martes, 20 de julio de 2021

El último romántico del periodismo gráfico


El diario La Idea, en Córdoba, aún se imprime con la vieja técnica del linotipo de plomo móvil; con moldes, colocando las piezas letra por letra, desde su fundación en 1923. La historia de Ubelino Castro y la pasión de tipógrafo que lo acompaña desde la adolescencia

La casa donde funciona La Idea está a metros de las vías del viejo ferrocarril, sobre la calle San Martín, en una de las tantas esquinas centenarias reconocibles en Cruz del Eje, antiguo bastión ferroviario del norte cordobés; la ciudad, reconocida como productora de miel y aceitunas, identificada, además, con su extenso embalse, único de su tipo en nuestro continente, en el corazón norte de las Sierras Cordobesas, que la corona con una extensa laguna que es atracción turística en los meses de verano.
El pueblo donde, hace décadas, cuenta la leyenda corroborada en cada esquina de esta idílica comarca, a la manera de "La guerra de los mundos" de Wells, algún pícaro hizo correr un rumor, de boca en boca, sobre una grieta que detonaría al embalse en cuestión de horas. El pánico corrió como la llama sobre el pasto seco en Cruz del Eje, todavía sin la refutación instantánea que como diáspora nos traiciona el segundo a segundo del WhatsApp o el SMS, y en menos de dos horas el pueblo fue evacuado, entre gritos, desesperación y huidas, hacia fincas vecinas como San Marcos Sierra o Capilla del Monte. Nadie supo nunca cómo ni por qué, pero el pueblo, lo sabemos hoy, jamás se inundó y, dice el mito lugareño, que el invento del embalse inundando todo tuvo relación con un casamiento que algún "despechado" quiso hacer evitar...


El último linotipista
Entrar a la casa histórica donde se imprime La Idea es bucear en un museo no declarado de hojas, rollos de papeles de impresión, cajoneras repletas de letras de distintas fuentes y caracteres, sellos de impresión con imágenes de antiguos presidentes y figuras destacadas de la vida política, o viejas ediciones del diario que se acumulan como en cualquier hemeroteca. La máquina tipográfica, una alemana Werk Augsburg, se escucha crujir con cada pasaba del rodillo, movida a mano para hacer presión sobre la tinta por Ubelino Castro Cuello, el famoso "último linotipista".
Ubelino no había cumplido ni 14 años cuando entró a trabajar a la misma imprenta donde hoy nos cuenta su historia, en un mediodía soleado y seco de un sábado cualquiera de febrero. La Idea no sólo es "el decano del periodismo del noroeste cordobés", como difunde su letrero azul en la entrada, sino también el único diario de Argentina de circulación regular que sigue editando sus páginas con linotipos móviles de plomo.


"Se hace así, ves", me muestra Ubelino y toma al azar, de una de las cajoneras tipográficas, un grupo de letras que ubicará artesanalmente de derecha a izquierda y al reverso dentro de un molde, acomodadas hasta formar la oración, para después entintarlas y esperar el paso de las planchas de hojas por los rodillos. Ni más ni menos que la vieja técnica tipográfica estándar de la industria imprentera usada desde finales del siglo XIX hasta casi los años '80 del último siglo.
La impresión requiere un minucioso esfuerzo del tipógrafo para evitar errores y tener que reimprimir la página. Con paciencia de orfebre, el trabajo demanda colocar cada pieza de metal, compuesta de caracteres, números y símbolos, dentro del molde hasta conformar la plancha con cada palabra, cada oración, cada párrafo, que le dará el significado final a la hoja a imprimir.
El periódico tiene, ahora, una tirada mensual de menos de 500 ejemplares, con temas locales y columnas de opinión. Se imprimen por la vocación y resistencia de Castro, quien aspira a mantener el oficio hasta, al menos, el año del centenario del diario, en 2023. Los ejemplares los reparte el propio Ubelino, de mano en mano, entre los comerciantes y vecinos cruzdelejeños, junto a su hijo Fito e integrantes de una asociación civil que apoya al diario –declarado en interés nacional en los 2000- para evitar su desaparición.


Su fundador fue Nicolás Pedernera, en 1923, con la impronta de la marca libertaria y socialista de los diarios de difusión de época. Y su hijo, Temístocles, continuó con la tradición de La Idea hasta 2004, ocho décadas después de la fundación. Ante la inminencia de un posible cierre, Don Ubelino, que aún trabajaba como tipógrafo en la rotativa del periódico, se hizo cargo del proyecto con un grupo de voluntarios de la ciudad para evitar que el diario centenario, marca a fuego de Cruz del Eje, quedara en el olvido.
"Las ganas que tendré de que esto no se termine que hasta me vine a vivir al edificio del diario", cuenta Ubelino. Sus hijos, Fito y Nelson, aprueban con un gesto, mientras le sacan fotos a sus manos entintadas. La misma habitación, el mismo lugar, me cuentan también, donde supo dormir hasta el presidente Arturo Illia, otro símbolo de Cruz del Eje, en cada uno de sus regresos al pago de nacimiento...
Desde hace algunos años, la asociación "Amigos del diario La Idea" impulsa la necesidad de restaurar la casa donde funciona la imprenta y vive Don Ubelino, transformarlo en un museo del circuito turístico de la ciudad y empezar a enseñar el oficio de linotipista a nuevos aprendices del entrañable tipógrafo. Desde 2017, trabajan junto a una cátedra de la carrera de Archivología de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Entre tanta vocación por mantener la memoria y su historia, buscan recuperar, conservar y digitalizar, parte del archivo del diario, que posee ejemplares -de publicaciones anteriores a la fundación de La Idea- desde 1916.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

sábado, 10 de julio de 2021

"La última curda" del Malayunta de 25


La curda que al final
termine la función
corriéndole un telón
al corazón...
Roberto Goyeneche

Quienes lo vivieron y frecuentaron, aseguran que el local de avenida 25 casi 61 nunca tuvo otro rubro que no fuera “mostrador y copas”. El sábado cerró para siempre y, con él, décadas de historias platenses entre amigos, trucos, timbas y charlas de vermouth y picadas

Hay un aura indisimulable, aún hoy, en esa zona sur del cuadrado de La Plata. Lo demuestran y atestiguan sus calles, su empedrado, la avenida 25 desde Parque San Martín hasta la antigua entrada del San Juan de Dios, llegando a 71, todavía sin divisiones ni rambla, ancha, con el asfalto de antaño que permite la trampita del giro en “U” sobre la misma arteria.
Un aura sureño, arrabalero en el sentido estricto del significado pero no de su significante, marca del lado B platense, que era el espejo sincrónico del bar de 25 entre la Brandsen (hoy, plaza Perón) y calle 61; vecino de medianera de un conocido taller mecánico que también peina canas, que hasta el sábado pasado vio (dicen, porque hay tantas verdades como parroquianos) más de 70 años de tragos, charlas y apuestas interminables de matutinas, vespertinas, nocturnas, junto a los burros de La Plata, San Isidro o Palermo...


“Todavía la 25 era de tierra, no pasaban ni autos y el arroyo que la cruzaba (NdR: altura de calle 58) no estaba ni entubado. Había un puentecito peatonal que apenas servía para caminar y que pasara una bici. Imaginate los años que tenía”, me cuenta Marcelo, un par de días después, ya en otro bar pero de calle 70, redoblando la apuesta por la longeva historia.
Me hace enseguida unos ademanes. Sigue el relato y ríe: “¡Si hasta de afuera, en esos años, el bar se parecía a una bicicletería!”, ilustrando la costumbre por las dos ruedas de los laburantes y changarines que conformaban la clientela habitual de este tipo de boliches.
Los parroquianos no le escapaban a la ginebra o la caña mañanera antes de la jornada laboral; o a la cerveza y el vino en vaso de la tardecita después de la diaria extenuante, allí donde el saludo y la copa invitada para prolongar la charla ofician como sello de identidad y pertenencia, casi como una ley a cumplir para ser aceptado en estos tugurios que son inocuos, por mandato patriarcal, a la presencia femenina.
El bar tuvo distintos nombres: “Malayunta”, el legendario y, para muchos, más recordado, junto a otros que se resumían en la comodidad de los apellidos u apodos de sus locatarios ocasionales. Por eso fue “Lo de Pretti” y más adelante “Lo de Ozornio”, “Lo de Perri” o “Lo de Juan”, por el nombre de pila del último en gestionar el fondo de comercio del legendario reducto que, para muchos, empezó a despachar copas aún antes de los años ’50. Quizás el bar con mayor antigüedad y continuidad de La Plata.


La Posta de 25
Juan es Cabanay. Fue dueño del bodegón junto a su compañera Patricia hasta el primer sábado de este frío julio de 2021. Habían tomado el bar hacía casi seis años y en la última época ya lo habían rebautizado como “La Posta de 25”, como le soplaba a la vista el letrero colgado sobre el obligado bicicletero de la vereda.
Pasarán los años y el de boca en boca dirá que la salida fue más prematura de lo prevista, después de que la familia dueña del inmueble decidiera no renovar el contrato y abrirlo a la inversión inmobiliaria del dinero ágil; también que hubo un brindis largo, entre los íntimos y los de siempre que se fueron enterando del cierre, con picadas y empanadas, y que se vio, de fondo, un triunfo de Argentina contra Ecuador en la Copa América de Brasil. No hubo ni tiempo para el último truco, porque el domingo temprano se terminaba de vaciar la mudanza.


“Ya está. No hubo forma de convencerlos”, me confía Juan, mientras me brinda la tablita con pizzas y Messi se hace más figura, define el partido y ya pensamos en la inminente semifinal con Colombia que tendremos que ver en otro lugar. ¡Que la cábala no se quiebre!
Aquejado por la cuarentena obligatoria después de la pandemia, en marzo del año pasado, Juan y Patricia le habían sumado delivery con comidas para llevar y la barra abierta para los conocidos que se le animaban al poco estricto protocolo de la pandemia, entre trucos sigilosos a media persiana y copas hasta bien entrada la noche. También prendían la parrilla a la canasta, cuando varios aseguraban presencia en noches de partidos o naipes. Y le habían sumado un pool, reconocible desde afuera a través del gran ventanal, del lado de la vieja rockola -de esas de botones sin pantalla táctil- que administraba los ánimos musicales del lugar yendo del cuarteto o el tango, al rock argentino y la balada melosa más clásica.


Las decenas de habitués de la última etapa lo vivirán como un cimbronazo, como quien tiene que cambiar una rutina que siempre se presume interminable. Ahí están Lito, Daniel, Fernando, Hernán, Alfredo, Tucho, Boli, el Pelado o aquel otro de boina que hacía del silencio un dharma y siempre pedía blanco con soda…
Pero no. Cambiarán los nombres y los reductos, eso sí, pero la cultura del codo y el vaso en la barra de estaño buscará nuevos e inciertos horizontes; surcará el rito del que está solo y espera que siempre llegue la charla cómplice del cliente amigo.

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.