 de mayo de 1838, “fecha patria”, durante los años rosistas, cuando se autorizó oficialmente el desfile de comparsas y cuerdas de negros y mulatos por las calles de Buenos Aires. La población negra representaba, en ese entonces, casi el 25% de la densidad poblacional de la hoy capital argentina…
Esta expresión popular de la cultura afrodescendiente -ineludible genealogía social de los esclavos negros forzados al continente americano en la época colonial- se celebra en La Plata todos los 25 de mayo. No pudo ser en 2020, cuando comenzaba la segunda etapa de la ASPO; y tampoco en el inicio de 2021, ya que desde abril se habían vuelto a limitar los encuentros sociales como consecuencia del exponencial aumento de contagios por covid.
Pero fue ayer, nomás, en noviembre, para cerrar el año con una tradición que va camino a cumplir dos décadas y fue declarada de interés cultural por el Concejo Deliberante de La Plata.


Historia candombera
“Es candombe; no, murga”, me aclara un candombero de la Lonjas 932 de Tolosa, que me hace una mueca irónica y ríe, mientras se entrelaza una cintas blancas, desde el tobillo hasta la pantorrilla –referencia directa a los latigazos con que se sometía a los esclavos- sobre unas calzas negras que le cubren ambas piernas. Estamos sobre la ancha vereda de calle 3, altura 523, del lado de los viejos galpones ferroviarios de Tolosa y la guarda del FFCC Roca. Nos rodean innumerables tambores, cada uno con los colores característicos de las agrupaciones, varias parrillas al ras del piso con chorizos y hamburguesas –“no carnívoras” y de las otras- y un sinfín de termos, mates y botellas varias de cerveza, fernet y agua. La fiesta no ahorra condimentos.
De 522 a 524, las comparsas se agrupan en tandas, sobre el paredón, para compartir los fuegos y el templado. Hay mucha madera, palets, cajones de verdura y pollo, leños. Ese llamador del alma que siempre es el fuego envuelve la ronda de tambores para templar las lonjas –los cueros- y lograr el punto justo de afinación antes de colgarse el instrumento. Las brasas que se vayan acumulando se echarán sobre un costado para mantener la temperatura de las parrillas o darle calor a los discos de arados, llenos de carne y verduras.
Vuelvo a la frase: en realidad, el Ñato me estaba diferenciando el género musical de lo coreográfico teatral, mientras hacía sonar y afinaba el “chico”, el “repique” y el “piano”, del registro más agudo al más grave, tambores con los que forma la percusión la cuerda del candombe. Conformada, además, por personajes ancestrales como el “gramillero” o curandero con sus yuyos; la “mama vieja”; el “escobero” que barre las malas vibras y las mufas; y las “vedettes”, como cuerpo de baile, símbolos que representan el origen de esta música de ineludible resistencia contracultural. Se suman los portaestandartes y los banderilleros, que encabezan y abren la calle para que cada comparsa desfile.


El desfile
Varias comparsas de la región –esta vez no hubo agrupaciones de otras provincias ni del Uruguay- salieron pasadas las 15.30, emancipadas en mil colores. La procesión se mantuvo por calle 3, hacia el corazón del centro de Tolosa, donde el empedrado aún comulga para mantener las tradiciones. Aibá, La Cumbre, La Cuerda, el Candombe del Parque y Oieló, el Rejunte de Tambores, La Minga, Lonjas 932, Afro Raíz, Tambores Tintos e Influencia Negra, mostraron sus números y sus formaciones y le dieron al barrio, a la ciudad, los tonos y el ritmo por antonomasia de la resistencia a mano y tambor.
Cuando cayó la tarde, la fiesta y la música siguieron con los grupos en el galpón del Villa Rivera, el club insignia del popular barrio tolosano de las "Mil Casas". A la jornada no le faltaron invitadas e invitados: Matías Mormandi, el Tincho Acosta, Doña Flor y sus Rítmicxs y la Murga Retirada.
“Son muchos años de continuidad y trabajo. Y el barrio lo acepta, siempre”, me dice el Goma cuando le pido que me resuma el espíritu que se vive con cada nueva Llamada. El Goma, un emblema del candombe platense, maestro docente de muchos en el arte del tambor. Integrante de La Cuerda, la primera comparsa de La Plata y fundadora de este espíritu candombero de la ciudad. Ya llevan 21 años…
El Colo está más allá. El Colo, otra alma tamboril de Lonjas 932, faro tolosano del candombe y, junto a La Cuerda, una de las más antiguas.
“Salir con el tambor es una religión; una pasión. Hay que colgarse y tocar el tambor para sentirlo y gozarlo. Es un momento donde el tambor te transporta…”, me dice, mientras le gana la ansiedad y se reúne, dentro del patio del club, en todas las charlas que la pandemia había postergado.
La 932 –el nombre resume la esquina donde iniciaron todo- se junta desde principios de los 2000. Ahora en 9 y 528, en la esquina de la toma eléctrica.
Cae la noche y en el patio del Rivera suena Jaime. “No hay que olvidarse… el tambor”, se escucha resumir a Ross en su popular oda al candombe. Que así sea, siempre: Tolosa, empedrado y Candombe del 25. El barrio del tambor.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

domingo, 24 de octubre de 2021

Arana: la mayor tragedia de la aviación local

Fue la noche del 13 de junio de 1988. Hubo ocho muertos y un solo sobreviviente. Misterios y conjeturas detrás de caída del bimotor “Dove De Havilland” que se precipitó en las afueras de La Plata tras despegar del aeropuerto local. Conmoción en la calma pueblerina de la capital bonaerense, en aquellos agitados meses de hiperinflación y levantamientos carapintadas

Los relatos de época de los vecinos de Arana son coincidentes; vecinos de la por entonces vieja “Estación Arana”, la misma que hasta hacía pocos años, asomados en presente de aquel invierno de 1988, aún veía pasar, por el terraplén ferroviario de calle 30, los trenes que unían la capital provincial con Pipinas y pueblos como Correas, Bavio, Arditi o Payró.
“Vimos venir la avioneta de modo rasante sobre un gran galpón de la zona. Hasta que la vi caer a tierra”, narraba un tal Fuentes, testigo directo del mayor accidente de la aviación platense, ante el apuro privilegiado del cronista de ocasión. O un tal Taborda, otro quintero de esa zona hoy expandida del Gran La Plata: “Vi al avión como ladeándose de un costado al otro, a baja altura, hasta que hubo una violenta explosión, que fue el ruido de la avioneta al tocar y chocar con tierra. No me lo olvido más. Fue terrible”.
El lunes 13 de junio de 1988, pasadas las 18.30 y ya anocheciendo en un benévolo invierno de La Plata, un avión particular pedía pista para decolar y despegar del Aeródromo Provincial, sobre avenida 7 y 610. Lo comendaba su dueño, el comisario Néstor Benito Ibáñez. Era un antiguo y legendario bimotor Dove De Havilland. Británico, fechado en 1949, matrícula LVY-AJ.
Viajaban el piloto y ocho pasajeros. Hubo un solo sobreviviente. Los otros ocho tripulantes, incluyendo Ibáñez, fallecerían en el acto con el destructivo impacto del bimotor al golpear una hélice contra la tierra de la rural calle 132, mientras el piloto buscaba evitar lo que íntimamente sabía inevitable.
El avión despegó desde la pista de avenida 7 con dirección sur hacia el poblado de Parque Sicardi. Una maniobra habitual para cualquier máquina de corto alcance que vuela desde el aeropuerto local. Pero fueron apenas unos minutos: el piloto advirtió, enseguida, con el avión apenas despegado del asfalto, la falla inexorable de uno los motores. Recién entraba a sobrevolar las casas bajas de Arana. Pidió emergencia y pista inmediata a la torre de control del Aeródromo. Fue en vano: al intentar volver y con la aeronave piloteando a baja altura, sabiendo la inminencia de la tragedia, Ibáñez quiso un último recurso: aterrizar sobre la huella de tierra de calle 132 a la altura de 645. La maniobra hizo golpear la hélice del Havilland contra el piso. Y el fuselaje se quebró, literalmente, en dos partes. Hubo cuerpos calcinados, otros explotados por la fuerza del impacto. Acá nomás, en Arana. Y un solo sobreviviente: Walter Córdoba, de 42 años.

La crónica del después
El acontecimiento conmocionó a la ciudad y fue crónica diaria de medios gráficos y radiales en las sucesivas semanas, mientras se ordenaban las primeras medidas de investigación a cargo del reconocido juez federal, con competencia penal y electoral, Manuel Humberto Blanco: “El Negro Blanco”.
Conjeturas y misterios que envolvieron a la trágica trama: ¿Hacia dónde iba el vuelo? ¿Fue autorizado como despegue de prueba? ¿Qué relación tenían, entre sí, algunos de los tripulantes? Preguntas olvidadas que con el tiempo perdieron fuerza de respuesta.
Las pericias judiciales preliminares, en base a testimonios de testigos y personal de mantenimiento que conocía la experiencia del comisario piloto, indicaban una presunta falla del avión antes del despegue. Decían que el De Havilland había sido reparado por el propio Ibáñez en las adyacencias del Aeródromo, donde permanecía estacionado rutinariamente; que, incluso, en el momento del acarreo de la nave por la pista, indicadores del tablero habían comenzado a marcar anomalías en modo precautorio; y hasta que al avión “le había costado despegar”. Otros atestiguaron que esos trabajos mecánicos eran “chequeos de rutina” para aeronaves de ese calibre antes de cualquier despegue, porque “los cilindros invertidos de estas naves obligan a limpiar los escapes de la persistente salida de aceite”.

Un motor fallido y una carga mal distribuida
No hubo dudas de que el avión se estrelló, minutos después de despegar del aeródromo, con el funcionamiento de uno solo de sus dos motores. Falla que, de ninguna forma, confirma la hipótesis del accidente ya que es habitual que estos bimotores puedan desplazarse y llegar a aterrizar con el funcionamiento pleno de solo uno de estos. Ante esto, coincidían expertos aeronáuticos, es clave que el piloto mantenga el equilibrio de carga y de pasajeros dentro de la aeronave para no cambiar “el centro de gravedad” y que el avión se voltee hacia alguno de los costados y pierda el equilibrio.
En los días subsiguientes, abonando esta hipótesis, el propio diario El Día brindó un informe donde narraba la experiencia de dos de sus periodistas y un fotógrafo. Volvían desde Rosario hacia el aeropuerto de La Plata, en 1978, tras cubrir el título de Quilmes en el Campeonato Metropolitano, en un modelo similar al Dove De Havilland. Habían llegado con el funcionamiento de uno solo de sus motores -en “vuelo de emergencia”, con el “motor plantado”, como suele decirse en la jerga aeronáutica- aunque respetando el equilibrio de carga previsto para estos casos, para llegar a destino y no morir en el intento…

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Los ocho fallecidos y el único sobreviviente tras precipitarse el bimotor británico la noche del 13 de junio en Arana. Accidentes aéreos que antecedieron a la catástrofe del “Dove De Havilland” que despegó del aeródromo local. La pareja de jóvenes que abordó el avión a último momento cambiando para siempre el destino de sus vidas…

“La primera persona con la que tomo contacto al llegar es un hombre de unos 50 años (sic) –NdR: tenía 42 al momento del accidente- de nombre Walter Córdoba, quien se encontraba afuera del avión con restos de una butaca en su espalda”, relataba el doctor Jorge Nakane, del servicio de emergencias número 10 del San Juan de Dios. Fue el primero en llegar al lugar. Y uno de los primeros en ser abordado por los pocos cronistas que había. Otros tiempos: no existía internet ni las redes; ni el cable. Y las FM’s se dedicaban exclusivamente al mercado de la música: todavía en la década del ’80, la información se propagaba a ínfima velocidad…
La descripción nos ahorra subjetividades. Nakane se trasladó, junto a su equipo médico, desde el hospital de 25 y 70 apenas dieron aviso de la catástrofe. Ya era de noche. Llegaron en minutos a Arana, a la zona donde se había precipitado el avión, sobre la huella de tierra de calle 132 a la altura de 645. Allí estaba lo poco reconocible que quedaba del Dove De Havilland, con su fuselaje quebrado, detrás del Destacamento Policial que fuera ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio (CCDTyE) durante los años de la última dictadura. El del infausto “Circuito Camps”.


Walter Córdoba fue llevado de urgencia al Policlínico San Martín de avenida 1. Tenía politraumatismos graves, con fracturas en una de sus manos, en la cadera y en el cráneo. Sin embargo, los médicos de guardia eran optimistas. “A pesar de que su estado es reservado, y está compensado hemodinámicamente, el hombre ingresó aquí en estado de lucidez”, confesaban.
Mientras Córdoba era atendido de urgencia en el Policlínico y comenzaban a salvarle la vida, los cuerpos de los ocho fallecidos -algunos calcinados, otros literalmente explotados por la fuerza del impacto del avión a tocar tierra en el supuesto aterrizaje de emergencia- eran llevados a la morgue judicial del cementerio local. Eran: Néstor Benito Ibáñez, de 43 años, comisario de la Policía Bonaerense, piloto y dueño de la aeronave matrícula LVY-AJ; su esposa, Nelly Rosa Chamaún; Juan Daniel Simón, de 25 años, y su novia Claudia Pachiarotta, de 23, ambos de City Bell; Rolando Jesús Ruiz, de 44, y sus dos hijos, de 8 y 5 años, respectivamente, Milagros e Ignacio; y Alejandro Fondarez, el último pasajero.

El “misterio” de la pareja de City Bell
Los primeros indicios judiciales indicaron que Juan Daniel Simón y Claudia Pachiarotta no conocían ni al dueño de la aeronave ni a ninguno de sus ocupantes. Y que ambos no tenían planeado viajar el lunes 13 de junio de 1988 en el De Havilland que se estrelló  al salir del aeródromo de 7 y 610. ¿Cómo llegaron y qué hacían adentro de la máquina?
Al joven de 25 años, que trabajaba como empleado judicial, sólo lo unía al futuro acontecimiento su “pasión” por volar y ser piloto. El padre lo había ayudado con dinero fresco para terminar un curso privado y completar las horas de vuelo que precisaba para obtener el carnet oficial de piloto, en el Aero Club local. Esa tarde, la del 13 de junio, se contó en las páginas del diario El Día, la pareja se trasladó hasta el Aero Club del camino a Punta Lara para “pagarle por adelantado” al dueño del avión instructor. Pero no lo encontraron. Enseguida pensaron en ir a buscarlo al aeropuerto local, en la otra punta de la ciudad. Se trasladaron hasta allí pero tampoco lo encontraron. ¿Por qué abordaron, entonces, el Dove de Havilland comandado por Ibáñez?
Ibáñez trabajaba en la misma dependencia que Claudia Pachiarotta, pero se aseguraba, en aquellos días de 1988, que no se conocían. Esos primeros indicios hicieron dudar a los investigadores de que la pareja pensara abordar el avión, ya que, además, habían dejado en el auto estacionado de ambos una cartera con una gran cantidad de australes; e, incluso, Simón no había sacado el pasacasete desmontable del frente del tablero, algo usual para la época.

Las características de los Havilland
Un instructor, dueño de una aeronave similar a la de Ibáñez en el Aeródromo Provincial, conocía al piloto. No dudaba de su experiencia como comandante de aviación y su pericia para intentar volver al aeropuerto y aterrizar a la aeronave con la emergencia ya declarada. “Por eso creo que es difícil pensar que quiso aterrizar en esa calle de tierra o sobre el campo arado, siendo que los testigos contaron que el avión se iba tambaleando de un lado hacia el otro. Pienso que perdió sustentación y se clavó en el lugar que cayó”, narraba Héctor Bohringer, dueño y piloto experimentado del De Havilland, días después del hecho.
La velocidad máxima de estos aviones era de 338 km/h a 2440 metros; y la de crucero, 288 km/h. Eran aviones de gran consumo, con casi 150 litros de autonomía total (75 litros de nafta por motor) en una hora de vuelo. Allí se entiende la gran cantidad de combustible derramado que se encontró alrededor del campo en las cercanías del fuselaje quebrado, lo que dificultó las tareas de emergencia por el peligro que implicaba, debido al alto grado inflamable, para los rescatistas, bomberos y médicos que llegaron de urgencia.
El Dove De Havilland fue diseñado terminando la Segunda Guerra Mundial. Fue el primer avión bimotor liviano de transporte con características de mantenimiento y equipo comparables, económica y técnicamente, con otras aeronaves de primera línea.  Estaba fabricado, íntegramente, con aleación de aluminio y voló por primera vez en 1945. Desde el fuselaje –oval- nacían las alas bajas cantilever y rodaba sobre un tren de aterrizaje triciclo retráctil. Lo propulsaban dos motores DH Gipsy Queen 70 Mk II de 355 HP. Las facilidades de época, para los pasajeros, incluían baños, calefacción y ventilación de cabina. Eran naves de gran confort.
En Argentina, el Estado compró cerca de 50 aviones de estas características. Más de una veintena, a pesar de que se les asignó matrícula civil, fueron directamente transferidos a la Fuerza Aérea Argentina y a diversos organismos públicos.
Durante muchos años, hasta 1968 inclusive, fue el avión de transporte y enlace de las unidades del interior del país, particularmente de destacamentos aeronáuticos militares. Pero un año después fueron declarados “bienes en desuso”, desprogramados y reemplazados por unidades más modernas.
Néstor Ibáñez había comprado el Dove De Havilland DH.104 matrícula LVY-AJ a mediados de 1978. El resto es historia conocida y contada en estas páginas…

1975: el helicóptero que se vino a pique en 32 y 8
El Partido de La Plata y sus alrededores fueron escenario de varios accidentes aéreos, tanto de aviones como de helicópteros. Uno de los más recordados se produjo en diciembre de 1975, cuando muy temprano en la mañana un helicóptero que empezaba a decolar –en ese entonces, la ciudad tenía allí un helipuerto- perdió altura y chocó con una torre de alta tensión. De inmediato, cayó sobre el patio de una casa, en boulevard 32 entre 8 y 9. Murieron los tripulantes, el comisario inspector Carlos Vagge y el oficial de la policía bonaerense Mario Wallace. El helicóptero se incendió y sólo un milagro y la rápida emergencia evitó que las casas aledañas también se incendiaran…

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

domingo, 3 de octubre de 2021

Los viejos “nuevos” inéditos ricoteros


El Indio Solari presentó en su cuenta oficial dos históricos temas nunca editados que habían sido grabados y mezclados para incluir en Luzbelito, el disco de estudio de 1996: “Quema el celo” y “Rock de las abejas”, festejados durante esta semana por los fans que ya peinan canas

A 25 años de la salida de Luzbelito, disco de quiebre en la carrera del grupo más convocante de la historia del rock argento, el Indio Solari puso en órbita dos viejas gemas del universo “pirata” ricotero: “Quema el celo” y “Rock de las abejas”.
Festejados durante décadas por los fans que compraban y grababan los recitales para poder escuchar los temas no editados oficialmente, Solari ahora “liberó” las grabaciones de los dos temas que fueran registrados durante las sesiones en Brasil, en 1995, y que habían quedado afuera de la selección final.
El Indio anunció la publicación, este jueves, en su Instagram. Y subió las dos canciones inéditas a su canal oficial de YouTube. Tuvo más de cinco mil visitas en una hora.

La historia de los temas
Los Redondos habían viajado a San Pablo para trabajar en la salida del sucesor de Lobo Suelto/Cordero Atado (1993). El disco que publicarían en 1996, originalmente, había sido pensado por el dúo compositor para ser registrado con todos aquellos temas inéditos que tanto se tocaban en vivo, pero que jamás habían sido llevados a la edición final.
Imposible no acordarse de las viejas versiones de estos temas, que eran seguidos y pasados de mano en mano por los ricoteros en un sinfín de casettes. Desde la versión de “Rock de las abejas”, en Paladium 1986, o la de “Quema el celo”, que se conseguía en una canónica grabación de consola del recital de Garage, “pirateada” durante los recitales de diciembre de 1988 en esa disco de La Plata de calle 10 entre 58 y 59; y también en algunos shows de 1994, como anticipo de esa idea inicial del grupo (en realidad, más ponencia de Skay que del Indio) de hacer un disco grabando esas viejas gemas de los primeros años de existencia de la banda. Idea que finalmente no se concretaría y llevaría a la edición de Luzbelito, un disco mucho más oscuro, conceptualmente, que lo que aportaban los festejados inéditos.
Los dos temas tienen el aporte de vientos del grupo Metaleira Mantequeira. Fueron mezclados y editados junto a ellos en esa experiencia en San Pablo. La orquesta de vientos había sido sugerida al trío histórico de Los Redondos por el músico y productor Néstor Madrid, quien estaba radicado en Brasil. En Luzbelito, el grupo de vientos aporta, además, en las versiones de Blues de la libertad y Mariposa Pontiac / Rock del país.


A mediados de abril –y ahora sabemos que de manera para nada aleatoria- el grupo que acompaña al Indio en su versión solista (Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado) había hecho las versiones de “Rock de las abejas” y “Quema el celo” durante el concierto que se transmitió vía streaming desde las huellas patrimoniales de la laguna Epecuén.

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viernes, 17 de septiembre de 2021

El arquero platense récord en la Selección


El legendario Emilio Fernández tiene un récord único, imposible de superar: arquero en las dos veredas de las pasiones futbolísticas platenses, fue uno de los primeros futbolistas en debutar y representar en el Seleccionado tanto a Estudiantes como a Gimnasia

En 1913, mientras el club de calle 53 se preparaba para edificar su campaña victoriosa en el torneo de Primera, llegaría la primera convocatoria de albirrojos para la Selección Argentina: fue el 27 de abril, en un amistoso organizado entre la Asociación Uruguaya de Fútbol y la disidente Federación Argentina de Fútbol. El match se jugó en el Parque Central de Nacional de Montevideo con derrota Albiceleste 0-4. Esa tarde, dijeron presentes tres figuras del fútbol pincharrata: Emilio Fernández, Ludovico Pastor (sí, el mismo defensor del gol en contra en el primer clásico de la historia, aquel de 1916) y Carlos Galup Lanús, junto a Molfino y Polin, en el medio; y Canavery, Pozo, Santoro, Max Winter y Roldán, en la línea de cinco delanteros.
¿La anécdota? Durante décadas, este amistoso –como tantos otros similares- fue ignorado por la FIFA, ya que la entidad con sede en Europa no contabilizaba los partidos de selecciones o combinados nacionales organizados entre federaciones disidentes. La unión definitiva de la AFA en la década de 1930 llevaría al reconocimiento de estos amistosos y los partidos se anexarían a los historiales oficiales…
El idilio de Emilio Fernández con Estudiantes terminaría de cimbronazo y el símbolo del arco albirrojo cruzaría de vereda, no sin acusaciones de “traición” y pedidos de desafueros morales. En efecto, no sería sino la indeclinable decisión de Emilio y de otros cinco compañeros pincharratas lo que daría origen al clásico local que, desde 1916, define y divide el pulso del balompié en nuestra ciudad.
Los “refuerzos” de jerarquía (Bottaro, Bernasconi, Girotto, Naón y Ferreiroa) que venían de ganar el título en Primera, con Fernández a la cabeza, pegaron el portazo y mudaron su pasión por la pelota de Estudiantes al Club Independencia, en 1914. Luego llegaría la fusión de Independencia con Gimnasia, la vuelta del Lobo al fútbol asociacionista y su ascenso a Primera durante el torneo de Intermedia de 1915.
Ya con Gimnasia en Primera, llegaría, entonces, la primera convocatoria de un tripero para integrar el plantel seleccionado: Emilio Fernández, el hombre récord que ya había debutado siendo parte de Estudiantes, fue convocado para atajar con la Albiceleste el 15 de agosto de 1916 en un triunfo de Argentina (3-1) ante Uruguay. Un amistoso en la cancha de Racing, en Avellaneda, ante más de 15.000 hinchas.
Unos meses después, Fernández tendría la segunda y última convocatoria y otra vez frente a los charrúas. Fue el 1 de octubre de 1916. Argentina goleó esta vez 7-2 y el hombre récord de Gimnasia y Estudiantes hasta atajó un penal.

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miércoles, 11 de agosto de 2021

El olvidado hotel tilcareño de los campeones '86


La leyenda del último Mundial victorioso para Argentina nació en un caluroso enero jujeño de 1986: una impetuosa pretemporada en Tilcara, a casi 2.500 metros de altura, para recrear el clima a vivirse en el DF. El Hotel Turismo, hoy, y el mito de la promesa incumplida a la Virgen

La geografía del Angosto del Perchel, en el extremo norte del departamento de Tilcara, sorprende incluso a quienes ya conocen ese montaje montañoso y transicional rumbo a la Puna: un monumental accidente geográfico, que estrecha al mínimo la Quebrada sobre el Río Grande, formando un pucará natural que, estratégicamente, fue usado como frontera de resistencia desde las invasiones incaicas hasta las batallas por la independencia contra los realistas españoles de principios del siglo XIX.
En ese, por entonces, inhóspito paisaje de la Quebrada de Humahuaca, en enero de 1986, catorce jugadores seleccionados por Carlos Bilardo, su cuerpo técnico y algunos asistentes, viajaron a Tilcara para simular una pretemporada con el clima y la altura que, desde mayo, vivirían en el Distrito Federal mexicano. Una quimera con final feliz, y la Copa del Mundo en manos de Maradona, que apenas en ese círculo íntimo se creía posible a meses del Mundial…

El Hotel del Turismo
Un pequeño pueblo que hacia la década de 1980 apenas superaba, regularmente, los 2.000 habitantes, alojó a la Selección de Bilardo en la aventura del verano de 1986. Se hospedaron en el Hotel del Turismo, único alojamiento de esa amplia zona de la Quebrada con instalaciones medianamente aptas para recibir a futbolistas profesionales y a una altura similar a la capital mexicana; desde siempre ubicado en la trocha principal tilcareña, la calle Belgrano, que desemboca en las orillas del recurrentemente seco Río Grande, salvo en las contadas pero abundantes crecidas.
35 años después de aquella épica, pocos son los recuerdos de la inédita visita de los de Bilardo. Las generaciones actuales ni siquiera recuerdan los nombres de aquellos campeones del mundo que, cinco meses antes del 3-2 a Alemania en el Azteca, estuvieron en ese insólito punto del norte argentino, conviviendo entre hojas de coca y bica para no apunarse, tamales, cabritos y empanadas criollas.
Sin los jugadores argentinos del fútbol europeo (Maradona, Valdano, Burruchaga y Passarella) porque sus campeonatos no tienen receso invernal, el entrenador diagramó una procesión de la “Armada Brancaleone” con lo mejor del fútbol local. Que no era poco: valiosos talentos de los últimos campeones del fútbol nuestro: Bochini, Giusti y Clausen, por Independiente; Batista y Borghi, de Argentinos; Ruggeri y Héctor Enrique, por River; Garré, de Ferro; y los créditos pincharratas de su campeón ’82: Brown y Trobbiani, sin Russo, descartado por una lesión de último momento. Se sumaban Oscar Dertycia (Instituto) y Jorge Comas (Boca), dos que quedarían al margen de la lista final que viajó a México. Todos ellos rumbo a Tilcara, por avión hasta San Salvador y el tramo final, en colectivo, por la vieja ruta 9 Panamericana aún con largos cursos de ripio.
En el Hotel del Turismo donde se alojó el plantel no hay recuerdos. Se diría, incluso, que el mito sólo pervive porque aquella guardia inicial de jugadores, entrenando entre el viento y el calor seco de la Puna, quedaría en la gloria mundial cinco meses más tarde.
“El poco recuerdo que había, que era casi nada, se fue yendo con las distintas gerencias del hotel y el paso de los años, que fueron dejando de lado lo poco que había de fotos, anécdotas o algún presente que pudo haber quedado de esos días”, me confirma, entre lamentos, uno de los empleados, 35 años más tarde.
El ambiente invita igual al orgullo de cada uno de los empleados que hoy tiene el viejo Hotel Turismo, apasionados en rememorar, aunque sea con recuerdos orales, aquel paso del plantel de Carlos Bilardo; mas no sea a partir de “lo que me contó mi viejo que le dijo mi abuela…”, en palabras de otro empleado que ni siquiera había nacido cuando Maradona tocó la gloria en México ’86. Para los lugareños, sin embargo, sobre todo los más jóvenes, a más de 30 años, aquellas historias suenan a un apéndice utópico de cualquier leyenda de OVNIS y el viejo Zerpa que pronosticaba la invasión final en el antiguo canal 9 de Romay.
El hotel fue reformado con el paso de los años y, hoy, es uno de los alojamientos más económicos de esa zona turística, con habitaciones dobles desde los 2.000 pesos la noche. Tiene una amplia explanada en su entrada y balcones que, desde el contrafrente, permiten una vista privilegiada de las montañas y el paisaje que devuelve la Quebrada de Humahuaca.
Aquel reducido plantel de 14 jugadores se entrenaba desde muy temprano en una improbable, a ojos de hoy, cancha de tierra junto a créditos de la zona que oficiaban de sparrings para completar los 22 dentro de la cancha. Fueron diez intensos días donde la Selección de Bilardo jugó dos partidos (ambos los ganó por goleada) contra un combinado local entre los dos clubes más representativos de la ciudad de Humahuaca (37 kilómetros al norte de Tilcara): Comercio y Ciclón del Norte.
El hotel se había transformado, en aquellos días, en el epicentro del sueño de ese puñado de futbolistas amateurs de la Quebrada que, meses después, contarían haber sido compañeros de cancha de los campeones del mundo de México. Ni más ni menos… Se entrenaban en doble turno, en Tilcara, en la única cancha “en condiciones” del pueblo. Y los dos amistosos se había decidido jugarlos en el predio del Estudiantes de Humahuaca, de las pocas canchas de esa zona montañosa con algo de césped.

El mito de la Virgen
En marzo de 2018, antes del Mundial de Rusia, varios integrantes del plantel campeón ’86 viajaron a Tilcara para cumplir la supuesta promesa jamás cumplida. ¿Cuál? Aquella que afirma que no volvimos a ser campeones del mundo porque, durante la gira tilcareña de enero de 1986, se le habría prometido, a la virgen de Copacabana del Abra de Punta Corral, regresar con la Copa. Si se ganaba el Mundial, sería ofrendada y bendecida. Algo que jamás sucedió hasta este último viaje, auspiciado por Coca Cola, en la previa de la Copa del Mundo de Rusia. Nacía, así, “la maldición de Tilcara” y un mito que perduró por más de 30 años.
Vuelvo a la puerta del hotel. Saludo al conserje por los datos, intento no hacer promesas imposibles de cumplir y me aclara.
“Pasó, en realidad, que alguno de los jugadores dijo en alguna charla informal que le iban a pedir ayuda a la Virgen, ‘esa famosa que tienen acá’, para ganar la Copa. Pero nunca fueron a la iglesia a prometer nada. Es parte de la leyenda”, me sugiere y confirma, coincidiendo con los testimonios posteriores de los Pumpido, los Tapia y parte de la comitiva iniciática a aquel Tilcara 1986.
El resto es mito, como todo lo que rodea al hoy concurrido Hotel del Turismo, con una mayoría de peregrinos y trotamundos que ni siquiera imaginan, mientras lo caminan y habitan, la historia que sus espacios reservan para contar.

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martes, 20 de julio de 2021

El último romántico del periodismo gráfico


El diario La Idea, en Córdoba, aún se imprime con la vieja técnica del linotipo de plomo móvil; con moldes, colocando las piezas letra por letra, desde su fundación en 1923. La historia de Ubelino Castro y la pasión de tipógrafo que lo acompaña desde la adolescencia

La casa donde funciona La Idea está a metros de las vías del viejo ferrocarril, sobre la calle San Martín, en una de las tantas esquinas centenarias reconocibles en Cruz del Eje, antiguo bastión ferroviario del norte cordobés; la ciudad, reconocida como productora de miel y aceitunas, identificada, además, con su extenso embalse, único de su tipo en nuestro continente, en el corazón norte de las Sierras Cordobesas, que la corona con una extensa laguna que es atracción turística en los meses de verano.
El pueblo donde, hace décadas, cuenta la leyenda corroborada en cada esquina de esta idílica comarca, a la manera de "La guerra de los mundos" de Wells, algún pícaro hizo correr un rumor, de boca en boca, sobre una grieta que detonaría al embalse en cuestión de horas. El pánico corrió como la llama sobre el pasto seco en Cruz del Eje, todavía sin la refutación instantánea que como diáspora nos traiciona el segundo a segundo del WhatsApp o el SMS, y en menos de dos horas el pueblo fue evacuado, entre gritos, desesperación y huidas, hacia fincas vecinas como San Marcos Sierra o Capilla del Monte. Nadie supo nunca cómo ni por qué, pero el pueblo, lo sabemos hoy, jamás se inundó y, dice el mito lugareño, que el invento del embalse inundando todo tuvo relación con un casamiento que algún "despechado" quiso hacer evitar...


El último linotipista
Entrar a la casa histórica donde se imprime La Idea es bucear en un museo no declarado de hojas, rollos de papeles de impresión, cajoneras repletas de letras de distintas fuentes y caracteres, sellos de impresión con imágenes de antiguos presidentes y figuras destacadas de la vida política, o viejas ediciones del diario que se acumulan como en cualquier hemeroteca. La máquina tipográfica, una alemana Werk Augsburg, se escucha crujir con cada pasaba del rodillo, movida a mano para hacer presión sobre la tinta por Ubelino Castro Cuello, el famoso "último linotipista".
Ubelino no había cumplido ni 14 años cuando entró a trabajar a la misma imprenta donde hoy nos cuenta su historia, en un mediodía soleado y seco de un sábado cualquiera de febrero. La Idea no sólo es "el decano del periodismo del noroeste cordobés", como difunde su letrero azul en la entrada, sino también el único diario de Argentina de circulación regular que sigue editando sus páginas con linotipos móviles de plomo.


"Se hace así, ves", me muestra Ubelino y toma al azar, de una de las cajoneras tipográficas, un grupo de letras que ubicará artesanalmente de derecha a izquierda y al reverso dentro de un molde, acomodadas hasta formar la oración, para después entintarlas y esperar el paso de las planchas de hojas por los rodillos. Ni más ni menos que la vieja técnica tipográfica estándar de la industria imprentera usada desde finales del siglo XIX hasta casi los años '80 del último siglo.
La impresión requiere un minucioso esfuerzo del tipógrafo para evitar errores y tener que reimprimir la página. Con paciencia de orfebre, el trabajo demanda colocar cada pieza de metal, compuesta de caracteres, números y símbolos, dentro del molde hasta conformar la plancha con cada palabra, cada oración, cada párrafo, que le dará el significado final a la hoja a imprimir.
El periódico tiene, ahora, una tirada mensual de menos de 500 ejemplares, con temas locales y columnas de opinión. Se imprimen por la vocación y resistencia de Castro, quien aspira a mantener el oficio hasta, al menos, el año del centenario del diario, en 2023. Los ejemplares los reparte el propio Ubelino, de mano en mano, entre los comerciantes y vecinos cruzdelejeños, junto a su hijo Fito e integrantes de una asociación civil que apoya al diario –declarado en interés nacional en los 2000- para evitar su desaparición.


Su fundador fue Nicolás Pedernera, en 1923, con la impronta de la marca libertaria y socialista de los diarios de difusión de época. Y su hijo, Temístocles, continuó con la tradición de La Idea hasta 2004, ocho décadas después de la fundación. Ante la inminencia de un posible cierre, Don Ubelino, que aún trabajaba como tipógrafo en la rotativa del periódico, se hizo cargo del proyecto con un grupo de voluntarios de la ciudad para evitar que el diario centenario, marca a fuego de Cruz del Eje, quedara en el olvido.
"Las ganas que tendré de que esto no se termine que hasta me vine a vivir al edificio del diario", cuenta Ubelino. Sus hijos, Fito y Nelson, aprueban con un gesto, mientras le sacan fotos a sus manos entintadas. La misma habitación, el mismo lugar, me cuentan también, donde supo dormir hasta el presidente Arturo Illia, otro símbolo de Cruz del Eje, en cada uno de sus regresos al pago de nacimiento...
Desde hace algunos años, la asociación "Amigos del diario La Idea" impulsa la necesidad de restaurar la casa donde funciona la imprenta y vive Don Ubelino, transformarlo en un museo del circuito turístico de la ciudad y empezar a enseñar el oficio de linotipista a nuevos aprendices del entrañable tipógrafo. Desde 2017, trabajan junto a una cátedra de la carrera de Archivología de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Entre tanta vocación por mantener la memoria y su historia, buscan recuperar, conservar y digitalizar, parte del archivo del diario, que posee ejemplares -de publicaciones anteriores a la fundación de La Idea- desde 1916.

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sábado, 10 de julio de 2021

"La última curda" del Malayunta de 25


La curda que al final
termine la función
corriéndole un telón
al corazón...
Roberto Goyeneche

Quienes lo vivieron y frecuentaron, aseguran que el local de avenida 25 casi 61 nunca tuvo otro rubro que no fuera “mostrador y copas”. El sábado cerró para siempre y, con él, décadas de historias platenses entre amigos, trucos, timbas y charlas de vermouth y picadas

Hay un aura indisimulable, aún hoy, en esa zona sur del cuadrado de La Plata. Lo demuestran y atestiguan sus calles, su empedrado, la avenida 25 desde Parque San Martín hasta la antigua entrada del San Juan de Dios, llegando a 71, todavía sin divisiones ni rambla, ancha, con el asfalto de antaño que permite la trampita del giro en “U” sobre la misma arteria.
Un aura sureño, arrabalero en el sentido estricto del significado pero no de su significante, marca del lado B platense, que era el espejo sincrónico del bar de 25 entre la Brandsen (hoy, plaza Perón) y calle 61; vecino de medianera de un conocido taller mecánico que también peina canas, que hasta el sábado pasado vio (dicen, porque hay tantas verdades como parroquianos) más de 70 años de tragos, charlas y apuestas interminables de matutinas, vespertinas, nocturnas, junto a los burros de La Plata, San Isidro o Palermo...


“Todavía la 25 era de tierra, no pasaban ni autos y el arroyo que la cruzaba (NdR: altura de calle 58) no estaba ni entubado. Había un puentecito peatonal que apenas servía para caminar y que pasara una bici. Imaginate los años que tenía”, me cuenta Marcelo, un par de días después, ya en otro bar pero de calle 70, redoblando la apuesta por la longeva historia.
Me hace enseguida unos ademanes. Sigue el relato y ríe: “¡Si hasta de afuera, en esos años, el bar se parecía a una bicicletería!”, ilustrando la costumbre por las dos ruedas de los laburantes y changarines que conformaban la clientela habitual de este tipo de boliches.
Los parroquianos no le escapaban a la ginebra o la caña mañanera antes de la jornada laboral; o a la cerveza y el vino en vaso de la tardecita después de la diaria extenuante, allí donde el saludo y la copa invitada para prolongar la charla ofician como sello de identidad y pertenencia, casi como una ley a cumplir para ser aceptado en estos tugurios que son inocuos, por mandato patriarcal, a la presencia femenina.
El bar tuvo distintos nombres: “Malayunta”, el legendario y, para muchos, más recordado, junto a otros que se resumían en la comodidad de los apellidos u apodos de sus locatarios ocasionales. Por eso fue “Lo de Pretti” y más adelante “Lo de Ozornio”, “Lo de Perri” o “Lo de Juan”, por el nombre de pila del último en gestionar el fondo de comercio del legendario reducto que, para muchos, empezó a despachar copas aún antes de los años ’50. Quizás el bar con mayor antigüedad y continuidad de La Plata.


La Posta de 25
Juan es Cabanay. Fue dueño del bodegón junto a su compañera Patricia hasta el primer sábado de este frío julio de 2021. Habían tomado el bar hacía casi seis años y en la última época ya lo habían rebautizado como “La Posta de 25”, como le soplaba a la vista el letrero colgado sobre el obligado bicicletero de la vereda.
Pasarán los años y el de boca en boca dirá que la salida fue más prematura de lo prevista, después de que la familia dueña del inmueble decidiera no renovar el contrato y abrirlo a la inversión inmobiliaria del dinero ágil; también que hubo un brindis largo, entre los íntimos y los de siempre que se fueron enterando del cierre, con picadas y empanadas, y que se vio, de fondo, un triunfo de Argentina contra Ecuador en la Copa América de Brasil. No hubo ni tiempo para el último truco, porque el domingo temprano se terminaba de vaciar la mudanza.


“Ya está. No hubo forma de convencerlos”, me confía Juan, mientras me brinda la tablita con pizzas y Messi se hace más figura, define el partido y ya pensamos en la inminente semifinal con Colombia que tendremos que ver en otro lugar. ¡Que la cábala no se quiebre!
Aquejado por la cuarentena obligatoria después de la pandemia, en marzo del año pasado, Juan y Patricia le habían sumado delivery con comidas para llevar y la barra abierta para los conocidos que se le animaban al poco estricto protocolo de la pandemia, entre trucos sigilosos a media persiana y copas hasta bien entrada la noche. También prendían la parrilla a la canasta, cuando varios aseguraban presencia en noches de partidos o naipes. Y le habían sumado un pool, reconocible desde afuera a través del gran ventanal, del lado de la vieja rockola -de esas de botones sin pantalla táctil- que administraba los ánimos musicales del lugar yendo del cuarteto o el tango, al rock argentino y la balada melosa más clásica.


Las decenas de habitués de la última etapa lo vivirán como un cimbronazo, como quien tiene que cambiar una rutina que siempre se presume interminable. Ahí están Lito, Daniel, Fernando, Hernán, Alfredo, Tucho, Boli, el Pelado o aquel otro de boina que hacía del silencio un dharma y siempre pedía blanco con soda…
Pero no. Cambiarán los nombres y los reductos, eso sí, pero la cultura del codo y el vaso en la barra de estaño buscará nuevos e inciertos horizontes; surcará el rito del que está solo y espera que siempre llegue la charla cómplice del cliente amigo.

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domingo, 20 de junio de 2021

De Montoneros, crimen y globos pinchados


En La Plata, hace 35 años, en un Estudiantes-Huracán, Gregorio Noya era el primer muerto de la última dictadura en una cancha; la tarde que la JP cometía una osadía imperdonable para la Junta: mostrar banderas de Montoneros en la visitante del estadio de 1; hubo cacería policial y militar adentro y afuera: uno de esos balazos mataría a Noya por la espalda (*)

“Vayamos a la platea, mejor, cerca de los locales”.
Algo intuía Noya; jamás ese final. Se lo sugirió al hijo entre el típico almuerzo apurado de un domingo de otoño con fútbol y el viaje a La Plata.
El razonamiento conservaba algo de lógica paterna ineludible: había escuchado que ese 16 de mayo de 1976, los pinchas buscarían emboscar a los quemeros para quedarse con algún “trofeo”. Lo repitió, incluso, ya sentado en el tren que los dejaría en La Plata: que la barra del Globo estaba al tanto de todo y que era preferible evitar “quilombos”.
Pero los cruces no serían entre las hinchadas, ni siquiera como insinuación.
“Mejor, así. Entramos por otra puerta, sin la barra, y después salimos enseguida”, convenció a su hijo.


Los pocos relatos que existen son coincidentes: la Juventud Peronista tenía más que buena simpatía dentro de la hinchada de Huracán. Por eso planearon el viaje juntos y llegaron a La Plata en varios camiones. Se estaban por cumplir dos meses del Golpe de Estado y Montoneros, ya declarada “ilegal”, mantenía su clandestinidad desde septiembre de 1974.
En la previa del Ducó, la barra había acordado cómo sería el ingreso a la cancha y quiénes lo harían, esta vez, cuidando cada detalle de los bolsos con las banderas largas.
“Las blancas van acá, ¿ven?”, prepoteó uno. “Todas confundidas entre las rojas más finas”.
Los tirantes de color se desplegarían antes de empezado el partido, sobre los paravalanchas. Los que sabían el plan, conocían el dato desde mucho antes: los jóvenes de la JP custodiarían y estarían a cargo esa tarde de todos los bolsos pesados. El eventual enfrentamiento entre las barras de ambos equipos sonaba a coartada.



Con la breve excepción de la edición del lunes 17 del diario La Prensa, los medios gráficos publicaron, sin filtros, el parte que el gobierno militar difundió sobre “los episodios sucedidos en La Plata”; un comunicado escueto, con responsabilidades ajenas, previsibles, para cerrar el caso: Gregorio Noya, argentino, de 38 años, domiciliado en avenida Riestra al 5900 de la Capital, había sido alcanzado por una bala disparada por “delincuentes subversivos, mediante la utilización de armas de fuego de forma indiscriminada”, que habían respondido al accionar del ejército y la policía cuando éstos intervinieron para impedir “que un grupo de sujetos que se hallaba en el exterior del campo de juego elevara, mediante la utilización de globos, una inscripción similar a la secuestrada”.
“Montoneros”, en letras negras sobre fondo blanco, se leía en la primera bandera, la que se alcanzó a ver antes del entretiempo del partido, minutos después de las cuatro y cuarto de la tarde de ese domingo 16 de mayo, desplegada desde la parte superior de la torre de iluminación hacia el alambrado, sobre el sector lateral que une la tribuna con la platea en la esquina de calle 57.
La crónica de La Prensa puso dudas sobre el origen de los incidentes –aunque refería “presuntamente a la acción de un grupo de personas subversivas” (sic)-, narró los episodios a partir del relato de testigos y bajo el previsible amparo del potencial: “Los incidentes comenzaron cuando efectivos policiales se dirigieron a una de las torres de iluminación ubicada sobre la tribuna que da espaldas a la avenida 1, de la que pendía una improvisada gran bandera del tamaño de una sábana en la que en gruesos caracteres se podía leer el nombre de una organización terrorista. Dicha bandera, que se hallaba en el lugar desde las 14.30, fue descolgada mientras se jugaba el partido por un policía de civil al que secundaban otros uniformados (…) A las 16.20, cuando los futbolistas se hallaban en el descanso, se escucharon una serie de detonaciones de armas de fuego que provenían de la calle 1 (…) En ese momento, se observó el ascenso de un atado de globos inflados con gas, con los colores celeste y blanco, que tenía como misión elevar por sobre el estadio otra bandera de un grupo subversivo, la que habría quedado enganchada en los árboles de la calle. Allí intervinieron efectivos policiales que se enfrentaron con un grupo de personas que pretendía desengancharla”.
La tapa de El Día muestra el que, quizás, sea el único documento fotográfico que exista sobre los hechos. Se lo observa a Noya recostado sobre una camilla que fue alcanzada desde el sector de los bancos de suplentes. Ante los gritos y las señas de los plateístas que lo acompañaban en el parte superior, minutos después de haber recibido el tiro, los auxiliares subieron por el alambrado la única camilla disponible en el estadio, la que usaban los médicos para los futbolistas lesionados.
“Incidentes” o “confuso episodio”, el uso tácito para deslindar eventuales responsabilidades oficiales, los medios en general (Clarín sólo publicó un recuadro sobre un “herido de bala” y nunca confirmó el crimen) cerraron el caso, el martes 18, con el informe oficial emitido por la Policía Bonaerense al mando de Camps. A Noya lo habían asesinado “delincuentes subversivos” que comenzaron a tirotear a la policía en el exterior de la cancha mientras intentaban infiltrar una bandera con “el nombre de una agrupación terrorista” (sic).



Un sobreviviente de la dictadura, que participó de la operación de agitación y propaganda para infiltrar las banderas en la cancha de Estudiantes, se reencontraría décadas después con el luctuoso episodio a partir de los documentos de la DIPPBA, desclasificados por la Comisión Provincial por la Memoria, que dan cuenta de aquella jornada del 16 de mayo de 1976. Lo tenían “marcado” por “Monto” en el legajo 13.168, redactado el 27 de agosto de 1981 por la Comisión Asesora de Antecedentes de la ex Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.

Nombre: Adolfo Vicente Bergerot.
Nombre de guerra (sic): “Fito”.
D.N.I: 11.367.754.
C.I: 10.221.449.
Nacionalidad: Argentino.
Nacido en: Capital Federal.
Fecha: 8 de diciembre de 1954.
Profesión: Estudiante.
Conclusiones: “Registra antecedentes ideológicos marxistas que hacen aconsejable su no ingreso y/o permanencia en la administración pública. Militó en Mendoza y La Plata en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), funcionando, por última vez, en las Tropas Especiales de Infantería (TEI)”.

Bergerot fue detenido y secuestrado. Estuvo desaparecido. Luego fue “blanqueado” y puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Se exiliaría en España y participaría de la Contraofensiva Montonera hasta romper con la Organización.
“El objetivo era izar la bandera, retirarnos y usar la cancha por la concentración de gente para poder hacer propaganda. Era una pancarta que decía ‘Videla asesino. Montoneros’. La idea era que subiera en el entretiempo, o en algún momento del partido, así toda la gente la veía”, relata. (1)
Según los informes de inteligencia de la Policía Bonaerense, el segundo grupo estaba conformado por estudiantes de las facultades de Medicina y Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata: entre ellos, claro, el propio Bergerot.
“En el momento en que los dos compañeros están -uno enganchando la bandera y otro los globos- llegan cinco o seis patrulleros y se ponen a tirar. Lo que había pasado era que un momento antes, adentro de la cancha, no sabemos quién, había hecho lo mismo pero en la tribuna de Huracán…”, confirma Bergerot sobre la acción de propaganda en 1 y 57. (1)
La bandera contra Videla y su dictadura nunca llegaría a desplegarse y a Bergerot lo cercarían un día después del acto proselitista: la policía falsearía las actas obligándolo a declarar que había estado presente en las afueras del estadio para justificar su detención.
“Yo mismo había trazado los planos: cómo era la cancha, cómo había que ubicarse, cómo había que llegar, cómo había que retirarse… Pero por cuestiones personales no pude estar. Había viajado a Mercedes a ver a mis viejos y me detuvieron a la mañana siguiente. Sabía que eso podía pasarme. Lo entendía y así fue: me interrogaron y me torturaron”.
El acta falseada y su posterior detención estaban redactadas de antemano.


No sería la primera vez en que se aprovecharía un evento deportivo para denunciar a la dictadura. Tres años tardó “el gran golpe” de Suiza, en un partido amistoso que la Selección Argentina disputó contra Holanda en el estadio Wankdorf de Berna. “La gran revancha del Mundial”, lo vendieron como propuesta publicitaria, para ser transmitido en vivo y en directo para todo el país en ese mismo ’79 de la Contraofensiva, al cumplirse un año de la obtención de la Copa del Mundo de Fútbol de 1978.
Televisado por ATC, colgados estratégicamente en las tribunas cabeceras, se pudieron leer dos carteles ideados por los exiliados políticos, también con letras negras en imprenta: “Videla Asesino”, armado letra por letra para evitar los controles censores del estadio; y “Los militares son miseria y represión”. Los mensajes se vieron durante buena parte del partido pese a los esfuerzos de los técnicos de control del canal estatal, que apenas pudieron tapar la denuncia con un sobreimpreso oscuro publicitando un show de Les Luthiers. Se lo puede chequear, hoy, a mano en YouTube. El objetivo se había cumplido.

“Como la protesta no iba a pasar desapercibida para los televidentes, Enrique Quintana, embajador en Suiza, el contraalmirante Carlos Lacoste y el resto de la comitiva argentina presente en el estadio intimaron a los organizadores que sacaran las banderas y carteles o, de lo contrario, la Selección no saldría a disputar el segundo tiempo. Un grupo de policías se metió en la tribuna donde estaban los hinchas para adueñarse de los carteles, pero se encontraron con una gran resistencia latinoamericana, ya que los argentinos fueron respaldados por uruguayos, chilenos, bolivianos y paraguayos presentes en la tribuna, más algunos suizos. Todos juntos mantuvieron en alto el reclamo de justicia”. (2)

La bandera blanca con las diez letras en negro que reproducía el nombre de la Orga era similar a aquellas. Pero, en La Plata, debía ser camuflada para esquivar el cacheo previo de la policía.
“Se cuelga cerca de la ochava. Va atrás de la de ‘Globo Campeón’”.
El Hugo, de injerencia en la estructura de la Juventud Peronista, dio instrucciones y la ubicaron tapada con la otra más grande que se sostenía entre la torre de iluminación y el alambrado lateral, en el mismo sector de la antigua entrada de la esquina de 1 y 57.
Pasadas las cuatro y cuarto de la tarde de ese 16 de mayo de 1976, desplegada desde la parte superior de la torre, un grupo de personas izó la bandera con la inscripción quemera. Segundos después surgiría la insignia escondida: “Montoneros”.

Noya le acercó la mano al hijo apenas recibido el balazo. Los dos estaban de espaldas, en las filas superiores de la platea de 1, junto al resto de los hinchas que ya habían empezado a refugiarse al notar el despliegue de la policía. No había arrancado aún el segundo tiempo.
Sí la cacería: policías de civil y algunos uniformados se movilizaron sobre el pasillo de ingreso de la visitante, arrancaron la bandera y detuvieron a dos personas, presuntamente las encargadas del izamiento, entre corridas e intercambio de disparos.
Todavía faltaba la segunda parte del plan, sobre 57 y 1: hacer ingresar una bandera similar, desde la calle y por sobre la cancha, amarrada con globos. La operación que décadas después confirmó el propio Adolfo Bergerot.
Los forcejeos y disparos se trasladaron, de los tablones del sector de Huracán, a la esquina. La policía hizo un rápido cerrojo y disparó sobre los sospechosos de colaborar con la remontada de la segunda bandera. Algunos de los militantes se escondieron sobre la copa de los árboles, procurando que la operación se completara desenganchando los globos. Pero fueron vistos. Les dispararon desde la vereda de avenida 1 hacia arriba. La altura de los árboles coincidía con la ubicación de las últimas filas de la platea.
“Me dieron en la espalda”, alcanzó a decir Noya.


“Estudiantes de La Plata-Huracán, balazo calibre 9 policial ingresado por la espalda y disparado por personal que venía a reprimir un acto de suelta de globos organizado por los Montoneros: Impune”.
Gregorio Noya emerge como el fallecido número 98 en el listado de “Salvemos al Fútbol” sobre las más de 330 muertes por la “violencia en el fútbol argentino”, desde la primera reconocida, de 1922. Es uno de los miles de asesinatos impunes que quedaron del accionar represivo de la última dictadura; la primera en un estadio de fútbol.
La denuncia de la ONG tiene un hilo conductor ineludible en la investigación del periodista Amílcar Romero: a mediados de la década del ’80 publicó el revelador “Muerte en la cancha”, donde describe, entre otros, el reportaje que le realizó, años después del asesinato, al hijo de Noya para la indagación de fuentes y la posterior publicación.


Las crónicas del partido marcaron la figura del juvenil arquero visitante, Eduardo Jurkevicious, mérito directo para que el Pincha de Bilardo no pudiera quitarle el invicto al Huracán puntero en el durísimo cruce de candidatos del Metropolitano 1976.  Lo revela la -inédita para la época- cantidad de expulsados que tuvieron los 90 minutos: tres por Estudiantes, dos por el Globo.
Con el 0-0 como chapa definitiva, se anunció por los altoparlantes que la policía cerraría los accesos de las dos tribunas para evitar la desconcentración del público: serían palpados de armas y se revisarían sus documentos de identidad; uno por uno.
Los “sospechosos”, a arbitrariedad militar, y aquellos sin DNI, fueron demorados y trasladados a dependencias policiales de la zona. Mientras tanto, las radios que cubrían el partido instaban a los familiares de los hinchas, retenidos en el interior del estadio, a concurrir a la puerta con las identificaciones de sus parientes para que fueran autorizados a retirarse. Así de grotesco e inimaginable.
Ya de noche, pasadas las 20 y abiertas las puertas para que los hinchas desconcentraran en fila de a dos, Noya comenzaba a ser intervenido en un hospital cercano. Agonizaría y moriría después del mediodía del lunes 17 de mayo de aquel 1976.
Con culpables, sin condena.

Notas
- Diarios El Día, La Prensa, Clarín y La Nación
- Revista El Gráfico
- Web de ONG Salvemos al Fútbol: http://salvemosalfutbol.org/
- Romero, Amílcar. “Muerte en la cancha”. Buenos Aires, Nueva Alianza, 1986.
- Bergerot, Adolfo. “El archivo y el testigo”. La Plata, Comisión Provincial por la Memoria, 2018: https://www.youtube.com/watch?v=5pVaCGdDyGw&ab_channel=Comisi%C3%B3nporlaMemoria 
- “Bandera en Berna”. La Plata, Comisión Provincial por la Memoria, 2021: https://m.facebook.com/cpmemoria/videos/2606976546277196/?refsrc=https%3A%2F%2Fm.facebook.com%2Fcpmemoria%2Fvideos%2Fbandera-en-berna%2F2606976546277196%2F&_rdr 
(1) Bonomi, P. y Sahade, J. “Una tardecita de fútbol”. La Plata, Revista Puentes, Año 8, N°25, Dossier Documentos #12: De lo secreto a lo público, 2008: https://studylib.es/doc/6653938/12.-una-tardecita-de-f%C3%BAtbol
(2) “Escrache en Berna”. Buenos Aires, Diario Página/12, 2012: https://www.pagina12.com.ar/diario/deportes/subnotas/188553-57989-2012-02-29.html

(*) La crónica original, ampliada para este trabajo, fue publicada en la revista Animals! como parte de un concurso de investigación sobre Deporte, Violencia y Política de la FPyCS de la UNLP, en 2015.


* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.