sábado, 6 de marzo de 2021

Lo que hay que ver: Snowpiercer


Basada en la película homónima del canónico Bong Joon-ho, director de la oscarizada Parasite, la segunda temporada de Snowpiercer cautiva por la bisagra de su trama: el enemigo ya no es de clase ni parece estar en el propio tren, sino en el enigmático Wilford, que al fin se nos descubre pero como invasor externo

Una distopía pos-apocalíptica adentro de un tren de mil vagones, con unos pocos “privilegiados” sobrevivientes que viajan en un rompehielos sobre rieles después de que una segunda era del frío congelara el –ahora- inhabitable planeta tierra.
Esa es la historia detrás de Snowpiercer, la serie de TNT que comenzó a ser emitida por Netflix a principios de año, en su segunda temporada: unas pruebas científicas fallidas para evitar un aumento exponencial del calentamiento global, termina generando el efecto contrario. Así, la especie humana sólo podrá sobrevivir abordando un gigantesco tren, de motor perpetuo, porque de su movimiento depende la energía que el interior necesita para mantenerse calefaccionado y no morir en el intento...
Esa historia previa, sin embargo, no se nos cuenta. Tanto en la película original de Bong Joon-ho (2013), como en la serie estrenada durante 2020, apenas sabemos de aquellos momentos finales “del mundo tal cual era” -y por supuestos en clave de tomas nocturnas- cuando millonarios, empresarios y técnicos ingenieros de alto rango están por abordar el tren que reproducirá la vida que antes se vivía en la tierra; y los “colados”, la plebe que asalta el convoy antes del congelamiento definitivo y es forzada a hacinarse en el fondo.
La trama de la serie, con el hándicap temporal a favor respecto de las casi dos horas del film de Joon-ho, nos muestra todos los rasgos clásicos de las historias distópicas de sobrevivientes: la manipulación, la negociación, la mentira o la lucha por el poder (¿Cuál?: el de tomarlo vía revolución o el de sobrevivir en el tren hasta que la tierra, alguna vez, vuelva a ser un lugar habitable) están a la orden del día allí adentro como en toda sociedad de hegemonías.
Lo interesante en la serie, a diferencia de la película y del cómic original francés (Le Transperceneige, 1982) del que Bong Joon-ho toma la historia, es cómo se manifiesta esa lucha permanente de clases en cada uno de los capítulos: la segunda temporada nos devela, enseguida, que la progresión social no supone, al final, el asalto “revolucionario” de los esclavos del fondo contra los privilegiados de la sociedad de consumo de la parte delantera. Mantener el tren a salvo parece “hermanarlos”: tanto la clase alta como el suburbio que sobrevive no sin canibalismo en la cola, podrían perecer, sin distinción de acumulación primitiva ni herencias del “viejo mundo”, si los tres ingenieros conductores de la máquina (se destaca Jennifer Connelly, en el papel de Melanie, de quién se conocerá su pasado inmediato con el enigmático Wilford) no mantienen el equilibrio social necesario dentro del “Snowpiercer” hasta que el mundo vuelva a ser habitable.
Entre unos y otros, además, una casta de funcionarios y oficiales oficia de sección intermediaria represiva para mantener el equilibrio “natural” (sic) y las normas impuestas por los explotadores. Todo esto no sin un juego permanente de premios y castigos que sirven para reproducir ese orden y evitar el inevitable caos.
Si es que vence, adentro mismo del tren, un movimiento “contrarrevolucionario” ejecutado por los que mandan, será no sin la anuencia estratégica del propio Layton (Daveed Diggs), paradójicamente, el líder de los rebeldes del fondo, que durante la primera temporada aborda los primeros diálogos con Melanie, la voz imperativa que actúa como un Gran Hermano adentro del rompehielos.
Es por eso que la vuelta de tuerca de la segunda temporada –que para es tomada como una claudicación de su trama- es la “hermandad” de unos y otros para pensar en “el día después de mañana”. Pero, a la inversa de un ajedrez donde se sacrifican los peones, es la “reina” (Melanie) la que asumirá el rol y el riesgo de intentar salvar a la especie humana, ya sin distinción de clases. Salvarse ella, salvar al tren, del ataque de Wilford.
La sobrevivencia de unos y otros, quizás, sea condición necesaria para perpetuar el sistema de injusticias en el mundo nuevo que vendrá…

* Unos garabatos sueltos, pensados y publicados en 90 Líneas.

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